miércoles, 1 de mayo de 2024

Enrique Congrains Martín

 

La vida exagerada de un hombre llamado Enrique Congrains Martín




Fuente: Letralia Tierra de Letras


La entrevista de los escritores hispanoamericanas en internet

Abraham Prudencio Sánchez





Por Abraham Prudencio Sánchez



La vida de Enrique Congrains fácilmente podría ser la historia desaforada de un hombre que hizo de su vida una novela compleja y exagerada. Como impulsado por un misterio poderoso y sin límites, en 1954, a la edad de 22 años, publicó un conjunto de cuatro cuentos bajo el título de Lima, hora cero; al año siguiente, profundizando aun más en la problemática social, publicó Kikuyo.

 

Con el mismo desenfreno y fervor colabora en revistas literarias tales como Ya y Pan, de marcada tendencia izquierdista. Disconforme con su realidad, se sumerge a una intensa actividad política; este apasionamiento lo lleva a formar parte de las líneas trotskistas. Tan ciega fue su pasión por el devenir de la nueva ideología, que una tarde de invierno se vio involucrado en un asalto, con pistola en mano, a una agencia bancaria; el argumento fue simple e irrefutable: la guerrilla necesitaba fondos para imponerse a su nueva realidad. Sin embargo, su desproporcionado accionar tuvo consecuencias inmediatas, y como no podía ser de otra manera, fue a dar con sus huesos en la carceleta del palacio de justicia. La osadía le costó tres meses de encierro.

 

Para cumplir su cometido, analizando el terreno hostil de los años 50 en esa Lima convulsionada, no sólo se quedó con la tinta y la pluma. Tal empresa requería de una editorial, y como en esos años ninguna de las editoriales, que apenas se podían contar con los dedos de la mano, avalaría su locura, creó su propia editorial. Fue así como, bajo su humilde pero propio sello, publicó sus primeros libros.

 

No era raro encontrarlo por las calles, paquete en mano, promocionando, cual vendedor de feria, sus propios textos. Mario Vargas Llosa dice que se presentaba así: “Cómpreme este libro, del que soy autor. Pase un rato divertido y ayude a la literatura peruana”. Obviamente, con tal eficaz argumento, la gente no tenía más salida que ponerse la mano al pecho.


 

Con la misma intensidad de siempre, pero esta vez ya establecido en Argentina, publica No una sino muchas muertes (1957), novela que fue llevada al cine en 1983 con el fulminante título de Maruja en el infierno, dirigida por Francisco Lombardi con guión del poeta José Watanabe.


 

Tras la publicación de este libro, cuando estaba en lo mejor de su producción y para sorpresa de cristianos y moros, Enrique Congrains abandona la literatura y, como si fuera poco, en 1963 se aleja del Perú por tiempo indefinido. Desde ese momento se vuelve un trotamundos, de Argentina pasa a Venezuela, Chile, México, Cuba, Colombia.

 

Su espíritu de hombre emprendedor lo lleva de inventor de jabones iniciado en Lima a promotor de concursos de lectura veloz, crea proyectos inverosímiles como el ajedrez de tubo, el arte de la microonda, escribe recetarios de cocina peruana, de medicina natural; como impulsor cultural se ve tentado a crear una gran editorial cuya infraestructura traspasaría fronteras, como editor bate récord vendiendo más de 250.000 de sus ya famosas colecciones biográficas de científicos. Junto a un grupo de amigos se ve tentado de crear Multidic, que era nada menos que un diccionario de diccionarios (compuso 108 diccionarios especializados); sin embargo, este proyecto se echó a perder por la aparición inesperada de un hombre llamado Bill Gates, que llegó a nuestra edad de piedra con un invento fabuloso: Encarta. Enrique Congrains y sus amigos tuvieron que dar un paso al costado e ir tras los pasos de otras locuras.

 

Tales hazañas no resultaban de simples quimeras sino requerían de una fuerte inversión, y para la admiración de muchos incrédulos, no sólo había gente sino también instituciones que aprobaban sus osados proyectos prestándole dinero.



 

Tuvo ideas que, tras su aplicación, resultaron todo un éxito; de la noche a la mañana la fortuna parecía sonreírle, pero las más de las veces, por no decir en todas, “su locura” resultaba todo un fracaso, las consecuencias eran obvias, en lugar de ganarlo, el dinero parecía hacerse humo en sus manos, la bancarrota era un estado de ánimo habitual, fue así como perseguido por la pesadilla de las deudas; muchas veces se vio obligado a salir de un país entre gallos y media noche.

 

Muchos de sus amigos, con el sueño de hacerse ricos de la noche a la mañana, quedaron en la más completa ruina, y muchas instituciones, al no obtener resultados por las vías cordiales, se vieron obligadas a abrirle procesos judiciales a diestra y siniestra. Se dice que bajo esta situación llegó a tener más de 20 órdenes de embargo.

 

Ante tal apremiante situación sólo había una opción: desaparecer del lugar y establecerse en otro para comenzar de cero, hasta que de salto en salto fue a dar a Bolivia. Aquí se estableció, un poco más tranquilo, porque había averiguado personalmente que en este apacible lugar no había extradición por deudas.


 

Permaneció así sumido casi en el más completo anonimato. Se le perdió tanto de vista que algunos le daban por muerto, y no era para menos, porque para evitar los juicios y reclamos no tuvo más remedio que cambiarse de nombre. Muchos cuentan que nuestro querido escritor se presentaba como Antonio Rodríguez Solís. Este solícito hombre de negocios había tomado el lugar del endeudado narrador Enrique Congrains; los acreedores, al no encontrarlo por más de tenerlo frente a frente y en persona, se daban media vuelta y regresaban tras sus pasos totalmente convencidos de que el diablo se había llevado el alma de ese pobre deudor. Pero ni ellos ni el mismo Antonio Rodríguez Solís sabían en realidad quién era Enrique Congrains.

 

 

 

II



 


La irrupción precoz de este autor en el escenario literario peruano marcó un punto de quiebre en la temática reinante del momento. Lima, hora cero, se convierte así en el texto fundacional, con este libro inaugura el realismo urbano en el Perú.

 

El inmigrante, antes de la irrupción de Congrains, se encuentra rumbo hacia la tierra prometida; los jóvenes, sobre todo, ven a Lima como la ciudad donde pueden cumplir sus sueños, porque había tantos negocios que era imposible que no haya trabajo.

 

La pluma de este joven autor nos cuenta de esos mismos personajes pero ya instalados en los pueblos jóvenes, en los arenales, en los lugares donde en esos años era imposible pensar instalarse y poder vivir todo el tiempo que se les antoje. Así se formó el cerro San Cosme, el Agustino, San Juan de Miraflores, Zárate, Comas, los Olivos, y un largo etcétera.

 

Es el sujeto migrante de la Sierra que llega cargado de ilusiones. No hay otra solución, Lima es la única ciudad donde podrán progresar y dejar de ser unos “olvidados”, pero de olvidados pasarán a tener otra categoría acaso peor que la anterior, serán desde ese momento unos “marginados” y serán tratados de esa manera por aquellos que ya habían estado allí desde un inicio, pero sobre todo por aquellos que han llegado unos días antes.

 

En “El niño de junto al cielo”, acaso unos de sus mejores cuentos, retrata esta realidad: Esteban, recién llegado de su Tarma natal, pide “autorización para conocer la ciudad”, quiere recorrer el lugar, pero él no está en Miraflores o San Isidro como hubiera querido sino en la periferia, lejos de todo, “había descendido desde el cerro hasta la carretera”, y a medida que se sumerge se iba preguntando incrédulo: “¿Eso era Lima, Lima, Lima?”. Con sus apenas diez años no tuvo mejor frase para nombrar esa realidad, ese lugar no era el imaginado sino “la bestia con un millón de cabezas”.

 

Esa gran “bestia” formada por gente venida de todas partes, tratando de sobrevivir como mejor podían. Sin embargo, esa bestia de un millón de cabezas lo recibe con una “sorpresa”: apenas bajado del cerro San Cosme, Esteban encuentra diez soles; esta aparente “suerte” era un juego más del destino, pues no solo encuentra los diez soles sino también a Pedro, un niño sin padres que sobrevivía gracias a su astucia. Podríamos decir que Pedro era igual que él solo que había llegado antes y ya se había habituado a esa realidad; la experiencia de la vida le había enseñando que si deseaba sobrevivir en ese mundo tenía que perder todo tipo de moral y sentimientos; es por esta razón que al enterarse de la “buena suerte” de su afortunado amigo, no duda en proponerle un próspero negocio, Esteban invertiría los diez soles y él su “conocimiento de la vida”.

 

Esteban, emocionado, pensando que la Bestia no era tan mala como había creído, se deja llevar sin saber lo despiadada que podía ser. Pedro, para finalizar su plan, distrae al ingenuo muchacho mandándole a comprar algo para comer; este descuido es bien aprovechado para desaparecer con el dinero y toda la ganancia de la venta de las revistas. Esteban, horas después, se resigna, “Pedro no estaba en ese lugar, ni en ningún otro”, la Bestia no perdonaba a los ingenuos ni a gente de buena fe. Mientras regresa a casa, por su “cabecita” seguramente pasaba que si quería vivir en ese lugar debía actuar como Pedro o quizá peor.

 

Con un lenguaje propio de los años 50 Enrique Congrains plasma esa Lima llena de contrastes, violenta y difícil. Se inserta en la vida del inmigrante para contarnos con un lenguaje sencillo y directo la serie de desdichas que pasan los desraizados en el afán de instalarse en esa nueva realidad. El sujeto migrante de la sierra será un tema recurrente en sus tres primeros libros.

 

 

 

III




 


Cuando todo el mundo ya se había olvidado de él y cuando los libros escolares reeditaban sus cuentos como mejor homenaje a quien en vida fue Enrique Congrains, una mañana de invierno de 2007 irrumpió entre patadas y puñetes en el escenario literario limeño. Pero no venía solo, traía bajo el brazo un par de libros, El narrador de historias y 999 palabras para el planeta Tierra, y como si fuera poco también trajo consigo una pata de mono que blandía en el aire como un arma contundente.

 

Muchos lo tomaban, ya sea de cerca o de lejos, como un loco de atar, y otros como un excéntrico sin parangón, pero en realidad solo fue una persona que quería hacer de su vida lo que a él le daba la gana; se fue por donde quiso y escribió lo que quiso, se resistió hasta el último segundo de su vida a formar parte de ese mundo cotidiano y frívolo, y de haber podido hubiera continuado con sus locuras, pero la muerte lo andaba siguiendo desde hacía tiempo con la misma urgencia que sus acreedores.


 

El 6 de julio de 2009, en la apacible Cochabamba, acosado por problemas respiratorios, dejó este mundo para irse al mundo de la imaginación que él había creado de manera tan precoz.



Con afecto,

Ruben

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