Fabulas de Jean de la Fontaine
Nada CON EXCESO
Nadie procede con la debida
moderación: en todas las cosas hay que guardar ciertamente temperamento.
¿Lo hacemos así? No: siempre pecamos por carta de más o por carta de menos.
El trigo, rico don de la rubia Ceres, si crece demasiado espeso y lozano,
esquilma la tierra y no grana bien.
Lo mismo pasa a los árboles. Para corregir ese defecto del trigo, permitió Dios
a los carneros que cercenasen la exuberancia de las mieses pródigas.
Echáronse sobre ellas, y tal destrozo
hicieron, que el cielo dio licencia a los lobos para devorar algunas reses.
¿Qué hicieron los lobos? Acabar con todas ellas, y si no acabaron, esa era su
intención. Después el cielo encargó a los hombres que castigasen a aquellas
bestias, y los hombres, a su vez abusaron del divino mandato.
De todos los seres nadie es tan dado a abusar como la raza humana. Chicos y
grandes, todos pueden ser acusados de este defecto. Nadie está exento de él.
“Nada con exceso” es una máxima citada por todos y por nadie observada.
Lección / Moraleja:
“Nada con exceso” es una máxima citada por todos y por nadie
EL LOBO Y EL PERRO FLACO
Habéis visto en otra fábula que
por más que hizo el pececillo, lo echaron a la sartén. Dí a entender entonces
que soltar lo que tenemos en la mano, con la esperanza de atrapar mejor presa,
es gran imprevisión.
El pescador tenía razón; el pececillo hacía bien: cada cual se defiende como
puede. Ahora voy a robustecer lo que entonces sostuve con un nuevo ejemplo.
Cierto lobo, tan torpe como cuerdo fue aquel pescador, encontrando un perro
lejos de poblado, arremetió contra él. Alegó el perro su escualidez:
“Considere vuestra merced, decía, mi estado mísero; aguarde un poco para
llevárseme: mi amo va a casar a su hija única, y claro es que, estando de
bodas, he de engordar aunque no quiera.”
Diole crédito el lobo y lo soltó. Volvió a los pocos días para ver si su perro,
estaba ya de buen año; pero el picarón se hallaba metido en casa, y a través de
una verja le dijo:
“Voy a salir, amigo mío: aguárdanos: ahora mismo estaremos ahí el portero y yo”
El portero era un perrazo enorme, que despachaba a los lobos en un santiamén.
El rapaz se detuvo un momento, y diciendo
después
“dad expresiones al portero,” echó a correr. Era ligero de piernas y también de
cascos. No había aprendido aún bien su oficio de lobo.
EL AGRICULTOR, EL MOLINERO, EL NOTARIO
Un agricultor después de haber
obtenido una excelente cosecha, juntó los granos en varios sacos y los llevó al
molino, su cálculo le indicaba que obtendría como resultado más de diez bolsas
de harina. Dejo los granos al molinero y le dijo:
- Muele el trigo y te pagaré con una de las bolsas de harina.
El molinero aceptó el trato y comenzó con su trabajo. Como resultado obtuvo una
docena de bolsas de harina, y pensó:
- Guardaré unas para mí ya que el agricultor no se dará cuenta. Cuando concluyo
con todo, se retiró a dormir ya que estaba agotado por la labor diaria.
Cuando el agricultor regreso a buscar sus granos molidos y transformados en
fina harina, lo atendió la esposa del molinero, este se sorprendió al ver
solamente ocho bolsas de harina. No quiso molestar a la mujer, así que no hizo
ningún comentario y se retiró del lugar sin dejar la bolsa que había prometido
como pago.
Cuando el molinero, se despertó y se dio cuenta que no estaba la paga por su
trabajo, salió a buscar al agricultor. Cuando lo hubo encontrado, le arrojó
piedras, lo insulto y lo acusó de ladrón. Mientras seguía la contienda, pasó
por el lugar un notario, que se acercó y preguntó: - ¿Por qué apedreas a ese
hombre?
y el molinero respondió:
- ¡Porque no me ha pagado por mi trabajo!, con la bolsa de harina prometida.
A lo que el notario dijo:
-¿Y porque no lo has denunciado a la justicia?
- Porque no podría- dijo el agricultor - ya que él se ha robado cuatro o cinco
de mis bolsas de harina.
Lección / Moraleja:
Quien por su
propia mano hace justicia,
alguna culpa esconde con malicia.
EL águila Y EL Búho
El águila y el búho pusieron fin
a sus querellas y se dieron un abrazo. Juró cada cual respetar los polluelos
del otro.
-"¿Conocéis a los míos?" Pregunto el ave de Minerva.
- No, contestó el águila.
-¡Malo! Replico el pájaro fúnebre: temo por su pellejo; milagro será que se
salven. Como sois rey, en nada reparáis: los monarcas y los dioses todo lo
miden por el mismo rasero. ¡Adiós mis hijuelos, si dais con ellos!
- Enseñádmelos, o explicadme cómo son, y estad seguro de que no he de tocarlos.
- Mis polluelos son bonísimos, gallardos, elegantes: no los hay más lindos en
todo el reino de las aves. Con estas señas no podéis desconocerlos. Recordadlas
bien.
Tuvo cría el Búho, y una tarde que estaba de caza, atisbó nuestra Águila en el
hueco de una roca o en el agujero de una pared ruinosa, que de ello no estoy
seguro, unos animalejos monstruosos, repugnantes, de aire hosco y voz chillona.
"No pueden ser éstos los hijos de mi camarada, dijo el Águila; adentro
pues." Y los engullo sin más ni más.
Al volver a su casa el Búho, sólo encontró las patas. Quejose a los Dioses,
pidioles que castigasen al bandido causante de sus desgracias, y alguien le
dijo.
- "Cúlpate a ti mismo, o por mejor decir a la ley natural que nos hace ver
a los nuestros hermosos, esbeltos y encantadores. Ese retrato hiciste al Águila
de tus hijos: ¿cómo había de reconocerlos?"
EL ASNO
CUBIERTO CON LA PIEL DEL León
Habiéndose cubierto un asno con
la piel de un león, era temido en toda la comarca: animal tan medroso hacía
temblar a los más valientes. Más ¡ay! Asomó a lo mejor la punta de la oreja, y
quedó el engaño bien patente. Vino entonces con la estaca un gañan, y los que
no estaban advertidos del ardid, hacinase cruces al ver que un villano apaleaba
a los Leones.
Mueve el ruido mucha gente, a la que sienta bien este apólogo:
el traje y el equipo es el secreto de su importancia.
EL ASNO Y SU
MAL Compañero
Un caballo joven y desconsiderado
caminaba felizmente, junto a un asno viejo que iba muy cargado por los fardos,
que había cargado su amo, sobre su lomo.
El asno le imploró ayuda a su compañero, le dijo: - Te pido amigo me ayudes a
cargar la mitad de lo que llevo encima, para ti sería como un juego, en cambio
para mí sería un enorme servicio, ya que siento que estoy a punto de
desmayarme.
Pero el caballo, se negó a prestarle ayuda, riéndose del burro. Continuaron
caminando, hasta que el asno no aguanto más y cayó desfallecido.
Al ver esto, el caballo se dio cuenta de lo mal que había actuado y ahora el
amo, quitó toda la carga que transportaba el burro y la colocó encima de él.
Lección / Moraleja:
Es preciso ayudarse mutuamente, porque si falta tu compañero su carga terminara en tu espalda.
EL ASNO Y
SUS AMOS
El asno de un hortelano quejábase
a la fortuna, porque le hacían poner en pie antes del alba.
"Muy temprano cantan los gallos, decía, pero yo soy más tempranero todavía
¿Y para qué? Para llevar hortalizas al mercado. ¡Vaya un asunto interesante
para interrumpirme el sueño!"
Atendió sus clamores la fortuna y le dio otro amo: pasó a manos de un
correjero. Las pieles eran pesadas, ¡y de tan mal olor! La impertinente acémila
echó de menos bien pronto a su primer dueño.
"Cuando él no miraba, decía en sus adentros, atrapaba alguna hoja de col,
sin costarme nada. Aquí no tengo gajes, como no sea algún trancazo."
Consiguió de nuevo cambiar de suerte, y cayó en poder de un carbonero. Pero, no
por eso cesaron las quejas.
"¡Vaya diablo! Exclamo al fin la fortuna: me ocupa más ese jumento que
cien monarcas. ¿Presume ser el único descontento con su suerte? ¿No tengo que
atender más que a él?"
¡Cuánta razón tenía la fortuna! Todos somos así: nadie está conforme con su
condición y estado: nuestra suerte actual parécenos siempre la peor. Fatigamos
al cielo con nuestras demandas, y si Dios nos concede a cada cual lo que le
hemos pedido, aún le armamos nuevo caramillo.
Lección / Moraleja:
Nadie está conforme con su condición y estado:
nuestra suerte actual parécenos siempre la peor.
EL CHISTOSO
Y LOS PESCADOS
Muchos buscan a los chistosos; yo
huyo de ellos. El chiste es un arte que requiere, más que de otro alguno,
mérito superior: a los dicharacheros los hizo Dios para divertir a los tontos.
Introduciré uno de ellos en esta fábula: veremos si logro mi objetivo.
Un chistoso sentábase a la mesa de un rico banquero; y no tenía a su alcance
más que menudos pescadillos; los grandes estaban algo lejos. Tomó, pues de los
pequeños, e hizo como que les hablaba al
oído y atendía a su respuesta. Chocó aquella pantomima a los comensales, y el
chistoso con gran prosopopeya, dijo que estaba con cuidado por un amigo suyo
que había partido para las Indias hacía ya un año, y temía que hubiese naufragado.
Eso era lo que preguntaba a aquellos pececillos; y decíanle todos que no tenían
bastante edad para darle razón; los peces viejos estarían más enterados. ¿Me
permitiréis que interrogue a uno de ellos?
- Yo no sé si cayó en gracia su ocurrencia; lo que sé es que se hizo servir un
monstruo marino, capaz de darle cuenta de todos los náufragos del océano de
cien años a esta parte.
EL CIERVO EN
LA FUENTE
Mirándose un ciervo en el cristal
de una fuente, complacíase de su gallarda cornamenta, y veía a la vez
disgustadísimo la delgadez de sus piernas, que iban a perderse dentro del agua.
"¡Cuan desproporcionadas son mi cabeza y mis pies! Decía, contemplando
dolorido su propia imagen. Supera mi cerviz a los más altos matorrales; pero
las piernas no me honran. "
En esto pensaba, cuando un perro le hace correr en busca de refugio,
dirigiéndose a la selva: sus cuernos, incómodo ornato, le detienen a cada paso
y embarazan los buenos servicios de sus ágiles piernas, a las que fía su salvación.
Desdícese entonces, y reniega del obsequio anual con que le favorece el cielo.
Anteponemos lo bello a lo útil; y lo bello nos daña muchas veces. Aquel ciervo
fatuo criticaba sus piernas, que tan provechosas le eran, para encomiar los
cuernos, que le servían de estorbo.
Lección / Moraleja:
Anteponemos lo bello a lo útil;
y lo bello nos daña muchas veces.
EL CIRIO
Las abejas provienen de la
mansión de los Dioses. Las primeras se instalaron según cuentan, en el monte
Himeto, y se saciaron allí de los dulcísimos tesoros que engendra el soplo de
los céfiros.
Cuando les robaron, la ambrosía que guardaban esas hijas del cielo en las
celdas de su palacio, o para hablar claro, cuando a los panales, desprovistos
de miel, sólo les quedo la cera, comenzó la fabricación de los cirios. Uno de
estos, viendo que la tierra, convertida en ladrillo por la acción del fuego,
resistía las injurias del tiempo, quiso lograr aquel privilegio, y como nuevo
Empedocles (1 condenado al fuego por su insensatez, lanzase al horno.
Mala idea tuvo: aquel Cirio no entendía pizca de filosofía.
Todo es distinto en el mundo: sácate de la cabeza, amigo lector, que los demás
seres sean de la misma pasta que tú: el Empedocles de cera se fundió en las
brasas; tan loco fue como el otro.
(1)Empedocles, no pudiendo comprender las maravillas del Etna, se echó dentro
del volcán, y para que la posteridad no ignorase aquel arrojo, dejó las
sandalias al pie de la montaña.
Con afecto,
Ruben
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