domingo, 31 de marzo de 2024

Vallejo entrevista a Valdelomar

 

Vallejo entrevista a Valdelomar



Fuente: Diario La Crónica Viva, Lima Perú

El 18 de enero de 1918, en el diario La Reforma de Trujillo se publicó el maravilloso texto de César Vallejo en el que narra la conversación que sostiene el poeta con Abraham Valdelomar, “El Conde de Lemos”. Un encuentro entre dos de los personajes más destacados de nuestras letras. Otra joya que dormía en las bibliotecas.

 

Salimos de las oficinas de redacción de Mundo Limeño. En el eléctrico a los parques de la Exposición.

 

Vamos a la orilla de verdes alamedas. El Conde sentado a mi lado, me conversa envolviendo su frase en un gris confidente y desvaído.

 

– Ya ve usted -me dice-, hay tantas gentes imbéciles. Yo tengo que huir de tantas…

 

Y sorprendiendo numerosos ojos que absortamente nos observan, agrega, como si fuera a escapar de una mazmorra oscura:

 

– Hoy leeremos algunos capítulos de mi libro sobre Belmonte.

 

Yo, después, persiguiendo todas las líneas de tan raro temperamento, le inquiero sobre su viaje al norte; le digo que esa gira será fecunda; que en especial podría aprovecharla en suscitar, rudimentariamente siquiera, el criterio artístico en esos pueblos por medio de numerosas conferencias.

 

En el Paseo Colón, al bajar de nuevo, hay curiosos que nos atisban y cuchichean.

 

El Conde se lleva olímpicamente sus enormes quevedos a sus ojeras, que recientes “cuidados pequeños” subieron de tono. Y luego reanuda la charla:

 

– Vaya usted a ver cómo todo el mundo los admira. ¡Ah! ¡Esto es horrible!

 

Valdelomar al hablar así se refiere a los seudo-literatos; a esos que por su dinero o posición se creen capacitados para hacer un soneto o publicar un libro. Acalorado y derramando piedad para éstos en el desdén dannunciano de una pose trágica, me cuenta sus luchas con los prejuicios, con la obesidad ambiente, con las vacías testas “consagradas”.

 

En la mañana azul, al despertar, sentía

el canto de las olas como una melodía

y luego el soplo denso, perfumado del mar,

y lo que él me dijera aún en mi alma persiste;

mi padre era callado y mi madre era triste

y la alegría nadie me la supo enseñar

Descubiertas nuestras frentes al aliento de la tarde, el autor de El Caballero Carmelo se pone a leer y yo escucho con íntima fruición los primeros trozos del próximo libro que, tomando al Fenómeno como pretexto, será una de las obras más serias y más robustas de Valdelomar. Una explicación originalísima de la ley del ritmo universal, valiéndose de un pasaje pitagórico y una disecación luminosa del mito romántico del Genio sobre la base de la naturaleza orquestónica del ritmo.

 

– ¡Estupendo, Conde! ¡Soberbio!

 

Y él sonríe y yo lo emplazo. -Es necesario que usted dé a los periódicos esto antes de la edición.

 

Y siempre afilando un gesto de tedio en las comisuras de sus labios pálidos, me responde:

 

– ¡Pero si no comprenden!…

 

Una pausa dolorida. Los autos y los coches y las gentes, toda la grosera grita urbana llega a rasguñar el hábito sentimental de un orgullo desolado.

 

Entre el humo de un cigarrillo los boscajes se secan al crepúsculo amarillo; y el día estival se vuelca en el espacio infinito, como una hornada fantasmagórica y sangrienta.

 

– ¡Es necesario, pues, una agrupación -exclama El Conde-, una agrupación de lo mejor del país que, sintetizando las mayores energías nacionales, imponga una nueva y más sana orientación intelectual y que haga luz en la presente inmoralidad artística creada y mantenida por esos malos hombres!…

 

– ¡Oh, la labor de Colónida! -me disparo yo exaltado y admirativo-. Felizmente ella tuvo la virtud de crear con sus tres únicos números, un sistema de valores nuevos, triturando muchas momias y fantoches y mostrando ante el país a los verdaderos, hasta entonces negados y oscuros. Colónida hizo mucho. ¡Debería reaparecer! Seamos abnegados y sobre todo tengamos fe. Hay más de medio campo ganado; esto está en todas las conciencias. Y sabemos ya quiénes somos todos…

 

– ¡Ah, sí! -afirma enfáticamente El Conde-. Tal es mi propósito. Y tal es uno de los motivos de mi gira en toda la República. Formar una especie de Federación intelectual con los mejores elementos de todo el Perú, y publicar una revista órgano de esta nueva fuerza espiritual, que acaso será la misma Colónida…

 

Hemos dejado los jardines y regresamos. El jirón central está en su hora. La noche gana. Las confiterías iluminadas, los lujosos coches particulares, los dandys y las mujeres bonitas en el momento más amable, frívolo y elegante y, sobre todo, más democrático de la vida limeña.

 

Tomamos ya con otro tono. Valdelomar trae una cara más lozana bajo su grueso sombrero de invierno. Al llegar al Palais volvemos a los talleres de Mundo Limeño. Y me advierte El Conde de Lemos con una sonrisa de fina ironía, que acaso es un lamento:

 

– Cuánta gente que no piensa, ¿no?

 

Publicado en La Reforma, Trujillo, el 18 de enero de 1918.

Investigación: Walter Sosa Vivanco

Con afecto,

Ruben

 

 

 

 

 

La entrevista del joven poeta César Vallejo a don Manuel González Prada

 

La entrevista del joven poeta César Vallejo a don Manuel González Prada



Al cumplirse 81 años de la muerte del vate universal César Vallejo, lo recordamos con esta joya del periodismo histórico.

Fuente: Diario La Crónica Viva, Lima Perú

 

En la edición del 9 de marzo de 1918 del diario La Reforma de Trujillo se publicó esta maravillosa entrevista del entonces joven poeta César Vallejo al maestro Manuel González Prada. Un extraordinario encuentro entre dos de los más grandes exponentes de nuestras letras. Otro de los tesoros que se encuentran en las bibliotecas:

 

El salón de lectura de la Biblioteca, como siempre, concurridísimo.

 

Su paz abstractiva. Una que otra mano fojea impaciente. Los pasos morosos de algún conservador, buscando en los estantes. Óleos de peruanos ilustres en los muros se lastiman con la luz de los viejos ventanales.

 

Pasamos. En la sala de la dirección. Desde una fina actitud acogedora y sentado en el sofá ligeramente, como auscultando el momento espiritual, el maestro deja caer palabras que nunca soñé escuchar.

 

Su vigoroso dinamismo sentimental que subyuga y arrastra, la fresca expresión de eterna primavera de su continente venerable tiene algo del mármol alado y suave en que la Hélade pagana solía encarnar el gesto divino, la energía superhumana de sus dioses. No sé por qué ante este hombre, una reverberación extraordinaria, un soplo de siglos, una idea de síntesis, una como emoción de unidad se cuaja entre mis fibras. Se diría que sus hombros vuelan el vuelo legendario de toda una raza; y que en su nevada testa apostólica brota en haces de luz blanca, inapagable, la máxima potencia espiritual de un hemisferio del globo.

 

Yo le miro sobrecogido; el corazón me late más de prisa, y vuelan disparadas mis mayores energías mentales hacia todos los horizontes, en mil centellas raudas, como si algún latigazo dirigente fustigara de súbito a un millón de brazos invisibles para un trabajo milagroso, más allá de la célula… Es que González Prada, por una virtud hipnótica que en estado normal sólo es peculiar al genio, se impone, se adueña de nosotros, toma posesión de nuestro espíritu y acaba por sugestionamos.

 

En esta visita, como en las anteriores, Prada habla de arte. No es pródigo en palabras. Sus posturas de concepto son siempre sobrias. Pero llamean de emoción y optimismo y ninguna solemnidad.

 

¡Cómo se desintoxica uno delante de esa inmensa montaña pensadora!

 

-Pero los doctores dicen que no -le respondo-. Dicen que tal literatura simbolista es un disparate.

 

-Los doctores… ¡Siempre los doctores!-. Sonríe piadosamente.

 

Ni aun en sus sentencias gasta solemnidad pontificia. La línea, en su silueta hidalga, vibra siempre en un fervor sediento de verdad. No tiene la pausa de la senectud; siente la vida en pleno meridiano, en afán, en inquietud que es renuevo. Por él no pasa el ala apacible que se abandona horizontalmente, sino el ala en el ritmo acelerado de un vuelo que sube eternamente. Por eso no es solemne. Porque no parece un anciano. Es una perenne flor ecuatorial y rara de rebeldía fecunda.

 

Le pregunto sobre nuestra poesía nacional.

 

-Hay en ella la influencia del decadentismo francés -me dice-. Y después, saboreando un pronunciado tinte de complacencia, agrega: -Y de Maeterlinck.

 

Hay un ancho reposo de convicción al final de cada una de sus frases, que después de pronunciadas parecen consolidarse, destilar su valor sustancial en sangre, arrellanando fuertemente su melodía ideal en nuestras venas mismas.

 

Luego le rezo ferviente al gran comentador de Renan:

 

-Como me manifestaba Valdelomar el otro día, el Perú nunca sabrá pagar la gratitud enorme que le debe.

 

La tez de su rostro se aviva en una sonrisa que aletea en silencio de lejanas cumbres olvidadas.

 

-Y la juventud actual -continuó como martillando entusiasmado con los labios un aplauso caluroso- es hija de su excelsa labor de libertad.

 

-Sí, pues -me contesta-, hay que ir contra la traba, contra lo académico.

 

Chispea en sus ojos videntes un diamante prócer. Y me acuerdo de aquella biblia de acero que se llama Pájinas libres. Y creo envolverme en el incienso de un moderno retablo sin efigies.

 

-En literatura -prosigue- los defectos de técnica, las incongruencias en la manera, no tienen importancia.

 

-Y las incorrecciones gramaticales -le pregunto-, evidentemente. ¿Y las audacias de expresión?

 

Sonríe de mi ingenuidad; y labrando un ademán de tolerancia patriarcal, me responde:

 

-Esas incorrecciones se pasan por alto. Y las audacias precisamente me gustan.

 

Yo bajo la frente.

 

En la grave distinción de su porte la opaca claridad esplinática de la sala se funde y se marchita. A sus pies se arrastra una lengua de sol humilde que figura una delicada llama de lunas de ópalo que llegara fugitivo y jadeante de muy lejos.

 

Al oír las últimas palabras del filósofo pienso en tantas manos hostiles, distantes ya. Y pienso en que mañana habrá aurora.

 

Con una leve sonrisa que curva en interrogación sutil, que sondea y estudia, González Prada conversa, alargando así los momentos de su acogida intelectual.

 

Y me obsequia con un entusiasta elogio inesperado.

 

Me invita a visitarlo de nuevo. Y este maestro en el continente, este orador que ha pulverizado tanto órgano deforme de nuestra vida republicana y cuya labor no es de hojarasca, de mero buen hablar, sino de incorruptible bronce inmortal, como la de Platón y la de Nietzsche; este egregio capitán de generaciones, siempre flamante a quien ama y con quien piensa y seguirá pensando la juventud; este gentil hombre, enemigo de todo formulismo, como lo es de toda farsa, me tiende la mano amiga desde la puerta de la Biblioteca Nacional en un rasgo personalísimo de inteligencia y cortesía.

 

Yo salgo vibrante. Con lo dicho por el autor de Horas de lucha, Minúsculas y Exóticas, siento los nervios en tensión inefable, como lanzas acabadas de afilar para el combate.

 

Entre los ruidos bronces de la gente que va y viene, llora una flauta de mendigo, tañida por el débil resuello del ayuno; y al doblar San Pedro, distingo que ese sollozo se tiende suplicante a las puertas de la iglesia. Acaso el ciego aquél no sabe que esas puertas son las de una iglesia; y que como nadie habita dentro no le serán abiertas esta tarde de viernes y de pobres.

 

Investigación: Walter Sosa Vivanco



Con afecto,

Ruben

sábado, 23 de marzo de 2024

James Matthew Barrie



 

James Matthew Barrie

 


James Matthew Barrie

 





Nacido en el seno de una familia de artesanos de escasos recursos, tuvo una infancia infeliz. La muerte de un hermano, cuando él contaba apenas seis años de edad, alteró profundamente la vida familiar y trastornó la salud mental de su madre, que se convirtió en una persona desequilibrada, autoritaria e inflexible, cuya influencia y recuerdo pesó sobre James Barrie durante el resto de su vida. Después de convertirse en escritor famoso, él mismo confesaría muchas veces que su más profundo deseo hubiera sido recuperar los años felices de su primera infancia, y que su más célebre personaje, Peter Pan, era una personificación de tales anhelos.

 

Tras estudiar en la Universidad de Edimburgo y trabajar durante dos años como periodista, se trasladó a Londres, atraído por el brillo de sus círculos culturales. En 1888 publicó con éxito Los idilios de Auld Licht, serie de evocaciones de la vida campesina de su pueblo natal. Poco después, en 1889, Una ventana en Thrums volvía a evocar nostálgicamente aquel mundo. En 1891 había alcanzado la fama gracias a sus novelas El pequeño ministro (1891), Margaret Ogilvy (1896), Sentimental Tommy (1896) y Tommy and Grizel (1900), delicadas fusiones de sentimentalismo y realismo irónico situadas en la tradición de Dickens, pero inspiradas en los textos de George Meredith, R. L. Stevenson y los grandes autores rusos.

 

Al teatro, sin embargo, dio Barrie a partir de 1900 sus obras más auténticas (El admirable Crichton, Calle del gran mundo). Con él aparecía manifestado en delicados matices uno de los tonos más constantes del espíritu inglés: la melancolía nostálgica en forma de "humour", quizás el único sentimiento original del teatro de J. M. Barrie, por lo demás bastante ecléctico (procedía tanto de W. S. Gilbert y Oscar Wilde como de George Bernard Shaw, Maurice Maeterlinck y los rusos).

 

En 1894, Barrie contrajo un matrimonio infeliz y tempranamente fracasado con la actriz Mary Ansell. Poco después, en 1897, comenzó una intensa relación amorosa con Sylvia Llewellyn Davies, una sentimental y afectiva mujer con cuyos hijos formó una auténtica familia. A aquellos niños fue a los que comenzó a contar diversas historias protagonizadas por un personaje de su invención que simbolizaba la infancia eterna en la que a él mismo le hubiera gustado vivir: Peter Pan.







 

Algunas de aquellas historias fueron publicadas en 1902 en un volumen titulado El pequeño pájaro blanco. Poco después, en 1904, vio la luz la comedia Peter Pan, el muchacho que nunca quiso crecer. Posteriormente, Barrie publicaría Peter Pan en el parque de Kensington (1906) y Peter y Wendy (1911).

 

El éxito de su personaje y de sus aventuras fue instantáneo. Peter Pan y sus compañeros de aventuras (los pequeños Wendy, John, Michael, la perra Nana, el hada Tinker Bell o "Campanilla", y el terrible Captain Hook o "Capitán Garfio") fueron adoptados como héroes por muchas generaciones de niños de todo el mundo, conocedores de sus aventuras a través de todo tipo de traducciones y adaptaciones, alguna de ellas tan celebradas como las versiones cinematográficas de Herbert Brenon o la de Walt Disney, en dibujos animados.

 

El personaje de Peter Pan proporcionó a Barrie extraordinaria celebridad; pero su vida personal se vio acompañada muy a menudo de desgracias e infortunios. En 1910 su matrimonio terminó en divorcio, y sólo cuatro meses después, su compañera Sylvia Davies, que mientras tanto había enviudado, falleció; además, dos de los hijos de su amante, sobre los que Barrie velaba como si fuese un padre, fallecieron también.

 

Después del divorcio se formó en torno al escritor la imprecisa leyenda que le presentó cual un Peter Pan envejecido y dulcemente desengañado, con algo de sabio y de gnomo, siempre con la taciturna pipa, llevado por la realidad a una paz modesta y gris. J. M. Barrie gozó de una ancianidad tranquila y abundante en amistades y honores; pero su mundo de ensueño fue transformándose, hasta Querido Bruto (Dear Brutus, 1917) y Mary Rose (1920), en otro espectral y triste, poblado de impotentes y dolorosos fantasmas, habitantes de una realidad árida, desangelada y cruel.

 

Cómo citar este artículo:

Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de James Matthew Barrie». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en https://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/barrie.htm [fecha de acceso: 23 de marzo de 2024].



Con afecto,

Ruben

miércoles, 20 de marzo de 2024

Morrist West

 

  Morris West





Fuente EGLY COLINA MARIN -PRIMERA 

Morris West se hizo famoso con la tetralogía Las sandalias del pescador, Los bufones de Dios, Lázaro y Eminencia. Otros libros exitosos han sido La salamandra, El abogado del diablo, etcétera.

 

Muchas de sus historias han sido llevadas al cine. Es considerado el escritor más leído de la historia literaria de Australia, con 60 millones de ejemplares vendidos y más de treinta libros publicados.

Morris West nació en St. Kilda, Victoria (Australia) y realizó sus estudios secundarios en el Christian Brothers' College, East St Kilda. Ingresó en la Universidad de Melbourne en 1937 y trabajó como maestro en Nueva Gales del Sur y Tasmania.

Pasó doce años en un monasterio de los Christian Brothers, llegando a tomar los votos anuales, aunque sin realizar los votos definitivos. Trabajó en el Servicio de Inteligencia durante la Segunda Guerra Mundial. Dejó Australia en 1955 y vivió en Austria, Italia, Inglaterra y los Estados Unidos. Volvió a Australia en 1980.

Sus libros a menudo se han enfocado en la política internacional y el papel de la Iglesia católica en los asuntos internacionales. En uno de sus trabajos más famosos, Las sandalias del pescador, anticipó la elección de un papa eslavo, quince años antes de la asunción de Karol Wojtyła como Juan Pablo II. En 1998 West publicó la novela Eminencia, donde nuevamente profetiza la llegada de un papa, en este caso es la del cardenal argentino Bergoglio, el actual papa Francisco.

Morris West murió mientras trabajaba en su escritorio sobre los capítulos finales de su novela La última confesión, sobre el juicio y la prisión de Giordano Bruno, quien fue quemado en la pira por herejía en 1600. Bruno fue una figura por quien West sintió una gran simpatía e incluso identificación. En 1969 había publicado una obra de teatro titulada El hereje, sobre el mismo tema.

Un tema mayor al que la obra de West se refirió fue, si era moralmente aceptable, responder con violencia cuando las organizaciones oponentes utilizan extrema violencia con fines perversos.www.wikipedia.org

                                           Bibliografía

Ficción

La luna en el bolsillo (1945) (usando el seudónimo de "Julian Morris")

Patíbulos en la arena (1956)



Kundu (1956)



El caso Orgagna (1957)

The Big Story (1957)

La segunda victoria (1958)

McCreary Moves In (1958, también conocida como 'La concubina', usando el seudónimo de "Michael East")

El abogado del diablo (1959)



El país desnudo (1960, usando el seudónimo de "Michael East")

Hija del silencio (1961)

Las sandalias del pescador (1963)

El embajador (1965)

La torre de Babel (1968)


Sutnis (1969)

El verano del lobo rojo (1971)


La salamandra (1973)


Arlequín (1974),

El navegante (1976). Reeditado por Nabla Ediciones (2009)

Proteo (1979), sobre los desaparecidos durante el Terrorismo de Estado

Los bufones de Dios (1981)

El mundo es de cristal (1983)

Dios salve su alma (Cassidy) (1986)

Masterclass (1988)

Lázaro (1990)




El maestro de ceremonias (1991)

El ojo del samurai (1992)

Los amantes (1993)

Al final del camino (Vanishing point) (1996)

Eminencia (1998),

La última confesión (2000, publicación póstuma),

Drama

The Mask of Marius Melville (1945)

The Prince of Peace

Trumpets in the Dawn

Genesis in Juddsville

El ilusionista (1955)

El abogado del diablo (1961)

Hija del silencio (1962)

El Hereje (1969)

El mundo es de cristal (1982)





No-ficción

1956, Hijos del sol

1971, Scandal in the Assembly

1996, A View from the Ridge

1997, Images & Inscriptions

Adaptaciones cinematográficas

Las sandalias del pescador (1968)



El abogado del diablo (1978)



El país desnudo (1984)

The Second Victory (1986)

Dios salve su alma (Cassidy) (1989)

 

! HONOR, A QUIEN ONOR MERECE!








Con afecto,

Ruben