Julio Ramón Ribeyro entrevistado por
periodista Fernando Ampuero
Periodismo histórico. Rescatamos una entrevista que
ofreció Julio Ramón Ribeyro al periodista Fernando Ampuero, en 1986, en la que
el destacado escritor peruano reveló detalles de su amistad y la pasión por la
comida peruana de Julio Cortázar. Una conversación que duerme en las
hemerotecas y la publicamos para que la disfruten:
-Tú llevas muchos años viviendo en Europa. ¿Qué
cambios genera el exilio en un escritor?
-Bueno, en principio, debo hacer una precisión: yo no
soy un exiliado. Soy simplemente una persona que viajó a Europa y se quedó
viviendo ahí por diversas razones, pero sin tener ningún impedimento para regresar
a mi país.
-¿Lo podemos llamar autoexilio?
-De acuerdo. ¿Qué cambios produce en un escritor vivir
afuera? En primer lugar, ofrece un ensanchamiento de la percepción, a causa del
contacto que se siente con otras culturas. Y luego, un trato directo con lo que
hemos soñado y leído.
-¿Eso fue lo que te impulsó a viajar?
-Es difícil definir mi intención original. De lo que
sí puedo hablar, me parece, es de los resultados: me deshice de cierto
provincianismo.
-¿Buscaste gente? ¿Estableciste algún tipo de contacto
con escritores que admirabas?
-Nunca sentí la necesidad de buscar escritores
conocidos o famosos. En París, en mis primeros años, abundaban los escritores.
Estaban Carpentier, Miguel Ángel Asturias y García Márquez, aunque este último
por entonces era casi desconocido. Con el único que tuve contacto y amistad fue
con Julio Cortázar. Era un hombre muy cordial y sencillo; muy amable, sobre
todo, con los escritores jóvenes. Cortázar no hablaba mucho de literatura.
Cuando se reunía con sus amigos, hablaba de otras cosas: del tango, de la buena
comida (le encantaba la buena comida y a mi casa iba siempre a comer cebiche).
Era un tipo formidable, imaginativo y brillante. En una ocasión, en que
hablábamos de un escritor que él juzgaba anticuado, me dijo que cuando abría
sus libros todas las letras salían volando, como una nube de polillas.
-¿Cómo fueron tus comienzo en Europa? ¿Qué tipo de
empleos conseguías?
-Tuve que desempeñar varios empleos, pero yo no
quisiera glorificar esa época.
-¿Fue una época dura para ti?
-Bastante dura, como es la vida allá para la mayoría
de estudiantes. Tuve trabajos esporádicos. Cuando se me acabó la beca, y
mientras aguardaba obtener otra, me puse a trabajar. El dinero que me enviaban,
de casa tardaba en llegar. Era una cuestión de supervivencia. Recuerdo que
trabajé, entre otras cosas, como portero de un hotel. Afortunadamente era un
hotel pequeño: tenía seis o siete habitaciones.
-¿Pero de día o de noche?
-Era portero permanente, de día y de noche. Y también
debía ocuparme de hacer la limpieza y cobrar el alquiler, hacía de todo. De
todas formas, no fue un empleo tan difícil, pues los inquilinos (había tres
peruanos y un escritor francés, ahora muy conocido) eran muy comprensivos
conmigo. Ellos se hacían su habitación y eso me permitía contar con las tardes
libres para dedicarme a escribir. Un trabajo duro, por el contrario, fue el que
tuve en una estación de ferrocarril. Allí era cargador de bultos, con
carretilla y todo; trasladaba cargas de los trenes a los camiones o de los
camiones a los trenes. Trabajo durísimo, auténtico trabajo de obrero. En
cuadrilla de trabajadores figuraban algunas personas, ahora honorables y
respetables, ¿sabes? Estaban el poeta Leopoldo Chariarse y los pintores Eduardo
Gutiérrez y Sigfrido Laske. En fin, yo no pude soportar mucho tiempo este
trabajo: demandaba un esfuerzo físico enorme. Pero ahí tuve por primera vez la
experiencia de lo que es el trabajo físico, un trabajo que te transmuta en
robot, a tal punto que cuando concluyes la jornada no tienes ganas de leer ni
de pensar; sólo provoca tomarse una cerveza y echarse a dormir.
-¿Cómo entiendes la repercusión de tu obra, no estoy
refiriéndome a la crítica especializada, sino a la que se da en la gente común,
esos lectores que siempre se acercan a saludarte? ¿Qué crees que gusta o
interesa más de tus cuentos y novelas?
-A mí siempre me ha intrigado esa especie de fervor
que noto en un público joven y, más aún, en un público popular. Me pregunto qué
cosa encuentran en lo que escribo. Supongo que ven, en cierto modo, una imagen
en la cual se reconocen. Pero, ¿por qué se reconocen sin son relatos en los
cuales comúnmente las situaciones resultan deprimentes y los desenlaces
trágicos? ¿Se identifican? ¿Se sienten un poco como mis personajes? Puede ser.
Aunque también advierto que a otros no les atrae tanto mis temas en sí, sino
cierto humor. Eso me agrada. Muchos hallan comicidad donde yo justamente quise
ponerla…
-¿”Tristes querellas en la vieja quinta”?
-Por ejemplo.
-Es un cuento excelente, con un notable sentido del
humor.
-Y hay otros cuentos con humor, que los críticos rara
vez han señalado.
-Julio, con la violencia que vive el país (terrorismo,
delincuencia y una crisis económica mucha más aguda que la de los años
cincuenta), ¿qué situaciones imaginas que protagonizarán tus personajes si
vivieras ahora en Lima?
-Tendría evidentemente que modificar mi galería de
personajes. Para empezar, figuraría en uno o varios relatos el personaje del
narcotraficante, pequeño o grande; luego, el hampón, las bandas de
secuestradores y, desde luego, la gente vinculada al terrorismo. Son situaciones
reales, graves. Ciertamente en mi obra hay violencia; puede detectarse una
violencia contenida y una violencia explícita, pero no refleja lo que acontece
hoy en el Perú. En uno de mis cuentos aparece un pequeño delincuente, un
carterista. ¿Qué significa este sujeto frente una banda organizada? Es otro
mundo.
-Una última pregunta, Julio. ¿Opinas que el artista,
específicamente el escritor, debe ser una persona incómoda para el poder?
-Eso depende del poder. Si se trata de un gobierno
despótico, el escritor estará atacándolo y el poder sentirá que es incómodo. De
ahí que haya tantos escritores exiliados, deportados y encarcelados. No es el
caso de los gobiernos democráticos. El escritor puede entonces apoyar al poder,
incluso apoyarlo por omisión, si no se pronuncia, o proceder como un crítico
saludable o un crítico a secas. Lo que sí juzgo inconveniente es que se
convierta en adulador del poder. Porque la adulación es negativa tanto para el
que adula como para el que es adulado. De todos modos, la legitimidad del poder
no deriva de que los escritores se adhieran o no a un determinado gobierno,
sino de la adhesión del pueblo.
Investigación: Walter Sosa Vivanco
Con afecto,
Ruben
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