El
próximo 30 de enero se cumplirán dos siglos y medio desde que
el coso limeño de Acho abriera por primera vez sus puertas. Es, por
tanto, uno de los recintos taurinos más antiguos del mundo, manteniendo
intactos, a día de hoy, su categoría y prestigio. A lo largo de todo este
período, han desfilado por su ruedo las reses de las mejores ganaderías,
así como la flor y nata de la torería de cada época.
Cuando
el 30 de enero de 1766 Pizzi, Maestro de España y
Gallipavo trenzaron el paseíllo inaugural en Acho, el
edificio se encontraba aún sin finalizar. El ejemplar que rompió plaza
llevaba por nombre “Albañil Blanco” y pertenecía como el resto de
las reses a lidiar a la ganadería propiedad del promotor del coso, Agustín
Hipólito de Landáburu y Rivera, sita en la hacienda Gómez del
municipio de Cañete.
Esta
nueva plaza de toros comenzó a construirse en junio de 1765
cuando el Virrey del Perú, Manuel de Amat, autorizó el inicio de las
obras. La ubicación de la misma fue el lugar conocido como “El Acho”,
emplazamiento que ya habían ocupado anteriormente otros cosos limeños. En
el contrato que firmó Landáburu, se fijaban los días en los que,
obligatoriamente, debían celebrarse espectáculos taurinos en el moderno
recinto. Éstos eran las tres jornadas de carnaval, los jueves que precedían
a la mencionada fiesta y tres fechas más sin precisarse en el calendario,
hasta llegar a los ocho festejos anuales que el privilegio otorgado
permitía.
La
rúbrica del acuerdo implicaba también la exclusiva de la organización de
corridas de toros en un territorio de unas ocho leguas alrededor de la
ciudad. En compensación a este derecho, debía entregarse por parte del
arrendatario de la plaza 1.500 pesos al año al Hospital de Pobres. A
la conclusión de los trabajos en el coso en 1767, se habían
invertido un total de 84.896 pesos en levantar el flamante circo de
la capital de Perú, cuya inauguración oficial tuvo lugar al año siguiente.
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Los inicios de la actividad taurina
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Los
primeros diestros españoles figuran en la lista de toreadores
correspondiente a 1780, señalándose además el dato de su origen
geográfico. Manuel Romero “El Jerezano” y Antonio López, de
Medina-Sidonia, aparecen en la citada relación como “matadores”, al
igual que también se indican los nombres de los “capeadores de a
caballo”. La mencionada temporada de 1780 se vio, en gran
medida, influenciada por los acontecimientos protagonizados por Tupac
Amaru y otros miembros de su familia que se sublevaron contra el poder
establecido.
Una
vez concluida la rebelión, las corridas regresaron a Acho con
absoluta normalidad. En el siglo XVIII la autoridad era la encargada de
conceder la licencia necesaria para celebrar todo tipo de espectáculos. El
día anterior al mismo se anunciaba por las calles de la urbe y se daban a
conocer los animales a lidiar por medio de listines. A la hora marcada de
inicio del festejo, se efectuaba el despejo de plaza por parte de los
militares. Éste era un recuerdo de los siglos pasados, que perduró en el
coso estrenado en 1766 por lo que suponía de realce de la función.
Tras
estos prolegómenos, los corredores de llaves entregaban las del toril a
quien ocupaba ese puesto, para una vez abierta la puerta regresar a la zona
donde se hallaba el Virrey para devolver la llave. En 1792 el alto
mandatario designado por la metrópoli, Francisco Gil de Taboada, se
mostró favorable a la solicitud formulada por Mariana Belzunce
(viuda de Landáburu) para colocar en el recinto una cerca que
sirviera como defensa y protección.
Al
comenzar el siglo XIX la propiedad del coso continuaba en poder de la
familia Landáburu, en este caso de Agustín Leocadio (hijo de Agustín
Hipólito y Mariana Belzunce), si bien su adscripción al bando
francés en la guerra que libraba España contra las tropas napoleónicas,
supuso que la Junta Central ordenara la confiscación de todas sus
propiedades, entre ellas la organización de las corridas de toros en Acho.
Después de su fallecimiento en Londres en 1814, se logra levantar el
referido bloqueo que imposibilitaba la realización de cualquier tipo de
operación. Una vez resueltos diversos trámites, en octubre de 1817
se produce la cesión de la plaza capitalina al Hospicio de Pobres.
Éste, andando el tiempo, pasó a denominarse “Sociedad de Beneficencia de
Lima Metropolitana”, institución que regenta actualmente el coso más
importante de Perú.
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Los primeros toreros españoles
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En
cuanto a los espadas que conformaban los carteles, hasta mediados de siglo
no aparecieron matadores españoles, siendo, por tanto, exclusivamente
diestros nacionales quienes se anunciaban en Acho. Entre ellos cabe
destacar a Pedro Villanueva, Cecilio Ramírez y Lorenzo Pizi. Igualmente,
en el primer cuarto de la centuria también se establece un nuevo reglamento
para el circo limeño, que sustituyó al reinante desde 1765. A partir
de 1849, gran parte de los toreros peninsulares más sobresalientes
de cada época hicieron el paseíllo en la ciudad fundada por Pizarro.
Posiblemente,
uno de los que gozó durante más tiempo del favor del público fue José
Lara “Chicorro”, quien desde su debut en 1856 impactó de tal
forma entre la afición que se mantuvo por espacio de más de veinte años en
competencia con los peruanos, especialmente con Ángel Valdez. Ambos
rivalizaban en la ejecución de vistosas suertes como el salto al trascuerno
ó con la garrocha y protagonizaban vibrantes tercios de banderillas. La
carrera taurina de Valdez fue bastante extensa en el tiempo, ya que
el último astado lo estoqueó el 19 de septiembre de 1909
contando con 71 años de edad.
Otros
espadas españoles que disfrutaron de una gran popularidad en la parte final
del siglo fueron Gonzalo Mora, Manuel Hermosilla y Julián Casas
“El Salamanquino”. Todos ellos contribuyeron de manera fundamental a la
evolución de la Tauromaquia en el Perú, al trasladar allí los avances ya
consolidados al otro lado del Atlántico. En 1863 se efectuó la
primera remodelación importante del recinto, en ella se invirtieron 25.000
pesos.
El
impulsor del enorme cambio experimentado en la cabaña brava del país andino
fue el alcalde de Lima y empresario de la plaza, Manuel Miranda, que
arribó a España con la idea de comprar vacas y sementales de las mejores
vacadas y estirpes ganaderas. Se hizo con machos y hembras de Veragua,
Miura, Mazpule, Colmenar y Navarra. Con esos productos formó la
divisa de “Cieneguilla” que, como consecuencia del enfrentamiento
que tuvo lugar entre Chile y Perú (1879-1883), fue arruinada y destruida
por completo.
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La llegada de José y Juan
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Al
comenzar la siguiente centuria, las principales figuras del toreo seguían
acudiendo al coso de Acho al término de la campaña en los ruedos
peninsulares. Diestros como Antonio Fuentes, Rafael el Gallo, su
hermano José ó Juan Belmonte, triunfaron rotundamente en el
circo limeño.
Centrando
la atención en “Gallito”, durante la temporada de 1919-1920
compareció hasta en nueve ocasiones en la plaza capitalina, llegando
incluso a pasaportar seis toros en solitario la última de las tardes en la
que hizo el paseíllo. Fue ésta la única oportunidad que el menor de los
Gómez Ortega pisó el continente americano para torear.
Tras
atravesar unos años difíciles en los que los festejos decayeron en su
categoría, en 1944 se inicia una profunda transformación tanto en el
interior del coso como en la conformación de su feria taurina. Por lo que
respecta a las obras, se suprimió el llamado “templador” que,
situado en el centro del anillo, cumplía las funciones de burladero ante la
carencia de callejón, construyéndose en su lugar uno de dos metros de
anchura. Además se aumentó el número de burladeros, hasta un total de ocho,
equipándose, igualmente, de una nueva barrera y de dos portones dobles de
gran tamaño, el destinado al acceso de las cuadrillas al redondel y el que
conectaba éste con el desolladero.
Tan
sobresaliente como la referida modificación, es la que se desarrolla en el
ruedo, ya que ésta supuso la reducción considerable de sus dimensiones (52
metros de diámetro) y la disminución de su altura. Estos cambios significaron
un incremento en el número de localidades, que pasaron de 6.554 a 13.360,
distribuidas en quince tendidos. Otras dependencias de la plaza también son
renovadas, caso de la enfermería, añadiéndose asimismo, la tradicional
capilla. El hecho de poder albergar a un mayor número de espectadores,
conllevó una formidable ventaja para el coso de Acho, ya que a raíz
de ello se empezó a gestar la creación de una gran feria.
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El resurgir de la plaza
Luis Ordoñes
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El Cordovez
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Una
parte importante del éxito de esta iniciativa hay que atribuirlo al diario El
Comercio, que desde un primer momento se mostró favorable a la
misma, estimulando esa corriente de opinión al conjunto de la ciudadanía.
El 7 de enero de 1945 se reinauguró el remozado circo,
organizándose por ese motivo la primera temporada completa con la mayoría
de las figuras del toreo de España y México, así como con los toreros
locales más destacados. Uno de ellos, Adolfo Rojas “El Nene”, se
convirtió en matador de toros, acartelándose en aquella jornada junto a Rafael
Ponce “Rafaelillo” y Juan Belmonte Campoy. Otros diestros que
completaron la nómina de contratados fueron Rafael Vega de los Reyes
“Gitanillo de Triana”, Silverio Pérez, Fermín Espinosa “Armillita” ó Félix
Rodríguez.
El
ganadero Fernando Graña también jugó un papel primordial a la hora
de alcanzar el objetivo de implantar un ciclo de nivel. Las extraordinarias
actuaciones de “Manolete” en Acho en marzo de 1946
fueron el espaldarazo definitivo a los novedosos proyectos que se
encontraban en vías de instauración. El 12 de octubre de ese
mismo año se celebró una función histórica, pues en la citada fecha nació
la Feria del Señor de los Milagros. Para tal oportunidad se dispuso
una corrida de La Punta para una terna de matadores internacional
compuesta por el diestro cordobés Manuel Rodríguez “Manolete”, el
azteca Luis Procuna y el local Alejandro Montani. En ese
mismo serial también intervinieron Fermín Espinosa “Armillita” ó Domingo
Ortega entre otros.
A
partir de esa fecha, todos los toreros relevantes han pasado cada temporada
por el coso de la capital del Perú, desde Antonio Bienvenida hasta Sebastián
Castella ó Alberto López Simón, por citar dos de los espadas que
han constituido el ciclo del pasado mes de noviembre. Al quedar plenamente
consolidada la Feria limeña, se instituyó uno de los galardones más
prestigiosos de los otorgados en la América taurina, el Escapulario de
Oro. A la larga lista de ganadores del mencionado premio, entre los que
sobresale el nombre de Enrique Ponce, se ha sumado en la edición de
2015 una de las más firmes promesas del toreo actual, Andrés Roca Rey.
En
los años 60 se estableció una distinción análoga a la que reconocía al
triunfador de la feria, en este caso, subrayando el juego del mejor de los
astados lidiados en Acho, fue el Escapulario de Plata. La
ganadería de Daniel Ruiz ha sido la última que se ha añadido a la
relación de hierros que se han hecho acreedores a tal honor, gracias a las
magníficas condiciones evidenciadas por “Travieso”, corrido el 15
de noviembre y al que desorejó López Simón.
También
en la década de los 60 se remozó, nuevamente, la plaza. En 1961 se
abrió un corral de exhibición de las reses, se estrenó el museo taurino y
se dotó a la zona ocupada por los tendidos se sombra de una verja de hierro
que facilitaba la visión del interior desde la calle. En 1964 los
trabajos se centraron en realizar un nuevo embarcadero, modernizando
también la báscula. Por último, en 1966 y aprovechando el
bicentenario del circo, se acometieron cambios en el área de los escaños de
sol, proporcionándose una verja de similares características a la ya
colocada en 1961 en sombra. Así, la plaza adquirió la estructura que
hoy puede verse, con 15 tendidos, acomodándose el público en las 21
filas y 51 palcos de sombra ó bien en las 25 filas de
sol. A esto hay que sumar los 4 grandes palcos destinados a las
diferentes autoridades presentes en el festejo: Presidencia del
mismo, Presidencia de la República y los altos cargos de las
municipalidades de Lima y el Rimac. El remate perfecto al
inmueble es una arquería típica cuyos machones sustentan la edificación.
Desde
la creación de la feria, se han producido bastantes indultos en el
principal coso del país, inclusive de toros españoles como ocurrió con “Buen
Mozo”, un burel de Torrestrella al que se le perdonó la vida en
la Corrida de Beneficencia de 1984. Otros han sido “Cubito”,
de Las Salinas en 1963; “Resbaloso”, de Yencala en 1975;
“Garnabato”, de la vacada del Jaral del Monte en 1977;
“Serenito” de La Pauca en 1978; “Tamborero”, nuevamente,
del Jaral del Monte en 1979; “Sarraceno” de La
Pauca, en 1987 y por último “Marqués”, de la divisa de Salamanca
y “Repostero”, de La Viña, ambos en 1990.
Con
todo lo dicho, anteriormente a 1766 la afición taurina peruana
llevaba siglos disfrutando con la lidia de reses bravas, pues hay noticias
de que en marzo de 1540 tuvo lugar un festejo en la Plaza
Mayor en el que parece que Francisco Pizarro ó bien uno de sus dos
hermanos, Fernando ó Gonzalo, pasaportó con el rejón a un
astado. La primera temporada regular fue la de 1559, determinándose
fechas y fiestas para la celebración de las corridas.
En
esa época era el Cabildo de Lima el responsable de regular
cada fiesta con toros, sistema que fue modificado posteriormente al
encargarse de ello los distintos gremios de la ciudad. Además de los días
señalados de antemano para las funciones con reses, había variados
acontecimientos sociales que solían conmemorarse lidiando animales en
diversos puntos de la urbe, como serían la proclamación de un nuevo monarca
en la metrópoli, el nacimiento de un vástago en la familia real ó el
nombramiento y presentación ante el pueblo del Virrey arribado desde
España.
Años
antes de la inauguración de la plaza de Acho, en 1756, se
concluyó la construcción de una plaza de madera, que se ubicaba en las
inmediaciones del recinto actual. La iniciativa de dicha edificación fue de
Pedro José Bravo de Lagunas, quien llevó adelante el aludido plan
tras la autorización del mandatario correspondiente, Conde de Superunda.
El fin de los festejos llevados a cabo en el referido coso era obtener
fondos suficientes para rehabilitar el Hospital de San Lázaro, tras
el terremoto que asoló Lima en 1746. Aún en 1763 se dio el
visto bueno por parte del Virrey Manuel de Amat a una solicitud
cursada por Miguel de Adriazén y su propio hermano, Antonio de
Amat, para levantar otro coso en idénticos terrenos del anterior. De
esta forma, se llegó a 1765.
Como
se puede comprobar, la historia taurina de Lima es extensa y prolija,
sostenida en una afición muy entendida. Las perspectivas de futuro son muy
halagüeñas, merced a la irrupción de dos nuevos valores que relanzarán más
si cabe la Fiesta de los toros en Perú: Andrés Roca Rey y Joaquín
Galdós.
BIBLIOGRAFÍA.
Cossío, José María de: “Los Toros. Tratado
técnico e histórico”. Tomo V. Espasa Calpe. Madrid, 1986.
Cossío, José María de: “Los Toros. El Toro Bravo II”. Tomo 3. Editorial
Espasa Calpe. Madrid, 2007.
Cossío, José María de: “Los Toros. El Toreo fuera de España”. Tomo 7.
Editorial Espasa Calpe. Madrid, 2007.
HEMEROGRAFÍA.
Revista 6 Toros 6.
Revista Aplausos.
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© Carmen de la Mata
Arcos/2016
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