martes, 23 de octubre de 2018

Como cada jueves:Lo justo y lo legal



Como cada jueves
RICARDO BLUME
Artículos periodísticos
(Esta es la recopilación de algunos artículos publicados en el diario El Comercio  de Lima Perú entre 1981 y 1988)
Lo justo y lo legal

Ricardo Blume

Las primeras decepciones que recuerdo de niño son de muy diversa índole e importancia. Desde descubrir que no existía Santa Claus hasta la espantosa revelación que las personas se mueren.
Uno de los mayores engaños que sufrí de adulto, y del que todavía no me repongo a pesar de los años transcurridos, lo tuve cuando un abogado amigo mío me dijo que no es lo mismo  lo justo que lo legal.
No podía creerlo. Había yo entablado un juicio (primero y último de mi vida; toco madera) y cuando él me informo que había un punto en que yo tenía razón pero que no se podía defender, yo no atine sino a decir !Pero eso no es justo!   
Fue entonces cuando mi amigo, abogado brillante, se tomo el trabajo de explicarme que una cosa era  lo justo y la otra lo legal. Fue un mazazo.  La rotura de una ilusión.
Con el correr de los años y desengagaños  he podido comprobar una y mil veces que mi amigo dijo la verdad. Sin embargo, la herida que me produjo no ha cicatrizado y se resiste a cicatrizar. Por estos días( al margen que se apruebe o no la legalidad de una medida adoptada por el poder judicial (estamos asistiendo al enfrentamiento clarísimo entre lo justo y lo legal). Lo justo es lo arreglado a la justicia y razón. Lo legal es lo prescripto por la ley y conforme a ella. La justicia es la virtud que se inclina a dar a cada uno lo que le pertenece. La equidad. Lo que debe hacerse según el derecho y la razón. La justicia es algo  que está por encima de nosotros.  Es una aspiración a la que tendemos.
Las leyes, en cambio, las hacemos los hombres. Tendiendo a lograr la justicia, naturalmente. Pero si lo justo es lo recto,, lo legal (por la marañana de leyes creadas por los hombres) está lleno de atajos y vericuetos donde se  puede escurrir la justicia.
Como todos pueden suponer, soy lego en lo que se refiere a la legalidad. Para eso están los letrados, jurisconsultos, juristas, legistas y hasta leguleyos  y picapleitos; todo esto es sinónimo de abogado. Como lego, pues, ( es decir ignorante, iletrado, indocto e incompetetente ) me permito decir que si bien comprendo que la legalidad debe ser el sustento y el camino hacia la justicia, nunca debería sacrificarse lo justo por lo legal.
Creo en la probidad y rectitud de las personas más que en el apego al legalismo y a la formalidad. Un juez honesto y justo es para mi una institución más perfecta y eficiente que todo un l palacio de justicia lleno de legajos, leguleyos y burócratas de de la justicia.
Escribo muchos días antes de que esta nota sea publicada. No se en qye terminara o habrá terminado el asunto que motiva esta reflexión.
Si habrá triunfado la justicia o la legalidad. Pero esto es lo que me preocupa:
¿Es legal que un delincuente condenado a quince años de prisión por un crimen de lesa humanidad, como el tráfico ilícito de drogas, pueda quedar libre en tan poco tiempo?
Posiblemente. Pero no me parece justo. No es justo en si. Ni es justo en relación con otros casos. La ley debe ser igual para todos, blanquitos, cholitos, civiles y uniformados.
Aquí no se trata del delicado asunto que se presume que alguien  quien  es culpable  pero que legalmente no se le puede probar. Se trata de un delito probado y sentenciado.
Que los vericuetos legales permitan que esa sentencia sea escamoteada es lo que preocupa. Y lo que comprobaría, flagrantemente, que una cosa es lo justo y la otra lo legal. Pero que no debería ser así. Jus quiere decir  derecho. Y derecho quiere decir recto. Algo que no admite zigzagueos, rodeos ni maromas. Lo que va directo.
Cuando la legalidad se opone a la justicia, en un caso clamoroso como este, se produce una injusticia dentro de la legalidad.
Creo que no hay nada que haga más daño la moral pública que permitir un hecho de esta naturaleza. Comprendo que lograr que lo justo coincida con lo legal no siempre es posible. Pero hacia eso debemos tender.
Que la divergencia sea la excepción no la regla.
Al menos, un ignorante, iletrado, indocto e incompetente en cuestiones legales como yo, se resiste a aceptar que lo justo y lo legal puedan llegar a ser cosas  opuestas.
Así como me resisto s creer que una especie de genocida de la juventud, como un narco traficante, pueda seguir perteneciendo impunemente a una institución militar.
El Autor.      13 marzo  1986

Con afecto,
Rubén
    



martes, 9 de octubre de 2018

De medicina a adicción: el opio en Occidente 1-d



Relatos históricos 1-d
¿Qué es la historia? Una sencilla fábula que todos hemos aceptado. (Napoleón


De medicina a adicción: el opio en Occidente 1-d
 

Desde el siglo XVII, el uso medicinal del opio en Europa se extendió y dio paso al hábito, ya fuese bebido o fumado
(8 de noviembre de 2013)
El médico galés John Jones, en Cómo revelar los misterios del opio (1700), habla de los beneficios esta sustancia: "A menudo el opio quita el dolor mediante la distracción y la relajación provocadas por el placer y su incompatibilidad con el dolor"; "previene y quita la pesadumbre, el miedo, las angustias, el mal genio y el desasosiego"; ha hecho a "millones" de consumidores "más serenos y al mismo tiempo aptos para la administración de sus negocios".
Lo recomienda contra la gota, la hidropesía, el catarro, el asma, la disentería, el cólera, el sarampión, la viruela, los cólicos y otras dolencias. Reduce los vómitos, mitiga el hambre, alivia los dolores menstruales y las convulsiones, y –además de efectos afrodisíacos– provoca "el crecimiento del pene, del pecho y un aumento de la leche". Jones también previene sobre los peligros de un uso prolongado: "Un estado de abotargamiento, apatía y pesantez, como el de los borrachos crónicos, excepto cuando se está bajo el influjo del opio", lo que es imputable a quienes lo emplean "sin prudencia".
Los elogiosos términos en los que se expresa Jones reflejan el entusiasmo de los médicos de su tiempo por las múltiples virtudes del opio, el jugo de la adormidera, que provienen de su principal ingrediente activo: la morfina. Ésta alivia el dolor, dulcifica los espasmos, reduce la fiebre e induce al sueño; como analgésico, produce euforia y amortigua la tensión y la ansiedad. También suprime la tos, estriñe al inhibir los jugos gástricos, retarda la respiración y dilata los vasos sanguíneos de la piel.
La era de los láudanos
Aunque el opio era conocido desde la Antigüedad, su empleo experimentó un amplio auge a partir del Renacimiento, cuando la expansión comercial de Europa aumentó los contactos con el Imperio otomano, Persia y el Extremo Oriente, zonas donde se cultivaba la adormidera –el Corán prohíbe el consumo del vino, pero nada dice del opio (ni del cáñamo)–.
El número de recetas médicas que incluían opio aumentó desde el siglo XVI; fue entonces cuando, según se dice, el famoso médico y alquimista Paracelso acuñó el término "láudano", una suerte de bálsamo fabricado por él y que contenía opio mezclado con sustancias como beleño, almizcle y ámbar. En adelante, el opio adquirió una reputación de medicina casi milagrosa que no sólo reparaba la salud, sino que proporcionaba un gran bienestar.
Con las preparaciones de tipo líquidas el opio pasó a convertirse, entre los siglos XVI y XVII, en la medicina de las clases superiores
Aunque podía ingerirse en forma de píldoras convenientemente edulcoradas, pues el opio tiene un sabor amargo, se popularizó en forma de láudano, una solución de opio en alcohol –líquida, pues, y no sólida como el compuesto de Paracelso–. Con este tipo de preparación, el opio pasó a convertirse, entre los siglos XVI y XVII, en la medicina de las clases superiores, ya que en su elaboración se utilizaban ingredientes de elevado coste. Así, por ejemplo, en el láudano que lleva su nombre, el médico Thomas Sydenham (el "Hipócrates inglés") diluía opio en vino de Málaga, azafrán, canela y clavo. Con él trató a pacientes como el rey Carlos II y Oliver Cromwell, mientras que, en Francia, Richelieu, Colbert y Luis XIV tomaban el láudano del abate Rousseau.
La atracción del opio
Durante el siglo XVIII, el opio se democratizó. Aumentó su flujo a Europa y América, y se diversificaron sus preparaciones: se presentaba en linimentos, grageas, enemas, jarabes... Como los láudanos, estos productos se vendían en boticas y prometían el alivio de todo tipo de dolencias El consumo del opio creció, imparable. De aquel "curalotodo" universal, por entonces el único remedio eficaz contra la tos, los cólicos y el dolor, echaron mano Benjamin Franklin por su gota, o Robert Clive, el conquistador de la India, por sus cálculos biliares (Clive terminaría por suicidarse debido al insoportable dolor que le provocaban).
El opio generaba la adicción de sus consumidores, y a veces las supuestas enfermedades que curaba no eran sino un pretexto para tomarlo, como en el caso del poeta inglés Coleridge. Del opio atraía su capacidad para aplacar la ansiedad y los nervios, así como de estimular las ensoñaciones, lo que hizo que recurrieran a él multitud de artistas y escritores.
Uno de ellos, Thomas de Quincey, dejó el testimonio de su experiencia en Confesiones de un inglés comedor de opio (1821): "Mientras el vino desordena las facultades mentales, el opio (si se toma de manera apropiada) introduce en ellas el orden, la legislación y la armonía más exquisitos. [...] el hombre que está borracho o que tiende a la borrachera favorece la supremacía de la parte meramente humana, y a menudo brutal, de su naturaleza, mientras el comedor de opio siente que en él predomina la parte más divina de su naturaleza; los efectos morales se encuentran en un estado de límpida serenidad y sobre todas las cosas se dilata la gran luz del entendimiento majestuoso".
Más abajo en la escala social, la capacidad del opio para reducir las aflicciones proporcionaba a los trabajadores de las zonas industriales de Gran Bretaña un alivio temporal a las agotadoras jornadas en talleres y en minas.
El opio consumido en Europa provenía del Próximo Oriente y su contenido en morfina era mayor que el de la India, desde donde los ingleses lo introducían de contrabando en China, donde a finales del siglo XVIII el opio estaba prohibido. La resistencia china a este comercio provocó dos guerras con Gran Bretaña (1839-1842 y 1856-1860) que marcaron un cambio en la opinión pública hacia Oriente y hacia una nueva manera de consumir el opio: fumarlo.
De la pipa a la aguja
"El fumar opio no se condena por el daño directo que provoca, grande o no, sino por las circunstancias degradantes en que se lo busca"
En China (donde los españoles habían llevado el tabaco desde América), el tabaco se fumaba y los fumaderos chinos se convirtieron en el compendio de las visiones europeas sobre un Extremo Oriente disoluto: eran algo depravado, vicioso y criminal, y sus clientes caían en la holganza y la miseria. Como manifestaría el médico sir Clifford Allbutt, estudioso del tema (e inventor del termómetro clínico): "El fumar opio, ya sea en Europa o en otra parte, no se condena por el daño directo que provoca, grande o no, sino por las circunstancias degradantes en que se lo busca; en Oriente es el recurso de aquellos que son la escoria del mundo".
Estas ideas se proyectarían sobre los fumaderos de opio que desde mediados del siglo XIX aparecieron en Europa y América con la emigración china. La morbosa atracción que ejercieron en la opinión pública se alimentó de novelas como El misterio de Edwin Drood, de Dickens (1869), y de las denuncias de la prensa de masas, que los mostraba como antros de perversión.
Mientras se extendía la moda de fumar opio, aparecieron nuevas formas de consumirlo: en 1806 se extrajo la morfina, el principal alcaloide del opio, cuyo uso se vio facilitado por la invención de la aguja hipodérmica en 1853. Empleada para combatir el dolor en todas las contiendas desde la guerra de Secesión, sus efectos eran más rápidos y potentes, y también quien la tomaba se hacía adicto más pronto, empezando por los soldados que la recibieron. Irónicamente, se consideró que estaba desprovista de efectos adictivos y se promocionó para deshabituar a los opiómanos, del mismo modo que se consideró que la heroína, un derivado de la morfina creado en 1883, permitiría superar la adicción al opio y a la morfina. El comercio de todas estas sustancias no comenzó a hallar trabas internacionales hasta 1912, con la firma de la Convención Internacional del Opio.
Con afecto,
Ruben

175 años de la Primera Guerra del Opio 1-c



Relatos históricos1-c

 
¿Qué es la historia? Una sencilla fábula que todos hemos aceptado. (Napoleón


COLONIALISMO 175 años de la Primera Guerra del Opio
Opio para el pueblo, la droga que aseguraba el monopolio del té

  • La Independencia de EE.UU y su competencia en China significó para Gran Bretaña un revés comercial que afectó negativamente a su balanza de pagos
  • Para recuperar el dominio del comercio de la popular infusión, un bien de beneficios millonarios, introdujeron el narcótico en China, que provocaría las Guerras del Opio
Juan  Rivas  Moreno
Actualizado: 25/06/2014
Cuando Lord McCartney volvió de su embajada a China en 1794, trajo consigo un rechazo absoluto por parte del gobierno Qing a todas las concesiones que los representantes británicos habían solicitado, y una carta del emperador Qianlong, dirigida al rey Jorge III, explicando la inutilidad de los lazos comerciales entre el Imperio Celeste y las naciones "bárbaras".
En 1794, la China manchú era el estado más populoso, rico y extenso con diferencia. China había alcanzado su cénit y su máxima expansión bajo el reinado del emperador Qianlong, y nadie podía haber previsto en aquella época que, tan sólo cuarenta y cinco años más tarde, las fuerzas británicas doblegarían a los emperadores manchúes en la Primera Guerra del Opio.
Detrás de la predominancia europea se encontraba una mercancía de dudosa legalidad: el opio
Sin embargo, Gran Bretaña y Europa sufrieron una metamorfosis entre 1794 y 1839, un proceso de cambio continuo cuyo resultado final era irreconocible en comparación con el punto de inicio. En menos de medio siglo, Inglaterra le había ganado la mano al imperio manchú e iniciaría un proceso que pondría a Europa y al mundo occidental en el centro de todos los mapas. No obstante, detrás del proceso que supuso el nacimiento de la modernidad y de la predominancia europea se encontraba una mercancía de dudosa legalidad: el opio.
Té: el veneno de Europa
El 16 de diciembre de 1773, un grupo de colonos de Boston vestidos de indios americanos consiguieron colarse en barcos de la Compañía de las Indias Orientales y arrojar todo un cargamento de té al agua en protesta por el Acta del Té de 1772. Este evento, conocido como el Motín del Té, ha sido el escogido por la historiografía posterior para señalar el comienzo de la Revolución Americana. Sin embargo, el principal impacto del Motín del Té no fue de dimensión americana sino global.
La importancia del Té cómo símbolo de la Revolución se debe a que representaba el poderío imperial británico. Desde 1600, la Compañía de las Indias Orientales ostentaba el monopolio del comercio con Asia, y la principal recurso que importaba era el té. El té se había convertido en un bien de consumo global y habitual, demandado en todos lados. Sin embargo, a finales del siglo XVIII sólo podía comprarse en un país: China.
El Motín del Té, 1773.
A lo largo de los siglos XVII y XVIII, la Compañía Británica de las Indias Orientales había conseguido hacerse con el monopolio de un bien tan demandado. La carta otorgada por Isabel I le garantizaba la ilegalidad de la competición nacional (y por extensión prohibía la participación de los colonos americanos en el comercio del té), y la Guerra de los Siete Años había acabado con el principal competidor internacional de la Compañía, Francia. Con la victoria de Clive en la batalla de Plassey, la Compañía de las Indias Orientales se había asegurado la primacía en la compra-venta de té en toda Europa.
A partir de la independencia de EE UU (1783) la Compañía de las Indias Orientales tuvo que soportar la presión de la competencia americana en China
Las tornas cambiaron con la derrota de Cornwallis en Yorktown en 1781, y la independencia de los Estados Unidos, reconocida en 1783. A partir de esta fecha, la Compañía de las Indias Orientales tuvo que soportar la presión de la competencia americana en China, en la que participaron magnates de la talla de John Jacob Astor. Con su monopolio quebrantado, la Compañía de las Indias se vio obligada a sobrepasar en volumen de compras a sus competidores, doblando sus importaciones de té en los años que siguieron a la independencia. Sólo había un problema: los chinos, como el emperador Qianlong había hecho saber a Lord Macartney, sólo aceptarían plata.
La balanza de pago y el opio
Con la independencia de las Trece Colonias sobrevino otro problema: las ingleses habían perdido su principal fuente de algodón, por el que tendrían que pagar precios de mercado en vez de tarifas preferentes. El algodón se convertiría en un material imprescindible para los telares de Lancashire y Birmingham, el alimento fundamental de la Revolución Industrial.
Con el precio de mercado del algodón, agravado por la competición en el comercio del té, y las autoridades chinas negándose a aceptar cualquier otro bien que no fuera plata, Inglaterra sufría una balanza de pagos negativa que suponía, en términos reales, una sangría del capital necesario para financiar la industria emergente.

La importaciones de té se cuadriplicaron entre 1761 y 1800 para hacer frente a la competición americana, y el 90% del cargamento que exportaba la Compañía de las Indias a China era plata.
Para hacer frente a esta crisis, los comerciantes ingleses introdujeron una nueva mercancía que los chinos comprarían, y que ayudaría a equilibrar la balanza de pago: el opio.
La venta de la droga financiaba las actividades de la Compañía de las Indias Orientales en la India, que había sido rescatada de la bancarrota en 1772,
La victoria de Clive en Plassey había otorgado a los británicos el control de la rica provincia de Bengala, y con ella, el dominio sobre la producción de opio. El opio comenzó a intercambiarse en China a cambio de té, hasta el punto de que en 1836, Inglaterra consiguió volcar la balanza de pagos a su favor.
El opio no sólo era fundamental para cuadrar las cuentas del comercio entre Inglaterra y China. La venta de la droga financiaba las actividades de la Compañía de las Indias Orientales en la India, donde tenía que haber sido rescatada de la bancarrota por el gobierno británico en 1772, el mismo año en que tuvo lugar el Motín del Té de Boston. En 1822, el opio representaba el 11% de los ingresos del imperio indio.
Con la intrusión de los colonos americanos en el comercio del opio, los ingleses también consiguieron equilibrar su balanza de pagos con América: dado que la C.I.O. controlaba la producción de opio, los mercaderes británicos idearon un sistema de intercambio de bienes. Inglaterra podía comprar algodón en los estados sureños a cambio de títulos de propiedad reservados en opio de Bengala, que los americanos más tarde intercambiaban por té.

En vísperas de la Primera Guerra del Opio de 1839, la droga se había convertido en la herramienta imprescindible de un sistema de intercambio global que financiaba la deuda pública de la India Británica, proveía las fábricas inglesas de algodón a bajo precio, mantenía vivo el comercio del té y daba un extra de capital en plata china. Tan sólo la venta de té en Europa representaba una cifra equivalente al coste de la Armada inglesa. El opio alimentaba el entramado mercantil que hacía posible la Revolución Industrial, y que garantizaría la superioridad de Inglaterra y Occidente.
El nacimiento de Occidente
El comercio del opio tuvo un éxito inmediato. La dirección del tráfico de la plata cambió de rumbo por vez primera desde el descubrimiento de América, de Oriente hacia Occidente. El metal precioso que se había acumulado desde los siglos XVI a XVIII revirtió de nuevo en Europa, vaciando los cofres del imperio más grande del mundo.
Los británicos vivirían en 1839 su propio "Motín del Opio" cuando el Comisario Lin, enviado desde Pekín, asedió las legaciones extranjeras en Cantón y obligó a todos los mercaderes británicos a entregar la droga que poseyeran. Este incidente desencadenaría la Guerra del Opio, de la que se celebran 175 años, la primera contienda entre China y una nación Europea.
Con la derrota del imperio Qing empezó un proceso para abrir China al exterior que agilizó el trasvase de capital que había iniciado años antes el comercio del opio. Esta gran cantidad de plata y oro alimentaría durante el siglo XIX y principios del XX el sistema mercantil global, cuyo centro sería Europa y el mundo Atlántico, quienes ostentarían la supremacía mundial hasta la Segunda Guerra Mundial.
Con afecto,
Ruben