martes, 2 de abril de 2024

Ramón Ribeyro entrevistado por periodista Fernando Ampuero

 

Julio Ramón Ribeyro entrevistado por periodista Fernando Ampuero



Periodismo histórico. Rescatamos una entrevista que ofreció Julio Ramón Ribeyro al periodista Fernando Ampuero, en 1986, en la que el destacado escritor peruano reveló detalles de su amistad y la pasión por la comida peruana de Julio Cortázar. Una conversación que duerme en las hemerotecas y la publicamos para que la disfruten:

 

-Tú llevas muchos años viviendo en Europa. ¿Qué cambios genera el exilio en un escritor?

-Bueno, en principio, debo hacer una precisión: yo no soy un exiliado. Soy simplemente una persona que viajó a Europa y se quedó viviendo ahí por diversas razones, pero sin tener ningún impedimento para regresar a mi país.

 

-¿Lo podemos llamar autoexilio?

-De acuerdo. ¿Qué cambios produce en un escritor vivir afuera? En primer lugar, ofrece un ensanchamiento de la percepción, a causa del contacto que se siente con otras culturas. Y luego, un trato directo con lo que hemos soñado y leído.

 

-¿Eso fue lo que te impulsó a viajar?

-Es difícil definir mi intención original. De lo que sí puedo hablar, me parece, es de los resultados: me deshice de cierto provincianismo.

 

-¿Buscaste gente? ¿Estableciste algún tipo de contacto con escritores que admirabas?

-Nunca sentí la necesidad de buscar escritores conocidos o famosos. En París, en mis primeros años, abundaban los escritores. Estaban Carpentier, Miguel Ángel Asturias y García Márquez, aunque este último por entonces era casi desconocido. Con el único que tuve contacto y amistad fue con Julio Cortázar. Era un hombre muy cordial y sencillo; muy amable, sobre todo, con los escritores jóvenes. Cortázar no hablaba mucho de literatura. Cuando se reunía con sus amigos, hablaba de otras cosas: del tango, de la buena comida (le encantaba la buena comida y a mi casa iba siempre a comer cebiche). Era un tipo formidable, imaginativo y brillante. En una ocasión, en que hablábamos de un escritor que él juzgaba anticuado, me dijo que cuando abría sus libros todas las letras salían volando, como una nube de polillas.

 

-¿Cómo fueron tus comienzo en Europa? ¿Qué tipo de empleos conseguías?

-Tuve que desempeñar varios empleos, pero yo no quisiera glorificar esa época.

 

-¿Fue una época dura para ti?

-Bastante dura, como es la vida allá para la mayoría de estudiantes. Tuve trabajos esporádicos. Cuando se me acabó la beca, y mientras aguardaba obtener otra, me puse a trabajar. El dinero que me enviaban, de casa tardaba en llegar. Era una cuestión de supervivencia. Recuerdo que trabajé, entre otras cosas, como portero de un hotel. Afortunadamente era un hotel pequeño: tenía seis o siete habitaciones.

 

-¿Pero de día o de noche?

-Era portero permanente, de día y de noche. Y también debía ocuparme de hacer la limpieza y cobrar el alquiler, hacía de todo. De todas formas, no fue un empleo tan difícil, pues los inquilinos (había tres peruanos y un escritor francés, ahora muy conocido) eran muy comprensivos conmigo. Ellos se hacían su habitación y eso me permitía contar con las tardes libres para dedicarme a escribir. Un trabajo duro, por el contrario, fue el que tuve en una estación de ferrocarril. Allí era cargador de bultos, con carretilla y todo; trasladaba cargas de los trenes a los camiones o de los camiones a los trenes. Trabajo durísimo, auténtico trabajo de obrero. En cuadrilla de trabajadores figuraban algunas personas, ahora honorables y respetables, ¿sabes? Estaban el poeta Leopoldo Chariarse y los pintores Eduardo Gutiérrez y Sigfrido Laske. En fin, yo no pude soportar mucho tiempo este trabajo: demandaba un esfuerzo físico enorme. Pero ahí tuve por primera vez la experiencia de lo que es el trabajo físico, un trabajo que te transmuta en robot, a tal punto que cuando concluyes la jornada no tienes ganas de leer ni de pensar; sólo provoca tomarse una cerveza y echarse a dormir.

 

-¿Cómo entiendes la repercusión de tu obra, no estoy refiriéndome a la crítica especializada, sino a la que se da en la gente común, esos lectores que siempre se acercan a saludarte? ¿Qué crees que gusta o interesa más de tus cuentos y novelas?

-A mí siempre me ha intrigado esa especie de fervor que noto en un público joven y, más aún, en un público popular. Me pregunto qué cosa encuentran en lo que escribo. Supongo que ven, en cierto modo, una imagen en la cual se reconocen. Pero, ¿por qué se reconocen sin son relatos en los cuales comúnmente las situaciones resultan deprimentes y los desenlaces trágicos? ¿Se identifican? ¿Se sienten un poco como mis personajes? Puede ser. Aunque también advierto que a otros no les atrae tanto mis temas en sí, sino cierto humor. Eso me agrada. Muchos hallan comicidad donde yo justamente quise ponerla…

 

-¿”Tristes querellas en la vieja quinta”?

-Por ejemplo.

 

-Es un cuento excelente, con un notable sentido del humor.

-Y hay otros cuentos con humor, que los críticos rara vez han señalado.

 

-Julio, con la violencia que vive el país (terrorismo, delincuencia y una crisis económica mucha más aguda que la de los años cincuenta), ¿qué situaciones imaginas que protagonizarán tus personajes si vivieras ahora en Lima?

-Tendría evidentemente que modificar mi galería de personajes. Para empezar, figuraría en uno o varios relatos el personaje del narcotraficante, pequeño o grande; luego, el hampón, las bandas de secuestradores y, desde luego, la gente vinculada al terrorismo. Son situaciones reales, graves. Ciertamente en mi obra hay violencia; puede detectarse una violencia contenida y una violencia explícita, pero no refleja lo que acontece hoy en el Perú. En uno de mis cuentos aparece un pequeño delincuente, un carterista. ¿Qué significa este sujeto frente una banda organizada? Es otro mundo.

 

-Una última pregunta, Julio. ¿Opinas que el artista, específicamente el escritor, debe ser una persona incómoda para el poder?

-Eso depende del poder. Si se trata de un gobierno despótico, el escritor estará atacándolo y el poder sentirá que es incómodo. De ahí que haya tantos escritores exiliados, deportados y encarcelados. No es el caso de los gobiernos democráticos. El escritor puede entonces apoyar al poder, incluso apoyarlo por omisión, si no se pronuncia, o proceder como un crítico saludable o un crítico a secas. Lo que sí juzgo inconveniente es que se convierta en adulador del poder. Porque la adulación es negativa tanto para el que adula como para el que es adulado. De todos modos, la legitimidad del poder no deriva de que los escritores se adhieran o no a un determinado gobierno, sino de la adhesión del pueblo.

 

Investigación: Walter Sosa Vivanco

Con afecto,

Ruben

 

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