miércoles, 30 de octubre de 2024

Joseph Pulitzer

 

Joseph Pulitzer



Información personal

Nacimiento    10 de abril de 1847

 Hungría, Makó

Fallecimiento            29 de octubre de 1911

(64 años)


Sepultura       Cementerio de Woodlawn

Nacionalidad estadounidense

Religión        

Familia

Padre  Philip

Cónyuge         Katherine Davis

Información profesional

Ocupación     editor, empresario

Años activo    1865-1907

Cargos ocupados     

Member of the Missouri House of Representatives (1870)

Miembro de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos por 9.º distrito congresional de Nueva York (1885-1886)

Empleador    New York World

Obras notables          Premio Pulitzer

Partido político         Partido Demócrata

Firma



 

Joseph Pulitzer (nacido József Pulitzer —en húngaro Pulitzer József—, también conocido como Joe; Makó, Hungría, 10 de abril de 1847–Charleston, Estados Unidos, 29 de octubre de 1911) fue un editor estadounidense de origen húngaro, conocido por su competencia con William Randolph Hearst, quien originó la llamada prensa amarilla, y por los premios periodísticos que llevan su nombre, los Premios Pulitzer. Además se le puede considerar un pionero del «infotainment», esa mezcla de información y entretenimiento en la que los periódicos no han dejado de profundizar desde entonces.

 

Primeros años



Nació como Pulitzer József (nombre ordenado según la costumbre húngara) en Makó, a unos 200 km al sureste de Budapest, hijo de Elize (Berger) y Fülöp Pulitzer (nacido Politzer).12 Los Pulitzer se encontraban entre varias familias judías que vivían en la zona y se habían labrado una reputación como comerciantes y tenderos.3 El padre de José era un respetado hombre de negocios, considerado el segundo de los "principales comerciantes" de Makó. Sus antepasados emigraron de Police en Moravia a Hungría a finales del siglo XVIII.4.

 

En 1853, Fülöp Pulitzer era lo suficientemente rico como para jubilarse. Trasladó a su familia a Pest en Hungría, donde hizo que los niños fueran educados por tutores privados, y enseñó francés y alemán. En 1858, tras la muerte de Fülöp, su negocio quebró y la familia se empobreció. Joseph intentó alistarse en varios ejércitos europeos para trabajar antes de emigrar a Estados Unidos.5.

 

Servicio en la Guerra Civil

Pulitzer intentó alistarse en el ejército pero fue rechazado por el Ejército Austriaco, después intentó alistarse en la Legión Extranjera Francesa para luchar en la México pero fue igualmente rechazado, y después en el Ejército Británico donde también fue rechazado. Finalmente fue reclutado en Hamburgo, Alemania, para luchar por la Unión en la Guerra Civil Americana en agosto de 1864. Pulitzer no sabía hablar inglés cuando llegó al puerto de Boston en 1864, a la edad de 17 años, ya que su pasaje había sido pagado por los reclutadores militares de Massachusetts. Al enterarse de que los reclutadores se estaban embolsando la mayor parte de la recompensa por su alistamiento, Pulitzer abandonó la estación de reclutamiento de Deer Island y se dirigió a Nueva York.

 

Le pagaron 200 dólares por alistarse en la Caballería Lincoln el 30 de septiembre de 1864.6 Formó parte de Sheridan's troopers, en el [[1.er Regimiento de Caballería de Nueva York]] en la Compañía L, uniéndose al regimiento en Virginia en noviembre de 1864, y luchando en la Campaña de Appomattox, antes de ser licenciado el 5 de junio de 1865. Aunque hablaba alemán, húngaro y francés, Pulitzer aprendió poco inglés hasta después de la guerra, ya que su regimiento estaba compuesto en su mayoría por inmigrantes alemanes.7

 

Biografía



Nacido en Makó, Hungría, Pulitzer inició la carrera militar pero fue rechazado por el ejército austríaco debido a su frágil salud y a su mala visión. Emigró a los Estados Unidos en 1864 para luchar en la guerra civil estadounidense. Tras la guerra se fue a vivir a San Luis donde en 1868 empezó a trabajar para un periódico de lengua alemana, el Westliche Post. Se unió al Partido Republicano y fue elegido en 1869 para la Asamblea del Estado de Misuri. En 1872 Pulitzer compró el periódico en el que trabajaba por 3000 dólares. Después, en 1872, compró el St. Louis Dispatch por 2700 dólares y fusionó los dos diarios para crear el St. Louis Post-Dispatch, que terminó siendo el periódico diario de San Luis. Fue ahí donde Pulitzer desarrolló su papel como portavoz del hombre corriente con exclusivas y con un acercamiento a la noticia fuertemente populista.

 

En 1883 Pulitzer, ya millonario, adquirió el New York World, un periódico que estaba perdiendo dinero año tras año. Pulitzer dirigió la atención del periódico hacia historias de interés humano, escándalos y sensacionalismo. En 1885 fue elegido para la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, pero renunció tras unos pocos meses de servicio (al parecer por no encontrar en la política un ámbito que colmase sus intereses de realización personal). En 1887, reclutó a la famosa periodista de investigación Nellie Bly. En 1889 introdujo una hoja dominical en la edición dominical,8 y seis años después la primera historieta en color de un periódico: La luego inmensamente popular The Yellow Kid de Richard F. Outcault. Bajo la dirección de Pulitzer, el diario aumentó su circulación de 15 000 a 600 000 ejemplares, convirtiéndolo en el primer periódico del país en difusión.

 

El editor del periódico rival New York Sun atacó a Pulitzer llamándole en 1890 «el judío que abandonó su religión». Tras el ataque, que tenía por objeto el quitarle los lectores judíos, la ya frágil salud de Pulitzer se deterioró rápidamente y tuvo que abandonar la actividad periodística de forma directa, aunque continuó dirigiendo activamente el periódico desde su retiro en Bar Harbor, Maine y desde su mansión de Nueva York.

 

En 1895, William Randolph Hearst adquirió el periódico rival New York Journal, al que condujo a una guerra de difusión. Esta competición con Hearst, en concreto en todo lo que se refirió a la cobertura antes y después de la guerra hispano-estadounidense, se concentraba en la búsqueda de una historia más amarilla, escandalosa, y falta de veracidad, con el objeto de atraer más público.

 

La guerra hispano-estadounidense es recordada como el producto de muchas fuentes fraudulentas y carentes de hechos concretos, y la ambición y egoísmo de dos hombres que crearon una guerra con el solo objetivo de vender periódicos. Cabe destacar que Pulitzer omitió mencionar que la batalla clave de esa guerra fue peleada por caballería afroamericana.

 

También afectó a la naciente industria de las tiras cómicas al provocar un trajín de autores como Richard Felton Outcault, George McManus o Rudolph Dirks entre los diarios de uno y otro magnate, hasta el punto de acudir a los tribunales para conservar la propiedad de sus series.9

 

Como consecuencia de la denuncia del pago fraudulento de 40 millones de dólares por parte de Estados Unidos a la compañía francesa del Canal de Panamá en 1909, Pulitzer fue denunciado por difamar a Theodore Roosevelt y a J. P. Morgan. Los jueces rechazaron la acusación, en una victoria para la libertad de prensa.

 

En 1892, Pulitzer ofreció al presidente de la Universidad de Columbia, Seth Low, financiar la primera escuela de periodismo del mundo. La Universidad rechazó inicialmente el dinero, evidentemente influida por la polémica figura de Pulitzer. En 1902, el nuevo presidente de la Universidad, Nicholas Murray Butler, fue más receptivo hacia el plan de la escuela y de instaurar unos premios, pero no sería hasta la muerte de Pulitzer que este sueño se haría realidad. Pulitzer dejó a la Universidad 2 millones de dólares en su testamento, lo que permitió la creación en 1912 de la Columbia University Graduate School of Journalism (la escuela de periodismo), que sería una de las más prestigiosas del mundo, aunque ya no fuese la primera, por haberse creado antes la de la Universidad de Misuri.

 

Joseph Pulitzer murió a bordo de su yate en el puerto de Charleston en 1911. Está enterrado en el cementerio Woodlawn del Bronx, en Nueva York. En 1917, fueron convocados los primeros Premios Pulitzer de acuerdo con los deseos del periodista.

 

Entrada en el periodismo y la política




 




Una cromolitografía de Pulitzer superpuesta a una composición de sus periódicos


 

 

En el edificio del Westliche Post, Pulitzer conoció a abogados William Patrick y Charles Phillip Johnson y al cirujano Joseph Nash McDowell. Patrick y Johnson se referían a Pulitzer como "Shakespeare" por su extraordinario perfil. Le ayudaron a conseguir trabajo en el Atlantic and Pacific Railroad.10 Su trabajo consistía en registrar las escrituras de los terrenos del ferrocarril en los doce condados del suroeste de Misuri donde el ferrocarril planeaba construir una línea.11 Cuando terminó, los abogados le dieron un escritorio y le permitieron estudiar derecho en su biblioteca para prepararse para ejercer la abogacía.

 

Pulitzer tenía talento para el periodismo. Trabajaba 16 horas al día, de 10 de la mañana a 2 de la madrugada. Le apodaban "Joey el alemán" o "Joey el judío". Se unió a la Sociedad Filosófica y frecuentaba una librería alemana donde se reunían muchos intelectuales. Entre su nuevo grupo de amigos se encontraban Joseph Keppler y Thomas Davidson.12

 

Representante del Estado de Misuri





Pulitzer se unió a la Partido Republicano de Schurz. El 14 de diciembre de 1869, Pulitzer asistió a la reunión republicana en el St. Louis Turnhalle de la calle Décima, donde los líderes del partido necesitaban un candidato para cubrir una vacante en la legislatura estatal. Tras la negativa de su primera opción, se decidieron por Pulitzer, nominándolo por unanimidad, olvidando que sólo tenía 22 años, tres por debajo de la edad requerida. Sin embargo, su principal oponente demócrata era posiblemente inelegible por haber servido en el ejército confederado. Pulitzer tenía energía. Organizó mítines callejeros, llamó personalmente a los votantes y exhibió tal sinceridad junto con sus rarezas que infundió un entusiasmo medio divertido a una campaña que normalmente era letárgica. Ganó 209-147.13

 

Su edad no se convirtió en un problema y fue nombrado representante estatal en Jefferson City en la sesión que comenzó el 5 de enero de 1870. Durante su mandato en Jefferson City, Pulitzer votó a favor de la aprobación de la Decimoquinta Enmienda y lideró una cruzada para reformar el corrupto Tribunal del Condado de San Luis.14

 

Su lucha contra el tribunal enfureció al capitán Edward Augustine, superintendente de registro del condado de St. Louis. Su rivalidad llegó a ser tan acalorada que la noche del 27 de enero, Augustine se enfrentó a Pulitzer en el Hotel Schmidt y le llamó "maldito mentiroso". Pulitzer salió del edificio, regresó a su habitación y cogió una pistola de cuatro cañones. Volvió al salón y se acercó a Augustine, reanudando la discusión. Cuando Augustine avanzó hacia Pulitzer, el joven representante apuntó su pistola a la cintura del capitán. Augustine placó a Pulitzer, y la pistola efectuó dos disparos, atravesando la rodilla de Augustine y el suelo del hotel. Pulitzer sufrió una herida en la cabeza. Los relatos contemporáneos discrepan sobre si Augustine también iba armado.15

 

Durante su estancia en Jefferson City, Pulitzer también ascendió en la administración del Westliche Post. Con el tiempo se convirtió en su editor jefe, y obtuvo un interés de propiedad.16

 

Legado



 

La tumba de Joseph Pulitzer en el cementerio de Woodlawn (Bronx, New York)

 


Sello conmemorativo de Joseph Pulitzer, emitido en 1947

Escuelas de periodismo

En 1892, Pulitzer ofreció al presidente de la Universidad de Columbia, Seth Low, dinero para crear la primera escuela de periodismo del mundo. La universidad rechazó inicialmente el dinero. En 1902, el nuevo presidente de Columbia, Nicholas Murray Butler, se mostró más receptivo al plan de crear una escuela y unos premios de periodismo, pero no sería hasta después de la muerte de Pulitzer cuando se cumpliría este sueño.

 

Pulitzer dejó a la universidad 2.000.000 de dólares en su testamento[72]. En 1912, la escuela fundó la Columbia University Graduate School of Journalism. Ésta siguió a la Escuela de Periodismo de Misuri, fundada en la Universidad de Misuri a instancias de Pulitzer. Ambas escuelas siguen estando entre las más prestigiosas del mundo.

 

Premio Pulitzer



En 1917, Columbia organizó la entrega de los primeros premios Pulitzer de periodismo. Los premios se han ampliado para reconocer los logros en literatura, poesía, historia, música y teatro.

 

Galardones



La Oficina de Correos de EE. UU. emitió un sello de 3 céntimos en conmemoración de Joseph Pulitzer en 1947, en el centenario de su nacimiento.



La Pulitzer Arts Foundation de Saint Louis se fundó gracias a la filantropía de su familia y lleva su nombre en su honor.

En 1989, Joseph Pulitzer fue incluido en el Paseo de la Fama de Saint Louis.17

Aparece como personaje en la película de Disney Newsies (1992), en la que fue interpretado por Robert Duvall, y en la producción teatral de Broadway (Newsies) adaptada de la misma que se produjo en 2011.

En la novela histórica de 2014, The New Colossus, de Marshall Goldberg, publicada por Diversion Books,18 Joseph Pulitzer encarga a la reportera Nellie Bly la investigación de la muerte de la poeta Emma Lazarus.

El Hotel Pulitzer de Ámsterdam lleva el nombre de su nieto Herbert Pulitzer.

El monte Pulitzer, en el estado de Washington, lleva su nombre.


Con afecto,

Ruben

 

lunes, 28 de octubre de 2024

Cuento : La Coima

 CUENTOS DE LA CIUDAD



La Coima

Biblioteca Virtual

Desvencijado automóvil – de color marchito y de un modelo ya



indefinido – se había pasado la luz roja. No había discusión en ello y, por eso, cuando Mengano oyó el sonido enérgico de un silbato que le indicaba alto desde algún lugar del jirón Camaná, simplemente masculló una maldición, buscó al policía por el espejo retrovisor y se pegó a la derecha para detenerse: «ya perdí».

Luego de respirar hondo y de buscar sus documentos en la guantera, salió de su automóvil resignado a un encuentro inevitable con su destino.

Mengano no tenía más de cuarenta años, de mediana estatura; su rostro trigueño lucía curtido por la resolana de los días de verano y, seguramente, por los vientos sucios de todo el año. Caminaba como caminan los que pasan demasiadas horas conduciendo un automóvil. «Habrá que soltar un billete», pensó, «pero primero habrá que palabrear un poco”, se recomendó. «Claro, para saber de cuánto iba a ser la jugada».

Mengano recordó que no era su primera vez en eso de arreglar con la autoridad. Entonces su semblante como que fue recuperando de tranquilidad. Total, el arreglo era cosa de todos los días. La coima. Caray. ¡Quién no coimeaba en este país! Así era la vida. Respiró confiado. Solo era cuestión de negociar bien para no soltar mucho billete. En fin, el dinero va y viene. Mengano calculó que el asunto no iba a demorar mucho. Luego, en una vuelta más por Lima, recuperaría el billete que ahora iba a perder.

Bajo la sombra raída de un toldo pendido de un antiguo edificio (con su viejo balcón y su balaustrada carcomida), un sudoroso policía lo esperaba abanicándose con la misma tablilla en la que tenía sujetos los formularios para las infracciones. Aun cuando la tarde ya se acababa, el calor del verano todavía se apelmazaba en el ambiente vespertino. El policía, además de la fatiga por la canícula, evidenciaba también un talante aburrido, como el de alguien que se sabe de memoria el libreto de la siguiente rutina. Unos cuantos árboles mustios vigilaban la calle. A unos metros, en la esquina entre el jirón Quilca y Camaná, algunos parroquianos entraban y salían del bar Queirolo sin darle mayor importancia ni al Policía, ni a Mengano que se acercaba pausadamente. Lima languidecía bajo el sopor pegajoso del verano.

A unos metros de ellos, apoyado contra un poste de luz, un hombre en harapos y con toda la facha de ser un indigente algo trastornado, es decir, un loquito de esos que vagabundean por la ciudad, observaba el encuentro que se iba a dar entre el policía y Mengano. Lo hacía mientras iba metiendo trastes indescifrables en un costal que cargaba sobre el hombro. Era un loco común: sucio, estrafalario, lánguido, encallecido. Había en su rostro una sonrisa rígida, como esculpida a la fuerza.

– Jefe, buenas tardes – dijo Mengano.

El policía apenas si masculló un saludo y estiró la mano. Fulano se sintió confuso. Sabía que el asunto de la coima estaba cada día más simplificado, pero aun así, le pareció que el asunto estaba saliendo como demasiado directo.

– Documentos – aclaró inmediatamente la autoridad.

Mengano entonces le alcanzó los documentos. El policía colocó la tarjeta de propiedad y la licencia en la parte superior de su tablilla y habilitó rápidamente un formulario para la papeleta: todo, inicialmente, con gran destreza. Sin embargo, luego, cuando comenzó a rellenar el formulario, su escritura avanzaba con una inequívoca lentitud.

De pronto, el loquito, sin perder la sonrisa rígida, y sin soltar el mugroso costal, cruzó también la calzada con dirección maliciosa. Su paso era lento por los trastos que cargaba, pero determinante: se acercaba hacia ellos.

– ¿Sabía usted que con tres papeletas sobrepasa su puntaje mínimo y se le retira la licencia?

Mengano entendió claramente que esa era la clave para el inicio de la negociación y que ahora le correspondía a él la siguiente parte del texto:

– Caray, Jefe, es que a veces uno anda tan preocupado con sus problemas que se distrae. ¿No habrá una manera de que me ayude?

El loquito finalmente los alcanzó. Mengano ya lo había visto acercarse por su lado derecho, pero no le había prestado aún atención. Cuando ya lo tuvo cerca recién reparó completamente en él: tenía una barba compactada por una mugre de años y miraba con ojos de niño travieso. El policía también lo vio, pero fingió no darle importancia.

– Sabía usted que con tres papeletas se le retira la licencia – repitió el policía e, inmediatamente, se dio cuenta de que ya había paporreteado esa parte del libreto.

Mengano se volvió a desubicar. Un presentimiento, de esos que lo ayudaban a sobrevivir en las calles de una ciudad como Lima, le previno que algo iba a suceder en esa tarde calurosa de febrero. El loquito, como si ya fuera parte de ellos, los comenzó a auscultar curiosamente; se fijó en los documentos sujetos en la tablilla; volvió a mirar a los negociadores; y algo debió entender, una luz tuvo que haber iluminado su insólito mundo porque – con la agitación de quien algo ha descubierto – comenzó a señalarlos con el dedo índice.

El policía y Mengano palidecieron. Ambos ya se habían dado cuenta de que todo eso podía terminar en un inesperado espectáculo y en la prueba innegable de un acto que – aunque todos ya sabían de qué se trataba – solía ser medianamente discreto.

El calor se transformó entonces en bochorno. Los dos sintieron que el sudor comenzaba a mojar sus camisas.

– Vamos, circule – dijo el policía.

– Es… es… están coimeando.

– Sigue tu camino – insistió el policía con una voz más enérgica.

– Policía malo… chofer malo…

– Quítate, loco, ¡carajo! – gruñó el policía y llevó su mano instintivamente al garrote que colgaba de su cinturón; pero el loquito no se inmutó; es más, ahora parecía eufórico, descontrolado y repetía las mismas palabras con una mayor vehemencia: policía malo, chofer malo…

– Por favor, señor – alcanzó a murmurar Mengano y se ruborizó por lo ridículo de sus palabras para con un demente.

La gente, que hasta allí había circulado indiferente al asunto, comenzó a fijarse en ellos. Algunos se fueron congregando en las inmediaciones y, por allí, ya comenzaban a oírse las primeras risotadas. Desde la puerta del Queirolo, algunos parroquianos llamaban a otros para observar al loquito, al chofer y al policía que discutían por una coima en una añosa calle de Lima. En un momento dado, ya era un número respetable el gentío que apoyaba las reconvenciones del loquito.

No se pudo hacer más. El asunto se había desbordado. El policía detuvo apurado un automóvil que pasaba y antes de escapar a cualquier sitio, le dijo al infractor que recogiera sus documentos en la Estación de Policía de la avenida Alfonso Ugarte. Mengano se aferró a la puerta del automóvil y lo miró suplicante. El policía, ya vencido, le devolvió los documentos. La muchedumbre, burlona, aprobó el gesto. Ambos – chofer y policía – se odiaron respetuosamente antes de que el automóvil se marchara veloz.

Eso fue todo. Mengano regresó a su carro. El gentío se fue disolviendo rápidamente, el tumulto se disolvió y cada quien regresó a lo suyo.

Poco después, las calles recuperaron su rutina; los edificios se hicieron más grises con la llegaba del crepúsculo; las veredas se veían más viejas y más quebradas en la penumbra. A esa hora sólo quedaba el loquito que iba y venía por las mismas viejas calles, como un desvencijado rey que deambula entre los escombros de su carcomido reino.

 

 

Con afecto,

Ruben

Cuento: La Decision de Fulano

 

CUENTOS DE LA CIUDAD 



La Decision  de  Fulano

Richard Primo Silva

Biblioteca Virtual

Fulano se dio cuenta en seguida: los dos hombres que avanzaban por la otra vereda tenían toda la facha de un par de ladronzuelos y drogadictos. Tanto kilometraje por las calles de Lima no era en vano. Entrevió el peligro y de inmediato se le activaron las señales de alerta. Su instinto de conservación echó a andar un plan de emergencia: miró a su alrededor en busca de una ruta de escape. Solo entonces tomó conciencia de que había elegido la peor ruta para cortar camino hacia el Rímac y, quizás, hasta la peor hora. A las seis de la tarde de un día cualquiera de agosto, las calles de Lima ya estaban casi cubiertas por la penumbra: Lima estaba más gris todavía. Sin embargo, para Fulano todo se tornaba más trágico porque esa penumbra viscosa de las seis de la tarde lo había atrapado, para su mala suerte, en una de las estrechas y envejecidas cuadras del jirón Cañete, justo a la espalda de la Iglesia de Santa Rosa, a unos pasos del puente Tacna, peligrosamente cerca de dos sombras escabrosas que, de pronto, apretaban el paso para toparse con él. Fulano miró a su alrededor con desosiego: casonas semiabandonadas, edificios descascarados y entradas a callejones que se perdían en sobrecogedores laberintos. La parte más abandonada del Centro de Lima, aquella que no sale en las postales, pero que sobreabundaban subrepticiamente: fantasmales. ¿Cómo así se había descuidado tanto para terminar, justo allí, atrapado y sin salida?

robo

Hizo un recuento de cuánto de valor llevaba encima ese día. Palideció. Aunque no era una gran fortuna, era suyo: su reloj, su teléfono celular, su dinero de la quincena, y no quería perderlo. No obstante, todo indicaba que, ese viernes de julio, se lo iban a quitar, y que luego iba a ser uno más en la estadística de los fulanos asaltados en una calle perdida de la ciudad. Tuvo miedo no solo del robo, sino de desaparecer siendo solo una cifra más en una fría estadística.

No obstante, dicen que hay momentos en la vida de un hombre – aunque solo sea un Fulano más de tantos -, en los que se debe tomar una decisión concluyente, un punto de quiebre en la vida, un nuevo modo de enfrentar al destino. Probablemente todo eso pasó por la cabeza de Fulano porque, de pronto, algo cambió en su rostro: se percibía que ya no era un peatón asustado; sino un ciudadano, más bien, bizarro. Respiró muy hondo, retuvo el aire por unos largos segundos, luego exhaló como si estuviera expulsando todo sus miedos. Había en él una nueva determinación y un gesto de bravura. Enderezó el cuerpo e irguió la cabeza. Si había que enfrentar al destino, lo haría de frente y con dignidad. Hay momentos en la vida en los que solo se tiene que hacer lo que se debe hacer. En todo caso, tampoco es que hubiera muchas opciones para él, pero, por lo menos, esa tarde brumosa, la dignidad era algo que no le iban a arrebatar. Se diría que Fulano se sintió, a esa hora, épico, y echó a andar de cara a la realidad, dispuesto a enfrentar lo que le deparara el destino.

Los dos facinerosos aún estaban algo distantes, por eso no pudieron ver la decisión de Fulano. Solo notaron que aquel hombre menudo, de pantalón y chompa gris, caminaba con un poco más de prisa y directamente hacia ellos. Pero, por lo visto, no habían entendido nada de aquella decisión; simplemente continuaron su paso hasta toparse con su víctima. Solo cuando estuvieron lo suficientemente cerca, Fulano pudo verlos a plenitud. Eran delgados, algo sucios, los pantalones anchos, poleras sueltas, cada uno con un gorro de lana para camuflar sus rostros. En cierto modo, a Fulano, aquellos pandilleros le parecieron más bien dos sabuesos malnutridos. Por un momento pensó que, en lugar de asaltarlo, iban a morderlo entre ladridos salvajes. Volvió a confundirse y, por unos breves instantes, se quedó fascinado con esa imagen.

Pero todo volvió a ser duramente real cuando sintió el brazo de uno ellos cerrándose en torno de su cuello. Quiso resistirse, ser audaz, no aceptar su destino, pero la pericia de su opresor lo inmovilizó. Mientras más esfuerzos hacía, sentía cómo su cuerpo se volvía más blando. El otro compinche había comenzado a hurgar entre sus ropas y supo que iba perdiendo su billetera, su teléfono, su reloj, los papeles sueltos que a veces se pierden en los bolsillos. Alcanzó a escuchar el rasgado en las costuras de su camisa, pero su cuerpo estaba más fláccido y notaba que se desvanecía. Definitivamente, no lo había previsto así cuando decidió ser más indómito y hacerle frente a los depredadores.

El que lo había apretado por el cuello aflojó un poco el brazo y Fulano sintió que entraba un poco más de aire a sus pulmones. Pudo entonces escuchar los balbuceos de sus asaltantes. Más que palabras, le parecieron ladridos. Todo estaba por acabarse. Si hubiera decidido algo menos atrevido, podría haber saltado rápidamente hacia la calzada y después cruzar a toda prisa hacia la otra vereda, tal vez hubiera intentado llegar a buen trote a la avenida Tacna en donde había más gente; aunque tampoco estaba seguro de que ese plan lo habría liberado del asalto. Todo estaba consumado. Un asalto más en una vieja calle de la ciudad. De repente, ya no sintió las manos de sus asaltantes ni sus palabras, más bien sentía unas patas torpes desgarrando sus ropas, un jadeo de animales apresurados, unos ladridos que intercambiaban entre ellos. Comprendió que no valía la pena más intentos heroicos ¿Para qué? Esperó tristemente a que todo terminara. Luego llegaría a casa como sea. Tal vez le contaría a alguien lo que le había pasado o quizás no. ¿Para qué?

Uno de ellos, el que ladraba más nervioso estuvo olfateando la billetera: sacó el dinero, buscó unas tarjetas que no había y lanzó todo lo demás al suelo. Rugió algo que Fulano no entendió. El otro lo liberó del cogoteo. Ladraron al unísono un poco más y luego se alejaron con trote ligero, empujándose entre ellos, ladrándole a un auto que había pasado raudo hasta perderse en uno de las calles.

Fulano se terminó de incorporar, respiró hondo, se llevó las manos hacia el cuello. No tenía ninguna herida, solo el dolor de cogoteo. Levantó su billetera vacía, recogió algunos papeles que habían quedado por el piso y echó a andar para llegar a la avenida Tacna en donde las luces amarillentas de los faroles ya eran algo más nítidas. Volvió a respirar muy hondo. No, claro que no, en Lima ya casi no había héroes convencionales, pero sobrevivir en esta ciudad sin perder las ganas, ya era bastante: otra forma de heroísmo.

Con afecto,

Ruben

lunes, 21 de octubre de 2024

Edgardo Rivera Martinez

 

Edgardo Rivera Martinez



Información personal

Nacimiento    28 de septiembre de 1933

Jauja, Perú

Fallecimiento            5 de octubre de 2018 (85 años)

Lima, Perú

Nacionalidad Peruana

Lengua materna       español

Familia

Padres            Hildebrando Rivera

María Luz Martínez

Educación

Educado en  

Universidad de Perugia

Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Estudios literarios; 1952-1956)

Universidad de París (1957-1959) 

Información profesional

Ocupación     Escritor, educador, ensayista, profesor universitario, pedagogo, traductor y novelista V

Área    Literatura y traducciones del español 

Empleador    Universidad Nacional del Centro del Perú (1962-1970) 

Géneros         Narración, cuento y ensayo 

Miembro de  Academia Peruana de la Lengua (2000-2018) Sitio web    

erm.ciberayllu.com

Distinciones 

Beca Guggenheim

Premio Nacional de Cultura (2013)

Edgardo Rivera Martínez (Jauja, 28 de septiembre de 1933-Lima, 5 de octubre de 2018)1 fue un escritor y docente universitario peruano. Sus obras literarias más importantes son el cuento Ángel de Ocongate (1986) y la novela País de Jauja (1993), esta última considerada por los críticos como la mejor de la literatura peruana de los últimos tiempos. Es también autor de numerosos trabajos de investigación, particularmente sobre viajeros y literatura de viajes en Perú.

 

Biografía



Hijo de Hildebrando Rivera y María Luz Martínez.2 Su infancia estuvo impregnada de amor familiar y fascinada por los paisajes e imágenes de la serranía peruana que serían fuente de inspiración para sus obras literarias futuras.

 

Hizo sus estudios primarios en Nuestra Señora del Carmen de Jauja y los secundarios en Colegio Nacional San José de Jauja. En 1952 pasó a cursar estudios superiores en la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en la especialidad de literatura.2

 

Desde 1956 empezó a ejercer la docencia. Ganó una beca que lo llevó a estudiar en la Universidad de París (1957-1959) y en la Universidad de Perugia. De retorno al Perú, obtuvo el grado de bachiller y de doctor en Literatura a mérito de sus tesis sobre «El paisaje en la poesía de César Vallejo» y «Referencias al Perú en la literatura de viajes europea de los siglos XVI, XVII y XVIII», respectivamente (1960).2

 

De 1962 a 1970 fue catedrático en la Universidad Nacional del Centro, con sede en Huancayo. En 1964 y 1967 pasó a Francia para continuar su perfeccionamiento. En 1971 reanudó su labor docente en San Marcos, donde fue durante muchos años profesor de literatura en su Facultad de Letras. En 1975 concurrió al taller de literatura de la Universidad de Iowa. También fue profesor en Darmouth, Estados Unidos, en 1988; y en Tours y Caen, Francia, en 1990.2

 

Ha ejercido, en importantes medios escritos, el periodismo de opinión. Es de destacar también su labor como traductor de textos de Léonce Angrand, César Moro, Charles Wiener y Paul Marcoy.2

 

Desde el 2000 fue miembro de la Academia Peruana de la Lengua, en mérito no solo a su producción ficcional, sino también por su trabajo de estudioso y crítico. En 2012 recibió el Premio Casa de la Literatura Peruana a su trayectoria,3 y al año siguiente ganó el Premio Nacional de Cultura.

 

Narrativa

Comenzó su trayectoria narrativa con un libro de cuentos ambientados en el mundo andino, El unicornio (1963). Si bien en estos textos se respira el ambiente del nuevo indigenismo, en algunos se aparta un poco de ello, acercándose más a la literatura fantástica.

 

En 1977 publicó su novela corta El Visitante, y al año siguiente Azurita, con relatos de temática nuevamente andina. Enunciación, de 1979, reúne dos novelas cortas y un texto narrativo-poético en prosa, cuyo acontecer transcurre en una Lima de niebla y de misterios.

 

En 1981 se editó Historia de Cifar y de Camilo, y en 1986 apareció el cuento Ángel de Ocongate, ganador del premio Cuento de mil palabras de la revista Caretas.2

 

Su primera novela, País de Jauja, tuvo su primera edición en 1993, a la que han seguido otras más. Dicha novela fue finalista del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos de 1993 y fue señalada por los críticos, en una encuesta de la revista Debate, como la más importante de la literatura peruana en la década de 1990.24 En palabras del crítico Ricardo González Vigil es «un fruto mayor, una de las mejores novelas peruanas hasta el momento».5

 

Su segunda novela, Libro del amor y las profecías, obra de gran aliento, apareció en 1999. En ese mismo año, toda su narrativa corta fue reunida por Alfaguara en Cuentos Completos.

 

En 2000 publicó un volumen que reúne tres novelas cortas: Ciudad de fuego.

 

Luego publicó el libro de cuentos: Danzantes de la muerte y de la noche (2006); la recopilación Cuentos del Ande y la neblina: (1964 - 2008) (2008); y las novelas Diario de Santa María (2008) y A la luz del amanecer (2012).

 

Le debemos también una serie de evocaciones de infancia: A la hora de la tarde y de los juegos (1996).

 

César Ferreira e Ismael Márquez editaron un volumen que recopila estudios de importantes narradores y críticos sobre la obra de este autor: De lo andino a lo universal. La obra de Edgardo Rivera Martínez (Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 1999).

 

Valoración

Sus obras muestran la superación del indigenismo para una comprensión integral de la identidad peruana, si bien en muchos casos se inspiran en temas andinos. Transitan entre lo realista y lo fantástico y versan, varias veces, sobre personajes bastante instruidos.

 

Es un narrador original y fino, alejado de las modas literarias, dueño de una fantasía que poetiza la realidad, provinciana o limeña, sutilmente observada.

Washington Delgado6

Significación propia tiene su obra narrativa, que refleja su identificación con la tierra natal pero que, fundamentalmente, expresa las angustias existenciales del hombre contemporáneo.

Enciclopedia Tauro del Pino2

Rivera Martínez es un narrador talentoso, que se perfila dentro de los lineamientos sofisticados del realismo maravilloso andino, emparentado con Eleodoro Vargas Vicuña y Arguedas, principalmente; en cambio, emplea el régimen moral velado y conductor, hasta lograr un lirismo narrativo neoindigenista, y el logro fabulador de la literatura fantástica.

 Se diría que Rivera Martínez, en sus últimas prosas narrativas, teje el sostén temático con cierta veta de contenido mágico, multicolor y perfeccionado.

César Toro Montalvo

País de Jauja constituye la mejor novela peruana sobre la vocación artística: nunca en nuestras letras se había pintado con sutileza y finura semejantes la experiencia estética. Agréguese que aletea en sus páginas un desborde del corazón y un vuelo del espíritu que solo admite paralelo con los mejores momentos novelísticos de Arguedas y Gutiérrez.

Ricardo González Vigil

Obras



Novelas

País de Jauja (1993)

Libro del amor y las profecías (1999)

Diario de Santa María (2008)

A la luz del amanecer (2012)

Cuentos

El unicornio (1963)

El visitante (1974)

Azurita (1978)

Enunciación (1978)

Historia de Cifar y de Camilo (1981)

Ángel de Ocongate (Original) (1982), cuento.

Ángel de Ocongate y otros cuentos (Versión extendida) (1986)

Cuentos completos (1999), recopilación de cuentos.

Ciudad de fuego (2000), tres novelas cortas.

Danzantes de la noche y de la muerte y otros relatos (2006),

Una azucena de luz y de colores (2006), seis relatos de temática infantil.

Cuentos del Ande y la neblina: (1964 - 2008) (2008), recopilación de cuentos.

Crónicas de viajes y estampas

Hombres, paisajes, ciudades (1981), crónicas de viajes.

A la hora de la tarde y de los juegos (1996), colección de textos autobiográficos.

Al andar de los caminos. Estampas de viaje (2003)

Estampas de ocio y de buen humor (2003)

Antologías y trabajos de investigación

Referencias al Perú en la literatura de viajes europea de los siglos XVI, XVII y XVIII (1963))

Léonce Angrand: una imagen del Perú en el siglo XIX (1974)

Imagen de Jauja (1543-1880) (1967)

Imagen y leyenda de Arequipa. Antología 1540-1990 (1996)

Antología de Trujillo (1998)

Antología de Lima. 2 tomos (2002)

Antología de Huamanga (2004)

Los balnearios de Lima. Antología: Miraflores, Barranco, Chorrillos (2006)

Antología de la Amazonía del Perú 1539-1960 (2007)

La obra peruanista de Léonce Angrand (1834-1838, 1847) (2010)

Historia y leyenda de la tierra de Jauja (2012)

El retorno de Eliseo

Poesía

Casa de Jauja (1985)

Del amor y la alegría y otros poemas (2015)

Artículos

"La literatura geográfica del siglo XVI en Francia como antecedente de lo real maravilloso". En: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana (Lima); Año V, No 9 (1979).

"La narrativa peruana de hoy". En: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana (Lima); Año X, No 20 (1984).

"Literatura peruana, literaturas andinas - Entre la modernidad y la frontera". En: La casa de cartón de Oxy. Revista de Cultura; II Época, No 11 (1997) (Lima).

"Incorporar el mito y la música fue una forma de alternar la experiencia de lo propio y de lo clásico: Entrevista a Edgardo Rivera Martínez". En Discursiva. Revista de Literatura y Humanidades; Año IV, No 3 (2010) (Lima).

Antologías

"Ángel de Ocongate". En: Nuevo cuento peruano. Antonio Cornejo Polar; Luis Fernando Vidal. Lima: Mosca Azul editores, (1986).

"Ciudad de fuego". En: El Cuento Peruano 1975 -1979. Ricardo González Vigil. Lima: COPE, (1983).

"Ángel de Ocongate". En: El cuento en San Marcos (Primera selección. siglo XX). Carlos E. Zavaleta y Sandro Chiri Jaime (comps). Lima: Fondo Editorial de la Universidad Mayor de San Marcos, (2002).

Bibliografía sobre su obra

En el 2018, la Red Literaria Peruana publicó Edgardo Rivera Martínez. Bibliografía esencial, un trabajo que recopiló todos los estudios críticos en torno al autor de País de Jauja.7

Con afecto,



Ruben