viernes, 10 de enero de 2025

Cuentos : El perro y El adversario

 

Cuentos de Ivan Turgenev



 

EL PERRO



Nosotros dos en la habitación, mi perro y yo... Fuera aúlla una terrible tormenta.

 

El perro se sienta frente a mí y me mira fijamente a la cara.

 

Y yo también miro su rostro.

 

Parece que quiere decirme algo. Es mudo, no habla, no se entiende a sí mismo, pero yo lo comprendo.

 

Comprendo que en este instante vive en él y en mí el mismo sentimiento, que no hay diferencia entre nosotros. Somos iguales; en cada uno de nosotros arde y brilla la misma chispa temblorosa.

 

La muerte desciende con un movimiento de sus anchas y frías alas...

 

¡Y el fin!

 

¿Quién puede discernir entonces qué chispa era la que brillaba en cada uno de nosotros?

 

¡No! No somos bestias y hombres que se miran...

 

Son los ojos de iguales, esos ojos clavados el uno en el otro.

 

Y en cada uno de ellos, en la bestia y en el hombre, la misma vida se acurruca temerosa junto a la otra.

 

Febrero de 1878.

MI ADVERSARIO



Tuve un camarada que era mi adversario; no en las actividades, ni en el servicio, ni en el amor, pero nuestras opiniones nunca coincidían en ningún tema, y ​​siempre que nos encontrábamos surgían entre nosotros discusiones interminables.

 

Discutíamos sobre todo: sobre arte, religión, ciencia, sobre la vida en la tierra y en el más allá, especialmente sobre la vida en el más allá.

 

Era una persona de fe y entusiasmo. Un día me dijo: “Te ríes de todo; pero si muero antes que tú, vendré a ti desde el otro mundo... Veremos si entonces te ríes”.

 

Y, de hecho, murió antes que yo, cuando todavía era joven; pero los años pasaron y yo había olvidado su promesa, su amenaza.

 

Una noche estaba acostado en la cama y no podía, ni quería dormir.

 

En la habitación no había ni oscuridad ni luz. Me quedé mirando fijamente el crepúsculo gris.

 

De pronto, me pareció que entre las dos ventanas estaba mi adversario, que movía la cabeza lenta y tristemente.

 

No me asusté, ni siquiera me sorprendí... pero, incorporándome un poco y apoyándome en un codo, miré con más atención aún la aparición inesperada.

 

Éste seguía moviendo la cabeza.

 

«¿Y bien?», dije al fin, «¿estás triunfante o arrepentido? ¿Qué es esto, una advertencia o un reproche?... ¿O quieres darme a entender que te equivocaste, que los dos nos equivocamos? ¿Qué estás experimentando? ¿Los tormentos del infierno? ¿O la dicha del paraíso? ¡Di una palabra al menos!»

 

Pero mi adversario no pronunció un solo sonido y se limitó, como antes, a mover la cabeza triste y sumisamente.

 

Me reí... desapareció.

 

Febrero de 1878.


Con afecto,

Ruben

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