Vivencias del primer leonciopradino como Coronel
Director del CMLP
Vivencias de mi paso por el Colegio
Militar Leoncio Prado
Antes de
exponer las vivencias de mi paso por el CMLP, permítanme hacer un
preámbulo. Yo, desde niño, siempre quise ser militar. Por el trabajo de mi
padre, yo y mis hermanos Benjamín y Juan Artemio, estudiamos en los Maristas,
San José de Huacho, Santa Rosa de Sullana (internos); Champagnat de Miraflores;
en Arequipa en La Salle, en Trujillo en el Seminario y la escuela de la
aplicación (aquí fui compañero de carpeta de mi entrañable amigo Jorge Torres
Vallejo, Brigadier General de la VII Prom).
Al llegar el año
1951, mi hermano Benjamín y mi primo hermano Paco Neyra eran cadetes de la VI,
mi madre, (yo era su engreído) no quería que yo me presentase al Colegio
Militar (yo había perdido un año de estudios por enfermedad), recuerdo que dije
“¿qué tienen mis hermanos que no tengo yo?… yo, ré… insistí, y mis padres
accedieron a que postule al CM, Ingresamos con mi hermano “el Toro García” y
una mancha de piuranos como miembros de la VIII. Y es desde este momento
que me permito pergeñar “Las vivencias de mi paso por el glorioso CMLP”.
¿Cómo olvidar el
cambio experimentado en nuestras vidas al ingresar a este emblemático Colegio
Militar? Desde el primer día de ingreso del mes de abril, cuando formados por
secciones en las canchas de fulbito, nos llevaron al Pabellón Duilio
Poggi, donde recibimos nuestras prendas de cama, nuestros uniformes de faena,
todos rotos y usados, nuestros zapatos que
no eran el número adecuado, nuestros artículos higiénicos y nuestros
útiles de estudio. Luego de allí, a la peluquería, “corte militar”.
Pasaban los días;
los sábados y domingos recibíamos la visita de nuestros familiares, alegría al
recibirlos, y lágrimas al despedirnos. Cómo no recordar con respeto y con
cariño a nuestros brillantes profesores, a nuestro director el Crl. Marcial
Romero Pardo, excepcional oficial que nos decía: “Ustedes son la elite del
mañana y el futuro de la patria”, a nuestro subdirector TC Víctor
Villarán, a nuestro jefe de batallón, My Gustavo Escudero Molina, así
como a nuestros oficiales y suboficiales instructores, Cap José Villalobos, Cap
Lidón Herrera, Tte jorge Rocha, Tte Lleopoldo Torres, Tte Enrique Deacon, STe
Francisco Beteta, suboficiales Marquina, Montenegro, López Cueto, (ca… Mosca)
Avelino Choque, Morales Quea (charro negro), Farfán (pechoe’ lata). Quienes nos
inculcaron bajo un régimen académico y militar estricto, el orden, la
disciplina, la honestidad, la caballerosidad y un gran amor a la patria.
Nuestra primera salida, luciendo orgullosos el uniforme de cadete del Colegio
Militar.
Fue el 7 de
junio, Día de la Jura de la Bandera (Plaza Bolognesi, con todas las
escuelas militares: Policía Nacional y tropas de Lima), luego: ¡salida
general! y aquí, comienzan las anécdotas que como cadete viví en nuestra alma
mater. Recuerdo como si fuera ayer que saliendo del comedor, después de la
comida, cadetes de 5to año entraron a la cuadra para hacer… ”el manteo”; nos
daban un pedacito de lápiz, nos colocaban dentro de una frazada, jalaban
y uno tenía que escribir su nombre al llegar al techo; por supuesto que nadie
lo conseguía. Cierta vez, un cadete de 5to año me dio “un papel moneda” de un
sol, y me dijo: “¡Perro! tráigame un sandwich de La Perlita y no se olvide de
mi vuelto…!”
Todavía no puedo
olvidar cuando nos llevaban a hacer tiro en la playa de la Mar Brava frente al
colegio; el tiro era con fusil Mauser Original Peruano cal. 7.65 mm, los sofs
ponían unos caballetes de fierro para colocar el arma, el tiro era en posición
de pie, la emoción y el temor de agarrar por primera vez un arma de fuego de
esas características eran evidentes. Le tocó disparar a uno de nuestros
compañeros y, pese a las recomendaciones de nuestros instructores de apoyar
bien el arma en el hombro para amortiguar el retroceso del arma, hizo su
primer disparo, cayendo sentado entre las piedras.
Cómo olvidar a
nuestro director espiritual, el Padre Harold Griffiths Escardó, sacerdote que
se adelantó a su tiempo; un día domingo yo estaba paseando con una amiga por
San Isidro por la calle Conquistadores, cerca de la Iglesia del Pilar, en eso
para un auto, era el padre Griffiths, que nos invitó a subir a su carro;
conversando le dijo a mi amiga: “y cómo se porta este cadete”?, mi amiga
no sabía qué contestarle, luego él nos habló tan bonito, que fue un encuentro
muy gratificante.
Yo siempre fui
pegado a los reglamentos, por eso nunca tiré contra, pero sí sabía por qué
sitios y a qué hora lo hacían los cadetes. Desde que tuve uso de razón me gustó
la música, la que fue inculcada por mis padres, por eso pertenecí al coro del
colegio que estaba bajo la dirección del profesor Esteban Escobedo. El coro del
colegio tenía ganado un gran prestigio, por eso era requerido para participar
en diferentes eventos culturales; normalmente perdíamos la salida, porque las
actuaciones eran sábados o domingos, pero en compensación teníamos salidas
extraordinarias. Antes de salir del colegio nos daban un coctel a base de clara
de huevo, para aclarar la garganta. Recuerdo que en una oportunidad teníamos
una presentación en una iglesia de San Isidro (no recuerdo el nombre), ese día,
estando ya en la iglesia faltó la primera voz, era un cadete que dentro de la
melodía debía cantar un solo; comenzó la actuación y llegado el momento yo me
lancé a cantar dicha parte. Terminada la presentación el profesor Escobedo se
me acerco, me abrazo y, emocionado, me dijo: “bien hecho, cadete García”.
Volviendo a lo de la música: con el chino Enrique Wong entonábamos a dúo
nuestra música criolla (“Ay, Raquel”). ¿Cómo olvidar las letras de las
canciones hechas por algunos de nuestros compañeros, especialmente Mario
Migliore… ”en la Perla del Callao, a las orillas del mar, se divisa la silueta
del colegio miliar”….”Allí todo es juventud la esperanza del Perú”… y esa otra
emblemática… ”mi Leoncio Prado querido” ….”Nunca te podre olvidar”…. ”Porque en
tus aulas he vivido”… ”Fueron tres años de mi vida que pasé”… ”En esas cuadras
donde la amistad forjé”….”Hoy que de nuevo yo las vuelvo a contemplar, la
muchachada del Colegio Militar”…..”Este reencuentro significa para mí”….”Toda
la entrega de mi pobre corazón”…”Oigo una diana con emoción”…” “toque de
silencio que me parte el corazón”.
Cierta noche del
mes de mayo -ya como cadetes de 4to año- entró a la cuadra el oficial de ronda,
para verificar si había alguna novedad, buscaba al imaginaria que, seguramente,
se habría dormido, prendió la luz y se escuchó una voz que dijo “¡apaga
la luz huevón!” Y voló un zapato; el oficial (me reservo su nombre)
mandó…”atención”. Todos de pie al lado de nuestros camarotes escuchamos…..”Haber,
cadetes: ¿quién fue el c….d…. S…. m…. que habló y tiró el zapato?”… Silencio
total: allí:… no habían delatores (característica de los cadetes del Colegio
Militar). Marchando y en pijama nos llevó hasta la Prevención, frente a la
efigie de nuestro epónimo para hacerle guardia. 01:00 am; 02:00 am; 03:00
am… Luego, corriendo y tiritando de frío regresamos a nuestro dormitorio, fin
del castigo. Sera por eso que un gran porcentaje de cadetes sufrimos de los
bronquios.
Nunca podré olvidar
la última marcha de campaña programada, la realizamos en la zona de Ancón.
(duró 4 días) en esa zona del terreno se montó una operación ofensiva para
conquistar un objetivo determinado. Terminada la operación con el triunfo de
las fuerzas del Colegio y ya de noche en el último día en el
vivac se colocaron los centinelas que deberían dar seguridad al
estacionamiento. Varios cadetes abandonamos nuestras carpas y nos dirigimos
hacia Ancón que estaba cerca, a celebrar el fin de las maniobras; fueron a
buscarnos algunos suboficiales, que, al ver nuestro entusiasmo, terminaron
celebrando con nosotros. (¡Qué tiempos aquellos, que ya no volverán!) El
regreso fue en vehículos los cuales nos dejaron por Chucuito, cerca del
colegio; al llegar a la Costanera se encontraban nuestros profesores y,
abriendo calle, los cadetes de 4to y 3er año; la banda de músicos del
ejercito nos acompañaron tocando marchas militares, entre aplausos ingresamos
marchando al colegio, con un nudo en la garganta y las lágrimas que
rodaban, incontenibles, por nuestra cara. Hasta aquí son algunas
vivencias que me tocó vivir como cadete.
Ahora tengo
aquellas que viví como instructor. En el año de 1955 ingresé a la Escuela
Militar de Chorrillos, graduándome de oficial con el grado de subteniente de Infantería
el año de 1959. En el año de 1964, ya de teniente, fui asignado por primera vez
como instructor del CMLP, periplo que se extendió a los años de 1965 y 1966. En
esos años estuve bajo el mando de brillantes directores, Crl. Carlos de Souza
Ferreyra, Crl. Cesar Diez Canseco Ruiz, que lamentablemente, falleció en los
EE.UU. Y el Crl Alfonso Rivero Winder.
Con la experiencia
adquirida en los cuerpos de tropa y los tres años de cadete de nuestro glorioso
colegio, aquí van algunas vivencias de esa añorada época. Mi primera actividad
como instructor fue dar el curso de monitores a los cadetes del 5to año (XXIX
prom). A ellos les hice ver la enorme responsabilidad de tener bajo su mando a
cadetes de 4to y 3er año, les inculqué el don de mando que todo superior tiene
sobre sus subalternos, les hice saber que como monitores serían guía y ejemplo
del batallón de cadetes. Yo tenía una varita de manzano pintada de colores, en
cada color había una frase “el elixir de la disciplina”, “el suavecito”, “hay
Jalisco no te rajes”, “es la última vez que lo hago”. Bueno… cuando algún
cadete cometía una falta y, de acuerdo con la gravedad de esta, entraba a
tallar la varita, yo le decía “muy bien cadete”: o “chanta”, o “cuatro
privaciones” (desde allí los cadetes de la XX, XXI y XXII me conocen como el
Tte. chanta chanta), la respuesta siempre era: “chanto mi teniente”, pues
cuatro privaciones era no salir un mes a la calle.
Cierta vez, a las
1700 hrs. salí del colegio en mi carro, un Volkswagen blanco, me fui a dar una
vueltas por el Callao pero, ya a las 18:30 hrs. regresé y me estacioné con las
luces apagadas y escuchando música cerca al auditorio, en la Av. La Paz. En la
obscuridad, de la pared del colegio cayó un bulto… dos… tres…. y cuatro
contreros, yo arranqué mi auto y prendí las luces, distinguiendo a uno de ellos
que, corriendo, ya salía de la pista (en esa época, frente al colegio no habían
casas, eran terrenos cultivados). Paré y lo llamé por su apellido, diciéndole:
¡y que salgan los otros tres! Salieron de uno en uno; yo les dije: ¿”así que
contreros, no?, vamos, suban al carro! Ellos me decían, suplicantes: “mi
teniente, no nos eleve parte, nos van a expulsar… le juramos que nunca más lo
haremos” -me decían eso y mil disculpas más-. “Vamos a regresar al colegio y
ustedes no van a decir una palabra”. Ingresamos y de allí los llevé
directamente a la peluquería, me dirigí al peluquero y le dije al peluquero:
Manrique, la de los cuatro ceros para estos pendejos… luego les advertí: “si el
Crl Director u otro oficial de la plana mayor les preguntan porque están así
(cocobolos), ustedes dirán que tenían mucha caspa. ¿entendido?… ¡y no salen
hasta que les crezca el pelo! Yo vivía en Miraflores, y sábados y domingos
venía al colegio en la noche para ver si estaban (los tenían bien chequeados);
ya pelucones me decían: “mi teniente, usted nos dijo que cuando nos
creciese el pelo saldríamos a la calle”. Yo les conteste: “¿yo, ¡cuándo…
¿dónde? Por si acaso… Yo sufro de amnesia”, y ellos…”Ya pues, mi Tte, una
salida higiénica”. Terminó su castigo y creo que ellos aprendieron la lección.
Para las olimpiadas
entre colegios militares yo era el entrenador del equipo de tiro, entre ellos
estaban los cadetes Luis Lastarria, Jorge
García Bedoya, Carlos Macedo y otros. Viajamos en los omnibuses del colegio
y del Ejército hacia la ciudad de Arequipa; al llegar a Chincha paramos, yo le
di plata al cadete García Bedoya y le dije: vaya usted al mercado que estaba
allí cerca y compre dos kilos de zanahorias; los hacía comer zanahorias mañana,
tarde y noche, ellos me decían: “mi Tte ¿por qué comemos tanta zanahoria?” Y
les respondí: ¿”ustedes han visto alguna vez un conejo con anteojos”?, no, mi
Tte. Claro pues, la zanahoria es buena para la vista, y como ustedes son del
equipo de tiro, tienen que campeonar, y así fue, “campeones con el más alto
puntaje”.
Un mes me tocó
desempeñar la función de oficial de rancho, tanto de oficiales, profesores,
empleados y cadetes. Recuerdo al profesor Ricardo Cazorla que todas las mañanas
iba al comedor y le decía a uno de los mayordomos: “Tafur”, sírvame mi café,
“negro como la noche” “frío como la muerte” y amargo como mis penas”. Tafur le
servía una taza pequeña de esencia de café que nuestro querido profesor la
tomaba de un solo trago.
En el año de 1967
ascendí a capitán. Y me destacaron a la heroica ciudad de Tacna, pero,
antes de viajar, me casé con el amor de mi vida, Ritela González Lindley.
Después de tres años, de regreso a la capital en el año de 1970, nuevamente fui
cambiado a nuestro Colegio Militar. En esta oportunidad serví bajo las órdenes
del Crl Reynaldo Sánchez Macchiavello, excelente oficial de quien aprendí
muchas cosas positivas para mi carrera. A él le pedí que me permitiese
seguir el curso de paracaidismo, que no lo había podido hacer por diversas
razones; el Crl aceptó mi pedido, después de las pruebas de rigor logré
ingresar a la Escuela de Paracaidismo del Ejercito. El curso es intenso, yo
hacia el curso desde las 06.00 hrs hasta las 14:00 hrs y en las tardes
regresaba al colegio para continuar con mi trabajo. Terminado el curso me
gradué como paracaidista. Ese año fui el jefe de la XXV. Un día domingo que me
encontraba de servicio observé a un cadete que estaba cabizbajo, meditabundo;
lo llamé y le dije: “qué pasa, cadete, porque está así”… me contestó: “mi
capitán estoy castigado ya más de un mes”. …. ¿Qué habrá hecho usted?, solo le
queda cumplir como hombre el castigo impuesto”, “sí, mi capitán: lo que pasa es
que tengo mi enamorada y no vaya a ser que me la vayan a soplar“. En ese
momento me acordé de mi época de cadete así que le dije: “muy bien cadete,
usted va a salir por orden mía; a él se le iluminaron los ojos, pero yo le
advertí: usted va a salir hasta las nueve de la noche, si usted llega un minuto
después de esa hora, yo le elevo parte por evadirse del colegio. El cadete
llego veinte minutos antes de la hora señalada.
En el mes de
setiembre el Crl Director me dio la ingrata misión de llevar a sus casas a
cinco cadetes que les habían dado de baja por medida disciplinaria. Subieron al
ómnibus con sus cosas; además del chofer iba el suboficial Moscoso y un soldado
del piquete del colegio. Al llegar a una calle de Jesús María, los cinco
cadetes se escaparon del ómnibus por la puerta de atrás; yo, gorra en mano, el
suboficial Moscoso y el soldado, corrimos tras ellos, se escondieron en
una tienda, los dueños del negocio dijeron que allí no estaban, yo les
manifesté que se iban a ver involucrados en un proceso judicial por
encubridores, así que salieron los excadetes y fue muy triste dejarlos en sus
domicilios. De regreso al colegio le di parte al Crl Director de la misión
cumplida y del percance que pasamos con dichos excadetes, el Crl… se rió. Estas
son algunas vivencias pasadas como instructor.
Pasó el tiempo y en
el año de 1985 ascendí al grado de coronel y es en esta oportunidad, el
señor general de División, Germán Ruiz Figueroa, Comandante General del
Ejército, y excadete de la Primera Promoción me nombró como Director de nuestro
glorioso colegio. Hasta dicho año, nunca la dirección del colegio había sido
ocupada por un exalumno, pero Dios y el destino quiso que yo fuese el
primero en ocupar tan honroso cargo y de tan grande responsabilidad la
cual se extendió hasta el año de 1986, que me cupo el honor de dirigir los destinos
de la XXXIX, XL, XLI y XLII). En el mes de enero fui reconocido como Director
por el Comandante General de la Segunda Región Militar, paseamos por las
instalaciones del colegio en su mayoría con una serie de deficiencias, el
general me dijo: “¿cuándo cree Ud. que puede pasar la primera visita de
comando?”, yo le pedí que fuese en la segunda quincena de marzo, antes del
ingreso de los cadetes. En ese entonces más del 40% de congresistas (senadores
y diputados) eran exalumnos de nuestro plantel, así como empresarios y
directivos de diferentes organismos públicos y privados. El premier era el Dr
Luis Alva Castro, excadete de la XIII prom. Desde ese momento me avoqué a pedir
la ayuda necesaria para solucionar los problemas existentes. Invité a almorzar
a Ernesto Furukawa, de la XXI prom y le pedí que me apoyara en la colocación de
los vidrios que faltaban en los diferentes ambientes, él envió a sus ingenieros
y me arregló el cien por ciento de lo solicitado, de lo cual le estoy
eternamente agradecido. El dueño de pinturas Fast me regaló todo tipo de
pinturas con las cuales dejé los ambientes en óptimas condiciones. El jefe del
IPD -por gestiones de excadetes- remodeló las canchas de fulbito y
tribunas que están frente del Pabellón Duilio Poggi, se arreglaron camas,
roperos, en fin, todos los ambientes para pasar la visita de comando. Realizada
esta, nuestro querido colegio lució impecable. Por eso y mucho más doy gracias
por tanta generosidad y desprendimiento a quienes me apoyaron, demostrando con
ello el cariño que tienen por su alma mater. En el mes de abril me hizo llamar
el Comandante General del Ejército, ya en su oficina me dijo: “¿cómo está
nuestro colegio, qué apoyo necesitas? Había tantas necesidades materiales por
atender que yo tenía previsto solucionarlas en el tiempo, así que le contesté:
“mi general, yo quisiera hacer un santuario leonciopradino donde se plasme la
vida del Coronel Leoncio Prado y que trascienda para las futuras generaciones
de leonciopradinos. Él con una sonrisa me dijo “muy bien”, “dalo por hecho”. A
los 15 días se presentó al colegio el general Germán Hamann Carrillo con el
ingeniero Reyes, excadetes de la 1ra prom. para ver la construcción del
santuario; yo les indiqué el sitio en el Pabellón Central donde estaría el
santuario; bueno, allí se hizo la obra con el profesor del Club de Teatro
y en base a documentos históricos, hicimos la secuencia del fusilamiento del
Crl Leoncio Prado, en ella participaron oficiales, profesores y cadetes. En mi
época de Director, en este sacrosanto lugar, juramentaban los comités de honor.
Un día de agosto, en mi primer año de director, se llevó a cabo la ceremonia de
entrega de cordones (honor y distinguidos) para aquellos que por sus notas
habían obtenido dicho galardón. Frente a la tribuna llegaron
marchando los cadetes premiados. El maestro de ceremonias (profesor Julio
Black Sánchez) dio inicio al programa; desde mi sitio vi en la formación al
cadete del 3er año Carlos Soto Mendoza, fue tal la emoción que sentí, que,
rompiendo el protocolo, bajé de la tribuna, cogí un cordón de distinguido, me
acerque a él y, con orgullo, se lo puse personalmente, dándole un paternal
abrazo, ya que yo soy su padrino de bautizo.
En el mes de mayo
invité a mis compañeros de la VIII a pasar en nuestro colegio un fin de semana,
con internamiento (viernes, sábado y domingo), con una clase del recuerdo dada
por nuestro profesor José Luis Córdova Seguín; una velada literario musical
realizada por nosotros mismos y el domingo una misa y desayuno con nuestras familias
y salida general. Antes de retirarnos y como un gesto de reconocimiento, los
miembros de la VIII dejaron en la cabecera de la cama donde durmieron, un
presente con un mensaje para cada cadete (contar lo que pasó en las noches del
viernes y sábado fue de novela, lo dejo allí, como una cosa intima de mi
promoción). Como un acercamiento entre los padres de familia y el colegio
establecí que el día del cumpleaños del cadete, sus padres almorzaran en la
mesa de sus hijos, después de lo cual tenían su salida extraordinaria. Dentro
de su formación militar los cadetes asistían a los diferentes cuarteles de la
Segunda Región Militar en Lima, donde recibían la instrucción militar
correspondiente.
Tengo muchas
vivencias más de mi paso por el glorioso Colegio Militar Leoncio Prado,
vivencias que las guardo como un tesoro en lo más profundo de mi corazón.
Crl EP Juan Eduardo García
García VIII
Con afecto,
Ruben
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