El Nobel que destapó los ojos al
tercer mundo
El científico irlandés William C.
Campbell recibió el prestigioso premio por descubrir una molécula para tratar
la oncocercosis, un tipo de ceguera endémica en los países más pobres.
Artículo
Luis Meyer
El Nobel que destapó los ojos al tercer mundo
© Nobel Media AB 2015 / Pi Frisk
Una de las mejores maneras de comprobar la humildad de
una persona es cuando le llamas inesperadamente, sin darle tiempo de reacción.
Como el telefonazo que recibió William C. Campbell hace un año de la Fundación
Nobel, que quiso entrevistarle un par de horas después de concederle el
prestigioso premio por el descubrimiento de la avermectina, molécula natural
clave en el tratamiento de la ceguera.
Pregunta: ¿Dónde estaba cuando dieron la noticia?
Respuesta: Durmiendo
P: ¿Cuál fue su primera reacción al enterarse?
R: Pensé: «¡Te estás quedando conmigo!» Pasé mucho
rato haciendo comprobaciones, porque me parecía totalmente inverosímil que yo
ganara el Nobel.
P: ¿Qué sintió cuando supo que era verdad?
R: Pensé en el reconocimiento al trabajo en conjunto,
porque el premio es también para mi compañero de investigación Satoshi Omura. Y
no lo veo como un premio a mi persona, sino a alguien que representa al equipo
de MSD.
William C. Campbell, nacido hace 86 años en Irlanda y
emigrado a Estados Unidos, efectivamente, trabajó y evolucionó como
investigador en esa empresa farmacéutica la mayor parte de su vida: de 1957 a
1990. Y precisamente MSD ha desarrollado, a partir de la avermectina, el
fármaco Mectizan® contra la ceguera. Es también científico emérito en la
Universidad Drew de Madison, de Nueva Jersey, y en 2002 fue elegido miembro de
la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.
Durante las entrevistas que concedió después de
enterarse de que había recibido el Premio Nobel, sin embargo, apenas hizo
menciones a su persona o trayectoria profesional, y aprovechó para dar eco a la
importancia del descubrimiento: «La avermectina ejerce un gran impacto en la
prevención de la oncocercosis en cualquier parte del mundo, pero especialmente
en zonas de pobreza o que han sufrido algún desastre natural [es endémica en
África, Latinoamérica y Yemen], en las que tener falta de visión anula la
productividad o incluso la posibilidad de tener una vida. En definitiva, es un
descubrimiento que da una nueva oportunidad a gente que ha tenido que abandonar
tierras fértiles por culpa de su enfermedad, para que las repueblen y les
saquen partido».
También aprovechó el altavoz que le otorgó el premio
Nobel para criticar la manera en que el ser humano subestima la capacidad
curativa de la naturaleza: «Es como una especie de farmacia con infinidad de
medicamentos aún por descubrir, y deberíamos dedicar más recursos y tiempo a
estudiarlo. El hombre tiene la arrogancia de pensar que puede crear moléculas
al mismo nivel que la naturaleza en cuanto a diversidad, pero es un absurdo: la
naturaleza crea moléculas en las que ni siquiera ha pensado nunca el ser
humano».
Esta es precisamente una de las cruzadas de Campbell,
tanto dentro de la propia farmacéutica donde trabajaba, como de cara al
exterior. Durante los últimos 40 años no ha dejado de escribir artículos que
denuncian esa anomalía en el proceso de creación de fármacos. «Es bueno recibir
el Nobel, porque puedo volver a hablar de esto y que llegue a muchas personas»,
decía por teléfono a la Fundación. Recoger el premio parecía algo secundario
para él, a la vista de cómo terminó la conversación:
P: Gracias, Mr. Campbell, estamos deseando verle en Estocolmo
en diciembre.
R: ¿Cuándo?
P: El 10 de diciembre… Es la ceremonia de los Premios.
R: ¿Cómo? ¿De este año?
P: Eh… Claro.
R: ¿2015?
P: 2015
R: ¡Estás de broma! Oh Dios mío. Vaya shock. Intentaré
ir, por supuesto.
Con afecto,
Ruben
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