Anónimo:
China 1
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El asno de Kuichú
[Minicuento - Texto
completo.]
Anónimo: China
Nunca se había visto un asno en Kuichú, hasta el día en que un
excéntrico, ávido de novedades, se hizo llevar uno por barco. Pero como no supo
en qué utilizarlo, lo soltó en las montañas.
Un tigre, al ver a tan extraña criatura, lo tomó por una divinidad. Lo
observó escondido en el bosque, hasta que se aventuró a abandonar la selva,
manteniendo siempre una prudente distancia.
Un día el asno rebuznó largamente y el tigre echó a correr con miedo.
Pero se volvió y pensó que, pese a todo, esa divinidad no debía de ser tan
terrible. Ya acostumbrado al rebuzno del asno, se le fue acercando, pero sin
arriesgarse más de la cuenta.
Cuando ya le tomó confianza, comenzó a tomarse algunas libertades,
rozándolo, dándole algún empujón, molestándolo a cada momento, hasta que el
asno, furioso, le propinó una patada. “Así que es esto lo que sabe hacer”, se
dijo el tigre. Y saltando sobre el asno lo destrozó y devoró.
¡Pobre asno! Parecía poderoso por su tamaño, y temible por sus rebuznos.
Si no hubiese mostrado todo su talento con la coz, el tigre feroz nunca se
hubiera atrevido a atacarlo. Pero con su patada el asno firmó su sentencia de
muerte.
FIN
El ciervo escondido
[Minicuento - Texto
completo.]
Anónimo: China
Un leñador de Cheng se
encontró en el campo con un ciervo asustado y lo mató. Para evitar que otros lo
descubrieran, lo enterró en el bosque y lo tapó con hojas y ramas. Poco después
olvidó el sitio donde lo había ocultado y creyó que todo había ocurrido en un
sueño. Lo contó, como si fuera un sueño, a toda la gente. Entre los oyentes
hubo uno que fue a buscar el ciervo escondido y lo encontró. Lo llevó a su casa
y dijo a su mujer:
-Un leñador soñó que había
matado un ciervo y olvidó dónde lo había escondido y ahora yo lo he encontrado.
Ese hombre sí que es un soñador.
-Tú habrás soñado que viste
un leñador que había matado un ciervo. ¿Realmente crees que hubo un leñador?
Pero como aquí está el ciervo, tu sueño debe ser verdadero -dijo la mujer.
-Aun suponiendo que
encontré el ciervo por un sueño -contestó el marido- ¿a qué preocuparse
averiguando cuál de los dos soñó?
Aquella noche el leñador
volvió a su casa, pensando todavía en el ciervo, y realmente soñó, y en el
sueño soñó el lugar donde había ocultado el ciervo y también soñó quién lo
había encontrado. Al alba fue a casa del otro y encontró el ciervo. Ambos
discutieron y fueron ante un juez, para que resolviera el asunto. El juez le
dijo al leñador:
-Realmente mataste un
ciervo y creíste que era un sueño. Después soñaste realmente y creíste que era
verdad. El otro encontró el ciervo y ahora te lo disputa, pero su mujer piensa
que soñó que había encontrado un ciervo que otro había matado. Luego, nadie
mató al ciervo. Pero como aquí está el ciervo, lo mejor es que se lo repartan.
El caso llegó a oídos del
rey de Cheng y el rey de Cheng dijo:
-¿Y ese juez no estará
soñando que reparte un ciervo?
FIN
El
encanto
[Minicuento - Texto
completo.]
Anónimo:
China
Ch´ienniang era la hija
del señor Chang Yi, funcionario de Hunan. Tenía un primo llamado Wang Chu, que
era un joven inteligente y apuesto. Habían crecido juntos y, como el señor
Chang Yi quería mucho al muchacho, dijo que lo aceptaría de yerno. Ambos
escucharon la promesa, y como estaban siempre juntos, el amor aumentó día a
día. Ya no eran niños y llegaron a tener relaciones íntimas. Desgraciadamente,
el padre no lo advirtió. Un día un joven funcionario le pidió la mano de su
hija y el señor Chang Yi , olvidando su antigua promesa, consintió.
Ch´ienniang, debiendo
elegir entre el amor y el respeto que le debía a su padre, estuvo a punto de
morir de pena, y el joven estaba tan despechado que decidió abandonar el país
para no ver a su novia casada con otro. Inventó un pretexto y le comunicó a su
tío que debía marchar a la capital. Como el tío no logró disuadirlo, le dio
dinero, regalos, y le ofreció una fiesta de despedida. Wang Chu, desesperado,
pasó cavilando todo el tiempo de la fiesta, diciéndose que era mejor partir y
no empeñarse en un amor imposible.
Wang Chu se embarcó una
tarde y había navegado unas millas cuando cayó la noche. Le dijo al marinero
que amarrara la embarcación y que descansaran, pero por más que se esforzó no
pudo conciliar el sueño. Hacia la medianoche, oyó pasos que se acercaban. Se
incorporó y preguntó:
-¿Quién anda ahí a estas
horas de la noche?
-Soy yo, soy
Ch´ienniang.
Sorprendido y feliz,
Wang Chu la hizo entrar a la embarcación. Ella le dijo que el padre había sido
injusto con él y que no podía resignarse a la separación. También ella había
temido que Wang Chu, en su desesperación, se viera arrastrado al suicidio. Por
eso había desafiado la cólera de los padres y la reprobación de la gente y
había venido para seguirlo a donde fuera. Ambos, muy dichosos, prosiguieron el
viaje a Szechuen.
Pasaron cinco años de
felicidad y ella le dio dos hijos. Pero no llegaban noticias de la familia y
Ch´ienniang pensaba cada vez más en su padre. Esta era la única nube en su
felicidad. Ignoraba si sus padres vivían o no, y una noche le confió a Wang Chu
su pena.
-Eres una buena hija
-dijo él- ya han pasado cinco años y se les debe de haber pasado el enojo.
Volvamos a casa.
Ch´ienniang se regocijó
y se aprestaron a regresar con los niños.
Cuando la embarcación
llegó a la ciudad natal, Wang Chu le dijo a Ch´ienniang.
-No sabemos cómo
encontraremos a tus padres. Déjame ir antes a averiguarlo.
Al divisar la casa,
sintió que el corazón le latía. Wang Chu vio a su suegro, se arrodilló, hizo
una reverencia y pidió perdón. Chang Yi lo miró asombrado y le dijo:
-¿De qué hablas? Hace
cinco años Ch´ienniang está en cama y sin conciencia. No se ha levantado una
sola vez.
-No comprendo -dijo Wang
Chu- ella está perfectamente sana y nos espera a bordo.
Chang Yi no sabía qué
pensar y mandó dos doncellas a ver a Ch´ienniang.
La encontraron sentada
en la embarcación bien ataviada y contenta. Maravillada, las doncellas
volvieron y aumentó el asombro de Chang Yi.
Entretanto, la enferma
había oído las noticias y parecía haberse curado: sus ojos brillaban con una nueva
luz. Abandonó el lecho y se vistió ante el espejo. Sonriendo y sin decir una
palabra, se dirigió a la embarcación.
La que estaba a bordo
iba hacia la casa: se encontraron en la orilla. Se abrazaron y los dos cuerpos
se confundieron y solo quedó una Ch´ienniang, joven y bella como siempre. Sus
padres se regocijaron, pero ordenaron a los sirvientes que guardaran silencio,
para evitar comentarios.
Por más de cuarenta
años, Wang Chu y Ch´ienniang vivieron juntos y fueron felices.
FIN
Nota: Este cuento es de la época de la
dinastía Tang: Siglos VII-X
El espejo chino
[Minicuento - Texto
completo.]
Anónimo: China
Un campesino chino se fue a la ciudad para vender la cosecha de arroz y
su mujer le pidió que no se olvidase de traerle un peine.
Después de vender su arroz en la ciudad, el campesino se reunió con unos
compañeros, y bebieron y lo celebraron largamente. Después, un poco confuso, en
el momento de regresar, se acordó de que su mujer le había pedido algo, pero
¿qué era? No lo podía recordar. Entonces compró en una tienda para mujeres lo
primero que le llamó la atención: un espejo. Y regresó al pueblo.
Entregó el regalo a su mujer y se marchó a trabajar sus campos. La mujer
se miró en el espejo y comenzó a llorar desconsoladamente. La madre le preguntó
la razón de aquellas lágrimas.
La mujer le dio el espejo y le dijo:
-Mi marido ha traído a otra mujer, joven y hermosa.
La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:
-No tienes de qué preocuparte, es una vieja.
FIN
El espejo del cofre
[Minicuento - Texto
completo.]
Anónimo: China
A la vuelta de un viaje de negocios, un hombre compró en la ciudad un
espejo, objeto que hasta entonces nunca había visto, ni sabía lo que era. Pero
precisamente esa ignorancia lo hizo sentir atracción hacia ese espejo, pues
creyó reconocer en él la cara de su padre. Maravillado lo compró y, sin decir
nada a su mujer, lo guardó en un cofre que tenían en el desván de la casa. De
tanto en tanto, cuando se sentía triste y solitario, iba a “ver a su padre”.
Pero su esposa lo encontraba muy afectado cada vez que lo veía volver
del desván, así que un día se dedicó a espiarlo y comprobó que había algo en el
cofre y que se quedaba mucho tiempo mirando dentro de él.
Cuando el marido se fue a trabajar, la mujer abrió el cofre y vio en él
a una mujer cuyos rasgos le resultaban familiares pero no lograba saber de
quién se trataba. De ahí surgió una gran pelea matrimonial, pues la esposa
decía que dentro del cofre había una mujer, y el marido aseguraba que estaba su
padre.
En ese momento pasó por allá un monje muy venerado por la comunidad, y
al verlos discutir quiso ayudarlos a poner paz en su hogar. Los esposos le
explicaron el dilema y lo invitaron a subir al desván y mirar dentro del cofre.
Así lo hizo el monje y, ante la sorpresa del matrimonio, les aseguró que en el
fondo del cofre quien realmente reposaba era un monje zen.
FIN
El hombre que toca la
flauta celestial
[Cuento - Texto completo.]
Anónimo: China
Hace muchísimos años, al pie de las montañas Cinco Dedos, vivía un
hombre que tocaba maravillosamente la flauta de bambú. Tan bien la tocaba que
la oropéndola no se atrevía a competir con él, el mirlo no entonaba tan bellas
melodías y ni siquiera la alondra trinaba con tan rica sonoridad. Cuando
empezaba a tocar la flauta, los pájaros se detenían en pleno vuelo, los
campesinos que labraban la tierra, dejaban sus faenas; los ancianos se sentían
rejuvenecer y los niños saltaban de alegría… Y tan hermosa era su música que la
gente creía que había bajado del cielo, por lo que le apodaron “Hombre que toca
la flauta celestial”.
Un día, el Rey-Dragón del Mar del Sur agasajó a las divinidades con un
banquete en la playa. Ocho mil genios con ricas ropas exóticas charlaban y
gozaban bebiendo en torno del anfitrión, que llevaba un hábito ceñido con un
cinturón de jade. Y precisamente aquel mismo día de la fiesta, después de haber
andado diez días y diez noches, el “Hombre que toca la flauta celestial” llegó
a la playa para pescar. Tendió la red sobre el mar apacible, se sentó sobre una
piedra limpia y lisa y comenzó a tocar la flauta. En ese mismo instante, cuando
el Rey-Dragón levantaba la copa para brindar con sus huéspedes, oyó un sonido
tan maravilloso como nunca había creído oír. Todos y cada uno de los dioses se
quedaron en suspenso, incluso se olvidaron de las mesas repletas de manjares y
dejaron caer sus copas de jade. El hombre de la flauta no sabía ni podía
imaginarse que, en aquel momento, tantas divinidades estuvieran escuchando cómo
tocaba su flauta. Y los dioses, por su parte, estaban persuadidos de que quien
así la tocaba sin duda debía de haber descendido del cielo superior al mundo
humano.
Tanto le gustó al Rey-Dragón el sonido de aquella flauta que quiso
encontrar al ejecutante para que enseñara a su hijo a tocar el instrumento. Y,
siguiendo la dirección de donde venía el sonido, halló al hombre, el cual
recogió su red, metió la flauta en su ancho cinturón y siguió al Rey-Dragón
hasta su palacio.
Ya habían pasado tres años y el hijo del Rey había aprendido a tocar la
flauta de bambú, por lo que el flautista, que añoraba mucho su familia y su
pueblo, le rogó al padre que le dejara volver a casa. El Rey agradecido se lo
concedió y le indicó a su hijo que acompañara al maestro para que escogiera dos
regalos -los que quisiera- del tesoro real. Había allí piedras preciosas rojas,
amarillas, azules…; lingotes de oro resplandecientes, y centenares de miles de
valiosísimos objetos. El flautista recorrió detenidamente el salón del tesoro
del Rey Dragón y, al ver una cesta cilíndrica hecha de tiras de bambú, pensó:
“Este utensilio me puede servir para guardar los camarones y peces que pesque”.
Lo tomó y lo sujetó al cinturón. Después, en un armario, descubrió una capa
para la lluvia y reflexionó: “Con esta capa puedo ir a la playa a pescar
incluso en días de lluvia y viento”. Y éste fue el segundo y último regalo que
escogió.
Al salir de la sala del tesoro acompañado del hijo del Rey-Dragón, éste,
muy intrigado, le preguntó:
-¿Por qué has escogido estos objetos tan sencillos entre montones de oro
y plata, perlas y piedras preciosas?
El maestro le contestó con una sonrisa:
-El oro y las piedras preciosas se gastan y desaparecen. En cambio, con
esta cesta de bambú y la capa para la lluvia, puedo ir de pesca todos los días
y, con los peces que pesque, nunca pasaré hambre.
Pero cuando regresó a su casa y fue por vez primera a pescar, descubrió
que aquellos dos regalos eran realmente dos objetos maravillosos. Al volver de
la pesca el cesto de bambú siempre rebosaba de relucientes peces, y la capa,
desplegada, lo llevaba volando hasta el Mar del Sur, al lugar de la pesca.
De esta manera, con el cesto de bambú y la capa para la lluvia, llegó
volando a las montañas Cinco Dedos y, tan pronto como tocó su flauta, el sonido
se extendió por el firmamento y el mundo entero rebosó de júbilo y alegría.
FIN
El monje furioso
[Minicuento - Texto
completo.]
Anónimo: China
Dos monjes zen iban cruzando un río. Se encontraron con una mujer muy
joven y hermosa que también quería cruzar, pero tenía miedo.
Así que un monje la subió sobre sus hombros y la llevó hasta la otra
orilla.
El otro monje estaba furioso. No dijo nada pero hervía por dentro. Eso
estaba prohibido. Un monje budista no debía tocar una mujer y este monje no
sólo la había tocado, sino que la había llevado sobre los hombros.
Recorrieron varias leguas. Cuando llegaron al monasterio, mientras
entraban, el monje que estaba enojado se volvió hacia el otro y le dijo:
-Tendré que decírselo al maestro. Tendré que informar acerca de esto.
Está prohibido.
-¿De que estás hablando? ¿Qué está prohibido? -le dijo el otro.
-¿Te has olvidado? Llevaste a esta hermosa mujer sobre tus hombros -dijo
el que estaba enojado.
El otro monje se rió y luego dijo:
-Sí, yo la llevé. Pero la dejé en el río, muchas leguas atrás. Tú
todavía la estás cargando
FIN
El mono blanco
[Cuento - Texto completo.]
Anónimo: China
En el año 545, bajo la
dinastía de los Liang, el emperador envió al sur una expedición comandada por
el general Lin King. Al llegar a Kuelín, el general enfrentó a las fuerzas
rebeldes coaligadas de Li Che-ku y de Tchen Tche, mientras que su
lugarteniente Euyang Ho penetraba hasta Tchangle, limpiando de enemigos todas
las cavernas e internándose en un terreno peligroso.
Resulta que la mujer de
Euyang, que tenía el cutis delicado y blanco, era de una belleza arrebatadora.
-General -le dijeron sus
hombres-. ¿Por qué has traído hasta aquí a una mujer tan bella? En esta región
hay un dios que se jacta de raptar a todas las muchachas, y sobre todo de no
perdona a las más bellas. Es preciso redoblar la guardia.
Vivamente alarmado, esa
noche Euyang dispuso que sus guardias rodeasen la casa, y escondió a su mujer
en una habitación secreta, encerrándola con una docena de sirvientes a quienes
encomendó la misión de protegerla.
La noche era muy oscura y
soplaba un viento lúgubre; sin embargo, todo permaneció tranquilo hasta el
alba. Finalmente, cansados de velar, los guardias comenzaron a dormitar.
Repentinamente creyeron percibir la presencia de algo insólito. Sorprendidos,
despertaron y saltaron del suelo, pero la mujer ya había desaparecido. La
puerta permanecía cerrada y nadie supo cómo ella pudo salir. Se lanzaron
afuera, buscando con la mirada en la montaña escarpada que tenían enfrente,
pero la noche era tan oscura que nada podía verse a un paso, y resultó
imposible continuar la búsqueda. Llegó la luz del día y tampoco se encontró
ningún rastro.
Profundamente indignado y
afligido, Euyang juró que jamás volvería solo, y que antes encontraría a su
mujer. Con el pretexto de que estaba enfermo, hizo acampar allí a su ejército,
y cada día se lanzaba a buscar en todas direcciones, hurgando hasta en las
quebradas más profundas y peligrosas. Un mes después, a treinta leguas del
campamento, en un bosquecillo de bambú encontró uno de los zapatos
bordados de su mujer, que aunque empapado por la
lluvia resultó fácil reconocerlo. Más afligido que nunca, Euyang
prosiguió su búsqueda. Con una treintena de sus hombres más aguerridos, pasaba
la noche durmiendo en las grutas o simplemente al aire libre. Después de
marchar diez días más, y alejarse unas sesenta leguas del campamento, descubrió
al sur una montaña sinuosa y cubierta de bosques. Llegado a la falda de la
montaña, la encontró rodeada por un río profundo. La travesía se hizo sobre una
balsa improvisada. A lo lejos, entre precipicios y a través de los bambúes de
esmeralda, percibieron el brillo rojizo de vestidos de seda, y escucharon voces
y risas femeninas.
Ayudándose con cuerdas,
aferrándose a las viñas salvajes, los guerreros treparon los precipicios. Allá
arriba se alineaban árboles suntuosos, que se alternaban con cuadros de flores
extrañas, y se extendían los prados encantadores. Todo se veía calmo y fresco
como un retiro fuera del mundo terrestre. Hacia el este, bajo un portal cavado
en la misma roca, decenas de mujeres, vestidas con todo lujo, pasaban y volvían
a pasar con gestos de diversión, riendo y cantando de lo mejor. Cuando vieron a
los hombres, quedaron como paralizadas. Dejaron que éstos se acercaran, y después
las mujeres preguntaron:
-¿Por qué vinieron aquí?
Al escuchar la respuesta de
Euyang, las mujeres suspiraron y se miraron entre ellas:
-Tu mujer se encuentra
entre nosotras desde hace más de un mes. Ahora está enferma y guarda cama. Ven
a verla.
Pasando la reja de madera
del portal, Euyang vio tres habitaciones espaciosas arregladas como un gran
salón. A lo largo de las paredes se veían hileras de lechos recubiertos de
cojines de seda. Allí estaba su mujer, acostada sobre un lecho de mármol,
cubierta con mantas lujosas, y frente a ella se exponía toda clase de alimentos
exóticos. Al acercarse Euyang, ella se dio vuelta hacia él, lo reconoció, pero
vivamente le hizo un gesto para indicarle que se fuese.
-Entre nosotras las hay que
están aquí desde hace diez años -le dijeron las mujeres-. Aquí vive un monstruo
matador de hombres. Inclusive con una centena de mozos bien armados. No podrán
hacer nada. Será mejor que se vuelvan antes de que retorne nuestro amo. Pero
tráigannos dos toneladas de buen vino, y diez perros que le servirán de
carnada, y algunas decenas de kilos de cáñamo, y entonces nosotras podremos
ayudarlos a matarlo. Es preciso que vuelvan dentro de diez días, justo a
mediodía, y de ningún modo más temprano.
Las mujeres les rogaron que
partieran lo más pronto posible, y Euyang se retiró inmediatamente.
Euyang volvió en el día
fijado con un excelente licor, el cáñamo y los perros.
-El monstruo es un gran
bebedor -le contaron las mujeres-. A menudo suele beber hasta caer borracho.
Una vez ebrio, le gusta medir sus fuerzas. Nos pide que lo atemos de pies y
manos a su cama, con telas de seda. Entonces le resulta suficiente dar un salto
para romper todas las ataduras. Pero cuando lo atamos con triple vuelta de
seda, en vano se esfuerza para liberarse. Esta vez, si lo atamos con el cáñamo
escondido en la tela de seda, estamos seguras de que sus esfuerzos resultarán
inútiles. Todo su cuerpo es duro como el hierro, pero hemos observado que
siempre se protege una sola parte, algunos centímetros debajo del ombligo.
Seguramente que allí es vulnerable.
Después, mostrándole una
gruta al lado de la casa, le indicaron:
-Ahí está su despensa.
Escóndanse adentro y en silencio espíen su llegada. Dejen el vino junto a las
flores y suelten los perros en el bosque. Cuando hayamos cumplido con nuestro
plan, entonces los llamaremos y saldrán de sus escondites.
Euyang y sus hombres
hicieron lo que le recomendaron, y reteniendo la respiración quedaron a la
espera. Hacia mediodía, algo parecido a una larga pieza de seda blanca cayó de
lo alto de una montaña vecina, y se posó en el suelo, y penetró en la caverna.
De allí, un instante después salió un hombre de bella barba, de seis pies de
altura, vestido con una túnica blanca. Avanzó con un bastón en la mano, rodeado
de sus mujeres. Al ver a los perros, sorprendido, se abalanzó sobre ellos, los
despedazó y los devoró hasta la saciedad. Y todas las mujeres compitieron en la
forma encantadora y risueña con que le ofrecieron el vino en tazas de jade.
Cuando bebió varias pintas de licor, las mujeres lo ayudaron a entrar en su
casa. Continuaron escuchando algunas risas femeninas. Momentos después las
mujeres salieron para avisar a los guerreros. Entraron con la espada en la
mano, y se encontraron con un gran mono blanco, los cuatro miembros atados a la
cama. Al ver acercarse a los forasteros, y ante la imposibilidad de desatarse,
se encogió e hizo rodar sus ojos fulgurantes. Al unísono, todas las armas se
abatieron sobre él, pero sólo encontraron un cuerpo de hierro y piedra. Clavándose
finalmente debajo del ombligo las láminas entraron directamente en su cuerpo.
Bruscamente comenzó a brotar la sangre. Entonces el mono blanco comenzó a gemir
y dijo:
-Si muero es porque así lo
quiso el cielo. Ustedes no tienen la suficiente fuerza para matarme. En cuanto
a tu mujer, ya está preñada. No mates a su hijo, que con el tiempo servirá a un
gran monarca y hará que su familia sea más próspera que nunca.
Apenas pronunció estas
palabras, murió.
Los guerreros se dedicaron
entonces a buscar los bienes del monstruo. Encontraron montones de objetos
preciosos, y sobre las mesas, inmensas cantidades de cosas buenas para comer.
Allí estaban todos los tesoros conocidos del mundo, incluyendo varios galones
de esencias exóticas y un par de excelentes espadas. Había treinta mujeres,
todas eran de una belleza incomparable, y algunas se encontraban allí desde
hacía diez años. Contaron que cuando una mujer envejecía o se ajaba, la
llevaban no sabían dónde. El mono blanco gozaba solo de sus mujeres y nunca se
le conoció un cómplice.
Cada mañana se lavaba, se
cubría con su sombrero. Invierno y verano usaba una túnica de seda blanca con
un cuello del mismo color. Todo su cuerpo estaba cubierto de pelos blancos,
largos de varias pulgadas. Cuando se quedaba en casa, le gustaba leer tablillas
de madera, con escrituras que parecían indescifrables jeroglíficos, y cuando
terminaba de leerlos los ocultaba en un escondrijo de las rocas. A veces,
cuando reinaba el buen tiempo, se ejercitaba con sus dos espadas, haciéndoles trazar
círculos fulgurantes, que lo rodeaban con una halo luminoso, como si fuese la
luna. Bebía y comía los alimentos más diversos, particularmente fruta, nueces y
sobre todo los perros, a quienes gustaba chuparles la sangre. A mediodía se iba
volando, desaparecía en el horizonte. En sólo media jornada hacía un viaje de
mil leguas. Tenía la costumbre de volver a casa todas las noches.
Todos sus deseos eran
inmediatamente colmados. Nunca durmió de noche; la pasaba de cama en cama,
gozando de todas las mujeres. Muy erudito, se expresaba con una elocuencia
magnífica y penetrante. Sin embargo, en cuanto a su físico, nunca dejó de ser
una especie de gorila.
Ese año, en la época en que
las hojas comienzan a caer, el mono blanco, triste y apagado, se lamentó:
-Termino de ser acusado por
las divinidades de la montaña y seré condenado a muerte. Pero pediré protección
a otros espíritus, y quizás logre escapar de la condena.
Justo después de la luna
llena, su escondite se incendió y todas sus tablillas fueron destruidas. Entonces
se consideró perdido.
-Viví mil años sin
progenitores. Ahora voy a tener un hijo. Quiere decir que mi muerte está
próxima.
Después, contemplando a
todas sus mujeres, lloró largamente.
-Esta montaña es
inaccesible. Nunca nadie pudo llegar aquí. Desde su altura jamás pude divisar
un solo hachero, ya que abajo está lleno de tigres, lobos, y toda clase de
bestias feroces. ¿Cómo los hombres podrán llegar aquí si no es por la voluntad
del Cielo?
Euyang volvió a casa
llevándose jades, joyas y toda clase de cosas preciosas. También condujo a
todas las mujeres, algunas de las cuales aún recordaban a sus familias.
Al cabo de un año, la mujer
de Euyang dio a luz una criatura que se parecía en todo a un mono. Más tarde
Euyang fue ejecutado por el emperador Wu, bajo la dinastía de los Tchen. Pero
su viejo amigo Kiang Tson, que mucho quería al hijo de Euyang por su
extraordinaria inteligencia, lo albergó bajo su techo. De tal modo el niño fue
salvado de la muerte. Al crecer se convirtió en un buen escritor y un excelente
calígrafo. En pocas palabras, fue un personaje famoso en su tiempo.
FIN
El muro desmoronado
[Minicuento - Texto
completo.]
Anónimo: China
Había una vez un hombre rico en el Reino de Sung. Después de un aguacero
el muro de su casa empezó a desmoronarse.
-Si no reparas ese muro -le dijo su hijo- por ahí puede entrar un
ladrón.
Un viejo vecino le hizo la misma advertencia.
Aquella misma noche le robaron una gran suma de dinero al hombre rico,
quien elogió la inteligencia de su hijo, pero desconfió de su viejo vecino.
FIN
El negador de milagros
[Minicuento - Texto
completo.]
Anónimo: China
Chu Fu Tze, negador de milagros, había muerto; lo velaba su yerno.
Al amanecer, el ataúd se elevó y quedó suspendido en el aire, a dos
cuartas del suelo. El piadoso yerno se horrorizó.
-Oh, venerado suegro -suplicó- no destruyas mi fe de que son imposibles
los milagros.
El ataúd, entonces, descendió lentamente, y el yerno recuperó la fe.
FIN
El paisajista
[Minicuento - Texto
completo.]
Anónimo: China
Un pintor de mucho talento
fue enviado por el emperador a una provincia lejana, desconocida, recién
conquistada, con la misión de traer imágenes pintadas. El deseo del emperador
era conocer así aquellas provincias.
El pintor viajó mucho,
visitó los recodos de los nuevos territorios, pero regresó a la capital sin una
sola imagen, sin siquiera un boceto.
El emperador se sorprendió,
e incluso se enfadó.
Entonces el pintor pidió
que le dejasen un gran lienzo de pared del palacio. Sobre aquella pared
representó todo el país que acababa de recorrer. Cuando el trabajo estuvo
terminado, el emperador fue a visitar el gran fresco. El pintor, varilla en
mano, le explicó todos los rincones del paisaje, de las montañas, de los ríos,
de los bosques.
Cuando la descripción finalizó,
el pintor se acercó a un estrecho sendero que salía del primer plano del fresco
y parecía perderse en el espacio. Los ayudantes tuvieron la sensación de que el
cuerpo del pintor se adentraba a poco en el sendero, que avanzaba poco a poco
en el paisaje, que se hacia más pequeño. Pronto una curva del sendero lo ocultó
a sus ojos. Y al instante desapareció todo el paisaje, dejando el gran muro
desnudo.
El emperador y las personas
que lo rodeaban volvieron a sus aposentos en silencio.
FIN
El sueño de la mosca
horripilante
[Minicuento - Texto completo.]
Anónimo: China
Li Wei soñaba que una mosca horripilante rondaba por su habitación,
interrumpiendo inoportunamente una de sus profundas meditaciones. Molesto,
comenzó a perseguirla tratando de acallar con un golpe su desagradable zumbido.
Portaba en la mano, con tal objetivo, la primera edición de Con la copa
de vino en la mano interrogo a la luna, poema épico de su entrañable amigo
Li Taibo. Corrió y corrió incansablemente entre el reducido espacio de esas
cuatro paredes, sacudiendo sus brazos cual si fuera él mismo una mosca. Dicha
empresa le sirvió de poco. La mosca, posada en el marco del retrato de su
amada, lo miraba con aburrida indiferencia.
Exhausto por la persecución, Li Wei se despertó agitado. Sobre la mesa
de luz estaba posado, distraído, el fastidioso insecto. De un viril manotazo,
el filósofo acabó con la corta vida de la triste mosca.
Li Wei jamás sabrá si mató a una mosca o a uno de sus sueños.
FIN
El vendedor de lanzas y
escudos
[Minicuento - Texto completo.]
Anónimo: China
En el Reino de Chu vivía un hombre que vendía lanzas y escudos.
-Mis escudos son tan sólidos -se jactaba- que nada puede traspasarlos.
Mis lanzas son tan agudas que nada hay que no puedan penetrar.
-¿Qué pasa si una de tus lanzas choca con uno de tus escudos? -preguntó alguien.
El vendedor no supo qué contestar.
FIN
El zorro que aprovechó el
poder del tigre
[Minicuento - Texto
completo.]
Anónimo: China
Un tigre apresó a un zorro.
-A mí no me puedes comer
-dijo el zorro-. El Emperador del Cielo me designó rey de todos los animales.
Si me comes, el Emperador te castigará por desobedecer sus órdenes. Y si no me
crees, ven conmigo. Verás cómo todos los animales huyen apenas me ven y nadie
se acerca.
El tigre accedió a
acompañarlo y apenas los otros animales los veían llegar, escapaban. El tigre
creyó que temían al zorro y no se daba cuenta que escapaban por él.
FIN
Hombre temeroso
[Minicuento - Texto
completo.]
Anónimo: China
Al agachar la cabeza, vio su sombra ante él e imaginó que un espíritu
maligno estaba tendido a sus pies.
Al levantar los ojos, su mirada tropezó con dos mechones de su pelo y
creyó que un demonio se encontraba a sus espaldas.
Retrocediendo y en carrera volvió a casa, cayó al suelo y entregó su
alma.
Con afecto,
Ruben
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