Relatos
históricos
¿Qué es la historia? Una sencilla fábula que todos hemos aceptado.
(Napoleón)
Gran reportaje: Por Gustavo Gorriti
(Fuente: Selecciones Reader’s Digest 1964)
(Esta
narración consta de cuatro partes)
Son senderistas!"
Los miembros del GEIN habían seguido a un hombre hasta una residencia situada en Monterrico, elegante barrio de Lima donde vivían muchos oficiales de alto rango del ejército. El vecindario tenía vigilancia militar las 24 horas del día. Desconcertado, Jiménez se preguntaba si aquel individuo era un chofer o hijo de algún general incauto.
-Vigílenlo, por si acaso -ordenó a sus hombres.
Entonces dieron con la pista de otro sospechoso: un hombre de estatura media y ligeramente obeso, pero de aspecto refinado. Se llamaba Luis Arana Franco, era ingeniero y vivía con su esposa y una hija en un apartamento de un barrio de clase media de Lima. Gracias a los refuerzos, Jiménez pudo montar vigilancia en la casa del sospechoso y en sus oficinas, así como intervenir sus teléfonos y seguir sus movimientos.
En público, Arana Franco era director de una próspera academia de preparación para aspirantes a ingresar en la universidad. Pero en privado, como descubrió el GEIN al poco tiempo, distribuía fondos a una amplia red de militantes de Sendero Luminoso. "Es el abrevadero del que todos beben", comentó uno de los agentes. Lo apodaban "Sotil", por un ex jugador peruano de fútbol que tenía gran habilidad para pasar el balón en todas direcciones. Mientras Sendero Luminoso necesitara dinero, los militantes seguirían recurriendo a él. Sin embargo, Jiménez se preguntaba si Arana Franco no era más que un distribuidor de fondos mal habidos sin grandes responsabilidades en la organización. Lo frustraba no saber qué tan cerca estaba ese hombre del centro de la telaraña, pero no iba a cejar en su empeño de averiguarlo.
A fines de mayo, cuando llegó la fecha de asestar el golpe, Jiménez reunió a todos sus hombres de los equipos de vigilancia para informarles que debían ejecutar la operación el 1 de junio. Él se dirigía con el grupo principal a un refugio de los senderistas situado en el sur de Lima, donde iban a reunirse los militantes de más alto rango. No arrestarían a Isa, les explicó; era una pieza menor. Y tampoco a "Sotil", el tesorero, pues los senderistas seguramente seguirían acudiendo a él en tanto lo consideraran libre de sospechas.
-Nos es más útil en la calle que tras las rejas -les dijo.
La casa de Monterrico era un misterio. Si por vigilarla acababan enfrentándose con un iracundo general armado, el grupo podría ser disuelto. Así pues, Jiménes decidió enviar solamente a tres agentes policiacos vestidos de civiles.
-Esperen fuera de la casa hasta que alguien abra la puerta -los instruyó-. Y una vez que inmovilicen a esa persona, entren. Si resulta que nos equivocamos, expliquen porqué están allí y ofrezcan disculpas.
Fuera de la residencia de Monterrico, apostados de manera que no pudiesen ser vistos desde las ventanas, los tres agentes del GEIN esperaron nerviosos a que alguien saliera. Por fin oyeron que la puerta de la cochera se abría, y de inmediato corrieron hasta allí. Una mujer de baja estatura y que cojeaba visiblemente se disponía a salir a la calle. Dos de los agentes la sujetaron de los brazos y luego la condujeron a la sala, mientras ella pegaba alaridos. Entonces apareció otra mujer de expresión resuelta que usaba lentes de armazón grueso. A sus espaldas, un hombre evidentemente alterado luchaba por conservar la calma.
-¿Quiénes son ustedes? -gritó la mujer de los lentes-. ¡Lárguense de aquí o llamaré a la policía!
La otra mujer seguía pataleando, rasguñando y gritando, en tanto los agentes explicaban que habían ido en busca de terroristas.
-¡Váyanse ahora mismo o aténganse a las consecuencias! -exigió la de los lentes-. ¡Sé muy bien a quién debo llamar!
Mientras el teniente encargado de la operación empezaba a musitar disculpas, otro de los agentes se puso a mirar alrededor hasta que su vista se posó en la entrada de la cocina. Allí, en una pizarra blanca, vio unas letras rojas parcialmente borradas que decían: "Gran Revolución Cultural Proletaria. ¡Viva el maoísmo!"
-¡Son senderistas! -gritó el policía, al tiempo que desenfundaba su pistola y apuntaba con ella al hombre y a la mujer de los lentes-. ¡Son de Sendero Luminoso!
La otra mujer empezó nuevamente a patalear y gritar, mientras el sujeto hacía el intento de huir. Un minuto después, los tres estaban esposados y mirándose impotentes unos a otros, en tanto los agentes enviaban mensajes por radio a Jiménez.
-¡Mayor, venga aquí de inmediato, por favor! ¡Traiga refuerzos! ¡Necesitamos que nos ayuden!
Treinta minutos después, Jiménez inspeccionaba la casa, estupefacto. La planta alta era un verdadero museo de Sendero Luminoso. En un cuarto había mapas y exaltadas descripciones gráficas de los primeros actos terroristas consumados por la organización, así como pinturas y objetos de artesanía con representaciones de atentados. También había varias banderas rojas bordadas -algunas de ellas fimadas por el mismísimo "presidente Gonzalo"- que conmemoraban fechas y acciones importantes de los senderistas.
En una habitación contigua, Jiménez encontró numerosas tarjetas de identidad cuidadosamente archivadas, unas con datos y otras en blanco. Había también cientos de informes de actos, reuniones y acuerdos de Sendero Luminoso, clasificados con mucho esmero, así como unas "cartas de sumisión" dirigidas a Guzmán en las que los nuevos militantes (identificados con sus nombres y direcciones reales) juraban servir a la organización. Una vez firmadas las cartas, era imposible dar marcha atrás.
Los investigadores del GEIN examinaron los documentos y descubrieron que Elvia Sanabria, la mujer de lentes que casi había conseguido engañar a los policías, rendía cuentas directamente a los dirigentes senderistas. Estaba a cargo de la organización de las reuniones del grupo, así de llevar minutas de las mismas. Tenía, además, copia de los archivos de la banda.
Todo esto diseñado con el único fin de arrastrar a jóvenes terroristas a asesinar y morir, pensó Jiménez. La policía antiterrorista peruana nunca vio nada parecido.
El investigador regresó luego a la planta baja.
-Mire mayor -le dijo a uno de los agentes, al tiempo que le mostraba una fotografía que habían encontrado-. Guzmán ha estado aquí. éste es el cuarto donde se tomó la foto que apareció en el Diario.
Era cierto. En 1988, El Diario, periódico de Sendero Luminoso, publicó una obsequiosa "entrevista" con Guzmán, así como una fotografía suya muy retocada. El líder terrorista era fácil de reconocer por el negro pelo relamido y el mofletudo que le había merecido el sobrenombre de "El Cachetón" entre los agentes policiacos. La foto, de mayor tamaño que la publicada en el periódico, revelaba que fue tomada en una de las habitaciones de la casa de Monterrico.
Jiménez estaba eufórico. Casi podía sentir la presencia de Guzmán. Podemos atraparlo, pensó. Le vamos a echar el guante.
Esa noche, en su casa, Mara Chirinos de Jiménez observó detenidamente a su esposo. Tras varios meses de agobiante presión, Benedecito se veía por fin contento, como si le hubieran quitado un enorme peso de encima. Después de todo, los "caza fantasmas" ya habían cazado a los primeros fantasmas.
Las tres palomas
Al poco tiempo los equipos de vigilancia del GEIN, de tres miembros cada uno, volvieron a salir tras la pista de Arana Franco. Varios se apostaron cerca de su casa, y sus oficinas, intervinieron sus teléfonos y lo siguieron a cuanto sitio iba. Mientras creyeran que "Sotil" seguía sin despertar las sospechas de la policía, los senderistas seguramente acudirían a él. Entre tanto, el grupo mantendría la vigilancia. "Hacemos de la paciencia un arte; de la espera, una virtud", solía decir Jiménez.
A mediados de noviembre, tres agentes del grupo siguieron a una sospechosa que vieron salir en coche de una de las oficinas de Arana Franco. La mujer, que se hacía llamar "Lucía", se dirigió a una casa ubicada en el número 265 de la calle Buenavista, donde abrió la cochera y metió el auto. La casa, situada en Chacarilla del Estanque, barrio de clase alta de Lima, estaba resguardada por un muro de ladrillo rojo, enfrente de una esquina de un pequeño parque. Como en todo vecindario de ricos, los merodeadores no pasaban inadvertidos, por lo que era difícil llevar a cabo la tarea de vigilar. Cuando Jiménez les preguntó a varios vecinos si sus hombres podrían subir a sus tejados para "efectuar una vigilancia relacionada con el tráfico de drogas", todos le respondieron que no.
Entonces el investigador desplegó con mucho sigilo una patrulla de "observadores" que se apostaban en coches sin insignias policiales y recorrían a pie todas las calles de acceso al vecindario. Varios de sus agentes se disfrazaron de jardinero que fingían trabajar en el parque, y otros dos se hicieron contratar como guardián de seguridad privados, empleados muy comunes en los barrios de clase alta de la capital peruana. Hicieron tan bien su trabajo, que unos días más tarde un residente les pidió vigilar un almacén de herramientas de su propiedad ubicado en una de las esquinas del parque. Esto les permitió quedarse deambulando por allí hasta varias horas después de que terminaba su jornada.
Jiménez designó también a tres investigadores disfrazados de basureros para que recogieran los desperdicios de las casas de la calle Buenavista y de los llevaran a la oficina del GEIN para examinarlos. Los "basureros" recibieron una inesperada recompensa por su arduo trabajo: en Navidad, los residentes les dieron en gratificaciones más dinero del que ganaban como policías.
Además de Lucía, en el número 265 de la calle Buenavista vivían otras dos mujeres. Los agentes las distinguían llamándolas Paloma Uno, Paloma Dos y Paloma Tres.
En los últimos días de noviembre, los senderistas intensificaron sus ataques a puestos de la policía y del ejército en Lima y otros lugares del país. Ya entiendo, se dijo Jiménez. El 3 de diciembre es el cumpleaños de Guzmán. Como esa fecha siempre había sido importante para Sendero Luminoso, los investigadores. Sospecharon que las habitantes de la casa de la calle Buenavista estaban preparando una celebración.
Alguien sugirió irrumpir en la casa por sorpresa, pero Jiménez se opuso firmemente.
-No estamos seguros de quiénes viven allí -dijo.
Se negaba rotundamente a arrestar a alguien sin tener bases suficientes para hacerlo.
-En los servicios de inteligencia -explicó a sus hombres- se camina a oscuras, con cuidado y casi siempre con lentitud. Sólo el tiempo y el trabajo llevan luz a esa oscuridad.
Cuando eso ocurriera, la investigación por fin daría el resultado que tanto ansiaban el y sus superiores.
A Jiménez le faltaban hombres, pues contaban con menos de 50 policías para vigilar y seguir a más de 60 sospechosos. Con frecuencia tenían que trabajar dos o tres turnos seguidos durante dos o más semanas. Para muchos fue difícil, sobre todo para los que tenían esposa e hijos. Trabajar en las noches y los fines de semana era lo normal, pues los militantes de Sendero Luminoso solían aprovechar esas ocasiones para actuar.
En la última semana de enero de 1991, los agentes del GEIN notaron una actividad anormal en la casa de la calle Buenavista: las Palomas estaban sacando cajas. EL incesante trajín de supuestos senderistas en otros sitios de Lima obligó a intensificar la vigilancia allí también. Era hora de entrar en acción. Jiménez dispuso efectuar la acometida el último día del mes. Sin embargo, sólo pudieron capturar a Paloma Dos, una ex monja llamada Nelly Evans. Las otras dos habían huido varios días antes.
En uno de los sitios donde ejecutaron la operación simultánea, los agentes encontraron una bolsa de plástico que contenía cuatro cintas de vídeo. Una de ellas mostraba numerosas imágenes de Guzmán bailando, bebiendo y posando ceremoniosamente. En otra, el líder aparecía rodeado por todos los miembros del comité central de la organización en la residencia de Monterrico, durante la única asamblea nacional celebrada por Sendero Luminoso, en 1988. Estaban formados de acuerdo con su rango. Ninguno de los agentes del grupo pensó que podrían dar con tan valioso tesoro.
Jiménes se dio cuenta de que las cintas habían sido grabadas por los dirigentes de Sendero Luminoso para documentar algún día su historia oficial. Vaya, vaya, se dijo. A tal grado están seguros de la victoria.
Más tarde, en la oficina del GEIN, el investigador examinó las cintas una y otra vez. El sitio en que habían sido grabadas les parecía conocido. De pronto dio un respingo y exclamó:
-¡Ésta es su asamblea nacional; todo el comité central está reunido allí! ¡Y la otra cinta es de su fiesta de cumpleaños!
Guzmán había estado en la casa de la calle Buenavista el 3 de diciembre, festejando su cumpleaños con al mayoría de los demás dirigentes senderistas. No sabían que estaban rodeados, se dijo Jiménez. ¡Y nosotros no sabíamos a quiénes estábamos cercando!
Ésa fue la primera sorpresa. Tras examinar el resto de las pruebas que habían encontrado, hubo otra: descubrieron que Guzmán permaneció en la casa hasta el 24 de enero, una semana antes de la operación. Luego escapó con Paloma Tres, Elena Iparraguirre, la autoridad suprema en al organización después de él.
Jiménez reunió a sus hombres y trató de poner al mal tiempo buena cara. En realidad, pese al hallazgo de los vídeos, la operación no alcanzó el objetivo planeado. Los agentes no sabían si Guzmán se había ido de Lima definitivamente o si estaba oculto en un escondrijo secreto. Pensaron que quizá nunca lo atraparían.
Los miembros del GEIN habían seguido a un hombre hasta una residencia situada en Monterrico, elegante barrio de Lima donde vivían muchos oficiales de alto rango del ejército. El vecindario tenía vigilancia militar las 24 horas del día. Desconcertado, Jiménez se preguntaba si aquel individuo era un chofer o hijo de algún general incauto.
-Vigílenlo, por si acaso -ordenó a sus hombres.
Entonces dieron con la pista de otro sospechoso: un hombre de estatura media y ligeramente obeso, pero de aspecto refinado. Se llamaba Luis Arana Franco, era ingeniero y vivía con su esposa y una hija en un apartamento de un barrio de clase media de Lima. Gracias a los refuerzos, Jiménez pudo montar vigilancia en la casa del sospechoso y en sus oficinas, así como intervenir sus teléfonos y seguir sus movimientos.
En público, Arana Franco era director de una próspera academia de preparación para aspirantes a ingresar en la universidad. Pero en privado, como descubrió el GEIN al poco tiempo, distribuía fondos a una amplia red de militantes de Sendero Luminoso. "Es el abrevadero del que todos beben", comentó uno de los agentes. Lo apodaban "Sotil", por un ex jugador peruano de fútbol que tenía gran habilidad para pasar el balón en todas direcciones. Mientras Sendero Luminoso necesitara dinero, los militantes seguirían recurriendo a él. Sin embargo, Jiménez se preguntaba si Arana Franco no era más que un distribuidor de fondos mal habidos sin grandes responsabilidades en la organización. Lo frustraba no saber qué tan cerca estaba ese hombre del centro de la telaraña, pero no iba a cejar en su empeño de averiguarlo.
A fines de mayo, cuando llegó la fecha de asestar el golpe, Jiménez reunió a todos sus hombres de los equipos de vigilancia para informarles que debían ejecutar la operación el 1 de junio. Él se dirigía con el grupo principal a un refugio de los senderistas situado en el sur de Lima, donde iban a reunirse los militantes de más alto rango. No arrestarían a Isa, les explicó; era una pieza menor. Y tampoco a "Sotil", el tesorero, pues los senderistas seguramente seguirían acudiendo a él en tanto lo consideraran libre de sospechas.
-Nos es más útil en la calle que tras las rejas -les dijo.
La casa de Monterrico era un misterio. Si por vigilarla acababan enfrentándose con un iracundo general armado, el grupo podría ser disuelto. Así pues, Jiménes decidió enviar solamente a tres agentes policiacos vestidos de civiles.
-Esperen fuera de la casa hasta que alguien abra la puerta -los instruyó-. Y una vez que inmovilicen a esa persona, entren. Si resulta que nos equivocamos, expliquen porqué están allí y ofrezcan disculpas.
Fuera de la residencia de Monterrico, apostados de manera que no pudiesen ser vistos desde las ventanas, los tres agentes del GEIN esperaron nerviosos a que alguien saliera. Por fin oyeron que la puerta de la cochera se abría, y de inmediato corrieron hasta allí. Una mujer de baja estatura y que cojeaba visiblemente se disponía a salir a la calle. Dos de los agentes la sujetaron de los brazos y luego la condujeron a la sala, mientras ella pegaba alaridos. Entonces apareció otra mujer de expresión resuelta que usaba lentes de armazón grueso. A sus espaldas, un hombre evidentemente alterado luchaba por conservar la calma.
-¿Quiénes son ustedes? -gritó la mujer de los lentes-. ¡Lárguense de aquí o llamaré a la policía!
La otra mujer seguía pataleando, rasguñando y gritando, en tanto los agentes explicaban que habían ido en busca de terroristas.
-¡Váyanse ahora mismo o aténganse a las consecuencias! -exigió la de los lentes-. ¡Sé muy bien a quién debo llamar!
Mientras el teniente encargado de la operación empezaba a musitar disculpas, otro de los agentes se puso a mirar alrededor hasta que su vista se posó en la entrada de la cocina. Allí, en una pizarra blanca, vio unas letras rojas parcialmente borradas que decían: "Gran Revolución Cultural Proletaria. ¡Viva el maoísmo!"
-¡Son senderistas! -gritó el policía, al tiempo que desenfundaba su pistola y apuntaba con ella al hombre y a la mujer de los lentes-. ¡Son de Sendero Luminoso!
La otra mujer empezó nuevamente a patalear y gritar, mientras el sujeto hacía el intento de huir. Un minuto después, los tres estaban esposados y mirándose impotentes unos a otros, en tanto los agentes enviaban mensajes por radio a Jiménez.
-¡Mayor, venga aquí de inmediato, por favor! ¡Traiga refuerzos! ¡Necesitamos que nos ayuden!
Treinta minutos después, Jiménez inspeccionaba la casa, estupefacto. La planta alta era un verdadero museo de Sendero Luminoso. En un cuarto había mapas y exaltadas descripciones gráficas de los primeros actos terroristas consumados por la organización, así como pinturas y objetos de artesanía con representaciones de atentados. También había varias banderas rojas bordadas -algunas de ellas fimadas por el mismísimo "presidente Gonzalo"- que conmemoraban fechas y acciones importantes de los senderistas.
En una habitación contigua, Jiménez encontró numerosas tarjetas de identidad cuidadosamente archivadas, unas con datos y otras en blanco. Había también cientos de informes de actos, reuniones y acuerdos de Sendero Luminoso, clasificados con mucho esmero, así como unas "cartas de sumisión" dirigidas a Guzmán en las que los nuevos militantes (identificados con sus nombres y direcciones reales) juraban servir a la organización. Una vez firmadas las cartas, era imposible dar marcha atrás.
Los investigadores del GEIN examinaron los documentos y descubrieron que Elvia Sanabria, la mujer de lentes que casi había conseguido engañar a los policías, rendía cuentas directamente a los dirigentes senderistas. Estaba a cargo de la organización de las reuniones del grupo, así de llevar minutas de las mismas. Tenía, además, copia de los archivos de la banda.
Todo esto diseñado con el único fin de arrastrar a jóvenes terroristas a asesinar y morir, pensó Jiménez. La policía antiterrorista peruana nunca vio nada parecido.
El investigador regresó luego a la planta baja.
-Mire mayor -le dijo a uno de los agentes, al tiempo que le mostraba una fotografía que habían encontrado-. Guzmán ha estado aquí. éste es el cuarto donde se tomó la foto que apareció en el Diario.
Era cierto. En 1988, El Diario, periódico de Sendero Luminoso, publicó una obsequiosa "entrevista" con Guzmán, así como una fotografía suya muy retocada. El líder terrorista era fácil de reconocer por el negro pelo relamido y el mofletudo que le había merecido el sobrenombre de "El Cachetón" entre los agentes policiacos. La foto, de mayor tamaño que la publicada en el periódico, revelaba que fue tomada en una de las habitaciones de la casa de Monterrico.
Jiménez estaba eufórico. Casi podía sentir la presencia de Guzmán. Podemos atraparlo, pensó. Le vamos a echar el guante.
Esa noche, en su casa, Mara Chirinos de Jiménez observó detenidamente a su esposo. Tras varios meses de agobiante presión, Benedecito se veía por fin contento, como si le hubieran quitado un enorme peso de encima. Después de todo, los "caza fantasmas" ya habían cazado a los primeros fantasmas.
Las tres palomas
Al poco tiempo los equipos de vigilancia del GEIN, de tres miembros cada uno, volvieron a salir tras la pista de Arana Franco. Varios se apostaron cerca de su casa, y sus oficinas, intervinieron sus teléfonos y lo siguieron a cuanto sitio iba. Mientras creyeran que "Sotil" seguía sin despertar las sospechas de la policía, los senderistas seguramente acudirían a él. Entre tanto, el grupo mantendría la vigilancia. "Hacemos de la paciencia un arte; de la espera, una virtud", solía decir Jiménez.
A mediados de noviembre, tres agentes del grupo siguieron a una sospechosa que vieron salir en coche de una de las oficinas de Arana Franco. La mujer, que se hacía llamar "Lucía", se dirigió a una casa ubicada en el número 265 de la calle Buenavista, donde abrió la cochera y metió el auto. La casa, situada en Chacarilla del Estanque, barrio de clase alta de Lima, estaba resguardada por un muro de ladrillo rojo, enfrente de una esquina de un pequeño parque. Como en todo vecindario de ricos, los merodeadores no pasaban inadvertidos, por lo que era difícil llevar a cabo la tarea de vigilar. Cuando Jiménez les preguntó a varios vecinos si sus hombres podrían subir a sus tejados para "efectuar una vigilancia relacionada con el tráfico de drogas", todos le respondieron que no.
Entonces el investigador desplegó con mucho sigilo una patrulla de "observadores" que se apostaban en coches sin insignias policiales y recorrían a pie todas las calles de acceso al vecindario. Varios de sus agentes se disfrazaron de jardinero que fingían trabajar en el parque, y otros dos se hicieron contratar como guardián de seguridad privados, empleados muy comunes en los barrios de clase alta de la capital peruana. Hicieron tan bien su trabajo, que unos días más tarde un residente les pidió vigilar un almacén de herramientas de su propiedad ubicado en una de las esquinas del parque. Esto les permitió quedarse deambulando por allí hasta varias horas después de que terminaba su jornada.
Jiménez designó también a tres investigadores disfrazados de basureros para que recogieran los desperdicios de las casas de la calle Buenavista y de los llevaran a la oficina del GEIN para examinarlos. Los "basureros" recibieron una inesperada recompensa por su arduo trabajo: en Navidad, los residentes les dieron en gratificaciones más dinero del que ganaban como policías.
Además de Lucía, en el número 265 de la calle Buenavista vivían otras dos mujeres. Los agentes las distinguían llamándolas Paloma Uno, Paloma Dos y Paloma Tres.
En los últimos días de noviembre, los senderistas intensificaron sus ataques a puestos de la policía y del ejército en Lima y otros lugares del país. Ya entiendo, se dijo Jiménez. El 3 de diciembre es el cumpleaños de Guzmán. Como esa fecha siempre había sido importante para Sendero Luminoso, los investigadores. Sospecharon que las habitantes de la casa de la calle Buenavista estaban preparando una celebración.
Alguien sugirió irrumpir en la casa por sorpresa, pero Jiménez se opuso firmemente.
-No estamos seguros de quiénes viven allí -dijo.
Se negaba rotundamente a arrestar a alguien sin tener bases suficientes para hacerlo.
-En los servicios de inteligencia -explicó a sus hombres- se camina a oscuras, con cuidado y casi siempre con lentitud. Sólo el tiempo y el trabajo llevan luz a esa oscuridad.
Cuando eso ocurriera, la investigación por fin daría el resultado que tanto ansiaban el y sus superiores.
A Jiménez le faltaban hombres, pues contaban con menos de 50 policías para vigilar y seguir a más de 60 sospechosos. Con frecuencia tenían que trabajar dos o tres turnos seguidos durante dos o más semanas. Para muchos fue difícil, sobre todo para los que tenían esposa e hijos. Trabajar en las noches y los fines de semana era lo normal, pues los militantes de Sendero Luminoso solían aprovechar esas ocasiones para actuar.
En la última semana de enero de 1991, los agentes del GEIN notaron una actividad anormal en la casa de la calle Buenavista: las Palomas estaban sacando cajas. EL incesante trajín de supuestos senderistas en otros sitios de Lima obligó a intensificar la vigilancia allí también. Era hora de entrar en acción. Jiménez dispuso efectuar la acometida el último día del mes. Sin embargo, sólo pudieron capturar a Paloma Dos, una ex monja llamada Nelly Evans. Las otras dos habían huido varios días antes.
En uno de los sitios donde ejecutaron la operación simultánea, los agentes encontraron una bolsa de plástico que contenía cuatro cintas de vídeo. Una de ellas mostraba numerosas imágenes de Guzmán bailando, bebiendo y posando ceremoniosamente. En otra, el líder aparecía rodeado por todos los miembros del comité central de la organización en la residencia de Monterrico, durante la única asamblea nacional celebrada por Sendero Luminoso, en 1988. Estaban formados de acuerdo con su rango. Ninguno de los agentes del grupo pensó que podrían dar con tan valioso tesoro.
Jiménes se dio cuenta de que las cintas habían sido grabadas por los dirigentes de Sendero Luminoso para documentar algún día su historia oficial. Vaya, vaya, se dijo. A tal grado están seguros de la victoria.
Más tarde, en la oficina del GEIN, el investigador examinó las cintas una y otra vez. El sitio en que habían sido grabadas les parecía conocido. De pronto dio un respingo y exclamó:
-¡Ésta es su asamblea nacional; todo el comité central está reunido allí! ¡Y la otra cinta es de su fiesta de cumpleaños!
Guzmán había estado en la casa de la calle Buenavista el 3 de diciembre, festejando su cumpleaños con al mayoría de los demás dirigentes senderistas. No sabían que estaban rodeados, se dijo Jiménez. ¡Y nosotros no sabíamos a quiénes estábamos cercando!
Ésa fue la primera sorpresa. Tras examinar el resto de las pruebas que habían encontrado, hubo otra: descubrieron que Guzmán permaneció en la casa hasta el 24 de enero, una semana antes de la operación. Luego escapó con Paloma Tres, Elena Iparraguirre, la autoridad suprema en al organización después de él.
Jiménez reunió a sus hombres y trató de poner al mal tiempo buena cara. En realidad, pese al hallazgo de los vídeos, la operación no alcanzó el objetivo planeado. Los agentes no sabían si Guzmán se había ido de Lima definitivamente o si estaba oculto en un escondrijo secreto. Pensaron que quizá nunca lo atraparían.
El Autor,
Con afecto,
Ruben
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