Reflexiones sobre la
batalla de Arica
Víctor C. Choque
Martínez
Ante la
proximidad del Centésimo Trigésimo Quinto aniversario de la batalla de Arica,
quiero compartir con vosotros algunas reflexiones, puestas de manifiesto por el
Sr Gral. Div Francisco Vargas Baca, integrante de la Quincuagésima (50º)
Promoción del Centro de Altos Estudios Nacionales (CAEN) de la cual me honro en
integrar, sobre el holocausto del R:.H:. Francisco Bolognesi en el Morro de
Arica aquel 7 de Junio de 1880. Expuesto en la Benemérita Sociedad Fundadores
de la Independencia, Vencedores del 2 de mayo y Defensores Calificados de la
patria.
“Los
discursos sobre la batalla de Arica, normalmente comprenden un vibrante relato
de los hechos históricos, una pincelada sobre la solicitud de rendición a cargo
del emisario chileno, una reflexión sobre el significado de la famosa frase del
Coronel Francisco Bolognesi, una narración de la batalla, y un homenaje a los
actores de esta tragedia. Pero, creo que el elevado nivel de los presentes me
releva de la narración histórica y me permite hacer algunas reflexiones sobre
los hechos, de manera directa.
Y es
que al repasar los libros de historia que tratan sobre la epopeya de Arica,
inmediatamente surgió en mi mente una primera interrogante, que me permito
plantear:
¿Cómo
pudimos llegar a esto? ¿Cómo pudo ser que un país tan rico en recursos y con
gente con tantas excelencias, llegue a una situación tan extrema como Arica?
¿Cómo
pudo suceder que un país, heredero del más grande imperio de América – el
Tahuantinsuyo – y heredero de una de las pocas culturas primigenias del mundo –
la cultura incaica - ; y a su vez, depositario del virreinato más poderoso de
esta parte del planeta, se convierta en una República libre pero caótica, y se
vea doblegada por otro país más pequeño, con menos recursos, y que sólo llegó a
ser una Capitanía tutelada por nuestro virreinato?
Y es
que si nos situamos en el momento en que Chile nos declara la guerra el 5 de
abril de 1879, encontraremos que durante los primeros 58 años de República,
estuvimos desunidos, enfrentados peruano contra peruano, y con una débil
identidad nacional, donde los intereses personales y de grupo se
antepusieron al interés de la nación en su conjunto, no habíamos dejamos de lado
nuestras diferencias, nuestras ambiciones subalternas, perdimos más de
cincuenta años en rencillas internas, el país fue un desorden; y entonces, ante
una amenaza exterior, no reaccionamos unidos y no enfrentamos todos juntos la
amenaza. Las diferencias entre uno y otro, nos llevó a la debacle ante la
prueba de una guerra. Muchos peruanos quisieron sacar partido de la situación.
Es
decir, el día que se inició la guerra, ya la habíamos perdido. Chile no nos
ganó la guerra, nosotros la perdimos.
Ante
la cruda posible respuesta a la primera interrogante, preguntémonos: ¿Hemos
aprendido la lección de Arica?
Ahora
nuestra población, civiles y militares ¿Estamos fuertemente unidos para
enfrentar las amenazas extranjeras? ¿Estamos unidos para enfrentar con éxito el
terrorismo y el narcotráfico internacional? En buena cuenta ¿Hemos aprendido la
lección de Arica?
Dejemos
ahí esta reflexión por un momento, y pasemos a una segunda interrogante, que
asaltaría a cualquier lector de nuestra historia:
¿Cómo
pudo suceder que después de ser vencedores en el combate del 2 de mayo de 1866,
sólo catorce años más tarde, tuvimos un desastre, una hecatombe para nuestras
armas en 1880?
¿Cómo
pudo suceder que después de vencer en 1866 en el Callao, tengamos una derrota
contundente en 1880 en Arica? ¿Qué sucedió en esos 14 años?
Y es
que es particularmente importante reflexionar sobre las circunstancias que
condujeron a la epopeya de Arica.
Recordemos
que en el combate del Callao, más conocido como combate del 2 de mayo de 1866,
el Presidente General Mariano Ignacio Prado dirigió personalmente las defensas
del puerto contra la amenaza exterior, constituida por la formidable escuadra
española. En ese glorioso día peleamos juntos: ecuatorianos, peruanos y
chilenos, civiles y militares, gobernantes y ciudadanos; de esa unión nació la
victoria.
El General Mariano
Ignacio Prado gobernó hasta 1868; desde enero del 68 hasta agosto del 72, tuvimos 9
gobernantes en sólo 4 años; hasta que fue elegido el Dr. Manuel Pardo y
Lavalle, el primer civil que llega a la Presidencia por elecciones, luego de
más de 50 años de República; esto demuestra la falta de estabilidad política de
nuestra República en esos años.
Una de las primeras
disposiciones del Presidente civil Manuel Pardo y Lavalle fue reducir nuestro
Ejército de Línea a 2,200 efectivos y los distribuyó en todo el
territorio para develar los 34 levantamientos que hubieron en
su gobierno; así mismo, distribuyó el armamento del Ejército de Línea en la
población para reforzar la Guardia Nacional, y anuló las compras de armamento y
naves blindadas; además y lo más grave: firmó un Tratado Defensivo con Bolivia,
país que ya tenía serios problemas políticos con Chile. Es decir degradó a su
mínima expresión nuestro sistema de defensa nacional y nos puso en un grave
riesgo a nivel internacional.
Así
llegamos a 1876, en que el General Mariano Ignacio Prado asume nuevamente la
Presidencia; el General Prado trató de recomponer el Ejército, pero el
liderazgo de los jefes, la experiencia de los Oficiales, la capacidad de las
Unidades no se consigue de un momento a otro; es un proceso continuo y
permanente. En esa penosa situación, llegamos al 5 de abril de 1879 en que
Chile nos declara la guerra; luego, de seis meses de brillante campaña marítima
de nuestra Armada, en octubre capturan el Huáscar y perdemos al Almirante Grau;
y con él, perdemos nuestra capacidad de actuar en el mar.
Luego,
el 27 noviembre de 1879 llegaría la victoria de Tarapacá, sin embargo, después
de la victoria, las tropas peruanas iniciaron una penosa retirada hacia Arica,
las tropas chilenas ocuparon esta provincia. En esas circunstancias, el
presidente Mariano Ignacio Prado viaja a Europa en plena guerra, en
circunstancias particularmente difíciles para el país. Nicolás de Piérola se
autoproclama Presidente, y el 23 de diciembre de 1879 entra a Palacio de
Gobierno; su primera disposición fue relevar a gran parte de los mandos
militares y colocar a "civiles pierolistas” otorgándoles el grado de
coronel. Las derrotas se sucederían hasta el desastre en el Alto de la Alianza
el 26 de mayo de 1880, que sería el preámbulo de la batalla de Arica.
El
día de la batalla de Arica, el 7 de junio de 1880, el Presidente del Perú era
el abogado Nicolás de Piérola, permanente conspirador, que vivió muchos años en
Chile; y el Jefe del Ejército del Sur era el Contralmirante Lizardo Montero,
prestigioso marino, que había derrotado a Piérola en uno de sus tantos
levantamientos. Piérola no apoyó a Montero, no le envió refuerzos ni
abastecimientos y contribuyó a la derrota del Ejército del Sur, que culminó con
la tragedia de Arica. Ni siquiera por la Patria amenazada, los políticos
pierolistas olvidaron sus rencillas personales con los militares.
Entonces
surge inevitable la pregunta: ¿Cómo pudo ser que ante la amenaza exterior, la
clase política y el Alto Mando Militar no dejen de lado sus enfrentamientos
particulares, no tomen sus previsiones, no planeen, ni conduzcan las
operaciones militares en conjunto, y hayan permitido que 1,700 peruanos se
encuentren en tan desgraciada situación en Arica?
Nuestra
historia nos dice que los políticos y los militares estaban más preocupados por
sus enfrentamientos personales, por sus ambiciones de poder, conformaban dos
mundos separados, que vivían de espaldas, y enfrentados unos a otros.
Y
ante ello ¿Hemos aprendido la lección de Arica? ¿Tenemos ahora a una clase
política y a un estamento militar debidamente unido y coherente?; los políticos
¿Respetan y apoyan adecuadamente a los militares en actividad y en retiro? Y
los militares ¿Están subordinados al poder constitucional, como reza nuestra
Constitución; y no están sometidos al poder civil, como muchos quisieran? En
pocas palabras: Ahora ¿Tenemos una sana, adecuada y sólida relación civil
militar?
Por
otra parte, ahora que se han cerrado nuestras fronteras y se oyen voces de
reducir a las Fuerzas Armadas a su mínima expresión, recordemos lo sucedido
antes de 1879; y es que al reunir 600 hombres y vestirlos de uniforme, no se
consigue un Batallón, es decir una unidad entrenada que combate en conjunto, se
requiere capacitación, entrenamiento, liderazgo, confianza y tiempo; lo mismo
se podría decir de la tripulación de un buque de guerra, o de la dotación de
pilotos y operadores de una Base Aérea.
Ante
estas dos interrogantes, surge inmediatamente una tercera: ¿Cuál fue la causa –
la profunda y verdadera causa – del desastre de Arica?
Si
nos ponemos la mano al pecho, en acto reflexivo , encontraremos no una, sino
varias causas del desastre: Falta de responsabilidad, imprevisión, mediocridad,
incapacidad, incompetencia, desunión de la sociedad peruana, corrupción,
enfrentamientos internos entre peruanos, falta de altura de estadista en la
clase gobernante, y falta de preparación en el estamento militar.
En
Arica no solo fue derrotado el Coronel Bolognesi, sus Oficiales y su tropa. En
Arica, tampoco fue derrotado el Ejército o la Marina solamente; en Arica, fue
derrotado toda la nación peruana, que no supo unirse y defenderse; fue
derrotado todo el Estado Peruano, que no pudo cumplir con uno de sus deberes
fundamentales, y no pudo cumplir con dar seguridad a nuestros ciudadanos y no
pudo preservar nuestro patrimonio, perdiéndose inmensos territorios; pues en
Arica se termina la Campaña del Sur en la guerra de conquista que Chile
emprendió contra el Perú.
Estoy
seguro que cada uno de Uds. tiene una respuesta a estas – tal vez - insolentes
preguntas, cada uno de Uds. Tiene su propia opinión acerca de estas – tal vez –
atrevidas reflexiones; pero si he logrado mover su conciencia hacia estos
temas, entonces habré logrado el propósito de este discurso.
Sin
embargo, a riesgo de ser desaforado, permítanme una cuarta y última
interrogante:
¿Qué creen que pensaban los
1,700 peruanos que defendían la Guarnición de Arica en los días anteriores a la
batalla?
¿Qué
podría pasar por la cabeza de nuestros compatriotas en el morro, la semana
anterior al 7 de junio?
Los
invito a realizar un ejercicio mental: Pongámonos en la situación de los
combatientes en el morro de Arica el 1 de junio de 1880. En esa fecha, conocían
de la derrota en la Batalla del Alto de la Alianza, de la ocupación de Tacna,
de la deserción del Ejército boliviano, conocían que los peruanos sumaban cerca
de 1,700 hombres, de los cuales la mayoría eran los llamados “cívicos”, es
decir ciudadanos recién enrolados durante la guerra, mal vestidos, peor
equipados, con escasas municiones y medios, con mucho entusiasmo, pero muy poca
preparación militar, no disponían de Unidades de Caballería, y su Artillería
apuntaba al mar, no era la más adecuada para el combate terrestre; finalmente,
conocían que eran la última fuerza peruana en el sur del país.
Sobre
el enemigo, los peruanos sabían que al norte se encontraban 15,000 soldados
chilenos en Tacna que le cerraban el paso; al sur 5,000 chilenos habían ocupado
Iquique, al este 6,500 efectivos le impedían replegarse hacia los Andes, y al
oeste tenían el mar y toda la escuadra chilena; es decir, estaban rodeados por
mar y tierra, sin posibilidades de retirada, sin posibilidades de refuerzos, y
sin ninguna alternativa viable de obtener una victoria ante la superioridad
militar del invasor.
Imagínense
que Uds. Se encuentran en esa situación. Seguramente estudiarían sus opciones:
Una:
resistir lo más posible.
Dos:
Rendirse, hasta encontrarse en mejores condiciones para seguir combatiendo.
En
esas condiciones extremas, pensemos: ¿Por qué no se rindieron? No serían la
primera unidad militar en el mundo que se haya rendido. La historia militar
mundial registra casos de rendición:
Como
cuando los musulmanes (Boaddil) se rindieron ante fuerzas españolas en Granada
en 1492.
O
como la célebre rendición de los defensores holandeses en la guarnición de
Breda ante los atacantes españoles en 1,625; cuando las tropas holandesas
salieron de la ciudad, lo hicieron al paso de desfile, llevando sus banderas,
uniformes y armas.
Así
mismo, hubo Unidades británicas que se rindieron, a las fuerzas rebeldes
durante la Guerra de Independencia norteamericana; particularmente en Saratoga
(General Burgoyne) en 1777, y en Yorktown (Lord Cornwallis) en 1781. Las
fuerzas británicas que se rindieron fueron tratadas con respeto y
caballerosidad.
Además,
todos conocían de la rendición del Brigadier español Rodil en 1826, dos años
después de la batalla de Ayacucho. Cuando Rodil y 400 famélicos realistas
entregaron la Fortaleza del Real Felipe, fueron recibidos con honores militares
por los patriotas.
Entonces,
¿por qué el Coronel Bolognesi y los defensores de Arica no se rindieron? ¿No
creen Uds. Que esos Oficiales no pensaron en sus esposas, en sus hijos, en sus
familias, en sus casas?
Yo
creo que no se rindieron, porque ante tanta adversidad, ante tanta imprevisión,
ante tanta mediocridad, ante tanta incapacidad y traición; alguien debía
decirle al Perú y al mundo, que los peruanos somos un pueblo con dignidad, un
pueblo con honor, un pueblo altivo y orgulloso. Y en esas tristes horas para
nuestra Patria, alguien debía señalar el camino, marcar el rumbo, dar el
ejemplo, e indicar que nuestro camino estaba signado por perseverar hasta el
fin, por esforzarnos hasta el último aliento, por pelear hasta el último
cartucho. Esa era nuestra única alternativa, rendirnos no era una opción.
Y
esa gloriosa decisión, marcó nuestro proceder en el resto de la guerra: en San
Juan, en Miraflores, en la campaña de la Breña, en Sausini y en Huamachuco,
nunca nos rendimos; y luego de esta guerra, continuamos, y nunca las armas
peruanas se han rendido, ni en la guerra con Colombia, ni en la guerra con el
Ecuador en 1941, ni en el Cenepa, ni en el Cóndor, ni en el Proceso de
Pacificación.
Y es
que, como todos los Ejércitos, hemos tenido victorias y derrotas, pero nunca
tuvo una rendición. Arica nos señaló el rumbo y los militares aprendimos la
lección. Los militares peruanos jamás nos rendimos…
Creo
que han sido suficientes interrogantes, suficientes reflexiones con motivo de
la epopeya de Arica.
Finalmente,
debo decirles que creo que los héroes de Arica, no se inmolaron para que les
dediquen un discurso, no se sacrificaron para que calles y plazas lleven sus
nombres grabados en bronce, no se sacrificaron para que les pinten un óleo, o
les canten un himno, o les reciten algún poema, ni siquiera para que les
escriban un libro. Creo que los héroes de Arica están por encima de todo ello.
Creo
que lo que ellos buscaban, era que los tomemos como ejemplo, que sean nuestro
modelo a seguir, que todos los peruanos luchemos hasta el último aliento por
nuestra Patria. Ese sería el mejor homenaje que pudiéramos hacer a los héroes
de Arica; el mejor homenaje que pudiéramos hacerles es tener hoy – en el
momento presente – un país unido, integrado, fuerte, donde civiles y militares,
políticos y ciudadanos, gobernantes y gobernados trabajen unidos y en armonía
hasta el último aliento, y que, de ser el caso, peleen hasta el último
cartucho, por un Perú más unido, más fuerte y solidario.
El
mejor homenaje que hoy podemos dar a los defensores del morro, es decirles,
desde acá que hemos aprendido la lección, y que ellos nunca serán olvidados,
que su ejemplo será seguido y jamás serán olvidados.
Y
sobre el olvido, permítanme narrarles lo que mi padre, alguna vez me dijo, más
o menos en los siguientes términos: “Los militares tenemos tres muertes,
la primera sucede cuando nos dan de baja, la segunda es su muerte física; la
tercera muerte de un militar sucede cuando lo olvidan, está es la última y
definitiva muerte”. Por ello, nosotros decimos que Bolognesi nunca morirá, los
defensores del morro nunca morirán, porque viven y vivirán eternamente en el
pensamiento de todo buen peruano.
Y es
que gracias a los defensores de Arica, somos un pueblo con honor, con dignidad,
un pueblo que mira de frente, altivo y orgulloso, y que no tiene por qué bajar
la cabeza ante nada, ni ante nadie.”
Honor
y gloria al Coronel Bolognesi, a sus Oficiales y tropa!
¡Honor
y gloria a los defensores del morro de Arica!
Y
gracias a ellos, gracias a su sacrificio podemos decir:
¡Honor
y gloria a nuestra Patria: el Perú!
Muchas Gracias.
Con afecto,
Rubén
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