domingo, 16 de febrero de 2020

Vivencias Leonciopradinas





Vivencias del primer leonciopradino como Coronel Director del CMLP

Vivencias de mi paso por el Colegio Militar Leoncio Prado





Antes  de exponer  las vivencias de mi paso por el CMLP, permítanme hacer un preámbulo. Yo, desde niño, siempre quise ser militar. Por el trabajo de mi padre, yo y mis hermanos Benjamín y Juan Artemio, estudiamos en los Maristas, San José de Huacho, Santa Rosa de Sullana (internos); Champagnat de Miraflores; en Arequipa en La Salle, en Trujillo en el Seminario y la escuela de  la aplicación (aquí fui compañero de carpeta de mi entrañable amigo Jorge Torres Vallejo, Brigadier General de la VII Prom).
Al llegar el año 1951, mi hermano Benjamín y mi primo hermano Paco Neyra eran cadetes de la VI, mi madre, (yo era su engreído) no quería que  yo me presentase al Colegio Militar (yo había perdido un año de estudios por enfermedad), recuerdo que dije “¿qué tienen mis hermanos que no tengo yo?… yo, ré… insistí, y mis padres accedieron a que postule al CM, Ingresamos con mi hermano “el Toro García” y una mancha de piuranos como miembros de la VIII. Y es desde este momento  que me permito pergeñar “Las vivencias de mi paso por el glorioso CMLP”.
¿Cómo olvidar el cambio experimentado en nuestras vidas al ingresar a este emblemático Colegio Militar? Desde el primer día de ingreso del mes de abril, cuando formados por secciones en las canchas de fulbito,  nos llevaron al Pabellón Duilio Poggi, donde recibimos nuestras prendas de cama, nuestros uniformes de faena, todos rotos y usados, nuestros zapatos que  no eran el número adecuado,  nuestros artículos higiénicos y nuestros útiles de estudio.  Luego de allí, a la peluquería, “corte militar”.
Pasaban los días; los sábados y domingos recibíamos la visita de nuestros familiares, alegría al recibirlos, y lágrimas al despedirnos. Cómo no recordar con respeto y con cariño a nuestros brillantes profesores, a nuestro director el Crl. Marcial Romero Pardo, excepcional oficial que nos decía: “Ustedes son la elite del mañana y el futuro de la patria”,  a nuestro subdirector TC Víctor Villarán, a nuestro jefe de batallón,  My Gustavo Escudero Molina, así como a nuestros oficiales y suboficiales instructores, Cap José Villalobos, Cap Lidón Herrera, Tte jorge Rocha, Tte Lleopoldo Torres, Tte Enrique Deacon, STe Francisco Beteta, suboficiales Marquina, Montenegro, López Cueto, (ca… Mosca) Avelino Choque, Morales Quea (charro negro), Farfán (pechoe’ lata). Quienes nos inculcaron bajo un régimen académico y militar estricto, el orden, la disciplina, la honestidad, la caballerosidad y un gran amor a la patria. Nuestra primera salida, luciendo orgullosos el uniforme de cadete del Colegio Militar.
Fue el 7 de junio,  Día de la Jura de la Bandera (Plaza Bolognesi, con todas las escuelas militares: Policía Nacional y tropas de Lima), luego: ¡salida general! y aquí, comienzan las anécdotas que como cadete viví en nuestra alma mater. Recuerdo como si fuera ayer que saliendo del comedor, después de la comida, cadetes de 5to año entraron a la cuadra para hacer… ”el manteo”; nos daban  un pedacito de lápiz, nos colocaban dentro de una frazada, jalaban y uno tenía que escribir su nombre al llegar al techo; por supuesto que nadie lo conseguía. Cierta vez, un cadete de 5to año me dio “un papel moneda” de un sol, y me dijo: “¡Perro! tráigame un sandwich de La Perlita y no se olvide de mi vuelto…!” 
Todavía no puedo olvidar cuando nos llevaban a hacer tiro en la playa de la Mar Brava frente al colegio; el tiro era con fusil Mauser Original Peruano cal. 7.65 mm, los sofs ponían unos caballetes de fierro para colocar el arma, el tiro era en posición de pie, la emoción y el temor de agarrar por primera vez un arma de fuego de esas características eran evidentes. Le tocó disparar a uno de nuestros compañeros y, pese a las recomendaciones de nuestros instructores de apoyar bien el arma en el hombro para amortiguar  el retroceso del arma, hizo su primer disparo, cayendo sentado entre las piedras.
Cómo olvidar a nuestro director espiritual, el Padre Harold Griffiths Escardó, sacerdote que se adelantó a su tiempo; un día domingo yo estaba paseando con una amiga por San Isidro por la calle Conquistadores, cerca de la Iglesia del Pilar, en eso para un auto, era el padre Griffiths, que nos invitó a subir a su carro; conversando le dijo a mi amiga: “y cómo se porta este cadete”?, mi  amiga no sabía qué contestarle, luego él nos habló tan bonito, que fue un encuentro muy gratificante.
Yo siempre fui pegado a los reglamentos, por eso nunca tiré contra, pero sí sabía por qué sitios y a qué hora lo hacían los cadetes. Desde que tuve uso de razón me gustó la música, la que fue inculcada por mis padres, por eso pertenecí al coro del colegio que estaba bajo la dirección del profesor Esteban Escobedo. El coro del colegio tenía ganado un gran prestigio, por eso era requerido para participar en diferentes eventos culturales; normalmente perdíamos la salida, porque las actuaciones eran sábados o domingos, pero en compensación teníamos salidas extraordinarias. Antes de salir del colegio nos daban un coctel a base de clara de huevo, para aclarar la garganta. Recuerdo que en una oportunidad teníamos una presentación en una iglesia de San Isidro (no recuerdo el nombre), ese día, estando ya en la iglesia faltó la primera voz, era un cadete que dentro de la melodía debía cantar un solo; comenzó la actuación y llegado el momento yo me lancé a cantar dicha parte. Terminada la presentación el profesor Escobedo se me acerco, me abrazo y, emocionado, me dijo: “bien hecho, cadete García”. Volviendo a lo de la música: con el chino Enrique Wong entonábamos a dúo nuestra música criolla (“Ay, Raquel”). ¿Cómo olvidar las letras de las canciones hechas por algunos de nuestros compañeros, especialmente Mario Migliore… ”en la Perla del Callao, a las orillas del mar, se divisa la silueta del colegio miliar”….”Allí todo es juventud la esperanza del Perú”… y esa otra emblemática… ”mi Leoncio Prado querido” ….”Nunca te podre olvidar”…. ”Porque en tus aulas he vivido”… ”Fueron tres años de mi vida que pasé”… ”En esas cuadras donde la amistad forjé”….”Hoy que de nuevo yo las vuelvo a contemplar, la muchachada del Colegio Militar”…..”Este reencuentro significa para mí”….”Toda la entrega de mi pobre corazón”…”Oigo una diana con emoción”…” “toque de silencio que me parte el corazón”.
Cierta noche del mes de mayo -ya como cadetes de 4to año- entró a la cuadra el oficial de ronda, para verificar si había alguna novedad, buscaba al imaginaria que, seguramente, se habría dormido, prendió la luz  y se escuchó una voz que dijo “¡apaga la luz huevón!” Y voló un zapato; el oficial (me reservo su nombre) mandó…”atención”. Todos de pie al lado de nuestros camarotes escuchamos…..”Haber, cadetes: ¿quién fue el c….d…. S…. m…. que habló y tiró el zapato?”… Silencio total: allí:… no habían delatores (característica de los cadetes del Colegio Militar). Marchando y en pijama nos llevó hasta la Prevención, frente a la efigie de nuestro epónimo para hacerle guardia. 01:00 am; 02:00 am;  03:00 am… Luego, corriendo y tiritando de frío regresamos a nuestro dormitorio, fin del castigo. Sera por eso que un gran porcentaje de cadetes sufrimos de los bronquios.
Nunca podré olvidar la última marcha de campaña programada, la realizamos en la zona de Ancón. (duró 4 días) en esa zona del terreno se montó una operación ofensiva para conquistar un objetivo determinado. Terminada la operación con el triunfo de las fuerzas  del Colegio  y ya de noche en el último día en el vivac  se colocaron los centinelas que deberían dar seguridad al estacionamiento. Varios cadetes abandonamos nuestras carpas y nos dirigimos hacia Ancón que estaba cerca, a celebrar el fin de las maniobras; fueron a buscarnos algunos suboficiales, que, al ver nuestro entusiasmo, terminaron celebrando con nosotros. (¡Qué tiempos aquellos, que ya no volverán!)  El regreso fue en vehículos los cuales nos dejaron por Chucuito, cerca del colegio; al llegar a la Costanera se encontraban nuestros profesores y, abriendo calle,  los cadetes de 4to y 3er año; la banda de músicos del ejercito nos acompañaron tocando marchas militares, entre aplausos ingresamos marchando al colegio, con un nudo en la garganta  y las lágrimas que  rodaban, incontenibles,  por nuestra cara. Hasta aquí son algunas vivencias que me tocó vivir como cadete.
Ahora tengo aquellas que viví como instructor. En el año de 1955 ingresé a la Escuela Militar de Chorrillos, graduándome de oficial con el grado de subteniente de Infantería el año de 1959. En el año de 1964, ya de teniente, fui asignado por primera vez como instructor del CMLP, periplo que se extendió a los años de 1965 y 1966. En esos años estuve bajo el mando de brillantes directores, Crl. Carlos de Souza Ferreyra, Crl. Cesar Diez Canseco Ruiz, que lamentablemente, falleció en los EE.UU. Y el Crl  Alfonso Rivero Winder.
Con la experiencia adquirida en los cuerpos de tropa y los tres años de cadete de nuestro glorioso colegio, aquí van algunas vivencias de esa añorada época. Mi primera actividad como instructor fue dar el curso de monitores a los cadetes del 5to año (XXIX prom). A ellos les hice ver la enorme responsabilidad de tener bajo su mando a cadetes de 4to y 3er año, les inculqué el don de mando que todo superior tiene sobre sus subalternos, les hice saber que como monitores serían guía y ejemplo del batallón de cadetes. Yo tenía una varita de manzano pintada de colores, en cada color había una frase “el elixir de la disciplina”, “el suavecito”, “hay Jalisco no te rajes”, “es la última vez que lo hago”. Bueno… cuando algún cadete cometía una falta y, de acuerdo con la gravedad de esta, entraba a tallar la varita, yo le decía “muy bien cadete”: o “chanta”, o “cuatro privaciones” (desde allí los cadetes de la XX, XXI y XXII me conocen como el Tte. chanta chanta), la respuesta siempre  era: “chanto mi teniente”, pues cuatro privaciones era no salir un mes a la calle.
Cierta vez, a las 1700 hrs. salí del colegio en mi carro, un Volkswagen blanco, me fui a dar una vueltas por el Callao pero, ya a las 18:30 hrs. regresé y me estacioné con las luces apagadas y escuchando música cerca al auditorio, en la Av. La Paz. En la obscuridad, de la pared del colegio cayó un bulto… dos… tres…. y cuatro contreros, yo arranqué mi auto y prendí las luces, distinguiendo a uno de ellos que, corriendo, ya salía de la pista (en esa época, frente al colegio no habían casas, eran terrenos cultivados). Paré y lo llamé por su apellido, diciéndole: ¡y que salgan los otros tres! Salieron de uno en uno; yo les dije: ¿”así que contreros, no?, vamos, suban al carro! Ellos me decían, suplicantes: “mi teniente, no nos eleve parte, nos van a expulsar… le juramos que nunca más lo haremos” -me decían eso y mil disculpas más-. “Vamos a regresar al colegio y ustedes no van a decir una palabra”. Ingresamos y de allí los llevé directamente a la peluquería, me dirigí al peluquero y le dije al peluquero: Manrique, la de los cuatro ceros para estos pendejos… luego les advertí: “si el Crl Director u otro oficial de la plana mayor les preguntan porque están así (cocobolos), ustedes dirán que tenían mucha caspa. ¿entendido?… ¡y no salen hasta que les crezca el pelo! Yo vivía en Miraflores, y sábados y domingos venía al colegio en la noche para ver si estaban (los tenían bien chequeados); ya pelucones me decían: “mi  teniente, usted nos dijo que cuando nos creciese el pelo saldríamos a la calle”. Yo les conteste: “¿yo, ¡cuándo… ¿dónde? Por si acaso… Yo sufro de amnesia”, y ellos…”Ya pues, mi Tte, una salida higiénica”. Terminó su castigo y creo que ellos aprendieron la lección.
Para las olimpiadas entre colegios militares yo era el entrenador del equipo de tiro, entre ellos estaban los cadetes Luis Lastarria, Jorge García Bedoya, Carlos Macedo y otros. Viajamos en los omnibuses del colegio y del Ejército hacia la ciudad de Arequipa; al llegar a Chincha paramos, yo le di plata al cadete García Bedoya y le dije: vaya usted al mercado que estaba allí cerca y compre dos kilos de zanahorias; los hacía comer zanahorias mañana, tarde y noche, ellos me decían: “mi Tte ¿por qué comemos tanta zanahoria?” Y les respondí: ¿”ustedes han visto alguna vez un conejo con anteojos”?, no, mi Tte. Claro pues, la zanahoria es buena para la vista, y como ustedes son del equipo de tiro, tienen que campeonar, y así fue, “campeones con el más alto puntaje”.
Un mes me tocó desempeñar la función de oficial de rancho, tanto de oficiales, profesores, empleados y cadetes. Recuerdo al profesor Ricardo Cazorla que todas las mañanas iba al comedor y le decía a uno de los mayordomos: “Tafur”, sírvame mi café, “negro como la noche” “frío como la muerte” y amargo como mis penas”. Tafur le servía una taza pequeña de esencia de café que nuestro querido profesor la tomaba de un solo trago.
En el año de 1967 ascendí a capitán.  Y me destacaron a la heroica ciudad de Tacna, pero, antes de viajar, me casé con el amor de mi vida, Ritela González Lindley. Después de tres años, de regreso a la capital en el año de 1970, nuevamente fui cambiado a nuestro Colegio Militar. En esta oportunidad serví bajo las órdenes del Crl Reynaldo Sánchez Macchiavello, excelente oficial de quien aprendí muchas cosas positivas para mi carrera. A él le pedí  que me permitiese seguir el curso de paracaidismo, que no lo había podido hacer por diversas razones; el Crl aceptó mi pedido, después de las pruebas de rigor logré ingresar a la Escuela de Paracaidismo del Ejercito. El curso es intenso, yo hacia el curso desde las 06.00 hrs hasta las 14:00 hrs y en las tardes regresaba al colegio para continuar con mi trabajo. Terminado el curso me gradué como paracaidista. Ese año fui el jefe de la XXV. Un día domingo que me encontraba de servicio observé a un cadete que estaba cabizbajo, meditabundo; lo llamé y le dije: “qué pasa, cadete, porque está así”… me contestó: “mi capitán estoy castigado ya más de un mes”. …. ¿Qué habrá hecho usted?, solo le queda cumplir como hombre el castigo impuesto”, “sí, mi capitán: lo que pasa es que tengo mi enamorada y no vaya a ser que me la vayan  a soplar“. En ese momento me acordé de mi época de cadete así que le dije: “muy bien cadete, usted va a salir por orden mía; a él se le iluminaron los ojos, pero yo le advertí: usted va a salir hasta las nueve de la noche, si usted llega un minuto después de esa hora, yo le elevo parte por evadirse del colegio. El cadete llego veinte minutos antes de la hora señalada.
En el mes de setiembre el Crl Director me dio la ingrata misión de llevar a sus casas a cinco cadetes que les habían dado de baja por medida disciplinaria. Subieron al ómnibus con sus cosas; además del chofer iba el suboficial Moscoso y un soldado del piquete del colegio. Al llegar a una calle de Jesús María, los cinco cadetes se escaparon del ómnibus por la puerta de atrás; yo, gorra en mano, el suboficial  Moscoso y el soldado, corrimos tras ellos, se escondieron en una tienda, los dueños del negocio dijeron que allí no estaban, yo les manifesté que se iban a ver involucrados en un proceso judicial por encubridores, así que salieron los excadetes y fue muy triste dejarlos en sus domicilios. De regreso al colegio le di parte al Crl Director de la misión cumplida y del percance que pasamos con dichos excadetes, el Crl… se rió. Estas son algunas vivencias pasadas como instructor.
Pasó el tiempo y en el año de 1985 ascendí al grado de coronel  y es en esta oportunidad, el señor general de División, Germán Ruiz Figueroa, Comandante General del Ejército, y excadete de la Primera Promoción me nombró como Director de nuestro glorioso colegio. Hasta dicho año, nunca la dirección del colegio había sido ocupada por un exalumno, pero Dios y el destino quiso que  yo fuese el primero en ocupar tan honroso cargo y de tan grande responsabilidad  la cual se extendió hasta el año de 1986, que me cupo el honor de dirigir los destinos de la XXXIX, XL, XLI y XLII). En el mes de enero fui reconocido como Director por el Comandante General de la Segunda Región Militar, paseamos por las instalaciones del colegio en su mayoría con una serie de deficiencias, el general me dijo: “¿cuándo cree Ud. que puede pasar la primera visita de comando?”, yo le pedí que fuese en la segunda quincena de marzo, antes del ingreso de los cadetes. En ese entonces más del 40% de congresistas (senadores y diputados) eran exalumnos de nuestro plantel, así como empresarios y directivos de diferentes organismos públicos y privados. El premier era el Dr Luis Alva Castro, excadete de la XIII prom. Desde ese momento me avoqué a pedir la ayuda necesaria para solucionar los problemas existentes. Invité a almorzar a Ernesto Furukawa, de la XXI prom y le pedí que me apoyara en la colocación de los vidrios que faltaban en los diferentes ambientes, él envió a sus ingenieros y me arregló el cien por ciento de lo solicitado, de lo cual le estoy eternamente agradecido. El dueño de pinturas Fast me regaló todo tipo de pinturas con las cuales dejé los ambientes en óptimas condiciones. El jefe del IPD -por gestiones de excadetes-  remodeló las canchas de fulbito y tribunas que están frente del Pabellón Duilio Poggi, se arreglaron camas, roperos, en fin, todos los ambientes para pasar la visita de comando. Realizada esta, nuestro querido colegio lució impecable. Por eso y mucho más doy gracias por tanta generosidad y desprendimiento a quienes me apoyaron, demostrando con ello el cariño que tienen por su alma mater. En el mes de abril me hizo llamar el Comandante General del Ejército, ya en su oficina me dijo: “¿cómo está nuestro colegio, qué apoyo necesitas? Había tantas necesidades materiales por atender que yo tenía previsto solucionarlas en el tiempo, así que le contesté: “mi general, yo quisiera hacer un santuario leonciopradino donde se plasme la vida del Coronel Leoncio Prado y que trascienda para las futuras generaciones de leonciopradinos. Él con una sonrisa me dijo “muy bien”, “dalo por hecho”. A los 15 días se presentó al colegio el general Germán Hamann Carrillo con el ingeniero Reyes, excadetes de la 1ra prom. para ver la construcción del santuario; yo les indiqué el sitio en el Pabellón Central donde estaría el santuario;  bueno, allí se hizo la obra con el profesor del Club de Teatro y en base a documentos históricos, hicimos la secuencia del fusilamiento del Crl Leoncio Prado, en ella participaron oficiales, profesores y cadetes. En mi época de Director, en este sacrosanto lugar, juramentaban los comités de honor. Un día de agosto, en mi primer año de director, se llevó a cabo la ceremonia de entrega de cordones (honor y distinguidos) para aquellos que por sus notas habían obtenido dicho galardón. Frente a la tribuna  llegaron  marchando  los cadetes premiados. El maestro de ceremonias (profesor Julio Black Sánchez) dio inicio al programa; desde mi sitio vi en la formación al cadete del 3er año Carlos Soto Mendoza, fue tal la emoción que sentí, que, rompiendo el protocolo, bajé de la tribuna, cogí un cordón de distinguido, me acerque a él y, con orgullo, se lo puse personalmente, dándole un paternal abrazo, ya que yo soy su padrino de bautizo.
En el mes de mayo invité a mis compañeros de la VIII a pasar en nuestro colegio un fin de semana, con internamiento (viernes, sábado y domingo), con una clase del recuerdo dada por nuestro profesor José Luis Córdova Seguín; una velada literario musical realizada por nosotros mismos y el domingo una misa y desayuno con nuestras familias y salida general. Antes de retirarnos y como un gesto de reconocimiento, los miembros de la VIII dejaron en la cabecera de la cama donde durmieron, un presente con un mensaje para cada cadete (contar lo que pasó en las noches del viernes y sábado fue de novela, lo dejo allí, como una cosa intima de mi promoción). Como un acercamiento entre los padres de familia y el colegio establecí que el día del cumpleaños del cadete, sus padres almorzaran en la mesa de sus hijos, después de lo cual tenían su salida extraordinaria. Dentro de su formación militar los cadetes asistían a los diferentes cuarteles de la Segunda Región Militar en Lima, donde recibían la instrucción militar correspondiente.
Tengo muchas vivencias más de mi paso por el glorioso Colegio Militar Leoncio Prado, vivencias que las guardo como un tesoro en lo más profundo de mi corazón.

Crl EP Juan Eduardo García García  VIII

Con afecto,
Ruben

viernes, 14 de febrero de 2020

Carta de un desesperado de G. Moore Barrionuevo


CARTA DE UN DESESPERADO  de G. Moore Barrionuevo




Lima, 7 de junio de 1935
Señor don Víctor Raúl Haya de la Torre.
Hoy, Día del Ejército, Día de Arica, día de gloria entre los días peruanos más gloriosos, no debiera ser el más indicado para escribirle a usted que no ama nuestras proezas militares y que piensa en el «compañero soldado» sólo para incitarlo a la rebelión. Pero los acontecimientos, la dolorosa ironía de los acontecimientos, han querido que hoy me toque escribirle a usted esta carta.
Se la escribo, para decirle a usted, una vez más -deseo que no sea la última vez- cuán graves daños le ha causado usted al Perú. No se figure usted que voy a hablarle de la sandez doctrinaria del Apra, ni de la inmoralidad de sus dirigentes, ni de la inconsciencia de sus prosélitos multitudinarios. No. Todo eso lo callarnos por sabido.
Le escribo para decirle que, sobre la acción pública de usted, tan breve y tan luctuosa, tan efímera y tan infortunada, pesan dos cargos mortales. Ha suprimido usted a los rebeldes y ha creado asesinos. A los grupos de hombres libres y activos los ha reemplaza­do usted con bandas de facinerosos. La lucha política la ha conver­tido usted en una pavorosa aventura judicial. Ya en el Perú no hay gobiernistas y opositores. Hay delincuentes y víctimas. Ignoro si usted y sus amigos se dan cuenta del horror de este estado de cosas.
Si, por fortuna nuestra, no estuviera, hoy, a la cabeza del gobierno y al frente de los destinos del Perú un hombre sereno y respetable, un hombre honesto y respetuoso, un hombre tranquilo y firme como el presidente Benavides, nos mataríamos en las calles. Todos, compañero, andaríamos o con el puñal al cinto o con la carabina al hombro. Y de esto, es usted el único responsable.
Si hubiese usted logrado corromper a los hombres y convertir en asesinos a varones de treinta años, acaso le perdonásemos su actuación. Es decir, no se la perdonaríamos; pero la comprendería­mos. Por lo menos, se trataría de crímenes de hombres. Pero ha corrompido usted a los niños. Es usted un violador de conciencias adolescentes. Observe usted lo pavoroso que es todo esto.
Para desgracia del Perú, frente a usted surgieron, en época felizmente concluida, otros tan violentos, tan sanguinarios y tan inconscientes como usted. Y el Perú estuvo a punto de convertirse en una batahola de matarifes dentro de un camal. Esto fue muy breve, porque la inmensa mayoría de las conciencias honradas y de los corazones tranquilos, pudo más que la epilepsia creada por usted. Y concluyó la beligerancia que usted produjo.
Pero después de que el presidente Benavides vino a darnos orden y paz, usted y los suyos fueron los primeros en aprovechar los beneficios de la paz y el orden, usted y los suyos insistieron en el asesinato. Es su método político. En usted, la actividad criminal es congénita.
A la cabeza de sus hordas, ha destruido las tradiciones jurídicas del país, ha pisoteado sus recuerdos heroicos, se ha chingado usted en su dignidad civil, ha roto usted su equilibrio político, ha ensuciado usted su nobleza democrática. Nos ha dejado usted, cívica y espiritualmente calatos y sucios.
Si Leguía destruyó el respeto por la función pública y convirtió en portapliegos a los más altos dignatarios del Estado, usted le ha quitado majestad al pueblo, le ha quitado valor a la masa, ha envilecido usted a la multitud.
Y, por reacción inevitable, ha producido usted el encumbramiento de los ricos necios. En el Perú, ya había muerto el becerro de oro, ese animal hediondo y voraz que tanto prosperó con Leguía. Por obra de las artes criminales de usted y de los suyos, el becerro de oro vuelve a lanzar sus balidos mefíticos y otra vez lo vemos en la prensa y en el parlamento, empeñado en asumir la dirección de los espíritus. Dichosamente, oh, compañero, jamás la animalidad se sobrepuso al espíritu.
Por culpa de usted, tenemos que guardar patriótico silencio los que siempre alzamos, bien alta, nuestra voz patriótica. Entre los ricos necios y los asesinos sin hombría, tenemos que quedarnos con los ricos necios. Son cargantes y fastidiosos; pero no atentan contra la vida de nadie. Nos entorpecerán un poco; nos harán un poco grasos y un poco sórdidos; pero no nos envilecerán nunca. Son gentes digestivas a quienes, a la larga, el cerebro les gana la batalla.
A mí, créalo usted, me da mucha pena ver que, por culpa del APRA, es imprescindible que transijamos con la tontería. Pero entre un tonto y un bandido, no duda ningún hombre de bien. Quién sabe si, por culpa de usted, nos sea preciso terminar hasta en algodoneros.
Acaso concluyamos fundando una casa de préstamos. Triste destino para quienes iniciamos nuestra vida pública oyendo voces patricias.
Yo, joven capitán de niños delincuentes, me formé en la política, escuchando al verbo espiritual de Víctor Maúrtua, las leccio­nes de Javier Prado, la obra de Manuel Augusto Olaechea, ese artista del Derecho Civil. Oí la voz de Nicolás de Piérola y le escuché a don Andrés Avelino Cáceres relatar las campañas de la Breña. Yo, joven capitán de niños delincuentes, conversé, durante siete años, casi todos los días, con Manuel González Prada. Los primeros elogios que escuché en mi vida los escribió la pluma magistral y austerísima de Abelardo Gamarra. Mis compañeros de juventud fueron Abraham Valdelomar, Leónides Yerovi, Julio Málaga Grenet, José Carlos Mariátegui, César Falcón. Conspiré junto a Augusto Durand y fui testigo de las tumultuosas campañas cívicas de Guillermo Billinghurst, ese hombre tan saturado de pueblo. Lo implacable de la política lo aprendí en Germán Leguía y Martínez, la circunspección distinguida la vi en Melitón Porras, el empuje audaz e inteligente en Arturo Osores, la caballerosidad y el dandismo en José Carlos Bernales. Yo lo conocí a don Ricardo Palma cuando torcía un cigarrillo de la marca «Perú». Yo he bebido en la fuente del ingenio profundo, sutil, encantador de ese maestro de estadistas y de pensadores que es José Balta.
En el extranjero traté a muchas gentes de igual alcurnia mental. Y ahora, cuando mi juventud termina, llego a mi patria, joven capataz de niños asesinos, a presenciar el horrendo espectáculo del crimen convertido en costumbre. Nunca le perdonaré a usted todo esto. Cuando Piérola hacía sus revoluciones, las hacía con una gallardía, con un empuje, con un romanticismo, con una virilidad que sus mismos adversarios admiraban. Era el Caballero Andante de nuestra política.
Quizá habría sido preferible que nunca lo tomáramos a usted en serio. Pero como usted es megalómano y quiere que lo tomen en serio, se ha convertido en gangster y lo ha conseguido. Ya lo tomamos en serio. Todo lo que cae dentro de las extremas disposi­ciones del Código Penal, es muy serio.
Por culpa de usted, José de la Riva Agüero, ese historiador tan distinguido y erudito, tan heráldico, es personaje político. Por culpa de usted es personaje político don Carlos Arenas Loayza, ese Mefistófeles sin Fausto y que del infierno sólo tiene el color.
Carece usted de heroicidad y de grandeza. Carece usted de aristocracia mental y sicológica. El problema del orden público, siempre tan grave en el Perú, hoy es, ante el crimen, el único problema grave. Ya no podemos ocuparnos en mejorar las institucio­nes y las leyes, las costumbres públicas y los hábitos privados. Apenas nos deja usted tiempo para evitar que nos asesinen. Por culpa de usted se ha creado el conflicto religioso y ha desaparecido la universidad.
Usted podrá creer que un hombre que ha producido tantas calamidades tiene grandeza. Y esto es mentira. Tiene dramaticidad, como la tienen un incendio, un ciclón o un naufragio. Es usted deplorable y dramático como un terremoto. A usted, el Perú nunca podrá darle el poder. Es imposible, así como es imposible que la naturaleza le conceda al huracán la dirección del mundo.
Por culpa de usted, nuestras gentes le han perdido el respeto al Poder Judicial y quieren que retornemos a los amargos y remotísimos tiempos en que los hombres se hacían justicia por su propia mano. Y los que aún respetarnos, Ilusos, al Poder Judicial nada podemos decir. Quizá, también, nos llegue la hora de hacernos la justicia por nuestra propia mano.
Por culpa de usted, uno de los mandatarios más austeros, más correctos -en el buen inglés de la palabra-, más bien intencio­nados que ha tenido el Perú, pasa por el injusto e incalificable trance de estar sometido a amargas y apasionadas disputas. Por culpa de usted, le hemos perdido el respeto a lo respetable. Nos ha envilecido usted en grado verdaderamente aprista.
Cuando pienso en la obra consumada por el aprismo, casi me alegro de que estén bajo tierra los grandes amigos de mi juventud y que duerman el sueño eterno mis grandes maestros. Y me da pena que vivan Manuel Augusto Olaechea, Víctor Maúrtua, Manuel Vicen­te Villarán, Arturo Osores, Melitón Porras. Ha encenegado usted a los niños, ha pervertido usted a los adolescentes, ha entristecido usted a los jóvenes, ha desconsolado usted a los hombres maduros y ha ensombrecido usted los últimos años de los viejos.
Ha detenido usted el progreso democrático y el avance liberal y ha prostituido usted, con perversidad infantil, el sentido marxista. Es usted un andrógino de la política, un indiferenciado de la vida pública. Es usted responsable de que vayamos perdiendo el amor a la justicia, ese amor que fue base de la grandeza de Roma y es base de la grandeza de Inglaterra.
Lo único que le falta a usted es inficionar los espermatozoides a fin de conseguir que de los hijos de nuestros hijos nazcan unos facinerosos. A la mujer, la ha embarcado usted en aventuras varoniles de conspiración y de tramoya pública. Quizá llegue usted a destruir los ovarios de las madres peruanas.
Usted tiene la culpa de que no nos haya sido totalmente posible aplicar la patriótica política financiera del Presidente del Perú. La hemos aplicado nada más que en buena parte. Pero si usted y sus muchachos asesinos no actuasen, los ricos necios no habrían alzado, tan insolentemente, sus voces para oponerse a esa política financiera tan justa y tan exacta y para impedir, felizmente nada más que en parte, su feliz aplicación. Por culpa de usted estamos a punto de que desaparezca la justicia común y la clase media, esas dos grandes conquistas de la civilización en dos mil años de marcha. Cuando la justicia se llama común es porque es para el común de las gentes, porque es justicia de la comunidad; justicia en la cual se refunden los viejos conceptos de la justicia distributiva y de la justicia conmutativa. Cuando la clase se llama media, es porque se ha conseguido el equilibrio de las clases y se ha logrado ese punto fiel donde todos los hombres igualan sus aspiraciones y sus posibilidades. Por culpa de usted, resurgen la plutocracia roñosa y la justicia no igualitaria, es decir, no común.
Mire usted cuantos daños ha producido. Por culpa de usted, yo no puedo decir ahora las tremendas verdades que tanto necesita el Perú. Usted adulteraría esas verdaderas y las convertiría en mentiras. Haría de ellas un vil acto publicitario. Y yo no puedo ni debo ser su colaborador. Mi indignación contra usted llega a este punto: antes que ser su amigo, prefiero ser oligarca. Como no puedo mentir, me callo la boca. Que caigan sobre usted las desdichas provenientes del súbito engreimiento de los tontos y de la repentina prepotencia de los criminales.
Nosotros haremos cuanto esté en nuestras manos para evitar que la tontería y el delito destruyan al Perú. Al Perú, que vale más que usted, aunque solo sea por la razón de que usted es el Perú con signo negativo. Si es verdad que lo inminente se cumple, morirá usted en manos de un niño.
Federico More
Con afecto,
Ruben