Relatos
históricos
¿Qué es la historia? Una sencilla fábula que todos hemos aceptado.
(Napoleón)
Gran reportaje: Por Gustavo Gorriti
(Fuente: Selecciones Reader’s Digest 1964)
(Esta
narración consta de cuatro partes)
Efecto o demoledor
Dos semanas después del bombbazo que destruyó el Canal 2 de televisión, Jiménez decidió aprehender a "Sotil". Durante dos años lo habían usado como señuelo para atrapar a otros, y la mayoría de sus contactos ya estaban en prisión.
Arana Franco fue trasladado a al oficina del GEIN. Cuando trató de negar que era miembro de Sendero Luminoso, Jiménes le mostró una foto que sus agentes habían encontrado y que probaba que había asistido al entierro secreto de la esposa de Guzmán. Luego lo hizo escuchar las cintas magnetofónicas y ver las cintas de vídeo que sus hombres habian grabado en el transcurso de dos años, y que demostraban que había tenido conversaciones y encuentros con altos dirgientes de la organización. Po último, le mostró un informe sobre sus estados financieros, el cual revelaba que su academia generaba entre 20.000 y 30.000 dólares mensuales para los guerrilleros.
El efecto fue demoledor.
-Si decide colaborar con nosotros, lo ayudaremos en todo lo que podamos -le ofreció el investigador-. Tal vez se pueda hacer algo por usted.
Como muestra de buena fe, Jiménez puso en libertad a la esposa de Arana Franco.
El astuto "Sotil" se vino abajo. Vacilante al principio, luego mas resuelto, reveló todo lo que sabía. Reconoció haber ingresado en las filas de Sendero Luminoso cuando era un estudiante universitario, y que su cuñado también era militante.
Jiménez lo interrogó varias horas, entre incontables tazas de café y mientras unas cámaras ocultas tras la ventana de espejos del cuarto de interrogatorios filmaban en silencio. De repente, casi como si fuera una ocurrencia, Arana Franco dijo:
-Guzmán está en Lima. Lo vi hace menos de un mes.
Jiménez se quedó atónito.
"Sotil" contó entonces que los habían llevado con los ojos vendados a donde se encontraba el líder senderista, pero fue capaz de describir a los que organizaron la reunión y el trayecto, que siguieron para trasladarlo. Valiéndose de estas pistas, Jiménez montó vigilancia las 24 horas del día en varios lugares. A él y a sus hombres únicamente les restaba esperar y observar.
Entre tanto, la encarnizada guerra urbana continuaba en Lima. El 16 de julio de 1992, una camioneta cargada con media tonelada de explosivos estalló en el centro del elegante barrio de Miraflores. Unas 20 personas murieron, más de 100 resultaron heridas, y más de 500 construcciones, entre casas y comercios, sufrieron daños graves.
Cuatro días más tarde, un coche bomba destruyó el edificio del Instituto Libertad y Democracia, situado a cinco cuadras de la calle Tarata. Al día siguiente, la embajada de Bolivia también sufrió los estragos de un coche bomba.
El 22 y 23 de julio, Sendero Luminoso realizó lo que sus militantes llamaron un "paro armado". El sistema de transporte público quedó paralizado. Unos cuerpos de psitoleros senderistas atacaron a las personas que marchaban a trabajar y asesinaron a los taxistas que se atrevieron a hacer caso omiso del "paro". A uno lo sacaron por la fuerza de su coche y lo quemaron vivo. Carretas de frutas cargadas con explosivos estallaron frente a varias escuelas. El segundo día, el ejército y la policía prácticamente se recluyeron en su cuarteles y estaciones. El movimiento en la ciudad se redujo al mínimo. Los terroristas no cabían en sí de gozo, pues el "paro armado" -ensayo general para realizar un "levantamiento en todo el país"- había sido un éxito.
Una de las casas que Jiménez tenía bajo vigilancia estaba unibcada en el número 459 de la calle 1, en un barrio nuevo llamado Los Sauces. La habitaban un hombre joven con barbas de chivo y una mujer ágil y esbelta que parecía ser su esposa.
En la calle contigua Benedcito encontró a un coronal de la policía que les prmitió vigilar las 24 horas del día desde una habitación ubicada en un segundo piso, con vista a la casa de calle 1. Además, instruyó a algunos de sus agentes para que se hicieran psar por recolectores de basura en esa zona.
La pareja vigilada tenía ciertos hábitos invariables. cada mañana ella despedía al hombre cen el umbral de la puerta con un beso, y luego volvía al interior de la casa. Con su portafolio en la mano y vestido con saco y corbta, el sujeto daba la impresión de ser un joven profesional que iba camino a su oficina. Los agentes del GEIN empezaron a llamarlo "Lolo", y a ella, "Lola".
La vigilancia de la casa yu la inspección de la basura proprcionaron pocas pistas. Lolo pasaba gran parte del día recorriendo el vecindario, como si buscara indicios de algo sospechoso. Jiménez llegó a pensar que quizá la pareja solo estuviera cuidando la vivienda en espera de la llegada de militantes o dirigentes senderistas.
A principios de septiembre, varias jóvenes delgadas y atractivas empezaron a llegar y salir de las casa con regularidad. Los agentes del GEIN las siguieron e identificaron como estudiantes de danza. Entonces descubrieron que la tal Lola era Maritza Garrido Lecca, conodica bailarina de ballet moderno.
-¡Diablos! ¡Es una academia de danza! -exclamó sorprendido Jiménez cuando sus hombres lo enteraron del asunto.
No le cabía en la cabeza que Guzmán pudiera estar escondido en uan casa tan pequeña, donde el salón de baile debía de ocupar posiblemente una planta completa.
-Al parecer nos metimos en el sitio equivocado -concluyó-. Suspendan la vigilancia.
Dos de sus agentes protestaron con vehemencia, pero Jiménez no revocó la orden. Entonces aquellos, sin decirle nada, dejaron unos cuantos hombres vigilando el inmueble en tanto trataban de convercelo. Al final Benedicto cedió y ordenó que reanudaran la vigilancia.
Entre los desperdicios de la casa que losa gentes disfrazados recogían aparecieron cinco tipos distintos de cabello, Era posible que fueran de las estudiantes de danza, pero algunos de los invetisgadores del GEIN opinaban que podrían ser de otros personas. Más tarde encontraron colillas de cigarrillos de la marca Winston Lights, la misma de otros que habían hallado en la casa de la calle Buenavista. Era extraño, pues los hombres apostados en Los Sauces no habían visto fumar ni a la pareja ni a las bailarinas.
A Jiménez le preocupaban otras cosas. Cierta noche, uno de los equipos de vigilancia vio moverse una silueta entre las persianas de una de la ventanas de la planta alta, cuyo perfil no correspondía a ninguno de los ocupantes de la casa.
La mañana del sábado 12 de septiembre, Jiménez se dirigió solo en su coche a la oficina del GEIN Mientras recorría las calles de Lima, reflexionó sobre lo que sus hombres le habían informado acerca de la casa de Los Sauces: la silueta de un desconocido, el pelo sin identificar, las colillas de cigarrillos. Uno de los agentes había averiguado que "Lola" era sobrina de Nelly Evans, la ex monja capturada en la casa de la calle Buenavista, de donde se les había escapado el emisario del terror. Jiménez sabía que si Guzman estaba oculto en Los Sauces, no se quedaría allí por mucho tiempo. Entonces resonaron en su mente las palabras que había dicho a sus hombres varios meses atrás: Se camina a oscuras, con cuidado y casi siempre con lentitud. Sólo el tiempo y el trabajo llevan luz a esa oscuridad.
Al llegar a la oficina, había tomado una desición: irrumpirían en la casa de Los Sauces ese mismo día, sin pensarlo más. Es hora de llevar luz a la oscuridad, se dijo.
Los agentes encargados de realizar el arresto rodearon el inmueble. Desde su puesto de mando, Jiménez, Miyashiro y Valencia, escuchaban las transmisiones de radio de los policías mientras tomaban posiciones. Hacia el anochecer, un agente se comunicó para avisar que dos visitantes acbaban de entrar en la casa, y que ellos se mantendrían a la espera a la vuelta de la esquina, a 60 metros de distancia. Esa noche había varias fiestas en esa manzana, así que a nadie le extrañó ver gurpos de personas conversando en las aceras. Entre ellas estaba una pareja de jóvenes que se besanamn y decían cosas al oído; eran dos agentes del GEIN: "Ardilla", y su prometida "Gaviota".
De ponrot hubo movimiento en la casa. Al ver que la puerta se abría, Ardilla y Gaviota corrieron hasta allí, con pistolas en mano.
-¡Que nadie se mueva! -gritó Gaviota, en tanto Ardilla se apoyaba en la puerta con todo su peso.
Desconcertados, los ocupantesse quedaron inmóviles.
-¿Qué ocurre? -gritó Lola, al tiempo que Lolo arremetía contra Ardilla tratanto de desarmarlo.
La agente disparó al aire y luego apuntó su arma a la cabeza de Lolo, que al instante dejó de forcejear.
-¡Entren todod allí! -ordenó Gaviota, al tiempo que señalaba el garaje sin bajar el arma-. ¡Pongan las manos sobre el coche!
El disparo produjo un silencio repentino en toda la cuadra. La música de las fiestas cesó abruptamente y entonces se oyó el golpeteo de muchos pies que corrían en distintas direcciones. El mayor Valencia y los agentes de refuerzo corrieron hacia la casa, mientras Ardilla subía a la planta alta a grandes zancadas. Allí vio desaparecer tras una puerta corrediza de madera una cara cuyos ojos revelaban sorpresa y temor. Corrió hasta la puerta y la empujó con todas sus fuerzas. La frágil estructura cedió y lo hizo caer de espaldas. Se puso de pie de un salto y luego subió otro tramo de escaleras que conducían a una habitación superior. En ese instante sintió que alguien pasaba corriendo junto a él: era Valencia, que iba al frente del grupo de refuerzos.
El mayor inspeccionó el lugar en cuestión de segundos: había estantes de libros y un hombre de cara rolliza sentado en un sillón. Lo rodeaban varias mujeres, como si quisieran protegerlo con sus cuerpos. El sujeto, que parecía estar genuinamente sorprendido, se puso de pie y miró temeroso hacia la puerta. Era Abimael Guzmán.
Con el corazón acelerado, Valencia apuntó su arma hacia el grupo.
-¡Quedan arrestados! -gritó.
Una de las mujeres, que llevaba una banderita roja en al mano, se interpuso entre Guzmán y la pistola.
El mayor sintió una mano pesada en el hombro. Era el comandante Miyashiro.
-Tranquilo, Luis -le dijo.
Valencia bajó el arma. Luego salió del cuarto, se sentó en las escaleras y llamó a Jiménez por radio:
- ¡Afirmativo! ¡Afirmativo! ¡Lo tenemos! ¡Atrapamos al Cachetón! ¡Envíe refuerzos!
No pudo seguir hablando. Estaba hiperventilado y se sintió mareado. No lo podía creer.
En la oficina del GEIN, Jiménez se puso de pie de un salto y abrazó al general Antonio Ketin Vidal, jefe de la policía antiterrorista. Los agentes gritaron llenos de júbilo y luego corrieron a sus vehículos.
La guerra terminó
Cuando Vidal y Jiménez subieron a la planta alta de la casa de Los Sauces, los agentes aplaudieron entusiasmados. Guzmán, pálido pero sereno, estaba de pie, mientras Elena Iparraguirre, la Paloma Tres, trataba de apartarlo de los investigadores con su delgado cuerpo y con la punta de la banderita roja:
-¡No lo toquen! -decía una y otra vez con voz angustiada, casi histérica-. ¡Nadie puede tocar al presidente Gonzalo!
Otras dos mujeres, miembros del comité central de Sendero Luminoso, yacían boca abajo en la habitación contigua, ya esposadas.
Guzmán puso cara de asombro cuando Vidal le pfreció la mano, pero entonces correspondió a la muestra de cortesía y se la estrechó.
-Soy el general Vidal, doctor Guzmán -se presentó el militar-. Tal parece que en esta guerra le llegó el momento de la derrota, pero le proporcionaremos todas las garantías legales que sean necesarias.
-No hay mucho que puedan hacerme -respondió el líder, a la vez que se daba golpecitos en la sien con el dedo índice-. Aunque el hombre muera, su pensamiento queda.
Con todo, Jiménez vio la derrota en los ojos de Guzmán. La guerra terminó, se dijo. Perú se ha salvado. Entonces dio media vuelta y empezó a felicitar con un abrazo a cada uno de sus hombres. Unos rieron; otros lo estrecharon en silencio, y hubo algunos que lloraron.
Después de ver a Vidal llevarse a los detenidos, Benedicto y la mayoría de sus agentes decidieron quedarse otro rato en Los Sauces. Muchos no habían comido nada en todo el día, así que Gaviota preparó en la cocina un lomo saltado, platillo tradicional peruano hecho con carne y papas.
-Tenemos que brindar -añadió Jiménez-. ¿Hay algo bueno de beber en este lugar?
Encontraron dos cajas de vino tinto Fond de Cave, el preferido de Guzmán. Al líder senderista le gustaba beberlo a sorbos mientras urdía sus planes de muerte y destrucción. Jiménez alzó su copa para expresar su beneplácito por la paz recuperada.
-Brindemos por la vida y por la libertad -dijo sonriendo-. Y también por el GEIN y por la policía de investigaciones ¡Salud!
Todos los agentes alzaron sus copas y rugieron al unísono:
-¡Salud!
---
Abimael Guzmán fue sentenciado a cadena perpetua, pero no demostró el estoicismo que había demandado de sus seguidores. En 19993 le escribió varias cartas al presidente Fujimori pidiéndole realizar negociaciones de paz. Con el encarcelamiento del "presidente Gonzalo", Sendero Luminoso perdió el rumbo y luego empezó a desmoronarse. El número y la intensidad de los ataques disminuyeron día con día. A finales de 1994, la organización, aunque seguía siendo peligrosa, dejó de ser una amenaza para la estabilidad del país.
El 12 de septiembre de 1994, fecha del segundo aniversario del arresto de Guzmán, los miembros del GEIN, que por entonces trabajaban en distintos equipos, se reunieron en casa de los agentes Gaviota y Ardilla. Los 80 investigadores del grupo se apretujaron en el patio trasero a rendir homenaje a su comandante.
El mayor Rubén Zúñiga habló en nombre de todos. Fue un discurso conmovedor, y fueron pocos los que no tenían los ojos humedecidos cuando terminó de pronunciarlo. Luego le entregó a Jiménez -que fue ascendido a coronel un mes después de la captura de Guzmán- un diploma hecho de cuero en el que cada agente había anotado su nombre y que decía: "Al fundador y jefe del GEIN coronel Benedicto Jiménez Bacca, ene l segundo aniversario de la "Hazaña del siglo" e inicio de la pacificación nacional.
Dos semanas después del bombbazo que destruyó el Canal 2 de televisión, Jiménez decidió aprehender a "Sotil". Durante dos años lo habían usado como señuelo para atrapar a otros, y la mayoría de sus contactos ya estaban en prisión.
Arana Franco fue trasladado a al oficina del GEIN. Cuando trató de negar que era miembro de Sendero Luminoso, Jiménes le mostró una foto que sus agentes habían encontrado y que probaba que había asistido al entierro secreto de la esposa de Guzmán. Luego lo hizo escuchar las cintas magnetofónicas y ver las cintas de vídeo que sus hombres habian grabado en el transcurso de dos años, y que demostraban que había tenido conversaciones y encuentros con altos dirgientes de la organización. Po último, le mostró un informe sobre sus estados financieros, el cual revelaba que su academia generaba entre 20.000 y 30.000 dólares mensuales para los guerrilleros.
El efecto fue demoledor.
-Si decide colaborar con nosotros, lo ayudaremos en todo lo que podamos -le ofreció el investigador-. Tal vez se pueda hacer algo por usted.
Como muestra de buena fe, Jiménez puso en libertad a la esposa de Arana Franco.
El astuto "Sotil" se vino abajo. Vacilante al principio, luego mas resuelto, reveló todo lo que sabía. Reconoció haber ingresado en las filas de Sendero Luminoso cuando era un estudiante universitario, y que su cuñado también era militante.
Jiménez lo interrogó varias horas, entre incontables tazas de café y mientras unas cámaras ocultas tras la ventana de espejos del cuarto de interrogatorios filmaban en silencio. De repente, casi como si fuera una ocurrencia, Arana Franco dijo:
-Guzmán está en Lima. Lo vi hace menos de un mes.
Jiménez se quedó atónito.
"Sotil" contó entonces que los habían llevado con los ojos vendados a donde se encontraba el líder senderista, pero fue capaz de describir a los que organizaron la reunión y el trayecto, que siguieron para trasladarlo. Valiéndose de estas pistas, Jiménez montó vigilancia las 24 horas del día en varios lugares. A él y a sus hombres únicamente les restaba esperar y observar.
Entre tanto, la encarnizada guerra urbana continuaba en Lima. El 16 de julio de 1992, una camioneta cargada con media tonelada de explosivos estalló en el centro del elegante barrio de Miraflores. Unas 20 personas murieron, más de 100 resultaron heridas, y más de 500 construcciones, entre casas y comercios, sufrieron daños graves.
Cuatro días más tarde, un coche bomba destruyó el edificio del Instituto Libertad y Democracia, situado a cinco cuadras de la calle Tarata. Al día siguiente, la embajada de Bolivia también sufrió los estragos de un coche bomba.
El 22 y 23 de julio, Sendero Luminoso realizó lo que sus militantes llamaron un "paro armado". El sistema de transporte público quedó paralizado. Unos cuerpos de psitoleros senderistas atacaron a las personas que marchaban a trabajar y asesinaron a los taxistas que se atrevieron a hacer caso omiso del "paro". A uno lo sacaron por la fuerza de su coche y lo quemaron vivo. Carretas de frutas cargadas con explosivos estallaron frente a varias escuelas. El segundo día, el ejército y la policía prácticamente se recluyeron en su cuarteles y estaciones. El movimiento en la ciudad se redujo al mínimo. Los terroristas no cabían en sí de gozo, pues el "paro armado" -ensayo general para realizar un "levantamiento en todo el país"- había sido un éxito.
Una de las casas que Jiménez tenía bajo vigilancia estaba unibcada en el número 459 de la calle 1, en un barrio nuevo llamado Los Sauces. La habitaban un hombre joven con barbas de chivo y una mujer ágil y esbelta que parecía ser su esposa.
En la calle contigua Benedcito encontró a un coronal de la policía que les prmitió vigilar las 24 horas del día desde una habitación ubicada en un segundo piso, con vista a la casa de calle 1. Además, instruyó a algunos de sus agentes para que se hicieran psar por recolectores de basura en esa zona.
La pareja vigilada tenía ciertos hábitos invariables. cada mañana ella despedía al hombre cen el umbral de la puerta con un beso, y luego volvía al interior de la casa. Con su portafolio en la mano y vestido con saco y corbta, el sujeto daba la impresión de ser un joven profesional que iba camino a su oficina. Los agentes del GEIN empezaron a llamarlo "Lolo", y a ella, "Lola".
La vigilancia de la casa yu la inspección de la basura proprcionaron pocas pistas. Lolo pasaba gran parte del día recorriendo el vecindario, como si buscara indicios de algo sospechoso. Jiménez llegó a pensar que quizá la pareja solo estuviera cuidando la vivienda en espera de la llegada de militantes o dirigentes senderistas.
A principios de septiembre, varias jóvenes delgadas y atractivas empezaron a llegar y salir de las casa con regularidad. Los agentes del GEIN las siguieron e identificaron como estudiantes de danza. Entonces descubrieron que la tal Lola era Maritza Garrido Lecca, conodica bailarina de ballet moderno.
-¡Diablos! ¡Es una academia de danza! -exclamó sorprendido Jiménez cuando sus hombres lo enteraron del asunto.
No le cabía en la cabeza que Guzmán pudiera estar escondido en uan casa tan pequeña, donde el salón de baile debía de ocupar posiblemente una planta completa.
-Al parecer nos metimos en el sitio equivocado -concluyó-. Suspendan la vigilancia.
Dos de sus agentes protestaron con vehemencia, pero Jiménez no revocó la orden. Entonces aquellos, sin decirle nada, dejaron unos cuantos hombres vigilando el inmueble en tanto trataban de convercelo. Al final Benedicto cedió y ordenó que reanudaran la vigilancia.
Entre los desperdicios de la casa que losa gentes disfrazados recogían aparecieron cinco tipos distintos de cabello, Era posible que fueran de las estudiantes de danza, pero algunos de los invetisgadores del GEIN opinaban que podrían ser de otros personas. Más tarde encontraron colillas de cigarrillos de la marca Winston Lights, la misma de otros que habían hallado en la casa de la calle Buenavista. Era extraño, pues los hombres apostados en Los Sauces no habían visto fumar ni a la pareja ni a las bailarinas.
A Jiménez le preocupaban otras cosas. Cierta noche, uno de los equipos de vigilancia vio moverse una silueta entre las persianas de una de la ventanas de la planta alta, cuyo perfil no correspondía a ninguno de los ocupantes de la casa.
La mañana del sábado 12 de septiembre, Jiménez se dirigió solo en su coche a la oficina del GEIN Mientras recorría las calles de Lima, reflexionó sobre lo que sus hombres le habían informado acerca de la casa de Los Sauces: la silueta de un desconocido, el pelo sin identificar, las colillas de cigarrillos. Uno de los agentes había averiguado que "Lola" era sobrina de Nelly Evans, la ex monja capturada en la casa de la calle Buenavista, de donde se les había escapado el emisario del terror. Jiménez sabía que si Guzman estaba oculto en Los Sauces, no se quedaría allí por mucho tiempo. Entonces resonaron en su mente las palabras que había dicho a sus hombres varios meses atrás: Se camina a oscuras, con cuidado y casi siempre con lentitud. Sólo el tiempo y el trabajo llevan luz a esa oscuridad.
Al llegar a la oficina, había tomado una desición: irrumpirían en la casa de Los Sauces ese mismo día, sin pensarlo más. Es hora de llevar luz a la oscuridad, se dijo.
Los agentes encargados de realizar el arresto rodearon el inmueble. Desde su puesto de mando, Jiménez, Miyashiro y Valencia, escuchaban las transmisiones de radio de los policías mientras tomaban posiciones. Hacia el anochecer, un agente se comunicó para avisar que dos visitantes acbaban de entrar en la casa, y que ellos se mantendrían a la espera a la vuelta de la esquina, a 60 metros de distancia. Esa noche había varias fiestas en esa manzana, así que a nadie le extrañó ver gurpos de personas conversando en las aceras. Entre ellas estaba una pareja de jóvenes que se besanamn y decían cosas al oído; eran dos agentes del GEIN: "Ardilla", y su prometida "Gaviota".
De ponrot hubo movimiento en la casa. Al ver que la puerta se abría, Ardilla y Gaviota corrieron hasta allí, con pistolas en mano.
-¡Que nadie se mueva! -gritó Gaviota, en tanto Ardilla se apoyaba en la puerta con todo su peso.
Desconcertados, los ocupantesse quedaron inmóviles.
-¿Qué ocurre? -gritó Lola, al tiempo que Lolo arremetía contra Ardilla tratanto de desarmarlo.
La agente disparó al aire y luego apuntó su arma a la cabeza de Lolo, que al instante dejó de forcejear.
-¡Entren todod allí! -ordenó Gaviota, al tiempo que señalaba el garaje sin bajar el arma-. ¡Pongan las manos sobre el coche!
El disparo produjo un silencio repentino en toda la cuadra. La música de las fiestas cesó abruptamente y entonces se oyó el golpeteo de muchos pies que corrían en distintas direcciones. El mayor Valencia y los agentes de refuerzo corrieron hacia la casa, mientras Ardilla subía a la planta alta a grandes zancadas. Allí vio desaparecer tras una puerta corrediza de madera una cara cuyos ojos revelaban sorpresa y temor. Corrió hasta la puerta y la empujó con todas sus fuerzas. La frágil estructura cedió y lo hizo caer de espaldas. Se puso de pie de un salto y luego subió otro tramo de escaleras que conducían a una habitación superior. En ese instante sintió que alguien pasaba corriendo junto a él: era Valencia, que iba al frente del grupo de refuerzos.
El mayor inspeccionó el lugar en cuestión de segundos: había estantes de libros y un hombre de cara rolliza sentado en un sillón. Lo rodeaban varias mujeres, como si quisieran protegerlo con sus cuerpos. El sujeto, que parecía estar genuinamente sorprendido, se puso de pie y miró temeroso hacia la puerta. Era Abimael Guzmán.
Con el corazón acelerado, Valencia apuntó su arma hacia el grupo.
-¡Quedan arrestados! -gritó.
Una de las mujeres, que llevaba una banderita roja en al mano, se interpuso entre Guzmán y la pistola.
El mayor sintió una mano pesada en el hombro. Era el comandante Miyashiro.
-Tranquilo, Luis -le dijo.
Valencia bajó el arma. Luego salió del cuarto, se sentó en las escaleras y llamó a Jiménez por radio:
- ¡Afirmativo! ¡Afirmativo! ¡Lo tenemos! ¡Atrapamos al Cachetón! ¡Envíe refuerzos!
No pudo seguir hablando. Estaba hiperventilado y se sintió mareado. No lo podía creer.
En la oficina del GEIN, Jiménez se puso de pie de un salto y abrazó al general Antonio Ketin Vidal, jefe de la policía antiterrorista. Los agentes gritaron llenos de júbilo y luego corrieron a sus vehículos.
La guerra terminó
Cuando Vidal y Jiménez subieron a la planta alta de la casa de Los Sauces, los agentes aplaudieron entusiasmados. Guzmán, pálido pero sereno, estaba de pie, mientras Elena Iparraguirre, la Paloma Tres, trataba de apartarlo de los investigadores con su delgado cuerpo y con la punta de la banderita roja:
-¡No lo toquen! -decía una y otra vez con voz angustiada, casi histérica-. ¡Nadie puede tocar al presidente Gonzalo!
Otras dos mujeres, miembros del comité central de Sendero Luminoso, yacían boca abajo en la habitación contigua, ya esposadas.
Guzmán puso cara de asombro cuando Vidal le pfreció la mano, pero entonces correspondió a la muestra de cortesía y se la estrechó.
-Soy el general Vidal, doctor Guzmán -se presentó el militar-. Tal parece que en esta guerra le llegó el momento de la derrota, pero le proporcionaremos todas las garantías legales que sean necesarias.
-No hay mucho que puedan hacerme -respondió el líder, a la vez que se daba golpecitos en la sien con el dedo índice-. Aunque el hombre muera, su pensamiento queda.
Con todo, Jiménez vio la derrota en los ojos de Guzmán. La guerra terminó, se dijo. Perú se ha salvado. Entonces dio media vuelta y empezó a felicitar con un abrazo a cada uno de sus hombres. Unos rieron; otros lo estrecharon en silencio, y hubo algunos que lloraron.
Después de ver a Vidal llevarse a los detenidos, Benedicto y la mayoría de sus agentes decidieron quedarse otro rato en Los Sauces. Muchos no habían comido nada en todo el día, así que Gaviota preparó en la cocina un lomo saltado, platillo tradicional peruano hecho con carne y papas.
-Tenemos que brindar -añadió Jiménez-. ¿Hay algo bueno de beber en este lugar?
Encontraron dos cajas de vino tinto Fond de Cave, el preferido de Guzmán. Al líder senderista le gustaba beberlo a sorbos mientras urdía sus planes de muerte y destrucción. Jiménez alzó su copa para expresar su beneplácito por la paz recuperada.
-Brindemos por la vida y por la libertad -dijo sonriendo-. Y también por el GEIN y por la policía de investigaciones ¡Salud!
Todos los agentes alzaron sus copas y rugieron al unísono:
-¡Salud!
---
Abimael Guzmán fue sentenciado a cadena perpetua, pero no demostró el estoicismo que había demandado de sus seguidores. En 19993 le escribió varias cartas al presidente Fujimori pidiéndole realizar negociaciones de paz. Con el encarcelamiento del "presidente Gonzalo", Sendero Luminoso perdió el rumbo y luego empezó a desmoronarse. El número y la intensidad de los ataques disminuyeron día con día. A finales de 1994, la organización, aunque seguía siendo peligrosa, dejó de ser una amenaza para la estabilidad del país.
El 12 de septiembre de 1994, fecha del segundo aniversario del arresto de Guzmán, los miembros del GEIN, que por entonces trabajaban en distintos equipos, se reunieron en casa de los agentes Gaviota y Ardilla. Los 80 investigadores del grupo se apretujaron en el patio trasero a rendir homenaje a su comandante.
El mayor Rubén Zúñiga habló en nombre de todos. Fue un discurso conmovedor, y fueron pocos los que no tenían los ojos humedecidos cuando terminó de pronunciarlo. Luego le entregó a Jiménez -que fue ascendido a coronel un mes después de la captura de Guzmán- un diploma hecho de cuero en el que cada agente había anotado su nombre y que decía: "Al fundador y jefe del GEIN coronel Benedicto Jiménez Bacca, ene l segundo aniversario de la "Hazaña del siglo" e inicio de la pacificación nacional.
El Autor.
Con afecto,
Rubén
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