EL GORRIÓN
Ivan
Turgenev
Volvía de cazar y caminaba
por una avenida del jardín, con mi perro corriendo delante de mí.
De pronto, dio pasos más
cortos y empezó a avanzar sigilosamente, como si estuviera siguiendo una presa.
Miré a lo largo de la
avenida y vi un gorrión joven, con el pico y la cabeza cubiertos de pelusa
amarilla. Se había caído del nido (el viento sacudía violentamente los abedules
de la avenida) y permanecía inmóvil, agitando impotente sus alas a medio
crecer.
Mi perro se acercaba
lentamente a él, cuando, de repente, un viejo gorrión de garganta oscura,
descendió como una piedra justo delante de su nariz y, todo erizado,
aterrorizado, con pío desesperado y lastimoso, se arrojó dos veces hacia las
fauces abiertas de dientes brillantes.
Saltó para salvarlo; se
arrojó ante su polluelo... pero todo su cuerpecito temblaba de terror; su canto
era áspero y extraño. Desmayado de miedo, ¡se ofreció!
¡Qué monstruo tan grande
le debió parecer aquel perro! Y, sin embargo, no podía mantenerse en su rama
alta, a salvo del peligro... Una fuerza más fuerte que su voluntad lo arrojó al
suelo.
Mi Trésor se quedó quieto,
retrocedió... Era evidente que él también reconoció esa fuerza.
Me apresuré a llamar al
perro desconcertado y me fui lleno de reverencia.
Sí, no se rían. Sentí
reverencia por aquel pajarillo heroico, por su impulso de amor.
El amor, pensé, es más
fuerte que la muerte o el miedo a la muerte. Sólo por él, por el amor, la vida
se mantiene y avanza.
Abril de 1878.
Con
afecto,
Ruben
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