La Tragedia de los Andes
A 50 años del accidente del Avión 571
de la Fuerza Aérea Uruguaya
Por
Héctor Alarcón Carrasco -24/07/2022
En octubre de 2022 se
cumplen 50 años de la Tragedia de los Andes, el accidente del avión 571 de la
Fuerza Aérea Uruguaya que cayó en la cordillera con 45 pasajeros. 72 Días más
tarde fueron rescatados 16 sobrevivientes, víctimas del inmenso drama humano de
haber tenido que permanecer aislados y sin posibilidades de conseguir
alimentación. Esta es la historia conocida como La Tragedia de los Andes.
Cuando aquella tarde del
día viernes 13 de octubre de 1972, el grupo de jóvenes deportistas uruguayos
del equipo Old Christians pertenecientes al colegio Stella Maris de Montevideo
subió presuroso las escaleras del Fairchild 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya
(FAU), no imaginó que a contar desde ese día y en el transcurso de los meses
iban a estar en la cima de la noticia mundial.
Fairchild UA 571 de la FAU. El avión uruguayo caído en
los Andes
Debemos precisar que los acontecimientos que se
precipitarán poco más de una hora más tarde, sólo adquirirán real importancia
para el mundo 72 días más adelante, cuando 16 sobrevivientes de este vuelo sean
rescatados por la Fuerza Aérea de Chile en un proceso sin precedentes en la historia
de la aeronáutica mundial.
El Fairchild 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya
El avión era un Fairchild, bimotor, ala alta,
turbohélice, construido en Estados Unidos como FH-227D LCD, con matricula
militar FAU-571, que cada dos meses desempeñaba las funciones de avión correo a
nuestro país.
El avión de la Fuerza Aérea Uruguaya despega a Santiago
A esa hora continuaba el
mal tiempo, mismo que les impidió despegar el día anterior vía Cristo Redentor,
por cuya razón deberían volar al sur hasta Malargüe, vía Planchón, Curicó y
Santiago. Una alternativa que les aseguraba el paso sin contratiempos hacia
Chile.
“A las 18:08 GMT, los
equipos de navegación acusaron Malargüe, tan sólo a dos minutos de la posición
estimada por Ferradas (18:06 GMT). Viraje a la derecha por la aerovía UG 17
para alcanzar Curicó a las 18:32 GMT”
Itinerario de despegues y
aterrizajes del avión 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya
JUEVES 12 DE OCTUBRE DE
1972
08:05 HRS. Hora del
Uruguay, despegue desde Aeropuerto Carrasco, con destino Santiago de Chile
14:25 GMT, debido a
fuertes turbulencias en la cordillera, el Crl. Ferraras aterriza en Mendoza a
la espera de buen tiempo.
VIERNES 13 DE OCTUBRE DE
1972
17:18 GMT despega el FAU
571 desde Mendoza con destino a Santiago de Chile, vía Mendoza – Malargüe.
Desde Mendoza el vuelo es transferido al Centro de Control de Área de Santiago,
el que actúa de acuerdo a los informes que los pilotos del FAU 571 entregaban.
El avión, con el copiloto
Lagurara en los controles y el Coronel Ferrada a la derecha a cargo de la
navegación aérea y de las comunicaciones se desplaza sin inconvenientes.
14:18 Hora local de Chile,
sobre el Paso del Planchón. La estimada sobre este Paso era a las 14:24 hora
local. A las 14:24 local reporta sobre Curicó, estimando Angostura a las 14:40
hora local.
14:26 Hora local de Chile
es la última comunicación, siendo luego requerida para planificar su entrada a
la terminal, siendo requerida a lo menos doce veces en la frecuencia radial,
sin obtener respuesta.
Hasta aquí todo parecía ir
normal, pero a sólo tres minutos el piloto comunica estar a la cuadra de Curicó
indicando coloca rumbo Maipú y que se reportará en Angostura. Luego hay un par
de comunicaciones breves y se pierde todo contacto con el FAU-571.
Conforme al procedimiento
usual, la torre de control de Cerrillos pasó la aeronave a la fase de
incertidumbre (INCERFA) a las 14:50 hora local y a las 15:30 se pasó a la fase
de peligro (DETRESFA), comunicando la situación al SAR, Gerencia del Aeropuerto,
Sr. Director de Aeronáutica (DGAC) y Carabineros.
De inmediato un avión Twin
Otter de la FACH que regresaba de Quintero,
salía en dirección al sector de Curicó, al que se unieron en principio
dos aviones de la FACH y uno de Carabineros.
Horas más tarde se realizó
un vasto despliegue de al menos cuatro aviones para la búsqueda entre Santiago
y la pre cordillera de Curicó, apoyados por patrullas de emergencia de
Carabineros y Ejército; además de contactar vía telefónica a Montevideo y
Buenos Aires, con el fin de mantener una fluidez en las operaciones.
Se pierde la pista del avión uruguayo
Pasadas las 18:30 GMT
(14:30 hora local) el avión fue declarado en “Fase de Peligro” por el Centro de
Control de Área de Santiago –Chile-, alertando de inmediato al Servicio de
Búsqueda y Salvamento.
Al día siguiente un total
de 15 aviones recorrían la probable ruta seguida por el FAU N° 571, de los
cuales tres eran argentinos. Vía terrestre lo hacían patrullas de Carabineros,
Ejército y Cuerpo de Socorro Andino. Servía de apoyo una red de comunicaciones
de emergencia de radioaficionados chilenos, argentinos y uruguayos.
Muy pronto se unieron a la
búsqueda familiares llegados desde Uruguay, destacando entre ellos el pintor
Carlos Páez Vilaró, padre de uno de los jóvenes pasajeros del avión, quien
nunca quiso reconocer la probable muerte de su hijo.
La vida en el lugar del accidente del avión uruguayo,
la tragedia de los Andes
Entretanto los pasajeros
del Fairchild 571, comenzaban a vivir la situación que más tarde sería conocida
como La tragedia de los Andes, luego de que a los pocos minutos de “volar sobre
Curicó” (como les había ratificado la tripulación), el avión se había
estrellado contra la montaña, partiéndose en dos y provocando la tragedia total
de sus ocupantes.
La tripulación del avión
que viajaba en la parte delantera falleció entre el primer y segundo día,
quedando los jóvenes estudiantes y pasajeros de entre 18 y 37 años en una
situación desesperada. Virtualmente sin alimentos, con pocas ropas de abrigo,
semienterrados en la nieve, bajo un clima hostil, muchos de ellos heridos, sin
medios de comunicación y creyendo que estaban en algún lugar cercano a Curicó.
Para sobrevivir usaron su
ingenio con lo que tenían a mano. Los asientos, las paredes, los cables, el aluminio,
todo sirvió para alguna función especial, aparte de dar un precario abrigo a
los sobrevivientes.
La Tragedia de los Andes, sobreviviendo en el fuselaje
del avión de los uruguayos caídos en los Andes
Cuando se enteraron por
una pequeña radio que habían encontrado al interior de una maleta, que la
búsqueda se paralizaba, se sintieron desfallecer y fue entonces cuando tomaron
la dura determinación de practicar la antropofagia para poder subsistir. Tres
de ellos no quisieron hacerlo y sucumbieron por el hambre y el frio.
El sobreviviente Roberto Canessa describió la decisión de comerse a los pilotos y sus amigos y familiares muertos:
Nuestro objetivo común era sobrevivir, pero lo que nos faltaba era comida. Hacía tiempo que nos habíamos quedado sin las escasas cosechas que habíamos encontrado en el avión, y no había vegetación ni vida animal a la vista.
Después de unos pocos días, teníamos la sensación de que nuestros propios cuerpos se consumían solo para seguir vivos. En poco tiempo, nos volveríamos demasiado débiles para recuperarnos del hambre.
Sabíamos la respuesta, pero era demasiado terrible para contemplarla. Los cuerpos de nuestros amigos y compañeros de equipo, preservados afuera en la nieve y el hielo, contenían proteínas vitales que podrían ayudarnos a sobrevivir. Pero, ¿podríamos hacerlo?
Durante mucho tiempo, agonizamos. Salí a la nieve y oré a Dios para que me guiara. Sin Su consentimiento, sentí que estaría violando la memoria de mis amigos; que les estaría robando el alma.
Nos preguntábamos si nos estaríamos volviendo locos incluso al contemplar tal cosa. ¿Nos habíamos convertido en brutos salvajes? ¿O era esto lo único sensato que podía hacer? En verdad, estábamos empujando los límites de nuestro miedo.
El grupo sobrevivió al decidir colectivamente comer carne de los cuerpos de sus camaradas muertos. Esta decisión no se tomó a la ligera, ya que la mayoría de los muertos eran compañeros de clase, amigos cercanos o familiares.
Canessa usó vidrios rotos del parabrisas del avión como herramienta de corte. Dio el ejemplo al tragarse la primera tira de carne congelada del tamaño de una cerilla.
Más tarde, varios otros hicieron lo mismo. Al día siguiente, más sobrevivientes comieron la carne que se les ofreció, pero algunos se negaron o no pudieron contenerla.
En sus memorias, Milagro en los Andes: 72 días en la montaña y mi largo viaje a casa (2006), Nando Parrado escribió sobre esta decisión:
A gran altura, las necesidades calóricas del cuerpo son astronómicas... estábamos hambrientos en serio, sin esperanza de encontrar comida, pero nuestro hambre pronto se volvió tan voraz que buscamos de todos modos... una y otra vez, recorrimos el fuselaje en busca de migas y bocados. .
Intentamos comer tiras de cuero arrancadas de piezas de equipaje, aunque sabíamos que los productos químicos con los que habían sido tratados nos harían más daño que bien.
Abrimos los cojines de los asientos con la esperanza de encontrar paja, pero solo encontramos espuma de tapicería no comestible... Una y otra vez, llegué a la misma conclusión: a menos que quisiéramos comer la ropa que llevábamos puesta, aquí no había nada más que aluminio, plástico, hielo, y roca
Parrado protegió los cadáveres de su hermana y su madre, y nunca se los comieron. Secaban la carne al sol, lo que la hacía más apetecible.
Inicialmente, estaban tan asqueados por la experiencia que solo podían comer piel, músculo y grasa. Cuando el suministro de carne disminuyó, también comieron corazones, pulmones e incluso cerebros.
Un par de excursiones por
los alrededores les indicaron que estaban muy débiles, pero aun así días más
tarde tres de ellos quisieron intentar salir del lugar. Se equiparon lo mejor
que pudieron e iniciaron una larga caminata hacia el oeste. Uno se volvería
luego de resentirse demasiado con el viaje, pero los otros dos siguieron
tratando de buscar algún poblado o algunos campesinos que pudieran ayudarlos.
Ya en las primeras
jornadas se percataron que lo que creyeron sería un viaje de un par de días se
prolongaría bastante más. Las montañas se sucedían unas a otras y en algún
momento pensaron que no lo lograrían.
Sin embargo, los deseos de
ayudar a sus compañeros les llevaron a continuar un trayecto que se alargó por
diez duros días, hasta que una tarde cuando ya estaban en el valle, verde, sin
nieve, vieron aparecer un baqueno montado a caballo, al otro lado del río por
cuya orilla transitaban. Luego de algunos gritos lograron que el personaje, que
era el ganadero Sergio Catalán Martínez, entendiera que ellos necesitaban de su
ayuda.
Los uruguayos se encuentran con un arriero chileno
Aquella tarde del
miércoles 20 de diciembre de 1972 el ganadero Sergio Catalán Martínez
transitaba en su caballo por el potrero La Loma, en el bajo El Durazno, sector
de la cordillera conocida con el nombre de “El Perejil”, a orillas del río
Azufre, afluente del Tinguiririca, cuando de improviso sintió gritos que
provenían de la ribera opuesta del río.
Dos hombres a los cuales
no conocía, gesticulaban y hacían señas, pero sus voces eran distorsionadas por
el bravo rumor de la corriente. Más tarde Catalán recordaba que uno de ellos se
arrodilló implorando ayuda. A pesar de que estaban al otro lado del río observó
que eran jóvenes y que se veían “bastante maltrechos, harapientos”, como diría
en algunas entrevistas. A gritos les manifestó que al otro día los iría a ver,
que no tenía problemas para regresar, que trataran de dormir esa noche bajo los
árboles.
Sergio Catalán, el arriero que se encontró con los
uruguayos
Catalán continuó su
marcha, pero durante la noche se quedó pensando en que había algo raro en el
comportamiento de esos individuos, a pesar de que en un primer momento se
imaginó que se trataría de guerrilleros o de una broma; sin embargo, no
cualquier persona podía estar en ese sector, muy lejos de la civilización y
menos en las condiciones en que ellos parecían encontrarse.
Al otro día, alrededor de
las nueve de la mañana regresó al lugar. Ahí permanecían los jóvenes, barbudos,
melenudos, mal vestidos, quienes le hicieron señas solicitando auxilio. Catalán
sacó un lápiz y en papel les escribió lo siguiente:
“Ba a venir luego un
hombre a verlo que le fui a decir, contésteme que quiere (Fdo.) Sergio C.”
Se acercó al río y atando
lápiz y papel con una piedra la lanzó a los desconocidos. Uno de ellos escribió
una nota y luego lápiz y papel volaron de regreso al ganadero.
A pesar de su formación
básica, Catalán comprendió desde el primer momento que estaba ante un formal
pedido de socorro por parte de aquellos muchachos que estaban a una veintena de
metros más allá. En sus manos curtidas por el frio cordillerano y el continuo
bregar con las riendas de su caballo se encontraba ese papel ajado, doblado,
casi sucio que había andado en sus bolsillos durante mucho tiempo, tal vez para
anotar datos de su ganado, pero que ahora contenía la clave para resolver uno
de los accidentes aéreos más enigmáticos acontecidos en ese vasto sector
cordillerano. Poco a poco fue leyendo:
El papel que los uruguayos arrojaron al arriero Sergio
Catalán en el que pedían ayuda
"Vengo de un avión que cayó
en las montañas. Soy uruguayo. Hace diez días estamos caminando. Tengo un amigo
herido arriba. En el avión quedan 14
personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí. No sabemos cómo. No tenemos
comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor no podemos
ni caminar. ¿Dónde estamos «"
No bien termina de leer la
nota, hace señas indicando que va a buscar ayuda y al galope de su caballo se
dirige a su casa de Los Negros, en el valle de Los Maitenes, donde dispone lo
necesario para que sus hombres concurran a prestar ayuda y llevarlos hasta ese
lugar. Entretanto él se dirige a matacaballo hasta El Azufre, por donde pasa la
ruta internacional, allí logra que un camión lo lleve al retén de Carabineros
de Puente Negro, lugar donde arriba a las 13:30 horas.
Cuando el jefe de retén se
enteró del contenido de la nota y del relato que le hacía ese nervioso arriero
sobre la presencia de los desconocidos en su sector, el papel comenzó
virtualmente a quemarle las manos y de inmediato se dirigió en jeep hasta San
Fernando, donde se informó oficialmente al Intendente de la situación.
Entretanto una patrulla de
Carabineros al mando del capitán Leopoldo Vega Courbis iniciaba un rápido
desplazamiento montado hasta el lugar en que se encontraban los sobrevivientes
de la tragedia aérea del FAU-571, los que resultaron ser Fernando Parrado y
Roberto Canessa, quienes habían caminado durante diez días hasta ese lugar para
pedir auxilio para sus camaradas en la cordillera.
En él, lugar el arriero
Juan Farfán, acompañado de dos hombres montados habían logrado ayudar a cruzar
el río Azufre a los desfallecidos caminantes y los habían llevado a unos veinte
kilómetros más abajo, a la casa de Catalán donde les dieron los primeros
alimentos: leche en abundancia, pan y queso fresco, además de un contundente
plato de porotos que los hambrientos muchachos comieron con avidez.
En las últimas horas del
día, pasadas las 22:00 horas, la patrulla de Carabineros llegaba al lugar donde
el practicante Vicente Espinoza, asistente médico de esa institución, les
efectúa el primer examen auscultando visualmente a ambos jóvenes.
Es en esa oportunidad, en
que de inmediato el profesional se percata de la entereza física y moral de los
dos personajes, quienes habiendo perdido alrededor de veinte kilos de peso
debieran presentar un estado anímico muy deteriorado, por lo que empiezan a
surgir las interrogantes sobre la forma en que se alimentaron durante esos
duros setenta días.
La noticia de los sobrevivientes uruguayos sale al
mundo
A las 19:00 horas el
Intendente de Colchagua Guillermo Sepúlveda, luego de que Carabineros le diera
pruebas de que el ganadero Catalán era una persona en la que se podía confiar y
que el mensaje tenía visos de autenticidad, procedió a lanzar al mundo la feliz
nueva del hallazgo de los sobrevivientes del Fairchild 571 de la FAU.
De inmediato el asedio
periodístico no cesó en la Intendencia, Carabineros, el Hospital, el
Regimiento, la radio y toda oficina pública que tuviera algo que ver con este
delicado asunto. La central telefónica de la ciudad no daba abasto recibiendo
llamados desde todas partes del mundo, las radios y la televisión transmitían “flashes”
a cada instante con las últimas noticias sobre el tema, tratando de mantener
cautiva la audiencia que a su vez a cada instante requería mayor información.
A lomo de caballo
Canessa y Parrado son bajados de la montaña
Entre los familiares de
los desaparecidos deportistas nunca se terminó por abandonar la búsqueda de sus
parientes. Padres, hermanos, esposos y amigos se movían entre Santiago, Buenos
Aires y Montevideo buscando la forma de prolongar la búsqueda del desaparecido
avión y sus pasajeros y tripulantes.
El pintor uruguayo Carlos
Páez Vilaró fue uno de los que más energías desplegó en la búsqueda de los
jóvenes, entre los cuales se hallaba su hijo Carlos y fue por eso que ese mismo
día el coronel Enrique Morel Donoso, comandante del Regimiento de Infantería Nº
12 Colchagua, intentó ubicarlo en los momentos en que Páez se hallaba en el
Aeropuerto Pudahuel, a la espera de la salida del vuelo de Aerolíneas
Argentinas. De inmediato pidió el desembarque y se fue rumbo al SAR en
Cerrillos, siguiendo luego hasta San Fernando en el mismo taxi que lo había
traído de Pudahuel.
Cuando a él y otros
familiares se les mostró la nota de los jóvenes que estaban en lo que más tarde
se denominó Campamento Alfa, hubo algunas dudas, las que con el correr de las
horas serían disipadas cuando se supo oficialmente que la patrulla de
Carabineros había tomado contacto con los muchachos Parrado y Canessa.
Entretanto el SAR y la
Fuerza Aérea, rápidamente informados también preparaban sus medios para
realizar una de las más difíciles labores de salvamento la que como se sabría
al momento de arribar al lugar, sería efectuada desde territorio argentino, ya
que el avión no alcanzó a cruzar los Andes y se encontraba en territorio
argentino, siendo lo más significativo que se hallaban a unos 15 kilómetros de
un refugio de montaña de ese país.
El Grupo 10 designó al
Comandante de Escuadrilla Carlos García Monasterio como jefe de la escuadrilla
del SAR que volaría a San Fernando y la que integrarían el Comandante Jorge
Massa, el teniente Mario Ávila la teniente enfermera Wilma Kock y los integrantes
del Cuerpo de Socorro Andino Sergio Díaz, Osvaldo Villegas y Claudio Lucero.
Las malas condiciones
atmosféricas atentaron en todo momento para realizar el salvamento, poniendo en
riesgo toda la operación que sólo con gran pericia y sangre fría se pudo
efectuar en los helicópteros UH-1H a cargo de los comandantes García y Massa, mientras el
teniente Ávila quedaba a la espera de instrucciones para colaborar en caso de
algún accidente provocado por el mal tiempo con que se operaría en la
cordillera.
A pesar del esfuerzo de
los pilotos, las malas condiciones impidieron una buena maniobra en los
momentos del rescate y sólo seis sobrevivientes pudieron ser sacados desde la
cordillera el primer día, más los dos que habían efectuado la caminata. En el
lugar quedó personal especializado que debió pernoctar con el grupo que
evacuaron al día siguiente, cuando las condiciones ya habían mejorado.
La llegada de los primeros
rescatados al Regimiento de San Fernando provocó escenas de profundo
dramatismo, tanto por los rescatados como de parte de sus familiares. El hecho
de sentirse liberados de la terrible cárcel nevada que los había cobijado en
los últimos meses fue algo impresionante para ellos y así lo hacían sentir, sin
tapujos, con el desinhibimiento propio de su juventud. Y era natural. Nadie
podía quedar indiferente de la terrible tragedia de haber tenido que permanecer
durante setenta días en la cordillera, sin apoyo de ninguna índole, donde
faltaba de todo y donde el frio y la nieve iban cobrando poco a poco nuevas
víctimas.
Roberto Canezza Urta
Fernando Parrado Dolgay
Luego de ser revisados en
el hospital de San Fernando se resolvió enviarlos a la Posta Central de
Santiago, donde en definitiva fueron dados de alta conforme a la situación de
cada uno.
El asedio periodístico era
constante, a pesar de la entrevista de prensa que debieron dar una vez que se
hubo bajado al último hombre de la cordillera. La prensa sacó ediciones con reportajes
especiales, las radios y la televisión transmitían a todo el mundo, y a cada
momento se agregaba la nueva declaración de un rescatado aunque sólo hubiera
saludado a los periodistas.
A pesar de la crítica
situación que vivía el país, sin abastecimiento, con un mercado negro
galopante, con un dólar cautivo y con una situación política inestable, las
autoridades no escatimaron esfuerzos para efectuar tanto la búsqueda, como el
rescate final de los deportistas uruguayos.
En San Fernando, Santiago,
el aeropuerto, los chilenos demostraron su aprecio por esos jóvenes
desconocidos que de un día a otro habían irrumpido tan dramáticamente en su
entorno, desatando el interés mundial por su enclaustramiento cordillerano y la
forma en que sobrevivieron durante tantos días.
Después de varios días de recuperación los uruguayos
vuelven a su patria, siendo despedidos en el Aeropuerto Pudahuel
Con afecto,
Ruben