viernes, 26 de mayo de 2023

La Tragedia de los Andes

 

La Tragedia de los Andes








A 50 años del accidente del Avión 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya

Por Héctor Alarcón Carrasco -24/07/2022

En octubre de 2022 se cumplen 50 años de la Tragedia de los Andes, el accidente del avión 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que cayó en la cordillera con 45 pasajeros. 72 Días más tarde fueron rescatados 16 sobrevivientes, víctimas del inmenso drama humano de haber tenido que permanecer aislados y sin posibilidades de conseguir alimentación. Esta es la historia conocida como La Tragedia de los Andes.

 

Cuando aquella tarde del día viernes 13 de octubre de 1972, el grupo de jóvenes deportistas uruguayos del equipo Old Christians pertenecientes al colegio Stella Maris de Montevideo subió presuroso las escaleras del Fairchild 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya (FAU), no imaginó que a contar desde ese día y en el transcurso de los meses iban a estar en la cima de la noticia mundial.

Fairchild UA 571 de la FAU. El avión uruguayo caído en los Andes



Debemos precisar que los acontecimientos que se precipitarán poco más de una hora más tarde, sólo adquirirán real importancia para el mundo 72 días más adelante, cuando 16 sobrevivientes de este vuelo sean rescatados por la Fuerza Aérea de Chile en un proceso sin precedentes en la historia de la aeronáutica mundial.

El Fairchild 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya

El avión era un Fairchild, bimotor, ala alta, turbohélice, construido en Estados Unidos como FH-227D LCD, con matricula militar FAU-571, que cada dos meses desempeñaba las funciones de avión correo a nuestro país.

El avión de la Fuerza Aérea Uruguaya despega a Santiago

A esa hora continuaba el mal tiempo, mismo que les impidió despegar el día anterior vía Cristo Redentor, por cuya razón deberían volar al sur hasta Malargüe, vía Planchón, Curicó y Santiago. Una alternativa que les aseguraba el paso sin contratiempos hacia Chile.

“A las 18:08 GMT, los equipos de navegación acusaron Malargüe, tan sólo a dos minutos de la posición estimada por Ferradas (18:06 GMT). Viraje a la derecha por la aerovía UG 17 para alcanzar Curicó a las 18:32 GMT”

Itinerario de despegues y aterrizajes del avión 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya

JUEVES 12 DE OCTUBRE DE 1972

 

08:05 HRS. Hora del Uruguay, despegue desde Aeropuerto Carrasco, con destino  Santiago de Chile

 

14:25 GMT, debido a fuertes turbulencias en la cordillera, el Crl. Ferraras aterriza en Mendoza a la espera de buen tiempo.

 

VIERNES 13 DE OCTUBRE DE 1972

 

17:18 GMT despega el FAU 571 desde Mendoza con destino a Santiago de Chile, vía Mendoza – Malargüe. Desde Mendoza el vuelo es transferido al Centro de Control de Área de Santiago, el que actúa de acuerdo a los informes que los pilotos del FAU 571 entregaban.

 

El avión, con el copiloto Lagurara en los controles y el Coronel Ferrada a la derecha a cargo de la navegación aérea y de las comunicaciones se desplaza sin inconvenientes.

 

14:18 Hora local de Chile, sobre el Paso del Planchón. La estimada sobre este Paso era a las 14:24 hora local. A las 14:24 local reporta sobre Curicó, estimando Angostura a las 14:40 hora local.

 

14:26 Hora local de Chile es la última comunicación, siendo luego requerida para planificar su entrada a la terminal, siendo requerida a lo menos doce veces en la frecuencia radial, sin obtener respuesta.

 

Hasta aquí todo parecía ir normal, pero a sólo tres minutos el piloto comunica estar a la cuadra de Curicó indicando coloca rumbo Maipú y que se reportará en Angostura. Luego hay un par de comunicaciones breves y se pierde todo contacto con el FAU-571.

 

Conforme al procedimiento usual, la torre de control de Cerrillos pasó la aeronave a la fase de incertidumbre (INCERFA) a las 14:50 hora local y a las 15:30 se pasó a la fase de peligro (DETRESFA), comunicando la situación al SAR, Gerencia del Aeropuerto, Sr. Director de Aeronáutica (DGAC) y Carabineros.

 

De inmediato un avión Twin Otter de la FACH que regresaba de Quintero,  salía en dirección al sector de Curicó, al que se unieron en principio dos aviones de la FACH y uno de Carabineros.

 

Horas más tarde se realizó un vasto despliegue de al menos cuatro aviones para la búsqueda entre Santiago y la pre cordillera de Curicó, apoyados por patrullas de emergencia de Carabineros y Ejército; además de contactar vía telefónica a Montevideo y Buenos Aires, con el fin de mantener una fluidez en las operaciones.

Se pierde la pista del avión uruguayo

Pasadas las 18:30 GMT (14:30 hora local) el avión fue declarado en “Fase de Peligro” por el Centro de Control de Área de Santiago –Chile-, alertando de inmediato al Servicio de Búsqueda y Salvamento.

 

Al día siguiente un total de 15 aviones recorrían la probable ruta seguida por el FAU N° 571, de los cuales tres eran argentinos. Vía terrestre lo hacían patrullas de Carabineros, Ejército y Cuerpo de Socorro Andino. Servía de apoyo una red de comunicaciones de emergencia de radioaficionados chilenos, argentinos y uruguayos.

 

Muy pronto se unieron a la búsqueda familiares llegados desde Uruguay, destacando entre ellos el pintor Carlos Páez Vilaró, padre de uno de los jóvenes pasajeros del avión, quien nunca quiso reconocer la probable muerte de su hijo.

La vida en el lugar del accidente del avión uruguayo, la tragedia de los Andes

Entretanto los pasajeros del Fairchild 571, comenzaban a vivir la situación que más tarde sería conocida como La tragedia de los Andes, luego de que a los pocos minutos de “volar sobre Curicó” (como les había ratificado la tripulación), el avión se había estrellado contra la montaña, partiéndose en dos y provocando la tragedia total de sus ocupantes.

 

La tripulación del avión que viajaba en la parte delantera falleció entre el primer y segundo día, quedando los jóvenes estudiantes y pasajeros de entre 18 y 37 años en una situación desesperada. Virtualmente sin alimentos, con pocas ropas de abrigo, semienterrados en la nieve, bajo un clima hostil, muchos de ellos heridos, sin medios de comunicación y creyendo que estaban en algún lugar cercano a Curicó.



 

Para sobrevivir usaron su ingenio con lo que tenían a mano. Los asientos, las paredes, los cables, el aluminio, todo sirvió para alguna función especial, aparte de dar un precario abrigo a los sobrevivientes.

La Tragedia de los Andes, sobreviviendo en el fuselaje del avión de los uruguayos caídos en los Andes

Cuando se enteraron por una pequeña radio que habían encontrado al interior de una maleta, que la búsqueda se paralizaba, se sintieron desfallecer y fue entonces cuando tomaron la dura determinación de practicar la antropofagia para poder subsistir. Tres de ellos no quisieron hacerlo y sucumbieron por el hambre y el frio.

El sobreviviente Roberto Canessa describió la decisión de comerse a los pilotos y sus amigos y familiares muertos:


Nuestro objetivo común era sobrevivir, pero lo que nos faltaba era comida. Hacía tiempo que nos habíamos quedado sin las escasas cosechas que habíamos encontrado en el avión, y no había vegetación ni vida animal a la vista.


Después de unos pocos días, teníamos la sensación de que nuestros propios cuerpos se consumían solo para seguir vivos. En poco tiempo, nos volveríamos demasiado débiles para recuperarnos del hambre.


Sabíamos la respuesta, pero era demasiado terrible para contemplarla. Los cuerpos de nuestros amigos y compañeros de equipo, preservados afuera en la nieve y el hielo, contenían proteínas vitales que podrían ayudarnos a sobrevivir. Pero, ¿podríamos hacerlo?


Durante mucho tiempo, agonizamos. Salí a la nieve y oré a Dios para que me guiara. Sin Su consentimiento, sentí que estaría violando la memoria de mis amigos; que les estaría robando el alma.


Nos preguntábamos si nos estaríamos volviendo locos incluso al contemplar tal cosa. ¿Nos habíamos convertido en brutos salvajes? ¿O era esto lo único sensato que podía hacer? En verdad, estábamos empujando los límites de nuestro miedo.


El grupo sobrevivió al decidir colectivamente comer carne de los cuerpos de sus camaradas muertos. Esta decisión no se tomó a la ligera, ya que la mayoría de los muertos eran compañeros de clase, amigos cercanos o familiares.


Canessa usó vidrios rotos del parabrisas del avión como herramienta de corte. Dio el ejemplo al tragarse la primera tira de carne congelada del tamaño de una cerilla.


Más tarde, varios otros hicieron lo mismo. Al día siguiente, más sobrevivientes comieron la carne que se les ofreció, pero algunos se negaron o no pudieron contenerla.





En sus memorias, Milagro en los Andes: 72 días en la montaña y mi largo viaje a casa (2006), Nando Parrado escribió sobre esta decisión:


A gran altura, las necesidades calóricas del cuerpo son astronómicas... estábamos hambrientos en serio, sin esperanza de encontrar comida, pero nuestro hambre pronto se volvió tan voraz que buscamos de todos modos... una y otra vez, recorrimos el fuselaje en busca de migas y bocados. .


Intentamos comer tiras de cuero arrancadas de piezas de equipaje, aunque sabíamos que los productos químicos con los que habían sido tratados nos harían más daño que bien.


Abrimos los cojines de los asientos con la esperanza de encontrar paja, pero solo encontramos espuma de tapicería no comestible... Una y otra vez, llegué a la misma conclusión: a menos que quisiéramos comer la ropa que llevábamos puesta, aquí no había nada más que aluminio, plástico, hielo, y roca





Parrado protegió los cadáveres de su hermana y su madre, y nunca se los comieron. Secaban la carne al sol, lo que la hacía más apetecible.


Inicialmente, estaban tan asqueados por la experiencia que solo podían comer piel, músculo y grasa. Cuando el suministro de carne disminuyó, también comieron corazones, pulmones e incluso cerebros.

 

Un par de excursiones por los alrededores les indicaron que estaban muy débiles, pero aun así días más tarde tres de ellos quisieron intentar salir del lugar. Se equiparon lo mejor que pudieron e iniciaron una larga caminata hacia el oeste. Uno se volvería luego de resentirse demasiado con el viaje, pero los otros dos siguieron tratando de buscar algún poblado o algunos campesinos que pudieran ayudarlos.

 

Ya en las primeras jornadas se percataron que lo que creyeron sería un viaje de un par de días se prolongaría bastante más. Las montañas se sucedían unas a otras y en algún momento pensaron que no lo lograrían.

 

Sin embargo, los deseos de ayudar a sus compañeros les llevaron a continuar un trayecto que se alargó por diez duros días, hasta que una tarde cuando ya estaban en el valle, verde, sin nieve, vieron aparecer un baqueno montado a caballo, al otro lado del río por cuya orilla transitaban. Luego de algunos gritos lograron que el personaje, que era el ganadero Sergio Catalán Martínez, entendiera que ellos necesitaban de su ayuda.

Los uruguayos se encuentran con un arriero chileno

Aquella tarde del miércoles 20 de diciembre de 1972 el ganadero Sergio Catalán Martínez transitaba en su caballo por el potrero La Loma, en el bajo El Durazno, sector de la cordillera conocida con el nombre de “El Perejil”, a orillas del río Azufre, afluente del Tinguiririca, cuando de improviso sintió gritos que provenían de la ribera opuesta del río.

 

Dos hombres a los cuales no conocía, gesticulaban y hacían señas, pero sus voces eran distorsionadas por el bravo rumor de la corriente. Más tarde Catalán recordaba que uno de ellos se arrodilló implorando ayuda. A pesar de que estaban al otro lado del río observó que eran jóvenes y que se veían “bastante maltrechos, harapientos”, como diría en algunas entrevistas. A gritos les manifestó que al otro día los iría a ver, que no tenía problemas para regresar, que trataran de dormir esa noche bajo los árboles.



Sergio Catalán, el arriero que se encontró con los uruguayos

Catalán continuó su marcha, pero durante la noche se quedó pensando en que había algo raro en el comportamiento de esos individuos, a pesar de que en un primer momento se imaginó que se trataría de guerrilleros o de una broma; sin embargo, no cualquier persona podía estar en ese sector, muy lejos de la civilización y menos en las condiciones en que ellos parecían encontrarse.

 

Al otro día, alrededor de las nueve de la mañana regresó al lugar. Ahí permanecían los jóvenes, barbudos, melenudos, mal vestidos, quienes le hicieron señas solicitando auxilio. Catalán sacó un lápiz y en papel les escribió lo siguiente:

 

“Ba a venir luego un hombre a verlo que le fui a decir, contésteme que quiere (Fdo.) Sergio C.”    

 

Se acercó al río y atando lápiz y papel con una piedra la lanzó a los desconocidos. Uno de ellos escribió una nota y luego lápiz y papel volaron de regreso al ganadero.

 

A pesar de su formación básica, Catalán comprendió desde el primer momento que estaba ante un formal pedido de socorro por parte de aquellos muchachos que estaban a una veintena de metros más allá. En sus manos curtidas por el frio cordillerano y el continuo bregar con las riendas de su caballo se encontraba ese papel ajado, doblado, casi sucio que había andado en sus bolsillos durante mucho tiempo, tal vez para anotar datos de su ganado, pero que ahora contenía la clave para resolver uno de los accidentes aéreos más enigmáticos acontecidos en ese vasto sector cordillerano. Poco a poco fue leyendo:



El papel que los uruguayos arrojaron al arriero Sergio Catalán en el que pedían ayuda

"Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace diez días estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba.  En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí. No sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos «"

No bien termina de leer la nota, hace señas indicando que va a buscar ayuda y al galope de su caballo se dirige a su casa de Los Negros, en el valle de Los Maitenes, donde dispone lo necesario para que sus hombres concurran a prestar ayuda y llevarlos hasta ese lugar. Entretanto él se dirige a matacaballo hasta El Azufre, por donde pasa la ruta internacional, allí logra que un camión lo lleve al retén de Carabineros de Puente Negro, lugar donde arriba a las 13:30 horas.

 

Cuando el jefe de retén se enteró del contenido de la nota y del relato que le hacía ese nervioso arriero sobre la presencia de los desconocidos en su sector, el papel comenzó virtualmente a quemarle las manos y de inmediato se dirigió en jeep hasta San Fernando, donde se informó oficialmente al Intendente de la situación.

 

Entretanto una patrulla de Carabineros al mando del capitán Leopoldo Vega Courbis iniciaba un rápido desplazamiento montado hasta el lugar en que se encontraban los sobrevivientes de la tragedia aérea del FAU-571, los que resultaron ser Fernando Parrado y Roberto Canessa, quienes habían caminado durante diez días hasta ese lugar para pedir auxilio para sus camaradas en la cordillera.

 

En él, lugar el arriero Juan Farfán, acompañado de dos hombres montados habían logrado ayudar a cruzar el río Azufre a los desfallecidos caminantes y los habían llevado a unos veinte kilómetros más abajo, a la casa de Catalán donde les dieron los primeros alimentos: leche en abundancia, pan y queso fresco, además de un contundente plato de porotos que los hambrientos muchachos comieron con avidez.

 

En las últimas horas del día, pasadas las 22:00 horas, la patrulla de Carabineros llegaba al lugar donde el practicante Vicente Espinoza, asistente médico de esa institución, les efectúa el primer examen auscultando visualmente a ambos jóvenes.

 

Es en esa oportunidad, en que de inmediato el profesional se percata de la entereza física y moral de los dos personajes, quienes habiendo perdido alrededor de veinte kilos de peso debieran presentar un estado anímico muy deteriorado, por lo que empiezan a surgir las interrogantes sobre la forma en que se alimentaron durante esos duros setenta días.

La noticia de los sobrevivientes uruguayos sale al mundo



A las 19:00 horas el Intendente de Colchagua Guillermo Sepúlveda, luego de que Carabineros le diera pruebas de que el ganadero Catalán era una persona en la que se podía confiar y que el mensaje tenía visos de autenticidad, procedió a lanzar al mundo la feliz nueva del hallazgo de los sobrevivientes del Fairchild 571 de la FAU.

 

De inmediato el asedio periodístico no cesó en la Intendencia, Carabineros, el Hospital, el Regimiento, la radio y toda oficina pública que tuviera algo que ver con este delicado asunto. La central telefónica de la ciudad no daba abasto recibiendo llamados desde todas partes del mundo, las radios y la televisión transmitían “flashes” a cada instante con las últimas noticias sobre el tema, tratando de mantener cautiva la audiencia que a su vez a cada instante requería mayor información.



A lomo de caballo Canessa y Parrado son bajados de la montaña

Entre los familiares de los desaparecidos deportistas nunca se terminó por abandonar la búsqueda de sus parientes. Padres, hermanos, esposos y amigos se movían entre Santiago, Buenos Aires y Montevideo buscando la forma de prolongar la búsqueda del desaparecido avión y sus pasajeros y tripulantes.

 

El pintor uruguayo Carlos Páez Vilaró fue uno de los que más energías desplegó en la búsqueda de los jóvenes, entre los cuales se hallaba su hijo Carlos y fue por eso que ese mismo día el coronel Enrique Morel Donoso, comandante del Regimiento de Infantería Nº 12 Colchagua, intentó ubicarlo en los momentos en que Páez se hallaba en el Aeropuerto Pudahuel, a la espera de la salida del vuelo de Aerolíneas Argentinas. De inmediato pidió el desembarque y se fue rumbo al SAR en Cerrillos, siguiendo luego hasta San Fernando en el mismo taxi que lo había traído de Pudahuel.

 

Cuando a él y otros familiares se les mostró la nota de los jóvenes que estaban en lo que más tarde se denominó Campamento Alfa, hubo algunas dudas, las que con el correr de las horas serían disipadas cuando se supo oficialmente que la patrulla de Carabineros había tomado contacto con los muchachos Parrado y Canessa.

 

Entretanto el SAR y la Fuerza Aérea, rápidamente informados también preparaban sus medios para realizar una de las más difíciles labores de salvamento la que como se sabría al momento de arribar al lugar, sería efectuada desde territorio argentino, ya que el avión no alcanzó a cruzar los Andes y se encontraba en territorio argentino, siendo lo más significativo que se hallaban a unos 15 kilómetros de un refugio de montaña de ese país.

 

El Grupo 10 designó al Comandante de Escuadrilla Carlos García Monasterio como jefe de la escuadrilla del SAR que volaría a San Fernando y la que integrarían el Comandante Jorge Massa, el teniente Mario Ávila la teniente enfermera Wilma Kock y los integrantes del Cuerpo de Socorro Andino Sergio Díaz, Osvaldo Villegas y Claudio Lucero.

 

Las malas condiciones atmosféricas atentaron en todo momento para realizar el salvamento, poniendo en riesgo toda la operación que sólo con gran pericia y sangre fría se pudo efectuar en los helicópteros UH-1H a cargo de los  comandantes García y Massa, mientras el teniente Ávila quedaba a la espera de instrucciones para colaborar en caso de algún accidente provocado por el mal tiempo con que se operaría en la cordillera.

 

A pesar del esfuerzo de los pilotos, las malas condiciones impidieron una buena maniobra en los momentos del rescate y sólo seis sobrevivientes pudieron ser sacados desde la cordillera el primer día, más los dos que habían efectuado la caminata. En el lugar quedó personal especializado que debió pernoctar con el grupo que evacuaron al día siguiente, cuando las condiciones ya habían mejorado.

 

La llegada de los primeros rescatados al Regimiento de San Fernando provocó escenas de profundo dramatismo, tanto por los rescatados como de parte de sus familiares. El hecho de sentirse liberados de la terrible cárcel nevada que los había cobijado en los últimos meses fue algo impresionante para ellos y así lo hacían sentir, sin tapujos, con el desinhibimiento propio de su juventud. Y era natural. Nadie podía quedar indiferente de la terrible tragedia de haber tenido que permanecer durante setenta días en la cordillera, sin apoyo de ninguna índole, donde faltaba de todo y donde el frio y la nieve iban cobrando poco a poco nuevas víctimas.


Roberto Canezza Urta


Fernando Parrado Dolgay



Luego de ser revisados en el hospital de San Fernando se resolvió enviarlos a la Posta Central de Santiago, donde en definitiva fueron dados de alta conforme a la situación de cada uno.

 

El asedio periodístico era constante, a pesar de la entrevista de prensa que debieron dar una vez que se hubo bajado al último hombre de la cordillera. La prensa sacó ediciones con reportajes especiales, las radios y la televisión transmitían a todo el mundo, y a cada momento se agregaba la nueva declaración de un rescatado aunque sólo hubiera saludado a los periodistas.

 

A pesar de la crítica situación que vivía el país, sin abastecimiento, con un mercado negro galopante, con un dólar cautivo y con una situación política inestable, las autoridades no escatimaron esfuerzos para efectuar tanto la búsqueda, como el rescate final de los deportistas uruguayos.

 

En San Fernando, Santiago, el aeropuerto, los chilenos demostraron su aprecio por esos jóvenes desconocidos que de un día a otro habían irrumpido tan dramáticamente en su entorno, desatando el interés mundial por su enclaustramiento cordillerano y la forma en que sobrevivieron durante tantos días.

Después de varios días de recuperación los uruguayos vuelven a su patria, siendo despedidos en el Aeropuerto Pudahuel



Con afecto,

Ruben

 

 

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