Francisco de Orellana
Francisco de Orellana |
(Trujillo, España, 1511 - Amazonas, 1546)
Explorador y conquistador español, descubridor de la selva amazónica y primer
navegante del río más caudaloso de la Tierra. Poco conocido y eclipsado por
nombres de la talla de Hernán Cortés o Francisco Pizarro,
Francisco de Orellana protagonizó, sin embargo, uno de los episodios más
brillantes de la historia española en el Nuevo Mundo, siendo su vida un ejemplo
de heroísmo y honestidad.
Fuente: Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. (2004). Biografia de Francisco de Orellana. En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona (España). Recuperado de https://www.biografiasyvidas.com/biografia/o/orellana.htm el 2 de junio de 2020.
La abuela materna de Francisco de Orellana
pertenecía a la familia Pizarro, de modo que tanto por su patria chica como por
su linaje no le eran ajenos los aromas americanos. Nada se sabe de su infancia,
pero no hay duda de que desde niño quiso emular las gestas de sus paisanos, ya
que en 1527, siendo sólo un mozalbete, se trasladó al Nuevo Mundo para
integrarse en la reducida hueste de su pariente, Francisco
Pizarro.
Junto a él participó en la conquista del Imperio de
los incas, revelando ser un soldado
hábil y sobre todo fogoso, tanto que en cierta ocasión pecó de temerario y
perdió un ojo luchando contra los indios manabíes. Antes de cumplir los treinta
años, Orellana había tomado parte en la colonización del Perú, había fundado la
ciudad de Guayaquil y era, según los cronistas, inmensamente rico.
Al estallar la guerra civil entre Francisco Pizarro
y Diego de Almagro, Orellana no dudó en
decantarse a favor de su pariente. Organizó un pequeño ejército e intervino en
la batalla de Las Salinas, donde Almagro fue derrotado. Luego se retiró a sus
tierras ecuatorianas y desde 1538 fue gobernador de Santiago de Guayaquil y de
la Nueva Villa de Puerto Viejo, etapa en la que se distinguió por su carácter
emprendedor y por su generosidad.
Además, hizo algo verdaderamente encomiable y
singular: puesto que deseaba ligar su existencia a aquellos territorios, juzgó
necesario aprender las lenguas indígenas y se dedicó concienzudamente a su
estudio. Este afán, que le honra y distingue de sus rudos pares, iba a
contribuir en gran medida a que alcanzase la ansiada gloria, como veremos más
adelante.
Aun cuando podía haber terminado sus días rodeado
de paz y prosperidad, ni las riquezas ni el bienestar podían calmar su sed de
aventuras y nuevos horizontes. Por este motivo, cuando supo que el gobernador
de Quito, Gonzalo Pizarro, estaba organizando una
expedición al legendario País de la Canela, Orellana no vaciló ni un momento y
se ofreció a acompañarlo.
El País de la Canela
Las noticias acerca de la abundancia de la preciada
especia en las tierras del oriente ecuatoriano se remontaban a una época
anterior a la llegada de los españoles, y eran tan prometedoras como las que
daban cuenta del fabuloso reino de El Dorado. El hermano pequeño del
conquistador del Perú estaba decidido a encontrar la gloria en el
descubrimiento de aquel fructífero País de la Canela y con ese propósito salió
de Quito en febrero de 1541 al frente de 220 españoles y 4.000 indígenas. Por
su parte, Orellana intentó reunirse con él, pero al llegar a la capital tuvo
conocimiento de que Gonzalo ya había partido, dejando el encargo de que
siguiera sus pasos.
A la cabeza de un reducido grupo de veintitrés hombres,
Orellana se dispuso a atravesar los temibles Andes ecuatorianos. Tras recorrer
la altiplanicie, comenzó una lenta y fatigosa ascensión sorteando profundas
quebradas, laderas pobladas de una maleza impenetrable y pendientes rocosas
desprovistas de toda vegetación. En las cumbres andinas, los expedicionarios
padecieron a causa del viento gélido y sobrecogedor; más tarde, tras un penoso
descenso, el calor tórrido y la atmósfera asfixiante de la selva volvieron a
quebrantarles. Al fin, macilentos y diezmados, llegaban al campamento de
Gonzalo Pizarro con un rayo de esperanza brillándoles en los ojos.
La decepción fue enorme. El campamento no se
encontraba en ningún fragante bosque de árboles de la canela, sino en una zona
pantanosa e inhabitable. Hundiéndose en las ciénagas y tropezando continuamente
con las gruesas raíces que alfombran la jungla, los hombres buscaron por los
alrededores el codiciado producto, encontrando tan solo pequeños arbustos
silvestres escuálidos y desparramados entre el follaje, de una canela casi sin
aroma.
La situación se hizo insostenible. Los víveres
escaseaban y los supervivientes estaban extenuados. Ante la imposibilidad de
avanzar por la selva, Gonzalo Pizarro resolvió seguir el curso de un río
cercano con el auxilio de un bergantín que, por supuesto, deberían construir en
aquel mismo sitio. Famélicos y empapados de sudor, los hombres se apresuraron a
cortar árboles, preparar hornos, hacer fuelles con las pieles de los caballos
muertos y forjar clavos con las herraduras. Cuando la improvisada nave estuvo
lista, comprobaron con alborozo que flotaba sobre las aguas. Había sido una
tarea ímproba, pero sus esfuerzos se veían, por fin, recompensados.
Los hombres de Orellana construyendo un bergantín
Gonzalo Pizarro pidió a Orellana que se embarcase
con sesenta hombres y fuese río abajo en busca de alimentos, considerando que
su lugarteniente podría entenderse directamente con los indígenas en caso de
encontrarlos, pues conocía a la perfección sus dialectos. Navegando por los ríos
Coca y Napo, el grupo de aventureros continuó la marcha durante días y días sin
encontrar poblado alguno.
El hambre atenazaba sus estómagos y hubieron de
devorar cueros, cintas y suelas de zapatos cocidos con algunas hierbas. Durante
estas jornadas dramáticas, Orellana supo mostrarse firme y logró mantener la
moral y la disciplina de sus hombres predicando con el ejemplo antes que con
las palabras. Al fin, el día 3 de enero de 1542, llegaron a las tierras de un
cacique llamado Aparia, que los recibió generosamente y les ofreció grandes
cantidades de comida.
Cumplida la primera parte de su misión, Orellana
dio las órdenes pertinentes para emprender el regreso río arriba con objeto de
ir en busca de Gonzalo Pizarro, quien, según lo acordado, iba a descender lentamente
por la orilla hasta encontrarse con su lugarteniente. No obstante, sus hombres
se resistieron. Juzgaban que era materialmente imposible remontar la briosa
corriente con su insegura nave, y que, aun cuando lo consiguiesen, no podrían
cargar víveres, pues el húmedo calor de la selva los echaba a perder en pocas
horas. Se negaban a sacrificar estérilmente sus vidas por obedecer una orden
suicida. Orellana, convencido por estos razonamientos, se sometió a sus
hombres, poniendo como condición que esperasen en aquel lugar dos o tres
semanas para dar tiempo a que Gonzalo pudiese alcanzarlos.
Transcurrido un mes y puesto que no había noticias
de Gonzalo Pizarro, los exploradores embarcaron de nuevo. Descendieron por las
cada vez más turbulentas aguas y el 11 de febrero vieron que "el río se
partía en dos". En realidad, habían llegado a la confluencia del río Napo
con el Amazonas, al que bautizaron con este nombre después de tener un
sorprendente encuentro con las legendarias mujeres guerreras.
La fascinante Amazonia
Mapa manuscrito expedicion 1535-1542 |
Ruta de expedicion 1541-42 |
Puesto que se desvanecía toda esperanza de reunirse
con Gonzalo Pizarro, verdadero jefe de la expedición, Orellana fue elegido de
forma unánime capitán del grupo. Se decidió construir un nuevo bergantín, al
que se puso por nombre Victoria, y continuar por el río hasta mar abierto.
Durante el trayecto, los heroicos exploradores enfrentaron mil peligros, fueron
atacados varias veces por los indígenas y dieron muestras de un valor
extraordinario.
El viaje les deparó continuas sorpresas: árboles
inmensos, selvas de lujuriosa vegetación y un río que más bien parecía un mar
de agua dulce y cuyos afluentes eran mayores que los más caudalosos de España.
Cuando dejaron de divisar las orillas de aquel grandioso río, Orellana ordenó
que se navegara en zigzag para observar ambas riberas.
Itinerario de la expedición de Orellana
En la mañana del 24 de junio, día de San Juan,
fueron atacados por un grupo de indígenas encabezado por las míticas amazonas.
Los españoles, ante aquellas mujeres altas y vigorosas que disparaban sus arcos
con destreza, creyeron estar soñando. En la refriega consiguieron hacer
prisionero a uno de los hombres que acompañaban a las aguerridas mujeres, quien
les relató que las amazonas tenían una reina que se llamaba Conori y poseían
grandes riquezas. Maravillados por el encuentro, los navegantes bautizaron el
río en honor de tan fabulosas mujeres.
El 24 de agosto, Orellana y los suyos llegaron a la
desembocadura de aquella impresionante masa de agua. Durante dos días lucharon
contra las olas que se formaban al chocar la corriente del río
con el océano y, al fin, consiguieron salir a mar abierto. El 11 de septiembre
llegaban a la isla de Cubagua, en el mar Caribe, culminando el más apasionante
periplo exploratorio de los que siguieron al descubrimiento de América.
Frente a la acusación de traición
Francisco de Orellana aún regresaría a España en
mayo de 1543, después de rechazar en Portugal una tentadora oferta de someter
las regiones que había explorado en nombre del rey Juan III. Tuvo que responder
ante el Consejo de Indias de las acusaciones formuladas contra él por Gonzalo
Pizarro, que había conseguido salir de la selva ecuatoriana y volver a Quito.
Los cargos de abandono, alzamiento y traición fueron desestimados ante las
exhaustivas declaraciones de sus hombres, que dieron cuenta de su rectitud y de
la honradez de sus actos.
Al año siguiente, Orellana contrajo matrimonio con
una joven sevillana de buena familia llamada Ana de Ayala, fue nombrado
adelantado de la Nueva Andalucía y firmó con el príncipe Felipe (el futuro Felipe II de España) las capitulaciones
para una nueva expedición al Amazonas. Sin embargo, en sus negociaciones con
mercaderes, intermediarios y prestamistas, entabladas al efecto de preparar el
viaje, Orellana fue víctima de su nobleza y su buena fe.
Quien había superado todas las dificultades en el
mundo manifiestamente hostil de la selva no fue capaz de vencer las que le
planteaba el mundo aparentemente amistoso de la urbe. En la primavera de 1545
había conseguido reunir cuatro naves, pero estaba arruinado y no podía dotarlas
de lo más necesario. Se le comunicó que, dado que no había cumplido lo
estipulado en las capitulaciones, la expedición quedaba anulada.
Orellana no pudo aceptar esta deshonra y partió a
pesar de la prohibición expresa de las autoridades y del precario estado de sus
naves. Durante la travesía cometió incluso actos de piratería para conseguir lo
imprescindible. El 20 de diciembre llegaba de nuevo a la desembocadura del
Amazonas y, sin escuchar los consejos de sus tripulantes, decidió lanzarse
inmediatamente río arriba a la aventura.
Sus sueños de gloria terminaron en el mes de
noviembre de 1546 en algún punto de la selva amazónica, a orillas del río al
que había dado lo mejor de sí mismo. Las fiebres dieron cuenta de la existencia
de aquel hombre indomable en medio del silencio de la jungla, roto tan sólo por
los gritos de los pájaros. Su tumba fue una cruz más al pie de un árbol, en el
escenario más grandioso que pueda concebirse.
Con afecto,
Ruben
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