Nicomedes Santa Cruz
Una
autobiografía a 98 años del nacimiento del poeta y artista latinoamericano
Fuente:
Acercándonos ediciones
Nicomedes Santa Cruz fue un decimista peruano, nacido en Lima el 4 de junio de 1925. Provenía de una familia numerosa, hermano de Victoria Santa Cruz, una de las más importantes exponentes del arte afroperuano.
Trabajó como
ayudante de herrero y se convirtió años más tarde en maestro de herrería y
poner su propio taller. Esta habilidad lo llevó a confeccionar el enrejado del
mausoleo de Felipe Pinglo Alba en el Cementerio Presbítero Maestro.
A pesar de
desempeñarse en esta actividad, Nicomedes nunca dejó de escribir décimas. En
1956, dejó su taller de herrería en Breña y se dedicó a viajar por el Perú y
América para recitar sus décimas, composiciones de diez versos octosílabos con
una serie muy específica de reglas con respecto a la rima.
Junto con su
hermana Victoria fundaron la Compañía Teatral Cumanana en 1958 que fue todo un
éxito. Este movimiento de reivindicación del legado folclórico de raíces
afroperuanas se reflejó en obras de teatro, participaciones en estaciones de
radio y la prensa escrita.
Asimismo, se
formó como periodista, y colaboró con diversos medios de comunicación,
incluyendo la televisión. Cabe mencionar que su labor por promover la cultura
de su tierra no acabó en las fronteras de Perú, ya que viajó por muchas partes
del mundo con este mismo propósito. Uno de estos viajes de ellas fue a
Senegal en África para presentar su ponencia “Aportes de las civilizaciones
africanas al folclore del Perú”. En ese entonces, Nicomedes Santa Cruz se había
convertido en una voz autorizada sobre la cultura popular latinoamericana.
En los años
noventa, el Gobierno del Perú le otorgó la Orden al Mérito por Servicios
Distinguidos en el grado de Comendador; sin embargo, su salud ya estaba
debilitada. Nicomedes Santa Cruz falleció el 5 de febrero de 1992 a los 67
años.
Nicomedes Santa
Cruz nació el 4 de junio de 1925 en el distrito de La Victoria, Lima (Perú).
Hijo de Don Nicomedes Santa Cruz Aparicio y de Doña Victoria Gamarra Ramírez,
era el noveno de diez hermanos.
Su cercanía con don
Porfirio Vásquez papá del cantante Pepe Vázquez, a quien conoció en 1945,
influyó de manera decisiva en su formación como decimista.
Santa Cruz rescató la
tradición decimista recopilando y fijando las décimas que circulaban oralmente.
Además, desde mediados del siglo XX, fue el representante más importante de
dicha tradición, como tal, escribió décimas y otros poemas en cantidades
significativas; sin embargo, su aporte a la literatura nacional es poco
conocido y estudiado.
Entre los años 60 y
70 Santa Cruz publicó cuatro poemarios, dos antologías y algunos cuentos :
Décimas (1960), Cumanana (1964), Canto a mi Perú (1966), Ritmos negros del Perú
(1971), Antología: Décimas y poemas (1971) y Rimactampu: Rimas al Rímac (1972).
En sus primeras décimas dio voz a la silenciada historia del negro desde su
llegada al Perú y reivindicó su aporte a la formación de la cultura nacional.
En su segundo y tercer poemarios, sobresalen los temas de preocupación
nacionalista, de marcado tono comprometido (denuncia la marginalización del
indio, condena el racismo, el imperialismo y la colonización africana), y
finalmente se trasluce un sentimiento integracionista donde aboga por una
sociedad pluricultural.
Si bien es cierto
que Santa Cruz tuvo una labor artística notable, no se puede pasar por alto su
trabajo periodístico y ensayístico. Publicó un centenar de artículos en los
diarios y revistas de mayor circulación en Lima (El Comercio, Caretas y
Expreso) en los cuales dio a conocer las influencias de la cultura africana en
las costumbres populares, la historia, los deportes, la educación, el lenguaje,
el arte culinario, el baile y la religión. Entre sus trabajos periodísticos se
destacan: «Ensayo sobre la marinera» (1958), «La décima en el Perú» (1961),
«Cumanana» (1964), «El festejo» (1964), «El negro en el Perú» (1965), «Racismo
en el Perú» (1967), y «De Senegal y Malambo» (1973). Sus ensayos más
importantes son: «Aportes de las civilizaciones africanas al folklore del Perú»
(1978), «Racismo, discriminación racial y etnocentrismo» (1980) y «El negro en
Iberoamérica» (1988). Estos artículos periodísticos y ensayos son un aporte
sustancial al conocimiento del legado cultural afroperuano y sirvieron de vía
de concienciación de la situación social del negro en el Perú y en las
Américas.
Desde 1980 se
trasladó a Madrid, donde residió hasta su muerte en 1992, tras haber
desarrollado un inmenso trabajo sobre la décima peruana.
Nicómedes en
primera persona
En 1881, a mi
abuelo le habían matado un hijo los chilenos, y para que no le mataran a otro,
embarcó a mi padre, Nicomedes Santa Cruz Aparicio (1870), en el último barco de
refugiados de fuera del país que partía a los Estados Unidos con una familia
extranjera. Allí se da cuenta de que por ser negro y analfabeto, lo iban a
meter a esclavito y se escapó. De esta forma se quedó solo en el mundo a los
once años.
Norteamérica es
dura pero, en honor a la verdad, debemos agregar que también fue el país de las
grandes oportunidades. Así, Nicomedes no sólo adquirió residencia y ciudadanía
norteamericana sino que se hizo un hombre completo: capacitado tecnológicamente
en refrigeración por amoníaco, manejo de calderos y motores a vapor (fuerza
energética de aquella época). En tanto que en lo cultural, aparte del inglés,
que era casi su lengua natural, aprendió el francés, alemán e italiano;
poseyendo una valiosa biblioteca entre cuyas joyas se contaba la Enciclopedia
Británica en su edición especial del año 1900, conmemorando el advenimiento del
siglo XX.
Los años pasan en
Norteamérica. Le viene la nostalgia. Empieza a recordar lo que había dejado, la
guerra, la desolación, el mundo que había abandonado para no morir. Siente al
Perú y regresa en 1908. Triunfa como dramaturgo entre 1910 y 1920 con las obras
"Confort del hogar", "Servicio Obligatorio" y "Un Don
Juan Criollo". Aquí conoce a mi mamá, que era nieta de su padrino. Se
enamoran como locos y se queda.
Contaba que su
bisabuelo era indio. Un curaca de Santa Cruz de la Sierra. Por eso nosotros
somos Santa Cruz, y que cuando se separa del virreynato de la Plata, que se
crea en 1776, el curaca tiene que venir a Lima por unos títulos, y aquí en Lima
se compra una negra en el mercado de esclavos, porque había una ley que
disponía que los nobles curacas o incas, podían comprar esclavos negros. Tiene
prole con esa negra y le pone su nombre, Santa Cruz. Era un hombre de frente
plana, como aplanada y de trenza larga (mi padre la guardaba como una joya).
Yo tenía muy poca
comunicación con mi padre. Sin embargo, cuando muere en 1957, empiezo a darme
cuenta que me había legado algo. Él me decía en sus últimos años: “Lo felicito
señor Santa Cruz, está usted dando de qué hablar”.
Yo nací el 4 de
junio de 1925 (el noveno de diez hermanos), en La Victoria, la primera barriada
de la República, porque la barriada colonial había sido el Rímac. Mucha gente
negra y mulata vivía allí. Mi infancia ha sido maravillosa.
Éramos los niños
más creativos en la pobreza que teníamos. Era una época en que Lima estaba
rodeada de huacas, de chacras y huertos. Tú hundías las manos, y encontrabas un
fusil de la guerra del ´79. Yo jugaba con los fusiles de la guerra con Chile.
Todo eran carretas. Todo eran pregones.
Los domingos venían
todas las tías, y la abuela y preparaban comida de campo; en cinco minutos ya
estábamos coronando una huaca. Porque Lima ha sido un santuario que estaba
rodeado de huacas, y coronando huacas, que eran muy bajas, se ponía toda la
familia a contar cuentos de la esclavitud, o de entierros, de los indios y
gentiles. Contaban que los gentiles habían estado enterrados siglos,
generaciones tras generaciones; perdían la coloración de la piel y habían
descendido a una condición totalmente zoológica. Entonces salían a las calles a
cambiar mazorcas de oro por comida, y la gente corría despavorida al ver a
gente transparente con mazorcas de oro en la mano, pidiendo comida. Esas cosas
contaba mi abuela, como se las habían contado a ella.
Lima era un enclave
que estaba más ligado al Caribe que al resto del Perú, porque había
desarrollado una cultura mulata en trescientos años y entre murallas. Gente
serrana no había. Nadie hablaba de huaylas ni de muliza. Había un nombre genérico:
“Serranito, están bailando serranito”.
En 1939, cuando yo
apenas tenía 14 años, se organiza la primera "Feria Folclórica y de
Productos Regionales", en la esquina de la avenida Venezuela y Alfonso
Ugarte. Al año siguiente, cuando ya había desaparecido el Hipódromo Santa
Beatriz, se organiza en lo que ahora es el Campo de Marte, la misma feria y
vienen camiones de todo el Perú. Yo tengo 15 años. La gente que viene a Lima se
siente tan emocionada de estar en la capital que no vende nada, regala todo. Y los
limeños se sienten emocionados al ver por primera vez a los danzantes de
tijeras, los negritos de Junín. Es el primer encuentro de integración peruana,
en 1940. En 1941 la cosa empieza a degenerar. Los soldados empiezan a violar a
las serranitas, y hay enfrentamientos terribles entre los soldados y la
policía. Cancelaron la Feria. Lima ya era una ciudad bárbara, pero hay que
darse cuenta que la Lima en que yo nazco tenía doscientos mil habitantes y
ahora (1987) tiene siete millones, y todo no es más que un proceso de
migración.
En las noches,
recuerdo, me buscaba un negrito que me doblaba la edad llamado Pílade; me
recitaba las décimas que aprendía de su padre; cuando él murió, en el año ''30,
me impresioné muchísimo porque era la primera persona que veía muerta.
Mi madre, doña
Victoria Gamarra, se pasaba el día entero cantando mientras trabajaba lavando
ropa en una batea durante dieciocho o veinte horas diarias; sabía de todo:
panalivio, festejos, habanera, vals antiguo y décima. Esta última la había
aprendido de niña, con los carreteros del ferrocarril inglés en Monserrate; un
día se quedó con la libreta de décimas olvidada por un trovador y se aprendió
de memoria los versos. Ese trovador se había pasado de vino en la bodega del
italiano donde contrapunteaban estos carreteros; al bodeguero le gustaba mucho
las décimas y siempre sacaba una botella de la casa para que siguieran
cantando.
Mi relación con la
décima sufrió un parón en sus primeros años: Mi madre se afectó del corazón y
por esto ya no cantaba; al poco tiempo nos fuimos de La Victoria. Mi padre era
buen técnico en refrigeración por amoníaco y trabajo de caldera de vapor, que
se usaba todavía y entró a trabajar en una hacienda que se llamaba Lobatón, en
el barrio de Lince. Y allá, en Lobatón, me olvidé de las décimas, pero no de la
poesía, que me gustaba mucho. En esta época compuse silvas, sonetos, versos
formales que no me llenaban.
Desde los tiempos
del colegio me gustaba la poesía, pero con el ojo que tenían los profesores,
escogían a los chicos que “debían” recitar poemas. La décima conservaba aún
alguna función social por aquel entonces; además, la poesía estaba muy presente
en el programa educativo de la época, aunque casi todo lo que se estudiaba era
del Siglo de Oro Español. La única vez que actué fue en mi clase. El profesor
dijo: “A ver, quien tiene vocación para el arte”. Yo dije: “Quiero cantar”.
(Libertad Lamarque acababa de hacer la película Besos Brujos.) Entonces el
profesor me presentó: “En tercer lugar, Nicomedes Santa Cruz cantando Besos
Brujos”. Cuando llegó mi turno saqué el cancionero porque no me sabía la letra
y allí acabó todo: “¡Vaya a sentarse...!”
Nosotros somos diez
hermanos y la Mamá siempre veía con qué jugábamos, qué inclinación artesanal
teníamos, y de acuerdo con eso, nos buscaba el oficio. Al terminar mi quinto
grado de primaria fue mi madre la que me dijo: “Tú vas a ser cerrajero”. “Y eso
qué es”, le dije. “Ya vas a ver que te va a gustar”. Entonces me llevó de la
mano a donde uno de los mejores maestros cerrajeros que había en el Perú:
Nicanor Zúñiga. Le dijo, como se decía antiguamente: “Maestro, aquí le entrego
a mi muchacho para que lo haga un hombre.” “Déjelo nomás, señora...” Eso fue en
el año '36. Entonces se aprendían muchas cosas. Se hacía un trabajo artesanal
del siglo XV. Uno iba a un taller en esa época y le decían: “¿Sabe trabajar?
¿Cuánto quiere ganar?” “Dos soles diarios” “Bueno, hágase sus herramientas”. Y
entonces teníamos que hacernos un martillo, el juego de tenazas... Hacer un
martillo es una cosa hermosa. Se puede comprar en la ferretería, pero hacerse
su herramienta es una prolongación del brazo mismo. La cerrajería peruana era
de corte español, a base de arabescos, por influencia árabe. Cada herrero tenía
un estilo que lo caracterizaba como una firma o una huella digital. Ese sello
artesanal se conseguía en diez, quince años de trabajo.
Siempre se cantó en
la herrería, porque la forja tiene un ritmo. Fíjate, se trabaja con dos machos
o combas y como el martillo no rebota cuando el hierro está al rojo, para
ahorrarse el esfuerzo de levantarlo se da un golpe en el yunque para que
rebote. Por eso hay una musicalidad: entre el sonido sordo de la comba, el
golpe del martillo sobre el hierro al rojo y contra el yunque; como el coro de
los herreros en la ópera “El trovador” de Verdi: Kimpun kapun, kipun kapun...
Uno cantaba sobre ese ritmo, con el fuelle de la fragua que hacía como una
tuba. Entonces había una armonía que lo hacía cantar fácilmente. Es un canto “a
capella” que no lleva más ritmo que el de la fragua. Esto de alguna forma me
ligó a la actividad artística que, en el fondo, no es ningún cambio sustancial:
de forjar hierro a forjar palabras, por ahí están las cosas. Y es justamente en
los años 40 cuando empiezo a escribir mis primeras décimas, al reverso de los
planos que me entregaban para hacer rejas. A veces devolvía los planos
garrapateados sin darme cuenta. Menos mal que los dueños eran unos italianos
condescendientes con mi afición.
Rafael tuvo que irse a México primero y después a España.
Regresó a los tres años de torear en
Francia y España y lo primero que me dice es: “Tú eres artista”. Claro, soy
artista del fierro, dije yo. “¡No! Tú eres artista y no del fierro porque en el
mundo he visto gente que tiene lo que tú tienes y vive cojonudamente”. Para mí
eso era difícil de entender porque Rafael era tres años menor que yo, con menos
mundo, aunque conociera un mundo que yo no vislumbraba aún.
El arte poético me va ganando terreno, y en el año 1956, el 25 de Abril, abandono el taller de herrería que había montado en 1953 y me largo por el mundo a encontrar mi destino recitando mis versos, que ya se contaban por algunas centenas de glosas.
Mi propio maestro, don Porfirio, era algo ya superado por mí, porque
todo lo que había hecho él, era prepararme para competir con otros decimistas,
que no existían y que en el mejor de los casos, como en el de su hermano
Carlos, frisaban los ochenta años. Ellos estaban encuadrados en una temática y
en una actividad totalmente rural, en lo humano y en lo divino, y yo veía una
serie de acontecimientos distintos. Viajé al norte hasta Ecuador, pueblo por
pueblo y chichería por chichería. Preguntaba a la gente de los corrillos: “¿Qué
están celebrando?” “El cumpleaños de él, la boda de ella o la despedida de
aquél...” “¿Puedo ofrecerle un poema de homenaje?” y dale, bueno...¡Zas!
improvisaba un poema. Querían pagarme. “No, de pagar nada”, decía yo. Entonces
me invitaban trago, comida... Ocurría que mareado con tanta chicha ya no estaba
allí sino en una casa y en otra. De pronto se producían unos pleitos porque a
alguien no le había caído bien y es que a donde fuera le cambiaba el sentido al
festejo. ¡Qué boda, ni qué cumpleaños! Todo lo distorsionaba Nicomedes. Alguna
gente para darse ínfulas de culto decía: “Eso no es de él, yo he escuchado eso
y es de Chocano”. Porque el pueblo analfabeto de esa época todo lo que le
parecía bueno se lo endilgaba a Chocano. Así que yo pensaba: "si creen que
es de Chocano, entonces debo ser bueno..."
Ingresé a la
compañía que ya no era “Pancho Fierro” sino “Ritmo Negro del Perú”. Habían
debutado y se preparaban para viajar a Chile. Alberto Terry, que era el
director artístico dijo: “Me han hablado de ti los Vásquez (don Porfirio) y
aquí, en el espectáculo, nadie habla".
La gente no conocía
nada de arte negro: ni zapateo, ni festejo, ni las décimas y sólo por
alineación y la vergüenza que teníamos de hacer nuestras cosas. Ofrecí
presentar los cuadros con décimas. Terry advirtió que el ensayo general era la
noche siguiente. “Para mañana están las décimas”, le dije. Vivía solo en Breña.
Me encerré en mi cuarto y medité como nunca en mi vida. Era el momento
decisivo. Sabía que ya me había quedado sin oficio. Justo al terminar la
Segunda Guerra Mundial desapareció toda la herrería artesana que yo dominaba. Y
un montón de gente tuvo que meterse hasta de cantor o poeta, como yo, porque
trabajo ya no había y aprender un oficio a los cuarenta años, por ejemplo, era
muy bravo. Entonces me dije: "Esto puede ser mi continuidad y tengo que
hacerlo tan bien que ahí se arraigue mi vida." Al amanecer terminé la
última décima. Quedé extenuado pero en la noche cuando fui al ensayo, mis
compañeros quedaron boquiabiertos y cuando dije la última décima que era la
Navidad Negra cerrando el acto, Terry tuvo que pegar un grito: “¡Sigue la
acción carajo!” Y es que nadie podía creer que de un día para otro hubiera
escrito tanto.
Me di cuenta que
iba vivir del aplauso. Sin embargo, dada su inestabilidad, sabía que no podría
mantenerme como me había mantenido la herrería. Entonces me metí inmediatamente
a hacer periodismo. Un hijo de los Miró Quesada dirigía el dominical de El
Comercio y le ofrecí un artículo sobre folklore. No tenía nada preparado pero
cuando me preguntó sobre qué sería el primer artículo, respondí que sobre la
Marinera. Fue heroico. Me costó toda una noche y salió publicado el 1 de junio
de 1958, justo cuando cumplía 33 años ("Ensayo sobre la marinera").
Ese mismo año,
Sebastián Salazar Bondy me citó a la redacción del diario La Prensa y después
de tener una larga conversación conmigo y ver mi libreta de décimas me dijo que
iba a escribir un artículo sobre mí, pero que iba a traer cola y generar polémica.
Efectivamente, fue lo que ocurrió, pues Sebastián tituló su nota: Nicomedes
Santa Cruz, poeta natural.
Inmediatamente le
contestó José Durand Flores negando que existiera tal poesía natural –en lo que
anduvo acertado, creo yo-; también entró al debate Luis Jaime Cisneros. Al año
siguiente, Juan Mejía Baca me publicó el primer libro de décimas y le encargó
el prólogo a Sebastián, que le corrigió algunas cosas a su polémico artículo
con el que, para decir la verdad, yo no estaba de acuerdo. Sebastián me había
ayudado presentándome a la intelectualidad de la época y había orientado mis
lecturas, pero en esa ocasión discutimos y el libro se quedó sin prólogo. Creo
que alguien que entendió muy bien el fenómeno de la décima fue Ciro Alegría,
gran amigo mío. Fue él quien presentó mi segundo libro, editado por Studium. Es
que Ciro había vivido largo tiempo en Cuba, tierra de decimistas.
También en el '58
los estudiantes de la Universidad de San Marcos me invitaron a la Casona, en el
Parque Universitario, para que diera una charla sobre la décima en
Hispanoamérica. El texto se publicó luego en "El Comercio" con un
reclamo que yo añadía que se hiciera un estudio detallado de esta forma poética
en nuestro país; en aquel entonces ni siquiera imaginaba que luego me correspondería
hacer ese trabajo. Lo que pasa es que existían estudios muy buenos sobre la
décima en Panamá, México, Cuba, Argentina y Puerto Rico, pero en ninguno de
ellos se mencionaba al Perú. A mí, que he nacido en olor de décimas, me
fastidiaba esta situación y quería que se rectificara. Y así fue como a partir
del año '60 comencé a recorrer la costa, que es el territorio donde había
quedado la décima peruana, a fin de recopilar todo el material que me fuera
posible.
Cuando llegaba a
los pueblitos los octogenarios accedían a cantar sus décimas, pero no faltaba
un niño –los niños no se callan esas cosas- que se acercaba para decir: “Ese
señor es de Radio Nacional, yo lo escucho”. Y entonces venía la desconfianza y
el trovador callaba, creyendo que había ido a robarle su canto. Ahora bien,
esto no quiere decir que las décimas no se repitieran y que cada poeta
estuviera obligado a ser original; los decimistas analfabetos del siglo XX –he
llegado a conocer a algunos- tenían una memoria prodigiosa que les permitía
recordar treinta glosas en un solo contrapunto. Échense a pensar lo que
significa, teniendo en cuenta que cada glosa la forman cuatro décimas y una
cuarteta.
Todo esto es una
cosa fortuita, que va contribuyendo a que rápidamente me haga conocido. Yo
siempre hacía una décima para cada cosa. Le cantaba al Alianza Lima, al Señor
de los Milagros. En el año '60 hago "Talara, no digas yes". Y ahí
tengo el primer problema político.
Parece que yo estaba llenando un tremendo vacío que había en diferentes sectores, y todo caía dentro de lo normal. La décima al Señor de los Milagros parecía que formaba parte de la procesión que tenía 300 años; la décima contra Ecuador parecía formaba parte de un programa cívico; la décima al Alianza Lima era un reconocimiento de todo el pueblo que se sentía identificado con el que creía que era el equipo de fútbol más popular.
Pero cuando voy a Piura, en vez de
decir "Piura, que bonita eres", lo que digo es: "Talara, no
digas yes / mira al mundo cara a cara; / soporta tu desnudez / ... y no digas
yes, Talara".
Porque cuando
estuve buscando mi destino, estuve trabajando en el petróleo y veía la valla de
la zona americana y me contaban los trabajadores que ellos sabían, porque
habían nacido ahí, dónde había petróleo y que los capataces "se hacían los
locos", porque en la zona peruana encontrar petróleo era más trabajo, y
ellos vivían de los dividendos de los norteamericanos, de las regalías...
Entonces no era más que chupar, ir a los burdeles de la zona, y que los norteamericanos
siguieran explotando petróleo. Pero a mí me jodía ver la valla en la zona
norteamericana, donde todo el mundo vivía como reyes, pero que no se podía
entrar ahí si no tenía el rótulo. Entonces, algo me impacta, y todo esto es
fácil que me llegue, porque he sufrido mucho como obrero, son 20 años de
trabajo y yo tengo una carga de identidad proletaria y también de un
patriotismo que me da mi madre. Mi madre fue una mujer patriota, como era la
gente antigua, que había sufrido tantas revoluciones frustradas, que tenía un
amor a la bandera, a la dignidad, a la frontera y a todas estas cosas, que
después se pierden. Entonces renuncio a ir de gira, que me iba a reportar unos
centavos muy interesantes, pero me quedo con la décima tal y como fue
concebida, sin modificaciones. Cuando en el año 60 sale mi libro apenas tengo
tiempo de meterla, y "Talara" es la última décima de mi primer libro,
editado por Juan Mejía Baca en 1960.
Más adelante
empiezo a incursionar en la política en el año 1961. No acepto lo de Belaúnde,
que me quiso meter en su partido; y me meto en otro partido, que creí que era
un partido de guerrilla, solidario con la Revolución Cubana. Y lo era a medias,
pero en cada plazuela hago una décima política a esa zona. De ahí salen
"Yo soy revolucionario", y un montón de décimas más. Esta
politización da un resultado fatal para mi economía y mi popularidad, porque la
misma gente que me aplaudía ve que estoy cantando y que estoy subido en un
tabladío con gente que ya ha creado problemas antinorteamericanos y entonces
pierdo un gran sector de la oligarquía. Yo recuerdo que le he cantado a
personajes que eran directamente contratados por el presidente del Jockey Club,
que era Claudio Fernández Concha; por el presidente del consorcio de textiles
de poliéster, que era Santiago Gerbolini; por el presidente de la Asociación de
Cafetaleros Latinoamericanos, que ahí hago "El Café". En fin, las más
altas instituciones. Ya no tenía precio lo que yo hacía. Un obrero ganaba en
esa época mil o dos mil soles mensuales, y yo cobraba 30, 50 y hasta 100 mil
soles por una décima. Era una cosa que yo me volvía loco con la cantidad de
plata que tenía, porque yo tenía un millón de soles en el bolsillo. Yo vivía en
un cuartucho y lo que hago es que me voy del país, porque veía que todo era
política y no había atención a mis décimas, que eran sobre la cosa tradicional.
Entonces le digo a
Sebastián Salazar Bondy: "Me voy, porque quiero que pase esto y
volveré". Y Salazar Bondy me dice: "No; tienes que participar".
Le digo que la única manera de que yo participe sería en una cosa guerrillera,
en una cosa así como la que está pasando en Cuba, que es lo que nosotros
necesitamos. Salazar me dice: "Yo te llevo a ese partido". Cuando me
di cuenta, no era eso lo que yo quería, pero ya ellos habían lanzado en todos
los diarios que yo estaba en ese partido, aunque sin haber firmado ningún
papel, pues nunca me he afiliado a ningún partido político; pero yo no conocía
cómo se maneja la política.
A pesar de mi
incursión en la política del '61 al '62, que me margina de toda la aristocracia
(o de la oligarquía, para ser más exactos) la que me mira ya con ojos un poco
de enemigo, hay por parte de ella una necesidad de este "elemento
Nicomedes Santa Cruz". Esa burguesía es bastante astuta, por lo que dice:
"bueno, este hombre no significa una organización, es un hombre al que a
lo mejor puede manejársele o utilizársele, pues necesita plata; además de que
continúa con su ascendiente sobre un gran sector del pueblo".
De ahí es que me
voy a Brasil, porque quiero que el público se olvide de mí, y allí ocurre lo
más extraordinario que me haya pasado en la vida, cuando lo primero que
encuentro en la Av. Mariscal Floriano, es un monumento a la nación brasileña,
que tiene en la base, donde comienza el fuste, cuatro esculturas, y arriba está
la patria de Brasil. Pero a un lado tiene el bandeirante, el colono portugués,
el indio tupi-guaraní, el caboclo y el negro. Cuando yo veo un negro en bronce,
he sentido una emoción que hasta ahora me parece que lo viera. Es cuando digo,
este país es extraordinario. Era la época de Joao Goulart. Ahí conozco a Edison
Carneiro; él me dice dónde puedo conseguir literatura. Voy a Bahía, donde me
quieren meter en el Candomblé; voy a un "terreiro" y me dicen que
"tengo algo", que puedo ayudarlos mucho, que ellos me podían dar
secretos que no tenía nadie.
Por fin llego a la
Universidad de Bahía, cuando se celebra el "Primer Congreso sobre
Alimentación en los Países Subdesarrollados", y el homenaje que le hacen a
Jorge Amado, que era el ídolo de los estudiantes. Por primera vez veo delegados
africanos. Ahí es donde yo me salgo de todo esto y me pongo a vivir en un
pueblo que se llama Feira de Santana y me pongo a escribir. La cuestión es que
la prensa brasileña daba mucho espacio, página tras página, al problema del
negro, cuando en el Perú no se veía nada de eso. Esa experiencia de Brasil
cambió mi vida.
Vuelvo a Perú con
todo ese material, y empiezo a recorrer las universidades, particularmente la
Universidad de Ingeniería, y la Universidad de San Marcos. Todo aquel
estudiantado era diferente al de ahora. Tenían una sola conciencia, la de
ayudar al trabajador, de impugnar toda la penetración, y no había problemas
entre ellos, o en todo caso los problemas ideológicos no obstruían el avance.
En la universidad estoy constantemente trabajando con el estudiantado. Allí me
doy cuenta de que el aplauso que recibo es cuantitativamente inferior al otro,
que no hay cientos de miles de soles, pero que cualitativamente ese aplauso
suena diferente que el otro aplauso de "La Pelona", de "Ritmos
Negros"; es un aplauso político; es un aplauso militante; es un aplauso
fuerte.
El movimiento negro
cambia; ya no es Lumumba, como yo pude cantar en el '60; ahora es Stokely
Carmichael; han matado a Luther King, luego matan a Kennedy; se me echa encima
toda la izquierda. Hugo Neira se da cuenta de ello y dice que no es ningún
error de Nicomedes. Y efectivamente, yo le canto a Kennedy porque lucha por el
negro, pero Kennedy también mandó mercenarios a Playa Girón.
Cuando Paco Moncloa
y Salazar Bondy vuelven de Cuba y me dicen "¿Tú quieres ir a Cuba? Te
llevamos". Y yo les digo, "Sí, quiero ir"; me responden "¿A
quién quieres conocer, a Fidel?". "No", les digo, "a
Nicolás Guillén". Y me dicen "negro traidor" Y les digo
"pero si Guillén viene luchando desde hace 20 años por lo que ha hecho
Fidel". Ellos no entienden nada. Por negritud yo he estado más cerca de
Guillén que de Fidel, y por negritud estuve más cerca del Kennedy de Alabama
que del Kennedy de Playa Girón. Pero todo esto es grave, porque tampoco se
puede estar así también. Entonces, cuando llega Angela Davis me doy cuenta que
yo estoy quedándome atrás, que por no cometer errores no escribo, y por tener
tantos libros ni puedo leer, porque mis mismos libros me apabullan.
Cuando en el '64 la
firma Philips me auspicia Cumanana en su primera edición, Mujica Gallo
-fundador del periódico Expreso, del que yo también soy fundador, porque él me
llama a fundarlo- me da 15.000 soles para que yo edite el álbum y él se encarga
de distribuirlo. Lo entrega a la revista Caretas para que haga un trabajo.
Fueron cuatro páginas dedicadas a Cumanana.
Este álbum Cumanana
es muy valorado dentro de mi actividad, porque ya no es el periodismo, ya no es
la décima, es un trabajo de investigación, y empiezo a trabajar en televisión,
precisamente con la "Compañía Cumanana", con todo este mundo que
empieza a tener importancia derivada de la independencia de los países
africanos. Hay un interés serio de querer encontrar la presencia negra en el
Perú, presionado por los acontecimientos africanos y porque se dan cuenta que
en el Perú hay negros, y que yo venía trabajando hacía tiempo en eso. Entonces
lo negro empieza primero ahí, tanto es así que cuando sale el libro
"Cumanana", toda la crítica, como Juan José Vega, Hugo Neira... todas
estas gentes dicen que es el mejor libro que he escrito.
En el año '67 voy a
Cuba, y por primera vez leo "El Manifiesto Comunista"; veo todas las
obras de Lenin, y ahí adquiero otra dimensión, una visión del mundo diferente,
por lo pronto muy dogmática. Creo que todo el mundo que no haga lo que plantea
Marx es un cabrón... es una mierda... que había que tener eso metido en el
bolsillo para consultarlo. Pero también me doy cuenta de que yo he sido muy
injusto con la intelectualidad peruana. Yo decía "A mí, me marginan porque
soy negro, y me han hecho esto y esto otro". Y no era así, porque
volviendo de Cuba comienzo a ver todos los libros que tengo, que nunca había
leído, y son libros que me han dedicado los propios autores: Romualdo, Javier
Heraud... O sea que he conocido una cantidad enorme de poetas e intelectuales,
a los que he confundido con el público, porque me aplaudían en los barrios, me
daban sus libros y todo y yo los guardaba, y lo que pensaba era: "Cómo me
quiere la gente". La cosa es que no discriminaba, no discernía. Yo he
cometido errores, que son producto de haber pasado sin transición de 20 años de
obrero, al trabajo literario y artístico con el público. No me doy cuenta de
quién es quién, y ya es tarde también para tomar otra medida.
Sin embargo, el
viaje que hice a Cuba en el '67 no me permitió encontrar lo que soñaba buscar.
No lo encuentro porque yo fui a Cuba pensando que me ocurriría lo mismo que en
Brasil, que encontraría una serie de actividades que me nutrieran en el aspecto
cultural y lo que encuentro es una tremenda motivación política, lo que
encuentro es una realidad de lo que para América Latina había sido únicamente
una teoría de la posibilidad de un nuevo mundo de justicia y de equidad. Y el
mismo Fidel (que posiblemente se daba cuenta de lo que nos pasaba a todos, nos
reúne a cerca de dos mil delegados, la mayor parte de OLAS, otra parte del
Salón de Mayo, y los que éramos del "Encuentro de la Canción
Protesta"), en una reunión de toda una noche en la Isla de Pinos nos dice:
"Todo lo que ustedes han visto aquí, lo quieren para sus países, pues
vuelvan a sus países lo más pronto posible y luchen para que se haga
realidad". Entonces tengo que dar marcha atrás en todo lo que yo había
pensado, pues ya incluso había renunciado al diario Expreso, y a un montón de
cosas más, para quedarme en Cuba. Es cuando me doy cuenta de que mi presencia
en Cuba no hacía falta, sino que lo que hacía falta era que yo captara todo lo
que había en Cuba para hacerlo en mi país.
Efectivamente,
regreso a Perú y empiezo a trabajar muy fuerte en la poesía, lo que me lleva a
Cuzco por primera vez. En la Plaza de Armas, ante un estudiantado universitario
y el campesinado, empiezo a declamar mis poemas y me doy cuenta que mis
esfuerzos por acercarme al hombre de la Sierra con la misma fuerza y con el
mismo amor que me había acercado antes al hombre negro de la Costa, está dando
sus frutos, porque Cuzco me recibe como un hijo de la tierra.
Empiezo a trabajar
una poesía que empieza a identificarse con el problema indio. Es cuando escribo
"Indio", "El desalojo", "Los Comuneros". En fin,
toda una producción que trata de acercarse al indio.
Ya en estos
momentos empiezo a viajar mucho, vuelvo a Cuba (1974), viajo por el continente,
pero veo que el proceso se va deteriorando rápidamente, al punto que en el año
1974 ya ni los mismos militares creen en su revolución. El Sistema Nacional de
Movilización Social, Sinamos, resulta una entidad nefasta; el estudiantado
universitario que se ha balcanizado en una serie de corrientes también me
repudia; surge un movimiento poético, "Hora Cero", que sataniza todo
lo que hago, sobre todo por haber hecho un anuncio publicitario; entonces se
produce una descomposición total. Esta descomposición culmina con el desaforo
de Velasco Alvarado.
Yo me refugio en la
TV, presentando lo que venga, sin discriminar lo que hago; me refugio en el
periodismo y lo único positivo que he estado haciendo en los medios de
comunicación desde el '71, es en la radio, en "Radio América". Allí
hago "Así canta mi Perú", donde rescataba los valores folklóricos, y
sobre todo hago el programa "América canta así", que es la
introducción del nuevo canto latinoamericano, a través del disco, aunque
también tengo invitados, en el ambiente peruano. Eso es lo más positivo que
hago. Pero a partir del año 1979 tampoco hago radio y sólo me queda la
televisión (ésta de incierto futuro con la llegada de la empresa privada).
Incluso en Lima
había ocurrido un fenómeno bien ingrato. La juventud de 14 y 17 años que me
respetaba, se burla de mí en las calles. Es todo lo contrario de cómo hasta los
tranvías de antaño paraban para que yo cruzara los rieles, y si entraba a
comprar cigarrillos en un café la gente comenzaba a aplaudirme espontáneamente;
veo cómo me quieren tipificar con "La Pelona", como si fuera una
especie de grillete, y el grito que le hacen a todos los negros, "uh, uh,
uh", imitando mi voz y todo por calles y plazas, como un vejamen y una
burla cruel. Es entonces cuando me doy cuenta de que todo está perdido.
Ahora, cuando he
venido a México (1982), nuevamente me ocurre el fenómeno que ya me ha ocurrido
otras veces. Que en México hay un montón de gentes que han seguido la
trayectoria de "Muerte en el ring", traducido al inglés en Estados
Unidos; que mi poesía hacía falta aquí en México; que es una poesía que tiene
un montón de elementos esclarecedores sobre problemática caribeñas, y
mesoamericanas. Entonces, salir de esta frustración, de este desaliento de la
Lima del '80, y llegar en el '82 a un México que quiere grabarte, que quiere hacer
un montón de cosas, es lo que a uno lo vuelve a revitalizar y decir que todo no
estaba perdido, que la política y la historia tienen sus altibajos, o estos
ecos que a veces no llegan a uno.
Con afecto,
Ruben
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