Jean
Henry Dunant
Salvadores en la historia
AURORA HUMANITARIAN
INITIATIVE
“No hay hombre que merezca más este honor, ya que fue
usted quien, hace 40 años, le dio inicio a la organización internacional para
la ayuda de los heridos en el campo de batalla. Sin usted, la Cruz Roja, el
mayor logro de carácter humanitario del siglo XIX, probablemente nunca se
habría llevado a cabo”.
Éstas fueron las palabras con las que se felicitó
oficialmente a Jean Henry Dunant en 1901, cuando el Comité Internacional le
otorgó el primer Premio Nobel de la Paz por su participación esencial en la
creación de la Cruz Roja y en los comienzos de lo que luego se conocería como
los Convenios de Ginebra.
Jean Henri Dunant en 1901
La vida de Jean Henry Dunant fue una vida de
altibajos. Nacido el 8 de mayo de 1828, en el seno de una familia suiza
calvinista y adinerada, murió solo en un hospicio el 30 de octubre de 1910.
Gozó de gran fama y éxito en los negocios, pero en la vejez, fue exiliado de la
sociedad de Ginebra, de la que alguna vez había sido un miembro predilecto y
murió en el olvido.
Los padres de
Dunant, exitosos y generosos, dedicaban mucho tiempo y esfuerzo a los
huérfanos, a las personas en libertad condicional, a los enfermos y a los
pobres. Ellos inculcaron en el joven Dunant el valor de ayudar a los demás. De
joven, el mismo Dunant se comprometió con actividades humanitarias,
especialmente de carácter religioso, porque sentía que a través de la religión
se podían abordar muchas cuestiones morales de la sociedad. Como miembro activo
de la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA), a los 24 años cofundó una sede
del YMCA en Ginebra.
¿Qué fue lo que inspiró a Dunant a fundar una
organización humanitaria mundial? Fue en el curso de sus actividades
empresariales que ideó el ambicioso esquema.
Conjuntamente con su vibrante vida social y labor
filantrópica, Dunant también se esforzó por alcanzar su máximo potencial en el
mundo de los negocios. Se convirtió en el presidente de la Financial and
Industrial Company of Mons-Gémila Mills en Algeria, donde se dedicaría a la
explotación de grandes extensiones de tierra. Con el fin de obtener derechos de
agua, decidió conocer personalmente al Emperador Napoleón III, quien entonces
comandaba los ejércitos francés e italiano que estaban expulsando a los austriacos
de Italia. El viaje a Solferino, Italia, cambiaría completamente su vida.
Al llegar a Solferino, el 24 de junio de 1859, Dunant
fue testigo de una de las batallas más sangrientas del siglo. Cuando ésta llegó
a su fin, devastado por el sufrimiento de miles de soldados heridos abandonados
en el campo de batalla, Dunant organizó a los lugareños, especialmente a las
mujeres y a las niñas, para ayudar a los soldados malheridos de ambos bandos.
Actuaban bajo el lema “tutti fratelli” (“todos son
hermanos”), acuñado por las mujeres del lugar. Dunant creía que las mujeres
jugarían un papel decisivo en el futuro de la humanidad, un potencial que debía
ser aprovechado por el bien de la raza humana. “La influencia de las mujeres es
un factor esencial en el bienestar de la humanidad y se volverá cada vez más
valioso a medida que pase el tiempo”, escribió más adelante.
De regreso en Ginebra, en 1862, Dunant registró sus
remembranzas de la batalla de Solferino y sus preocupaciones en un pequeño
libro titulado “Un souvenir de Solférino” (“Recuerdo de Solferino”). Describió
la batalla como “pura carnicería; una lucha entre bestias salvajes, enfurecidas
con sed de sangre y violencia”. También desarrolló la idea de que debía existir
una organización neutral que les brindara asistencia a las personas afectadas
por la guerra: “Pero ¿por qué he revelado todas estas escenas de dolor y
angustia, con las que tal vez desperté sensaciones de dolor en mis lectores? …
Es una pregunta lógica. Tal vez podría responderla con otra pregunta: ¿No sería
posible, en tiempos de paz y tranquilidad, crear sociedades de socorro con el
fin de prestarles asistencia a los heridos en tiempos de guerra por medio de
voluntarios entusiastas, dedicados y perfectamente calificados?” escribió en su
libro.
Su plan estaba destinado a convertirse en la piedra
angular de la organización que pronto sería conocida en todo el mundo con el
nombre de Cruz Roja.
“Este tipo de sociedades, una vez formadas y asegurada
su perpetuidad, desde luego permanecerían inactivas en tiempos de paz...
Tendrían que, no sólo, asegurar la buena voluntad de las autoridades de los
países en los que se habían creado, sino también, en caso de guerra, tendrían
que solicitarles a los gobernantes de los estados beligerantes autorización y
facultades que les permitan realizar su labor de manera eficaz”, escribió
Dunant.
En febrero de 1863, la Sociedad de Ginebra para el
Bienestar Público designó a un comité de cinco miembros, entre los que se
encontraba Dunant, para continuar con la implementación de sus ideas. El
resultado de las primeras reuniones fue la creación de un Comité internacional
de socorro a los militares heridos en campaña. Esta organización más tarde se
convirtió en el Comité Internacional de la Cruz Roja.
Sociedad de Ginebra para el Bienestar
Público (comitté de los cinco) en 1863
Al mismo tiempo, en su libro Dunant también propuso
ideas sobre la necesidad de “un tratado gubernamental que reconozca la
neutralidad del organismo y que le permitiera a este último prestar ayuda en
zona de guerra”. Esta idea finalmente llevó al Primer Convenio de Ginebra,
firmado en 1864.
La devoción de Dunant por sus actividades humanitarias
y el descuido de sus negocios hicieron que su empresa terminara en la ruina, generando
escándalos y finalmente su quiebra en 1868.
Ese mismo año tuvo que dimitir como Secretario del
Comité Internacional y trasladarse a París. En sus memorias, “Les Débuts de la
Croix-Rouge en France” (“Los comienzos de la Cruz Roja en Francia”), describió
que se vio rebajado a cenar una corteza de pan, a usar tinta para ennegrecer su
abrigo y tiza para blanquear el cuello de su camisa, y a dormir en condiciones
paupérrimas.
Sin embargo, continuó abogando por sus ideas durante y
después de la Guerra Franco-Prusiana de 1870. Incluso puso en marcha un
congreso internacional para la “abolición completa y definitiva de la trata de
negros y el comercio de esclavos” en Londres en 1875. Hasta 1886, Dunant vivió
en la pobreza y viajó por toda Europa a pie.
Finalmente, terminó viviendo en la aldea suiza de
Heiden, donde se le dio cobijo en la habitación 12 del hospicio local durante
los últimos 18 años de su vida.
Ciudad
de Heiden hacia 1900
Sin embargo, no era un mendigo desconocido. En 1895,
el periodista Georg Baumberger escribió un artículo sobre su encuentro con el
fundador de la Cruz Roja en Heiden. El artículo de Baumberger fue un gran
acierto y Dunant fue honrado y felicitado por su labor. Posteriormente, en
1901, obtuvo el primer Premio Nobel de la Paz (con Frederic Passy), convirtiéndose
en el primer Ganador del Premio Nobel de Suiza.
A pesar de sus premios y el reconocimiento
internacional, Dunant permaneció en la habitación 12. No gastó ni un centavo
del dinero que recibió por el premio. Por el contrario, le dejó el dinero a diversas
organizaciones caritativas de Noruega y Suiza y donó una cama en el hospicio
para que pudiera ser usada por los más pobres de Heiden en momentos de
necesidad. El 30 de octubre de 1910 fue llevado a una tumba sencilla, sin
dolientes ni honras fúnebres, siguiendo sus deseos.
La tumba de Jean
Henri Dunant en el Cementerio Sihlfeld en Zurich
Henry Dunant transformó su idea personal en una
organización internacional, la Cruz Roja, que, en tres oportunidades, se
convertiría en Ganadora del Premio Nobel. En sus 153 años de actividad, el
Comité Internacional de la Cruz Roja sigue siendo la red humanitaria más
importante del mundo, que tiene como fin ayudar a las personas afectadas por
guerras y calamidades en alrededor de 150 países, cristalizando así el anhelado
sueño de su fundador, Jean Henry Dunant, el hombre detrás de la Cruz Roja.
Con afecto,
Ruben