Cuentos de Ivan Turgenev
EL PERRO
Nosotros dos en la habitación, mi perro y yo... Fuera
aúlla una terrible tormenta.
El perro se sienta frente a mí y me mira fijamente a
la cara.
Y yo también miro su rostro.
Parece que quiere decirme algo. Es mudo, no habla, no
se entiende a sí mismo, pero yo lo comprendo.
Comprendo que en este instante vive en él y en mí el
mismo sentimiento, que no hay diferencia entre nosotros. Somos iguales; en cada
uno de nosotros arde y brilla la misma chispa temblorosa.
La muerte desciende con un movimiento de sus anchas y
frías alas...
¡Y el fin!
¿Quién puede discernir entonces qué chispa era la que
brillaba en cada uno de nosotros?
¡No! No somos bestias y hombres que se miran...
Son los ojos de iguales, esos ojos clavados el uno en
el otro.
Y en cada uno de ellos, en la bestia y en el hombre,
la misma vida se acurruca temerosa junto a la otra.
Febrero
de 1878.
MI ADVERSARIO
Tuve un camarada que era mi adversario; no en las
actividades, ni en el servicio, ni en el amor, pero nuestras opiniones nunca
coincidían en ningún tema, y siempre que nos encontrábamos surgían entre
nosotros discusiones interminables.
Discutíamos sobre todo: sobre arte, religión, ciencia,
sobre la vida en la tierra y en el más allá, especialmente sobre la vida en el
más allá.
Era una persona de fe y entusiasmo. Un día me dijo:
“Te ríes de todo; pero si muero antes que tú, vendré a ti desde el otro mundo...
Veremos si entonces te ríes”.
Y, de hecho, murió antes que yo, cuando todavía era
joven; pero los años pasaron y yo había olvidado su promesa, su amenaza.
Una noche estaba acostado en la cama y no podía, ni
quería dormir.
En la habitación no había ni oscuridad ni luz. Me
quedé mirando fijamente el crepúsculo gris.
De pronto, me pareció que entre las dos ventanas
estaba mi adversario, que movía la cabeza lenta y tristemente.
No me asusté, ni siquiera me sorprendí... pero,
incorporándome un poco y apoyándome en un codo, miré con más atención aún la
aparición inesperada.
Éste seguía moviendo la cabeza.
«¿Y bien?», dije al fin, «¿estás triunfante o
arrepentido? ¿Qué es esto, una advertencia o un reproche?... ¿O quieres darme a
entender que te equivocaste, que los dos nos equivocamos? ¿Qué estás
experimentando? ¿Los tormentos del infierno? ¿O la dicha del paraíso? ¡Di una
palabra al menos!»
Pero mi adversario no pronunció un solo sonido y se
limitó, como antes, a mover la cabeza triste y sumisamente.
Me reí...
desapareció.
Febrero
de 1878.
Con afecto,
Ruben
No hay comentarios:
Publicar un comentario