El caracol y el rosal
Hans Christian Anderson (1805 - 1875)
Había
una vez una amplia llanura donde pastaban las ovejas y las vacas. Y del otro
lado de la extensa pradera, se hallaba el hermoso jardín rodeado de avellanos.
El
centro del jardín era dominado por un rosal totalmente cubierto de flores
durante todo el año. Y allí, en ese aromático mundo de color, vivía un caracol,
con todo lo que representaba su mundo, a cuestas, pues sobre sus espaldas
llevaba su casa y sus pertenencias.
Y
se hablaba a sí mismo sobre su momento de ser útil en la vida: -¡Paciencia!
-decía el caracol-. Ya llegará mi hora. Haré mucho más que dar rosas o
avellanas, muchísimo más que dar leche como las vacas y las ovejas.
-Esperamos
mucho de ti -dijo el rosal-. ¿Podría saberse cuándo me enseñarás lo que eres
capaz de hacer?
-Necesito
tiempo para pensar -dijo el caracol-; ustedes siempre están de prisa. No, así
no se preparan las sorpresas.
Un
año más tarde el caracol se hallaba tomando el sol casi en el mismo sitio que
antes, mientras el rosal se afanaba en echar capullos y mantener la lozanía de
sus rosas, siempre frescas, siempre nuevas. El caracol sacó medio cuerpo
afuera, estiró sus cuernecillos y los encogió de nuevo.
-Nada
ha cambiado -dijo-. No se advierte el más insignificante progreso. El rosal
sigue con sus rosas, y eso es todo lo que hace.
Pasó
el verano y vino el otoño, y el rosal continuó dando capullos y rosas hasta que
llegó la nieve. El tiempo se hizo húmedo y hosco. El rosal se inclinó hacia la
tierra; el caracol se escondió bajo el suelo.
Luego
comenzó una nueva estación, y las rosas salieron al aire y el caracol hizo lo
mismo.
-Ahora
ya eres un rosal viejo -dijo el caracol-. Pronto tendrás que ir pensando en
morirte. Ya has dado al mundo cuanto tenías dentro de ti. Si era o no de mucho
valor, es cosa que no he tenido tiempo de pensar con calma. Pero está claro que
no has hecho nada por tu desarrollo interno, pues en ese caso tendrías frutos
muy distintos que ofrecernos. ¿Qué dices a esto? Pronto no serás más que un
palo seco... ¿Te das cuenta de lo que quiero decirte?
-Me
asustas -dijo el rosal-. Nunca he pensado en ello.
-Claro,
nunca te has molestado en pensar en nada. ¿Te preguntaste alguna vez por qué
florecías y cómo florecías, por qué lo hacías de esa manera y de no de otra?
-No
-contestó el rosal . Florecía de puro contento, porque no podía evitarlo. ¡El
sol era tan cálido, el aire tan refrescante!... Me bebía el límpido rocío y la
lluvia generosa; respiraba, estaba vivo. De la tierra, allá abajo, me subía la
fuerza, que descendía también sobre mí desde lo alto. Sentía una felicidad que
era siempre nueva, profunda siempre, y así tenía que florecer sin remedio. Esa
era mi vida; no podía hacer otra cosa.
-Tu
vida fue demasiado fácil -dijo el caracol (Sin detenerse a observarse a sí
mismo).
-Cierto
-dijo el rosal-. Me lo daban todo. Pero tú tuviste más suerte aún. Tú eres una
de esas criaturas que piensan mucho, uno de esos seres de gran inteligencia que
se proponen asombrar al mundo algún día... algún día.... ¿Pero, ... de qué te
sirve el pasar los años pensando sin hacer nada útil por el mundo?
-No,
no, de ningún modo -dijo el caracol-. El mundo no existe para mí. ¿Qué tengo yo
que ver con el mundo? Bastante es que me ocupe de mí mismo y en mí mismo.
-¿Pero
no deberíamos todos dar a los demás lo mejor de nosotros, no deberíamos
ofrecerles cuanto pudiéramos? Es cierto que no te he dado sino rosas; pero tú,
en cambio, que posees tantos dones, ¿qué has dado tú al mundo? ¿Qué puedes
darle?
-¿Darle?
¿Darle yo al mundo? Yo lo escupo. ¿Para qué sirve el mundo? No significa nada
para mí. Anda, sigue cultivando tus rosas; es para lo único que sirves. Deja
que los avellanos produzcan sus frutos, deja que las vacas y las ovejas den su
leche; cada uno tiene su público, y yo también tengo el mío dentro de mí mismo.
¡Me recojo en mi interior, y en él voy a quedarme! El mundo no me interesa.
Y
con estas palabras, el caracol se metió dentro de su casa y la selló.
-¡Qué
pena! -dijo el rosal-. Yo no tengo modo de esconderme, por mucho que lo
intente. Siempre he de volver otra vez, siempre he de mostrarme otra vez en mis
rosas. Sus pétalos caen y los arrastra el viento, aunque cierta vez vi cómo una
madre guardaba una de mis flores en su libro de oraciones, y cómo una bonita
muchacha se prendía otra al pecho, y cómo un niño besaba otra en la primera
alegría de su vida. Aquello me hizo bien, fue una verdadera bendición. Tales
son mis recuerdos, mi vida.
Y
el rosal continuó floreciendo en toda su inocencia, mientras el caracol dormía
allá dentro de su casa. El mundo nada significaba para él.
Y
pasaron los años.
El
caracol se había vuelto tierra en la tierra, y el rosal tierra en la tierra, y
la memorable rosa del libro de oraciones había desaparecido... Pero en el
jardín brotaban los rosales nuevos, y los nuevos caracoles seguían con la misma
filosofía que aquél, se arrastraban dentro de sus casas y escupían al mundo,
que no significaba nada para ellos.
Y
a través del tiempo, la misma historia se continuó repitiendo...
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