Cuentos
Peruanos
“Un
buen libro no es aquel que piensa por ti, sino aquel que te hace pensar." James
McCosh.
Don Dimas de la tijereta
Ricardo Palma
(Cuento de viejas que trata de cómo un escribano le ganó un pleito al diablo)
I
Por los primeros años del siglo pasado, cerca del portal de los Escribanos, vivía un cartulario llamado don Dimas de la Tijereta, escribano de la Real Audiencia y sin una pizca de fe. Se sabía que era hipócrita, timador y que guardaba un tesoro fruto de sus triquiñuelas. Su alma estaba tan desecha que ni Dios la hubiera reconocido, con ser él quien la creó y ni el diablo ni el ángel de la guarda podrían encontrar en él por donde cogerle el alma. Además que todos los gremios tienen como patrón a un santo que ejerció su oficio; pero los pobrecitos escribanos no tenían en el cielo algún camarada que los defienda.
II
Tijereta había caído en la peor tontería de la vejez: se enamoró hasta la coronilla de Visitación, una muchachita de veinte primaveras, una figurita de mírame y no me toques y ojos más matadores que las espadas de los duelistas. Tijereta, que no daba ni las buenas noches, se propuso conquistar en la chica con agasajos; empezó a regalarle joyas y vestidos pero la niña nada de nada con él.
Visitación vivía con su tía, vieja como el pecado de la gula, a quien años más tarde castigó la Santa Inquisición. La maldita había adoctrinado a su sobrina para servir de cebo de ricos caballeros a quienes sacar dinero. Don Dimas llegaba todas las noches a verla y Visitación lo escuchaba cortándose las uñas y sin hacerle mayor caso.
III
Seis meses habían pasado de solicitudes vanas y, casado de la espera, Tijereta quiso tener a Visitación a las buenas o a las malas; pero ella lo botó de su casa diciéndole que estaba cansada de aguantarlo. Don Dimas se fue, perdido en sus cavilaciones y llego hasta el cerrito de las Ramas. Enojado dijo en voz alta:
—¡Que venga un diablo cualquiera y se lleve mi almilla a cambio del amor de esa muchacha!
Satanás, que desde los antros más profundos del infierno escuchó el pedido, tocó campanilla y en el acto se le presentó el diablo Lilit, su secretario.
—Ve, Lilit —ordenó— al cerro de las Ramas y extiende un contrato con un hombre que tiene tanto desprecio por su alma que la llama almilla. Concédele lo que pida, que ya sabes que no soy tacaño tratándose de una presa.
Yo, pobre narrador de cuentos. No conozco los pormenores de la entrevista entre don Dimas y Lilit; pero, al regresar al infierno, este le entregó un pergamino a Satanás que decía lo siguiente:
“Conste que yo, don Dimas de la Tijereta, cedo mi almilla al rey de los infiernos, a cambio del amor y posesión de una mujer. Al plazo de tres años me obligo a satisfacer mi deuda”. Luego seguían las firmas de las partes.
Cuando el escribano volvió a su casa, le abrió la puerta nada menos que Visitación, que ebria de amor se arrojó en sus brazos. Lilit había encendido en ella el fuego de Lais y la lubricidad de Mesalina.
IV
Como no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague, pasaron los tres años y Tijereta se vio nuevamente en el cerro de las Ramas, junto a Lilit, listo para cobrarle su parte según rezaba el contrato. El escribano entonces comenzó a desvestirse pero Lilit le dijo:
—No se tome tanto trabajo, que así vestido como está me lo puedo llevar.
—Pues si no me desvisto no podré pagarle —le respondió don Dimas.
—Haga lo que le plazca —dijo Lilit— que todavía le queda un minuto para que se cumplan los tres años.
El escribano se quitó el jubón interior, se lo entregó al demonio y le dijo:
—Deuda pagada y venga mi documento.
—¿Y qué quiere que haga con esa prenda? —preguntó Lilit luego de haberse reído mucho.
—Esta es mi almilla, que, como reza el contrato es lo que estoy obligado a pagar. Sino revise bien el documento.
—Yo no entiendo payasadas. Guarde sus palabras para cuando esté delante de mi amo.
Lilit, enojado, le dijo que se deje de bromas pero don Dimas contestó que se fije bien en el contrato pues esa era la almilla.
Y en eso se cumplió el minuto y Lilit se echó al hombro al escribano y encaminó al infierno. Durante el viaje los reclamos de don Dimas eran tan constantes que el demonio tenía que hacer de oídos sordos para no perder la paciencia y sumergir al escribano en un caldero de plomo hirviente. Ya en el cocito, Satanás, enterado de las causas del reclamo, decidió concederle un juicio al escribano.
En breve don Dimas ganó el juicio armado solamente con el Diccionario de la lengua y los jueces ordenaron que sin pérdida de tiempo se regrese a don Dimas a la puerta de su casa. Satanás, como prueba de que se cumplen las leyes en el infierno, permitió que la sentencia se cumpla. Pero, destruido el hechizo, se enteró el escribano que Visitación lo había abandonado para encerrarse a un convento.
Satanás, para no perderlo todo, se quedó con la almilla y es fama que desde entonces los escribanos no usan almilla y cualquier viento pequeño produce en ellos una pulmonía de padre y señor mío.
V
No sé bien si don Dimas murió de buena o mala muerte, pero es bien sabido que en el infierno le dijeron que ya no reciben escribanos. Algo así le sucedió al alma de Judas Iscariote, y como viene a cuento su historia la apunto aquí someramente.
Refieren las crónicas que después de suicidarse, tocó en vano las puertas del Purgatorio y otro tanto las puertas del Infierno, así que volvió a la tierra y se introdujo en el cuerpo de un usurero. Desde entonces se dice que los usureros tienen alma de Judas.
El
Autor.
Ricardo
Palma: 91833-1919) Autor de “Tradiciones Peruanas” es el caso de un escritor de
autentica raigambre popular que ha merecido el reconocimiento universal. Aunque
Palma cultivo diversos géneros (poesía, lirica, historia, crítica literaria,
historia, investigación, lexigrafía,etc), su prestigio queda ligado a una
especie creada por el mismo a la que dio un inconfundible sabor criollo: La
Tradición. “Las Tradiciones Peruanas”
recogen sabrosos episodios de las distintas épocas de nuestra historia.
Con
afecto,
Rubén
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