Cuentos
Peruanos
“Un buen libro no es aquel que piensa por
ti, sino aquel que te hace pensar." James McCosh.
Cuento: un perro y un asalto
Por: Abraham Valdelomar
Yo tengo
miedo negro de las cosas;
las cosas en la noche tienen miedo.
Cuando voy por las calles, misteriosas
sombras no puedo atravesar, no puedo!
las cosas en la noche tienen miedo.
Cuando voy por las calles, misteriosas
sombras no puedo atravesar, no puedo!
A Servando Gutiérrez: bienvenida.
Si yo os digo: anoche me han asaltado, me
preguntaréis todos: ¿quién? A ninguno se le ocurrirá esta pregunta: ¿qué cosa?
Porque no se concibe que a un hombre que va a media noche por la calle de
Guadalupe, taciturno, con anteojos, rumiando una idea nueva y con un cigarrillo
agonizante en los carnosos labios desencantados, le asalte una cosa, una idea,
un recuerdo, un mal pensamiento. ¿Ha de asaltarte, necesariamente un bandido?
No. Yo no temo a los bandidos salteadores de las calles de Lima porque no llevo
nunca más dinero que ellos.
Temo a otros salteadores, a los que nos roban el
precioso tesoro de las ideas. No conozco sino una diferenciación entre el Bien
y el Mal; lo Perfecto y lo Imperfecto. Todo lo que hay en un cuerpo, en un
organismo, en una idea o en un sentimiento, de bello, es el Bien; todo lo que
hay de imperfecto es el Mal. por eso los más artistas son los más buenos. Los
malos odian la Belleza.
El mal es poliforme. ¡Con cuántos trajes, con
cuántos rostros, con cuántas cosas se disfraza! Es menester conocer el mal,
saber cuáles y cuántas son sus trapacerías y los medios de que dispone, para
evitarlo y vencerlo. Siempre el mal se ensaña en lo que más amamos, en lo más
íntimo, en lo más bueno. Nuestro ángel tutelar nos ofrece siempre nuevas ideas,
como una abuelita cariñosa nos ofrecía de niños un juguete o una fruta madura.
Y allí está el mal para quitárnosla.
Yo iba anoche por la calle de Guadalupe. Desde lejos
vi la tétrica torrecilla que domina la cárcel; un farol cabeceaba como zamba
vieja que rezara el rosario; un policía adormilado saludaba a invisibles
personajes, recostado sobre un poste. De pronto vino a mi imaginación un
cuento, la idea de un fantástico cuento cuyo protagonista era un encarcelado. Recábame
ya con la idea de llegar a mi casa y ponerlo en las carillas blancas,
febrilmente, con esa vehemencia con la cual cogemos un amor nuevo y soñaba,
encantado, con poner la última palabra del cuento; releerlo, con esa íntima
complacencia con que, después del beso, contemplamos el rostro de la mujer que
nos lo ha recibido. Más he aquí que, pasando ya por la puerta de la cárcel, y
cuando trataba yo de fijar la esencia del cuadro y aprisionar los valores
sugerentes, fundamentales, de mi sensación, siento que unas como patitas finas
van tras de mí. Vuelvo la cara y veo un perrillo. No un perrillo negro de ojos
encendidos como es menester que sean los perrillos en los cuentos fantásticos,
sino un vil perro manchado de color, ni sucio ni limpio, ni trágico ni vulgar,
un perro así, ordinario, adocenado, burgués, un perro sin trascendencia
metafísica y sin sugerencias espirituales. En suma, lo que puede ser un perro
que pasa por la calle de Guadalupe a las dos de la mañana…
Por ser tan anodino este can me interesó. No estaba
famélico porque no husmeaba ni adulaba; no estaba triste porque no se dolía; no
buscaba lecho porque su cola era altiva como un airón. Era un perro subjetivo,
un simple especulador de la noche, que iba apaciblemente a su casa. Un perro
que, sin duda, pensaba y a quien yo con mis pasos había interrumpido en sus
meditaciones, era un perro despreocupado como yo de la vida de relación.
Resolví seguirle. El perrillo pareció darse cuenta
de mi propósito y apuró el paso. Volvía de vez en cuando su cabecita pequeña
como un puño y que, por la forma, me parecía un corazón humano, aunque por la
color blanquizca y manchada digiérase un pepino. Y seguía caminando: tac tac
tac tac tac tac… Llegamos sujeto y perro a la plazoleta donde rodeados de
jardines hay dos observatorios trascendentales y que yo motejo:»la plazuela del
misterio» porque en uno de ellos se observa con telescopio el estrellado cielo
y en el otro, con microscopio, el mundo celular. El perrillo llegó hasta el
jardín sin rejas y empezó a embromarme. Indudablemente, decía yo, sugestionado
por la hora, este perrillo tiene una cita y se obstina en que yo no me entere.
Quería desorientarme. Ora se alejaba como insinuándome igual procedimiento. Ora
hacía se el dormido como invitándome al sueño. Valíase de todos los métodos de
que dispone un perro a las dos y media de la mañana para deshacerse de un
transeúnte importuno, que no son los mismos medios de que se vale un transeúnte
para deshacerse de un perro que, a la misma hora, le importuna. Los del perro
son más asiáticos, más finos, más cortesanos y protocolares métodos.
En este punto mi narración flaquea y he de valerme
de otros métodos expresivos porque la historia se complica. Recurriré a un
método más breve:
2 y 30 de la mañana
El perro se oculta en un macizo decorativo del
pequeño parque y ladra en la sombra. Por la esquina del Observatorio cae algo
como una piedra. En el cielo la Cruz del Sur, radiante, se acerca a las copas
de los árboles de la Alameda Grau.
2 y 35 de la mañana
El perro no sale. Hay un silencio tan grande que
siento el ruido lejano de las estrellas que giran. Ensayo un método para que el
perro surja. Si yo logro dar con su nombre (como el perro sabe que lo ignoro)
se desconcertará al sentirse llamar. Tal me ocurriría si en este momento el
perro me dijera entre la sombra. ¡Abrahaaaaaam!
2 y 43 de la mañana
El método de llamar al perro por su nombre es de
gran eficacia. Pero ¿cómo se llamará este perro? Un perro flaco… no; flaco tampoco,
metido en carnes, de color manchado, ni harto ni hambriento… «¡Capitán!» ¿Se
llamará «Capitán»? Nosotros teníamos en Pisco un perro que se llamaba
«Capitán». No. En estos tiempos de pangermanismo nadie le da a su perro el
grado de «capitán». ¿Se llamará «Mariscal»? Lo más natural es que un perro se
llame «Pipón». Pero este es perro, por su catadura, de casa de vecindad. Un
perro de casa de vecindad no puede llamarse «Pipón». Si le dijera «Capulí» … ¿»
Capulí»? ¿Y si se llamara «Napoleón»? También pudiera llamarse «Tonguito» o
«Leonel». «Leonel» es un bonito nombre. Parece un seudónimo de joven decente
que escribiera mal… Si fuera un perro de señorita inglesa podría ensayar la
palabra «Thim» o «Baby», pero el subfijo «my» es indispensable y este perro no
puede tener subfijo…
¡El perro no sale! ¿Se ha marchado? ¡Boby! ¡Thim!
¡Napoleón! ¡Capitán! ¡Tonguito! ¡Mariscal!
3 y 7 de la mañana
¡Guau! ¡Guau! ¡Guau!
3 y 12 de la mañana
La cruz del sur inclinada sobre los árboles de la
alameda Grau, semeja una cruz en la portada de un cementerio abandonado.
3 y 15 de la mañana
—¿Qué hace usted aquí?
—Lo que me da la gana!
—Es que es prohibido…
—¿Es prohibido estar en una plazuela?
—Sí. Porque viene la patrulla…
—¡Qué tengo que ver yo con la patrulla! ¡Boby!
¡Napoleón! ¡Capitán!
—¿Quiénes son ésos?
—Un perro. Mi perro…
—Esos son varios perros.
—No, señor. Es un solo perro…
—Un solo perro y llamas a tres?…
—¿Qué es eso de llamas? ¿Usted sabe con quién
habla?
—Sí. Con un ciudadano vago.
—¡Cachaco!
—Bueno. ¡Vamos a la comisaría!
—¡Oh! ¡Vaya usted al demonio!
—Blanquito insolente!
—¿Blanquito yo? ¡Ja jajá!…
—Da gracias que ya el mayor se fue a acostar!
—Me río en el mayor!…
4 menos un cuarto de la mañana
¡Mula! ¡Mula! ¡Putupum! ¡Pum! ¡Putupum! ¡Qué
fastidio! La carreta de los muertos…
5 y 5 de la mañana
¿Dónde demonios he metido la llave?…
Y así fue como perdí el argumento de uno de mis
cuentos más bellos. Anoche el Mal se había disfrazado de perro y el perro me
robó mis ideas. Sin embargo, cuando yo os dije anoche me han asaltado, todos me
interrogasteis «¿quién?». A nadie se le ocurrió
EL
CONDE DE LEMOS 1917.
Con afecto, Ruben
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