Cuentos
Peruanos
“Un
buen libro no es aquel que piensa por ti, sino aquel que te hace pensar." James
McCosh.
El amigo Braulio
Manuel Gonzales Prada
En
ese tiempo yo era un interno de San Carlos. Frisaba en los dieciocho años y
tenia compuestos algunos centenares de versos, sin que se me hubiera ocurrido
publicar ninguno ni confesar a nadie mis aficiones poéticas. Disfrutaba de una
especie de voluptuosidad en creerme un gran poeta inédito. Repentinamente
nacieron en mí los deseos de ver en letras de molde algunos versos míos.
Por
entonces se publicaba en Lima en Lima un semanario ilustrado que gozaba de
mucha popularidad y era leído y comentado los lunes entre los aficionados del
colegio: se llamaba El Lima Ilustrado. Después de leer veinte
veces mi colección de poemas, de comparar su merito y rechazar hoy por malísimo
como lo que ayer había creído muy bueno, concluí por elegir uno, copiarlo en
fino papel y con la mejor de mis letras. Temblando como un reo que se dirige al
patíbulo, me encamine un domingo por la
mañana a la imprenta de El Lima Ilustrado.
Más
de una vez quise regresarme; pero una fuerza secreta me lo impedía.
Con
el sombrero en la mano y haciendo mil reverencias penetre en una habitación
llena de cachivaches, galeras, cajas, tipos de imprenta.
_ ¿El
señor Director? Pregunte queriendo mostrar serenidad, pero temblando.
_Soy
yo, joven. Me dio la respuesta un coloso
de cabellera crespa, color aceitunado, mirada inteligente y modales desembarazados francos. En mangas
de camisa, con un mandil azul, cubierto
de sudor y manchado de tintase ocupaba en colar fajas y pegar
direcciones.
_Me
han encargado le entregue a usted una composición de verso. _Pasemos al
escritorio.
Ahí
se cala las gafas, me quita el papel de las manos y sin sentarse ni acordarse
de convidarme asiento, se pone a leer
con la mayor atención. Era la primera vez que ojos profanos se fijaban
en mis lucubraciones poéticas. Los que no han manejado una pluma no alcanzan
a concebir lo que siente un hombre al ver violada, por decirlo así, la virginidad de su pensamiento.
Yo
seguía, yo espiaba la fisonomía del director para ir adivinando el efecto que
le causaban mis versos: unas veces parecía que se entusiasmaba, otras que me
censuraba acremente.
_Y
¿Quién es el autor? Me dijo concluida la lectura. Me puse a tartamudear, a
querer decir algún nombre supuesto, a murmurar palabras inteligibles, hasta que
concluí por enmudecer y tornarme como
una granada. ¿Cómo se llama usted joven?
_Roque Roca.
_Pues
bien: yo publicare la composición en el próximo número y pondré el nombre de
usted, porque usted es el autor: Se
lo conozco en la cara. ¿Verdad?
No pude negarlo, mucho mas cuando el buen coloso me daba una palmada en el
hombro, me convido asiento y se puso a conversar conmigo como si hubiéramos
sido amigos de muchos años. Al salir de la imprenta, yo habría deseado poseer los millones de Rothschild para elevar una estatua de oro
al director de El Lima Ilustrado.
II
II
Cuando el semanario salió a la luz con mis versos, produjo en San Carlos el efecto de una bomba! Poetam habemus! , grito un muchacho que se acordaba de no haber podido aprender latín. En el comedor, en los patios, en el dormitorio y hasta en la capilla escuchaba yo alguna vocecilla tenaz y burlona que entonaba a gritos o me repetía por lo bajo una estrofa o un verso, un hemistiquio, o un adjetivo de mi composición. La indolencia de un condiscípulo mío llego a tanto que al pedirle el profesor de literatura un ejemplo de versos pareados, indico los siguientes:
El poeta Roque Roca
Echa flores por la boca.
Con
decir que el mismo profesor lanzo una carcajada y me dirigió una pulla, basta
comprender el maravilloso efecto de los
dos pareados: a la media hora los sabía de memoria todo el colegio y andaban
escritos con lápiz negro en las paredes blancas y con polvos blancos en las
pizarras negras. No faltaban variantes como:
El
poeta Roca
Echa coles por la boca;
El poeta Roque Roca
Echa sapos por la boca.
Un
bardo anónimo, no muy versado en la colocación de los acentos, escribió:
El poeta Roque Roca
Es un inconmensurable alcornoque.
Agotada
la paciencia, recurrí a las trompadas; mas como el remedio empeoraba el mal,
acabe por decidir que el partido más cuerdo era no hacerles caso y no volver a
publicar una sola línea.
Solo
encontré una voz amiga. Había un muchacho a quien llamábamos el metafórico,
Por
su manera extraña y alegórica de expresarse El metafórico me llamo a un lado y me
dijo con la mejor buena fe: _Mira no les hagas caso y sigue montando en el
Pegaso: el ruiseñor no responde a los asnos; poeta –aurora, desprecia a los
hombres-coces.
Las
palabras me consolaron, aunque venían de un chiflado. ¡Qué voz no suena dulce y
agradablemente cuando se duele de nuestras desgracias y nos sostiene en
nuestras horas de flaqueza ¡Yo contaba con un amigo de corazón: Braulio Pérez.
Juntos habíamos entrado al colegio,
colegio, seguíamos las mismas asignaturas y durante cinco años habíamos
estudiado en compañía. En cierta ocasión, una enfermedad lo retraso en sus
cursos; yo vele dos o tres meses para que no perdiera el año. ¿Quien sino el
estaría conmigo?
Como
ni palabra me había dicho sobre mis versos ni salido en mi defensa, su conducta
me pareció extraña y le hable con la mayor
franqueza. _ ¿Qué Dices de lo que pasa?
Hombre_ me contestó _ ¿Por qué publicar los
versos sin consultarte con algún
amigo?
_De verás.
_Tu sabes que yo… _Cierto. _Estoy hasta resentido de tu reserva conmigo.
_Lo
hice de pura vergüenza. _Si alguna vez vuelves a publicar algo…
_
¿Publicar? Antes me degüellan.
Mantuve
mi resolución por un mes, y la habría mantenido por mil años, si el director de
El Lima Ilustrado no se hubiera pre aparecido en el
colegio a decirme que se hallaba escaso de originales en verso y que me exigía mi colaboración semanal. Quise
excusarme, pero el hombre _lisonjero_ me comprometió a enviarle cada miércoles
una composición en verso.
Ocurrí
e al amigo Braulio, le conté lo sucedido y le enseñe todo mi cuaderno de versos
para que escogiera los menos malos; pero no logramos quedar de acuerdo; todas
mis inspiraciones le parecían flojas, vulgares, indignas de ver la luz pública
en un semanario donde colaboraban los
primeros literatos de Lima. Imposible sacarle de la frase: “Todas están malas”.
A
escondidas del amigo Braulio, copie los versos que me parecieron mejores y se
los remití al director de El Lima Ilustrado. La tormenta se renovó
con mi segunda publicación; fue amainando con la tercera y cuarta, a la quinta,
las burlas habían disminuido y solo de cuando en cuando algún majadero me
endilgaba los pareados o me dirigía una pulla de mal gusto.
El
único implacable era el amigo Braulio, convertido en mi Aristarco severo, todo
por amistad, como solía repetírmelo.
Apenas recibía el número de El Lima
Ilustrado, se instalaba en un rincón solitario y lápiz en mano, se ensañaba
en la crítica de mis versos: uno era cojo, el otro patilargo; este carecía de
acentos, aquellos tenía demás. En cuanto al fondo, peor que la forma.
_Mira_
me lanzo una de sus expansiones íntimas que solo se concibe en la juventud
mira, el hombre no solo se deshonra con robar y matar, sino también en escribir
malos versos.
A
ladrones o asesinos nos pueden obligar las circunstancias; pero; ¿Qué nos
obliga a ser poetas ridículos?
III
Hacía
dos meses que publicaba yo mis versos, cuando en el mismo semanario, apareció
un nuevo colaborador que firmaba sus composiciones con el seudónimo de Genaro
Latino.
Mi
amigo Braulio empezó a comparar mis versos con los de Genaro Latino.
_Cuando escribas así, tendrás derecho a
publicar _me dijo sin el menor reparo.
Fui
contantemente inmolado en aras de mi rival poético; él era Homero, Virgilio y
Dante; yo un coplero de mala muerte. Cuando mi nombre desapareció de El
Lima Ilustrado
Para
ceder sitio al de Genaro Latino, muchos de mis condiscípulos me reconocieron el
merito de haber admitido mi nulidad
y sabido retirarme a tiempo. Sin embargo, algunos insinuaron que el director del semanario había me había negado la hospitalidad.
Todos
creían envenenarme la bilis con leerme los versos de mi rival, figurándose que
la envidia me devoraba el corazón. Braulio mismo me atacaba ya de frente, y se
le atribuía la paternidad de este nuevo pareado:
Ante Genaro Latino
Roque Roca es un pollino.
Un
día, Braulio triunfante y blandiendo un papel se instala sobre una silla, pide
atención de los oyentes y empieza a leer una silva de Genaro
latino, publicada en el ultimo numero de
El Lima Ilustrado. DE pronto cambia de color, se
muerde los labios, estruja el periódico y lo guarda en el bolsillo. _ ¿Por qué
no sigues leyendo? Le preguntaba una voz estentórea_. Era el Metaforico_! Que
siga, que siga! _exclamaron algunos. Yo
seguire_dijo el Metafórico.
Se
encaramo en la silla que el amigo Braulio acababa de abandonar y leyó:
Nota de la Dirección. Como hay personas que se
atribuyen la paternidad de obras ajenas,
avisamos al público(a riesgo de herir la modestia del autor) que los versos
publicados en
El Lima Ilustrado con el seudónimo de Genaro
Latino son escritos por nuestro antiguo colaborador, el joven estudiante de
jurisprudencia, don Roque Roca
El
amigo Braulio no volvió a dirigirme la palabra.
El
Autor.
Nota editor:
Manuel Gonzales Prada (1848-1918) Ensayista de
vigoroso verbo, su vida y su obra influyeron poderosamente en sucesivas
generaciones del presente siglo. En prosa
escribió artículos, discursos y ensayos en los que criticaba
implacablemente los vicios políticos y sociales del país.
Con
afecto,
Rubén
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