viernes, 14 de enero de 2022

Ben Carson

 

Ben Carson


 

Benjamin Solomon «Ben» Carson, Sr. (Detroit, Míchigan, 18 de septiembre de 1951) es un médico neurocirujano pediatra retirado, escritor y político estadounidense. Fue precandidato presidencial republicano en 2016 y desde el 2 de marzo de 2017 hasta el 20 de enero de 2021, fue el Secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano, siendo el primer afroamericano en formar parte de la administración de Trump.

En 2008, fue galardonado con la Medalla Presidencial de la Libertad por el presidente George W. Bush.

Es conocido por realizar operaciones de muy alto riesgo, como la separación de los gemelos siameses alemanes Patrick y Benjamin Binder en 1987, con un equipo de 70 personas, tras un período de 22 horas.

Después de pronunciar un discurso ampliamente difundido en el 2013 durante el Desayuno Nacional de Oración de ese año, se convirtió en una figura conservadora popular entre algunos sectores de la comunidad política por sus opiniones sobre temas sociales y políticos,1​ y se presentó como precandidato presidencial por el Partido Republicano.

Su fortuna es de 26 millones de dólares en 2016.2

El 5 de diciembre de 2016, el entonces presidente electo Donald Trump, lo nominó como Secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano, recibiendo el consentimiento del Senado de los Estados Unidos, con 58 votos a favor y 41 en contra. El 2 de marzo de 2017, Carson recibió el consentimiento después de que fuera aprobado por unanimidad por el Comité de Bancos, Vivienda y Asuntos Urbanos, siendo uno de los aspirantes de Trump que menos dificultades ha enfrentado en su confirmación pese al retraso de sus audiencias.

Índice

Biografía

Sus padres procedían de las familias numerosas en zonas rurales de Georgia, y que vivían en zonas rurales de Tennessee cuando se conocieron y se casaron. Benjamin Solomon Carson, nació en Detroit, Míchigan, Estados Unidos. Su madre, Sonya Carson, abandonó la escuela en tercer grado. Cuando ella tenía sólo trece años se casó con Robert Solomon Carson, un ministro bautista procedente de Tennessee. Los padres de Ben se divorciaron cuando él tenía ocho años, debido a que su madre descubrió que el padre de Ben tenía otra familia con otros hijos. Tras lo sucedido con el padre de Benjamin, la señora Carson asumió la responsabilidad de sostener a Benjamin y su hermano mayor, Curtis Carson. Ella trabajó en dos (a veces tres) puestos de trabajo a la vez para poder mantener a sus hijos.3

Educación

Carson manifestó tempranamente dificultades en su educación primaria, hasta ser visto como el peor alumno de su clase, convirtiéndose en sujeto de insultos por parte de sus compañeros y desarrollando, posteriormente, un temperamento agresivo e incontrolable.4​ Decidida a cambiar la vida de su hijo, la Sra. Carson limitó el tiempo que Ben pasaba frente a la televisión y se negó a dejarlo salir a jugar hasta que hubiese terminado su tarea cada día. Le exigió leer dos libros cada semana y darle informes escritos sobre ellos, a pesar de su propia falta de educación. Pronto Ben sorprendió a sus compañeros y profesores con sus nuevos conocimientos. "Fue en ese momento que me di cuenta que no era estúpido", recordó más tarde. Un año más tarde, Ben Carson era el mejor alumno de su clase.34

Después de determinar que quería ser un psiquiatra, Carson se graduó con honores de la escuela secundaria y asistió a la Universidad de Yale, donde obtuvo una licenciatura en Psicología. A continuación, estudió en la Facultad de Medicina de la Universidad de Míchigan, donde su interés se desplazó hacia la neurocirugía. Su excelente coordinación mano-ojo y sus habilidades de razonamiento lo convirtieron en un sobresaliente cirujano.3​ Después de la escuela de medicina se convirtió en el primer afroamericano residente de neurocirugía en el Hospital Johns Hopkins en Baltimore. A la edad de 32 años, se convirtió en jefe de residentes de neurocirugía del hospital. 


Hospital Johns Hoopkinns en Baltimore

Carrera médica

 

Ben Carson.


 

En 1983, Carson fue invitado junto a su esposa a Perth, Australia, donde se convirtió en Jefe Residente de Neurocirugía del Sir Charles Gairdner Hospital, uno de los principales centros de cirugía cerebral del país oceánico. Carson obtuvo gran experiencia en poco tiempo debido a la escasez de especialistas de su clase.5

En 1984, Carson regresó a Estados Unidos, y al Hospital Johns Hopkins, donde a los 33 años fue nombrado como Director del Departamento de Neurocirugía Pediátrica, siendo el médico más joven en ocupar la posición que aún desempeña actualmente. Ben Carson llegaba a ser conocido por acceder a tratar casos desesperados o de alto riesgo y por combinar sus propias habilidades quirúrgicas y el conocimiento del funcionamiento del cerebro, con innovadoras tecnologías.5​ Entre ellas se cuentan el primer procedimiento intra-uterino para aliviar la presión sobre el cerebro en una hidrocefalia fetal,3​ convirtiéndose en el primer médico en operar a un feto dentro del útero.5​ Además, Carson realizó en 1985 un peligroso procedimiento quirúrgico, la hemisferectomía, que consiste en extraer la mitad del cerebro. Desde entonces, la operación ha ayudado a muchos pacientes llevar una vida sana y normal.5​ A finales de los años 1980, Carson se hizo conocido como un experto en uno de los tipos de cirugía más difíciles: la separación de gemelos siameses.

Anualmente, Ben Carson realiza alrededor de cuatrocientas intervenciones quirúrgicas,6​ la mayoría de ellas de alto riesgo. Las siguientes son algunas de las más destacadas de su carrera:

  • En septiembre de 1987, Carson hizo historia siendo el cirujano principal del equipo de setenta personas que realizó exitosamente, tras 22 horas, el complejo procedimiento de separar a los gemelos siameses alemanes Patrick y Benjamin Binder, de siete meses de edad, que estaban unidos por la parte posterior de la cabeza. Las operaciones de este tipo siempre habían fracasado, resultando en la muerte de uno o ambos bebés. Sin embargo, los hermanos Binder sobrevivieron (aunque sufrieron importantes daños cerebrales; a los dos años de la operación, uno quedó en estado vegetativo) y ahora tienen vidas completamente independientes.35
  • En 1997, Carson y su equipo fueron a Sudáfrica para separar a los bebés varones Zambianos Luka y José Banda. Ambos niños sobrevivieron, y ninguno sufrió daño cerebral. Los hermanos Banda fueron el primer conjunto de gemelos unidos por la parte superior de la cabeza separados quirúrgicamente con éxito en la historia. La operación duró 28 horas.5
  • En 2003, Carson fue un miembro del equipo quirúrgico que trabajó para separar a las hermanas siamesas iraníes Ladan y Laleh Bijani, de 29 años. Debido a severas pérdidas de sangre, ambas fallecieron durante la cirugía. Este fue el primer intento de separación de siameses adultos craneópagos (unidos por la cabeza) en la historia.

Carrera política

 

Carson en campaña política, febrero de 2015.


 

Tras varios rumores y suposiciones, Carson anunció su postulación presidencial el 4 de mayo de 2015 en Detroit. A finales de marzo de 2015, Carson tenía su primera victoria en una encuesta nacional para el campo republicano de 2016, cuando Fox News lanzó una encuesta mostrándole empatado en el primer lugar con el exgobernador de Florida Jeb Bush, con el 13% cada uno.7​ Otra encuesta posterior a su anuncio en mayo, señala a Carson con el 25% a la cabeza en un sondeo hecho por la Southern Republican Leadership Conference.8

A principios de julio, el director de comunicaciones Doug Watts informó que la campaña de Ben Carson había recaudado $ 8.3 millones durante el segundo trimestre de 2015, a través de 210.000 donaciones de 151.000 donantes.910​ Más tarde, ese mismo mes, Des Moines Register informó que Carson tenía recaudado más dinero en el estado de Iowa que cualquier otro candidato republicano, y en el campo general de las elecciones presidenciales, solamente la demócrata Hillary Clinton recauda más en Iowa que Carson.11

En el primer debate presidencial del año, 10 precandidatos republicanos se presentaron ante Fox News en agosto. Competía contra varios republicanos y según varias encuestas el médico sobrepasó al magnate Donald Trump en Iowa,12​ quien arrasaba en la gran mayoría de las encuestas, con lo que finalmente, la superioridad de Trump en las elecciones internas hizo que Carson suspenda definitivamente su carrera a la presidencia el 2 de marzo de 2016.13

Vida personal

Ben Carson contrajo matrimonio con Lacena "Candy" Rustin, a quien conoció en Yale en 1975. Candy posee un grado MBA y es una experta en música. Ambos son miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Tienen tres hijos: Murray, Benjamin Jr., y Rhoeyce. En junio de 2002 se le detectó una forma agresiva de cáncer de próstata, pero afortunadamente fue descubierto y extraído a tiempo. Sin embargo, debido a su encuentro con la muerte, Carson realizó algunos cambios en su estilo de vida, consagrando más tiempo a su familia y a la ópera.

Opiniones

Social y filosóficamente muy conservador, duda del evolucionismo, se pone abiertamente del lado de las teorías creacionistas,14​ apoya la prohibición casi total del aborto y se opone a la homosexualidad, que equipara a la "bestialidad". Ha calificado la reforma sanitaria del presidente Obama (conocida como "Obamacare") como "el peor mal desde la esclavitud".15

En 1998, consideró, con referencia a la Biblia, que las pirámides de Egipto no se construyeron para albergar a los faraones fallecidos, sino que José (del Antiguo Testamento) las construyó para almacenar grano.16

En 2014, Carson escribió al presidente Barack Obama: «... debemos quitar la atención de la salud desde el ámbito político y reconocer que las propuestas de gobierno que afectan a la salud de todos los ciudadanos deben ser de libre de mercado y deben ser tan atractivas que no sería necesario forzar a los ciudadanos en el programa».17​ Carson afirma no apoyar el aborto, pero apoya el uso de tejidos de abortos para la investigación médica y él mismo es autor de al menos una investigación médica utilizando dichos tejidos. En una entrevista el 23 de agosto de 2015 con CNN, Ben Carson al buscar la nominación del Partido Republicano, también propuso el uso de drones para evitar a los inmigrantes indocumentados.18

En los días posteriores al masacre del Instituto Superior Umpqua de 2015, se pronunció en contra de las medidas de control de armas y utilizó un argumento de la derecha radical estadounidense según el cual si los judíos hubieran tenido acceso a las armas en los años 30 se habrían podido evitar los abusos del régimen nazi y el Holocausto.19

También en 2015, dijo: "Les diré lo que pienso sobre el cambio climático. "La temperatura sube o baja en cualquier momento, así que realmente no es un gran problema".20

Fondos de Estudios Carson

En 1994, él junto con su esposa establecieron el Fondo de Estudios Carson. La idea surgió al observar que los colegios reconocían enérgicamente a sus deportistas pero los logros académicos pasaban a menudo desapercibidos. Carson quiso animar a los estudiantes a explorar los campos de la ciencia y la tecnología. Actualmente, el Fondo de Estudios Carson mantiene dos programas:5

  • Las Becas Carson premian a estudiantes de escasos recursos que manifiesten altos niveles de excelencia académica y se destaquen en el servicio a su comunidad con becas de US$1000 en la universidad.21
  • El Proyecto de Lectura Carson fue establecido el 2000 y tiene como objetivo incentivar la lectura a través de la creación de acogedoras Salas de Lectura en las escuelas.21

Premios y honores

Carson ha recibido numerosos honores y premios lo largo de los años, incluyendo más de 50 doctorados honoris causa. Ha sido miembro de prestigiosas organizaciones, entre ellas la American Academy of Achievement, la Asociación de Americanos Distinguidos Horacio Alger, la Sociedad Médica Honorífica Alpha Omega Alpha, la Corporación Yale, la Sociedad de Transformadores del Mundo IWU y el Consejo Presidencial sobre Bioética.22

En 2001, el Dr. Carson fue nombrado por la CNN y la TIME Magazine como uno de los veinte principales médicos y científicos de Estados Unidos. Ese mismo año, fue seleccionado por la Biblioteca del Congreso, en ocasión de su 200º aniversario, como uno de las 89 «Leyendas Vivientes» de la nación. También es receptor de la Medalla Spingarn 2006, el más alto honor otorgado por la Asociación Nacional por el Progreso de la Gente de Color (NAACP), y de la Medalla Presidencial de la Libertad, el más alto honor civil en el país en el año de 2008.22

Publicaciones

Los libros de Ben Carson se han convertido en bestsellers, siendo traducidos a múltiples idiomas. Estos libros incorporan la historia de su vida y su filosofía del éxito, que incorpora el trabajo duro y la fe en Dios.

  • Gifted Hands: The Ben Carson Story (en español: Manos Milagrosas), Zondervan Publishing Co., 2009.
  • Take The Risk (en español: Toma el Riesgo), Zondervan Publishing Co., 2008.
  • The Big Picture (en español: Gran Panorama), Zondervan Publishing Co., 2000.
  • Think Big (en español Piensa en Grande), Zondervan Publishing Co., 1996.
  • Gifted Hands: The Ben Carson Story (en español: Manos Milagrosas), Review&Herald Pub. Assoc., 1990.

Carson en el cine

Con afecto,

Ruben

 

 

martes, 11 de enero de 2022

El hombre de arena 3

 

 

Antología de cuentos Fantásticos 



 

“Toda narración es un viaje de descubrimiento”

Nadine Gordimer

 

El hombre de arena 3


 

[Cuento - Texto completo.]

Ernest Amadeus  Hoffmann

 

Enseguida le pareció, sin embargo, que había escrito un poema excelente, y que podría inflamar el frío ánimo de Clara, sin darse cuenta de que así conseguiría sobresaltarla con terribles imágenes que presagiaban un destino fatal que destruiría su amor.

Nataniel y Clara se hallaban sentados en el pequeño jardín de su madre. Clara estaba muy alegre porque Nataniel, desde hacía tres días durante los cuales había trabajado en el poema, no la había atormentado con sus sueños y presentimientos. También Nataniel hablaba con entusiasmo y alegría de cosas divertidas, de modo que Clara dijo:

-Ahora vuelvo a tenerte, ¿ves cómo hemos desterrado al odioso Coppelius?

Nataniel entonces se acordó de que llevaba el poema en el bolsillo y de que deseaba leérselo. Sacó las hojas y comenzó su lectura.

Clara, esperando algo aburrido como de costumbre, y resignándose, empezó a hacer punto. Pero, del mismo modo que se van levantando los negros y cada vez más sombríos nubarrones, dejó caer su labor y miró fijamente a Nataniel a los ojos. Éste seguía su lectura fascinado, con las mejillas encendidas y los ojos llenos de lágrimas. Cuando terminó suspiró profundamente abatido, cogió la mano de Clara y sollozando exclamó desconsolado:

-¡Ah, Clara, Clara! -Clara lo estrechó contra su pecho y le dijo dulcemente pero seria:

-Nataniel, querido Nataniel, ¡arroja al fuego esa loca y absurda historia!

Nataniel se levantó indignado y exclamó apartándose de Clara:

-Eres un autómata inanimado y maldito -y se alejó corriendo.

Clara se echó a llorar amargamente, y decía entre sollozos:

-Nunca me ha amado, pues no me comprende.

Lotario apareció en el cenador y Clara tuvo que contarle lo que había sucedido; como amaba a su hermana con toda su alma, cada una de sus quejas caía como una chispa en su interior de tal modo que el disgusto que llevaba en su corazón desde hacía tiempo contra el visionario Nataniel se transformó en una cólera terrible. Corrió tras él y le reprochó con tan duras palabras su loca conducta para con su querida hermana, que el fogoso Nataniel contestó de igual manera. Los insultos de fatuo, insensato y loco, fueron contestados por los de desgraciado y vulgar. El duelo era inevitable. Decidieron batirse a la mañana siguiente detrás del jardín y conforme a las reglas académicas, con afilados floretes. Se separaron sombríos y silenciosos. Clara había oído la violenta discusión, y al ver que el padrino traía los floretes al atardecer, presintió lo que iba a ocurrir.

Llegados al lugar del desafío se quitaron las levitas en medio de un hondo silencio, e iban a abalanzarse uno sobre otro con los ojos relampagueantes de ardor sangriento cuando apareció Clara en la puerta del jardín. Separándolos, exclamó entre sollozos:

-¡Locos, salvajes, tendrán que matarme a mí antes que uno de ustedes caiga! ¿Cómo podría seguir viviendo en este mundo si mi amado matara a mi hermano o mi hermano a mi amado?

Lotario dejó caer el arma y bajó los ojos en silencio; pero Nataniel sintió renacer dentro de sí toda la fuerza de su amor hacia Clara de la misma manera que lo había sentido en los hermosos días de la juventud. El arma homicida cayó de sus manos y se arrojó a los pies de Clara diciendo:

-¿Podrás perdonarme alguna vez tú, mi querida Clara, mi único amor? ¿Podrás perdonarme, querido hermano Lotario?

Lotario se conmovió al ver el profundo dolor de su amigo. Derramando abundantes lágrimas se abrazaron los tres y se juraron permanecer unidos por el amor y la fidelidad.

A Nataniel le pareció haberse librado de una pesada carga que lo oprimía, como si se hubiera liberado de un oscuro poder que amenazaba todo su ser. Permaneció aún durante tres felices días junto a sus bienamados hasta que regresó a G., donde debía permanecer un año más antes de volver para siempre a su ciudad natal.

A la madre de Nataniel se le ocultó todo lo referente a Coppelius, pues sabían que no podía pensar sin horror en aquel hombre a quien, al igual que Nataniel, culpaba de la muerte de su esposo.

¡Cuál no sería la sorpresa de Nataniel cuando, al llegar a su casa en G., vio que ésta había ardido entera, y que sólo quedaban de ella los muros y un montón de escombros! El fuego había comenzado en el laboratorio del químico, situado en el piso bajo. Varios amigos que vivían cerca de la casa incendiada habían conseguido entrar valientemente en la habitación de Nataniel, situada en el último piso, y salvar sus libros, manuscritos e instrumentos, que trasladaron a otra casa donde alquilaron una habitación en la que Nataniel se instaló. No se dio cuenta al principio de que el profesor Spalanzani vivía enfrente, y no llamó especialmente su atención observar que desde su ventana podía ver el interior de la habitación donde Olimpia estaba sentada a solas. Podía reconocer su silueta claramente, aunque los rasgos de su cara continuaban borrosos. Pero acabó por extrañarse de que Olimpia permaneciera en la misma posición, igual que la había descubierto la primera vez a través de la puerta de cristal, sin ninguna ocupación, sentada junto a la mesita, con la mirada fija, invariablemente dirigida hacia él; tuvo que confesarse que no había visto nunca una belleza como la suya, pero la imagen de Clara seguía instalada en su corazón, y la inmóvil Olimpia le fue indiferente, y sólo de vez en cuando dirigía una mirada furtiva por encima de su libro hacia la hermosa estatua, eso era todo. Un día estaba escribiendo a Clara cuando llamaron suavemente a la puerta. Al abrirla, vio el repugnante rostro de Coppola. Nataniel se estremeció; pero recordando lo que Spalanzani le había dicho de su compatriota Coppola y lo que le había prometido a su amada en relación con el Hombre de Arena, se avergonzó de su miedo infantil y reunió todas sus fuerzas para decir con la mayor tranquilidad posible:

-No compro barómetros, amigo, así que ¡váyase!

Pero Coppola, entrando en la habitación, le dijo con voz ronca, mientras su boca se contraía en una odiosa sonrisa y sus pequeños ojos brillaban bajo unas largas pestañas grises:

-¡Eh, no barómetros, no barómetros! ¡También tengo bellos ojos…, bellos ojos!

Nataniel, espantado, exclamó:

-¡Maldito loco! ¡Cómo puedes tú tener ojos! ¡Ojos!… ¡Ojos!…

Al instante puso Coppola a un lado los barómetros y empezó a sacar del inmenso bolsillo de su levita lentes y gafas que iba dejando sobre la mesa.

-Gafas para poner sobre la nariz. Ésos son mis ojos, ¡bellos ojos! -y, mientras hablaba, seguía sacando más y más gafas, tantas que empezaron a brillar y a lanzar destellos sobre la mesa.

Miles de ojos centelleaban y miraban fijamente a Nataniel, pero él no podía apartar su mirada de la mesa, y Coppola continuaba sacando cada vez más gafas y cada vez eran más terribles las encendidas miradas que disparaban sus rayos sangrientos en el pecho de Nataniel.

Éste, sobrecogido de terror, gritó:

-¡Detente, hombre maldito! -cogiéndolo del brazo en el momento en que Coppola hundía de nuevo su mano en el bolsillo para sacar más lentes, por más que la mesa estuviera ya cubierta de ellas.

Coppola se separó de él suavemente con una sonrisa forzada, diciendo:

-¡Ah, no son para usted, pero aquí tengo bellos prismáticos! -y recogiendo los lentes empezó a sacar del inmenso bolsillo prismáticos de todos los tamaños.

En cuanto todas las gafas estuvieron guardadas Nataniel se tranquilizó, y acordándose de Clara se dio cuenta de que el horrible fantasma sólo estaba en su interior, ya que Coppola era un gran mecánico y óptico, y en modo alguno el doble del maldito Coppelius. Por otra parte, las lentes que Coppola había extendido sobre la mesa no tenían nada de particular, y menos de fantasmagórico, por lo que Nataniel decidió, para reparar su extraño comportamiento, comprarle alguna cosa. Escogió unos pequeños prismáticos muy bien trabajados, y, para probarlos, miró a través de la ventana. Nunca en su vida había utilizado unos prismáticos con los que pudieran verse los objetos con tanta claridad y pureza. Involuntariamente miró hacia la estancia de Spalanzani. Olimpia estaba sentada, como de costumbre, ante la mesita, con los brazos apoyados y las manos cruzadas. Por primera vez podía Nataniel contemplar la belleza de su rostro. Sólo los ojos le parecieron algo fijos, muertos. Sin embargo, a medida que miraba más y más a través de los prismáticos le parecía que los ojos de Olimpia irradiaban húmedos rayos de luna. Creyó que ella veía por primera vez y que sus miradas eran cada vez más vivas y brillantes. Nataniel permanecía como hechizado junto a la ventana, absorto en la contemplación de la belleza celestial de Olimpia…

Un ligero carraspeo lo despertó como de un profundo sueño. Coppola estaba detrás de él:

Tre Zechini. Tres ducados.

Nataniel, que había olvidado al óptico por completo, se apresuró a pagarle:

-¿No es verdad? ¡Buenos prismáticos, buenos prismáticos! -decía Coppola con su repugnante voz y su odiosa sonrisa.

-Sí, sí -respondió Nataniel contrariado-. Adiós, querido amigo.

Coppola abandonó la habitación, no sin antes lanzar una mirada de reojo sobre Nataniel, que lo oyó reír a carcajadas al bajar la escalera.

-Sin duda -pensó Nataniel- se ríe de mí porque he pagado los prismáticos más caros de lo que valen.

Mientras decía estas palabras en voz baja le pareció oír en la habitación un profundo suspiro que le hizo contener la respiración sobrecogido de espanto. Se dio cuenta de que era él mismo quien había suspirado así. «Clara tenía razón -se dijo a sí mismo- al considerarme un visionario, pero lo absurdo, más que absurdo, es que la idea de haber pagado a Coppola los prismáticos más caros de lo que valen me produzca tal terror, y no encuentro cuál puede ser el motivo.»

Se sentó de nuevo para terminar la carta a Clara, pero una mirada hacia la ventana le hizo ver que Olimpia aún estaba allí sentada, y al instante, empujado por una fuerza irresistible, cogió los prismáticos de Coppola y ya no pudo apartarse de la seductora mirada de Olimpia hasta que vino a buscarlo su amigo Segismundo para asistir a clase del profesor Spalanzani.

A partir de aquel día la cortina de la puerta de cristal estuvo totalmente echada, por lo que no pudo ver a Olimpia, y los dos días siguientes tampoco la encontró en la habitación, si bien apenas se apartó de la ventana mirando a través de los prismáticos. Al tercer día estaba la ventana cerrada. Lleno de desesperación y poseído de delirio y ardiente deseo, salió de la ciudad. La imagen de Olimpia flotaba ante él en el aire, aparecía en cada arbusto y lo miraba con ojos radiantes desde el claro riachuelo. El recuerdo de Clara se había borrado, sólo pensaba en Olimpia y gemía y sollozaba:

-Estrella de mi amor, ¿por qué te has alzado para desaparecer súbitamente y dejarme en una noche oscura y desesperada?

Cuando Nataniel volvió a su casa observó una gran agitación en la de Spalanzani. Las puertas estaban abiertas, y unos hombres metían muebles; las ventanas del primer piso estaban abiertas también, y unas atareadas criadas iban y venían mientras carpinteros y tapiceros daban golpes y martilleaban por toda la casa.

Nataniel, asombrado, se detuvo en mitad de la calle. Segismundo se le acercó sonriente y le dijo:

-¿Qué me dices de nuestro viejo amigo Spalanzani?

Nataniel aseguró que no podía decir nada, puesto que nada sabía de él, y que le sorprendía bastante que aquella casa silenciosa y sombría se viera envuelta en tan gran tumulto y actividad. Segismundo le dijo entonces que al día siguiente daba Spalanzani una gran fiesta con concierto y baile a la que estaba invitada media universidad. Se rumoreaba que Spalanzani iba a presentar por primera vez a su hija Olimpia, que hasta entonces había mantenido oculta, con extremo cuidado, a las miradas de todos. Nataniel encontró una invitación, y, con el corazón palpitante, se encaminó a la hora fijada a casa del profesor, cuando empezaban a llegar los carruajes y resplandecían las luces de los adornados salones. La reunión era numerosa y brillante. Olimpia apareció ricamente vestida, con un gusto exquisito. Todos admiraron la perfección de su rostro y de su talle. La ligera inclinación de sus hombros parecía estar causada por la oprimida esbeltez de su cintura de avispa. Su forma de andar tenía algo de medido y de rígido. Causó mala impresión a muchos, y fue atribuida a la turbación que le causaba tanta gente.

El concierto empezó. Olimpia tocaba el piano con una habilidad extrema, e interpretó un aria con voz tan clara y penetrante que parecía el sonido de una campana de cristal. Nataniel estaba fascinado; se encontraba en una de las últimas filas y el resplandor de los candelabros le impedía apreciar los rasgos de Olimpia. Sin ser visto, sacó los lentes de Coppola y miró a la hermosa Olimpia. ¡Ah!… entonces sintió las miradas anhelantes que ella le dirigía, y que a cada nota le acompañaba una mirada de amor que lo atravesaba ardientemente. Las brillantes notas le parecían a Nataniel el lamento celestial de un corazón enamorado, y cuando finalmente la cadencia del largo trino resonó en la sala, le pareció que un brazo ardiente lo ceñía; extasiado, no pudo contenerse y exclamó en voz alta:

-¡Olimpia!

Todos los ojos se volvieron hacia él. Algunos rieron. El organista de la catedral adoptó un aire sombrío y dijo simplemente:

-Bueno, bueno.

El concierto había terminado y el baile comenzó. «¡Bailar con ella…, bailar con ella!», era ahora su máximo deseo, su máxima aspiración, pero ¿cómo tener el valor de invitarla a ella, la reina de la fiesta?

Sin saber ni él mismo cómo, se encontró junto a Olimpia, a quien nadie había sacado aún; cuando comenzaba el baile, y después de intentar balbucir algunas palabras, tomó su mano. La mano de Olimpia estaba helada y él se sintió atravesado por un frío mortal. La miró fijamente a los ojos, que irradiaban amor y deseo, y al instante le pareció que el pulso empezaba a latir en su fría mano y que una sangre ardiente corría por sus venas. También Nataniel sentía en su interior una ardorosa voluptuosidad. Rodeó la cintura de la hermosa Olimpia y cruzó con ella la multitud de invitados.

Creía haber bailado acompasadamente, pero la rítmica regularidad con que Olimpia bailaba y que algunas veces lo obligaba a detenerse, le hizo observar enseguida que no seguía los compases. No quiso bailar con ninguna otra mujer, y hubiera matado a cualquiera que se hubiese acercado a Olimpia para solicitar un baile. Si Nataniel hubiera sido capaz de ver algo más que a Olimpia, no habría podido evitar alguna pelea, pues murmullos burlones y risas apenas sofocadas se escapaban de entre los grupos de jóvenes, cuyas curiosas miradas se dirigían a Olimpia sin que se pudiera saber por qué.

Excitado por la danza y por el vino, había perdido su natural timidez. Sentado junto a Olimpia y con su mano entre las suyas, le hablaba de su amor exaltado e inspirado con palabras que nadie, ni él ni Olimpia, habría podido comprender. O quizá Olimpia sí, pues lo miraba fijamente a los ojos y de vez en cuando suspiraba:

-¡Ah…, ah…, ah…!

A lo que Nataniel respondía:

-¡Oh, mujer celestial, divina criatura, luz que se nos promete en la otra vida, alma profunda donde todo mi ser se mira…! -y cosas parecidas.

Pero Olimpia suspiraba y contestaba sólo:

-¡Ah…, ah…!

El profesor Spalanzani pasó varias veces junto a los felices enamorados y les sonrió con satisfacción.

Aunque Nataniel se encontraba en un mundo distinto, le pareció como si de pronto oscureciera en casa del profesor Spalanzani. Miró a su alrededor y observó espantado que las dos últimas velas se consumían y estaban a punto de apagarse. Hacía tiempo que el baile y la música habían cesado.

-¡Separarnos, separarnos! -exclamó furioso y desesperado Nataniel. Besó la mano de Olimpia y se inclinó sobre su boca; sus labios ardientes se encontraron con los suyos helados. Se estremeció como cuando tocó por primera vez la fría mano de Olimpia, y la leyenda de la novia muerta le vino de pronto a la memoria; pero al abrazar y besar a Olimpia sus labios parecían cobrar el calor de la vida.

El profesor Spalanzani atravesó lentamente la sala vacía, sus pasos resonaban huecos y su figura, rodeada de sombras vacilantes, ofrecía un aspecto fantasmagórico.

-¿Me amas? ¿Me amas, Olimpia? ¡Sólo una palabra! -murmuraba Nataniel.

Pero Olimpia, levantándose, suspiró sólo:

-¡Ah…, ah…,!

-¡Sí, amada estrella de mi amor! -dijo Nataniel-, ¡tú eres la luz que alumbrará mi alma para siempre!

-¡Ah…, ah…! -replicó Olimpia alejándose.

Nataniel la siguió, y se detuvieron delante del profesor.

-Ya veo que lo ha pasado muy bien con mi hija -dijo éste sonriendo-: así que, si le complace conversar con esta tímida muchacha, su visita será bien recibida.

Nataniel se marchó llevando el cielo en su corazón.

Al día siguiente la fiesta de Spalanzani fue el centro de las conversaciones. A pesar de que el profesor había hecho todo lo posible para que la reunión resultara espléndida, hubo numerosas críticas y se dirigieron especialmente contra la muda y rígida Olimpia, a la que, a pesar de su belleza, consideraron completamente estúpida; se pensó que ésta era la causa por la que Spalanzani la había mantenido tanto tiempo oculta. Nataniel escuchaba estas cosas con rabia, pero callaba; pues pensaba que aquellos miserables no merecían que se les demostrara que era su propia estupidez la que les impedía conocer la belleza del alma de Olimpia.

-Dime, por favor, amigo -le dijo un día Segismundo-, dime, ¿cómo es posible que una persona sensata como tú se haya enamorado del rostro de cera de una muñeca?

Nataniel iba a responder encolerizado, pero se tranquilizó y contestó:

-Dime, Segismundo, ¿cómo es posible que los encantos celestiales de Olimpia hayan pasado inadvertidos a tus clarividentes ojos? Pero agradezco al destino el no tenerte como rival, pues uno de los dos habría tenido que morir a manos del otro.

Segismundo se dio cuenta del estado de su amigo y desvió la conversación diciendo que en amor era muy difícil juzgar, para luego añadir:

-Es muy extraño que la mayoría de nosotros haya juzgado a Olimpia del mismo modo. Nos ha parecido -no te enfades, amigo- algo rígida y sin alma. Su talle es proporcionado, al igual que su rostro, es cierto. Podría parecer bella si su mirada no careciera de rayos de vida, quiero decir, de visión. Su paso es extrañamente rítmico, y cada uno de sus movimientos parece provocado por un mecanismo. Su canto, su interpretación musical tiene ese ritmo regular e incómodo que recuerda el funcionamiento de una máquina, y pasa lo mismo cuando baila. Olimpia nos resulta muy inquietante, no queremos tener nada que ver con ella, porque nos parece que se comporta como un ser viviente pero que pertenece a una naturaleza distinta.

Nataniel no quiso abandonarse a la amargura que provocaron en él las palabras de Segismundo. Hizo un esfuerzo para contenerse y respondió simplemente muy serio:

-Para ustedes, almas prosaicas y frías, Olimpia resulta inquietante. Sólo al espíritu de un poeta se le revela una personalidad que le es semejante. Sólo a mí se han dirigido su mirada de amor y sus pensamientos, sólo en el amor de Olimpia he vuelto a encontrarme a mí mismo. A ustedes no les parece bien que Olimpia no participe en conversaciones vulgares, como hacen las gentes superficiales. Habla poco, es verdad, pero esas pocas palabras son para mí como jeroglíficos de un mundo interior lleno de amor y de conocimientos de la vida espiritual en la contemplación de la eternidad. Ya sé que esto para ustedes no tiene ningún sentido, y es en vano hablar de ello.

-¡Que Dios te proteja, hermano! -dijo Segismundo dulcemente, de un modo casi doloroso-, pero pienso que vas por mal camino. Puedes contar conmigo si todo… no, no quiero decir nada más.

Nataniel comprendió de pronto que el frío y prosaico Segismundo acababa de demostrarle su lealtad y estrechó de corazón la mano que le tendía.

Había olvidado por completo que existía una Clara en el mundo a la que él había amado; su madre, Lotario, todos habían desaparecido de su memoria. Vivía solamente para Olimpia, junto a quien permanecía cada día largas horas hablándole de su amor, de la simpatía de las almas y de las afinidades psíquicas, todo lo cual Olimpia escuchaba con gran atención.

Nataniel sacó de los lugares más recónditos de su escritorio todo lo que había escrito, poesías, fantasías, visiones, novelas, cuentos, y todo esto se vio aumentado con toda clase de disparatados sonetos, estrofas, canciones que leía a Olimpia durante horas sin cansarse. Jamás había tenido una oyente tan admirable. No cosía ni tricotaba, no miraba por la ventana, no daba de comer a ningún pájaro ni jugaba con ningún perrito, ni con su gato favorito, ni recortaba papeles o cosas parecidas, ni tenía que ocultar un bostezo con una tos forzada; en una palabra, permanecía horas enteras con los ojos fijos en él, inmóvil, y su mirada era cada vez más brillante y animada. Sólo cuando Nataniel, al terminar, cogía su mano para besarla, decía:

-¡Ah! ¡ah! -y luego- buenas noches, mi amor.

-¡Alma sensible y profunda! -exclamaba Nataniel en su habitación-: ¡Sólo tú me comprendes!

Se estremecía de felicidad al pensar en las afinidades intelectuales que existían entre ellos y que aumentaban cada día; le parecía oír la voz de Olimpia en su interior, que ella hablaba en sus obras. Debía ser así, pues Olimpia nunca pronunció otras palabras que las ya citadas. Pero cuando Nataniel se acordaba en los momentos de lucidez, de la pasividad y del mutismo de Olimpia (por ejemplo, cuando se levantaba por las mañanas y en ayunas)  se decía:

-¿Qué son las palabras? ¡Palabras! La mirada celestial de sus ojos dice más que todas las lenguas. ¿Puede acaso una criatura del Cielo encerrarse en el círculo estrecho de nuestra forma de expresarnos?

El profesor Spalanzani parecía mirar con mucho agrado las relaciones de su hija con Nataniel, prodigándole a éste todo tipo de atenciones, de modo que cuando se atrevió a insinuar un matrimonio con Olimpia, el profesor, con gran sonrisa, dijo que dejaría a su hija elegir libremente.

Animado por estas palabras y con el corazón ardiente de deseos, Nataniel decidió pedirle a Olimpia al día siguiente que le dijera con palabras lo que sus miradas le daban a entender desde hacía tiempo: que sería suya para siempre. Buscó el anillo que su madre le diera al despedirse, para ofrecérselo a Olimpia como símbolo de unión eterna. Las cartas de Clara y de Lotario cayeron en sus manos; las apartó con indiferencia. Encontró el anillo y, poniéndoselo en el dedo, corrió de nuevo junto a Olimpia. Al subir las escaleras, y cuando se encontraba ya en el vestíbulo, oyó un gran estrépito que parecía venir del estudio de Spalanzani. Pasos, crujidos, golpes contra la puerta, mezclados con maldiciones y juramentos:

-¡Suelta! ¡Suelta de una vez!

-¡Infame!

-¡Miserable!

-¿Para esto he sacrificado mi vida? ¡Éste no era el trato!

-¡Yo hice los ojos!

-¡Y yo los engranajes!

-¡Maldito perro relojero!

-¡Largo de aquí, Satanás!

-¡Fuera de aquí, bestia infernal!

Eran las voces de Spalanzani y del horrible Coppelius que se mezclaban y retumbaban juntas. Nataniel, sobrecogido de espanto, se precipitó en la habitación. El profesor sujetaba un cuerpo de mujer por los hombros, y el italiano Coppola tiraba de los pies, luchando con furia para apoderarse de él. Nataniel retrocedió horrorizado al reconocer el rostro de Olimpia; lleno de cólera, quiso arrancar a su amada de aquellos salvajes. Pero al instante Coppola, con la fuerza de un gigante, consiguió hacerse con ella descargando al mismo tiempo un tremendo golpe sobre el profesor, que fue a caer sobre una mesa llena de frascos, cilindros y alambiques, que se rompieron en mil pedazos. Coppola se echó el cuerpo a la espalda y bajó rápidamente las escaleras profiriendo una horrible carcajada; los pies de Olimpia golpeaban con un sonido de madera en los escalones.

Nataniel permaneció inmóvil. Había visto que el pálido rostro de cera de Olimpia no tenía ojos, y que en su lugar había unas negras cavidades: era una muñeca sin vida.

Spalanzani yacía en el suelo en medio de cristales rotos que lo habían herido en la cabeza, en el pecho y en un brazo, y sangraba abundantemente. Reuniendo fuerzas dijo:

-¡Corre tras él! ¡Corre! ¿A qué esperas? ¡Coppelius me ha robado mi mejor autómata! ¡Veinte años de trabajo! ¡He sacrificado mi vida! Los engranajes, la voz, el paso, eran míos; los ojos, te he robado los ojos, maldito, ¡corre tras él! ¡Devuélveme a mi Olimpia! ¡Aquí tienes los ojos!

Entonces vio Nataniel en el suelo un par de ojos sangrientos que lo miraban fijamente. Spalanzani los recogió y se los lanzó al pecho. El delirio se apoderó de él y, confundidos sus sentidos y su pensamiento, decía:

-¡Huy… Huy…! ¡Círculo de fuego! ¡Círculo de fuego! ¡Gira, círculo de fuego! ¡Linda muñequita de madera, gira! ¡Qué divertido…!

Y precipitándose sobre el profesor lo agarró del cuello. Lo hubiera estrangulado, pero el ruido atrajo a algunas personas que derribaron y luego ataron al colérico Nataniel, salvando así al profesor. Segismundo, aunque era muy fuerte, apenas podía sujetar a su amigo, que seguía gritando con voz terrible:

-Gira, muñequita de madera

Fin

Con afecto,

Ruben