viernes, 26 de mayo de 2023

La Tragedia de los Andes

 

La Tragedia de los Andes








A 50 años del accidente del Avión 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya

Por Héctor Alarcón Carrasco -24/07/2022

En octubre de 2022 se cumplen 50 años de la Tragedia de los Andes, el accidente del avión 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que cayó en la cordillera con 45 pasajeros. 72 Días más tarde fueron rescatados 16 sobrevivientes, víctimas del inmenso drama humano de haber tenido que permanecer aislados y sin posibilidades de conseguir alimentación. Esta es la historia conocida como La Tragedia de los Andes.

 

Cuando aquella tarde del día viernes 13 de octubre de 1972, el grupo de jóvenes deportistas uruguayos del equipo Old Christians pertenecientes al colegio Stella Maris de Montevideo subió presuroso las escaleras del Fairchild 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya (FAU), no imaginó que a contar desde ese día y en el transcurso de los meses iban a estar en la cima de la noticia mundial.

Fairchild UA 571 de la FAU. El avión uruguayo caído en los Andes



Debemos precisar que los acontecimientos que se precipitarán poco más de una hora más tarde, sólo adquirirán real importancia para el mundo 72 días más adelante, cuando 16 sobrevivientes de este vuelo sean rescatados por la Fuerza Aérea de Chile en un proceso sin precedentes en la historia de la aeronáutica mundial.

El Fairchild 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya

El avión era un Fairchild, bimotor, ala alta, turbohélice, construido en Estados Unidos como FH-227D LCD, con matricula militar FAU-571, que cada dos meses desempeñaba las funciones de avión correo a nuestro país.

El avión de la Fuerza Aérea Uruguaya despega a Santiago

A esa hora continuaba el mal tiempo, mismo que les impidió despegar el día anterior vía Cristo Redentor, por cuya razón deberían volar al sur hasta Malargüe, vía Planchón, Curicó y Santiago. Una alternativa que les aseguraba el paso sin contratiempos hacia Chile.

“A las 18:08 GMT, los equipos de navegación acusaron Malargüe, tan sólo a dos minutos de la posición estimada por Ferradas (18:06 GMT). Viraje a la derecha por la aerovía UG 17 para alcanzar Curicó a las 18:32 GMT”

Itinerario de despegues y aterrizajes del avión 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya

JUEVES 12 DE OCTUBRE DE 1972

 

08:05 HRS. Hora del Uruguay, despegue desde Aeropuerto Carrasco, con destino  Santiago de Chile

 

14:25 GMT, debido a fuertes turbulencias en la cordillera, el Crl. Ferraras aterriza en Mendoza a la espera de buen tiempo.

 

VIERNES 13 DE OCTUBRE DE 1972

 

17:18 GMT despega el FAU 571 desde Mendoza con destino a Santiago de Chile, vía Mendoza – Malargüe. Desde Mendoza el vuelo es transferido al Centro de Control de Área de Santiago, el que actúa de acuerdo a los informes que los pilotos del FAU 571 entregaban.

 

El avión, con el copiloto Lagurara en los controles y el Coronel Ferrada a la derecha a cargo de la navegación aérea y de las comunicaciones se desplaza sin inconvenientes.

 

14:18 Hora local de Chile, sobre el Paso del Planchón. La estimada sobre este Paso era a las 14:24 hora local. A las 14:24 local reporta sobre Curicó, estimando Angostura a las 14:40 hora local.

 

14:26 Hora local de Chile es la última comunicación, siendo luego requerida para planificar su entrada a la terminal, siendo requerida a lo menos doce veces en la frecuencia radial, sin obtener respuesta.

 

Hasta aquí todo parecía ir normal, pero a sólo tres minutos el piloto comunica estar a la cuadra de Curicó indicando coloca rumbo Maipú y que se reportará en Angostura. Luego hay un par de comunicaciones breves y se pierde todo contacto con el FAU-571.

 

Conforme al procedimiento usual, la torre de control de Cerrillos pasó la aeronave a la fase de incertidumbre (INCERFA) a las 14:50 hora local y a las 15:30 se pasó a la fase de peligro (DETRESFA), comunicando la situación al SAR, Gerencia del Aeropuerto, Sr. Director de Aeronáutica (DGAC) y Carabineros.

 

De inmediato un avión Twin Otter de la FACH que regresaba de Quintero,  salía en dirección al sector de Curicó, al que se unieron en principio dos aviones de la FACH y uno de Carabineros.

 

Horas más tarde se realizó un vasto despliegue de al menos cuatro aviones para la búsqueda entre Santiago y la pre cordillera de Curicó, apoyados por patrullas de emergencia de Carabineros y Ejército; además de contactar vía telefónica a Montevideo y Buenos Aires, con el fin de mantener una fluidez en las operaciones.

Se pierde la pista del avión uruguayo

Pasadas las 18:30 GMT (14:30 hora local) el avión fue declarado en “Fase de Peligro” por el Centro de Control de Área de Santiago –Chile-, alertando de inmediato al Servicio de Búsqueda y Salvamento.

 

Al día siguiente un total de 15 aviones recorrían la probable ruta seguida por el FAU N° 571, de los cuales tres eran argentinos. Vía terrestre lo hacían patrullas de Carabineros, Ejército y Cuerpo de Socorro Andino. Servía de apoyo una red de comunicaciones de emergencia de radioaficionados chilenos, argentinos y uruguayos.

 

Muy pronto se unieron a la búsqueda familiares llegados desde Uruguay, destacando entre ellos el pintor Carlos Páez Vilaró, padre de uno de los jóvenes pasajeros del avión, quien nunca quiso reconocer la probable muerte de su hijo.

La vida en el lugar del accidente del avión uruguayo, la tragedia de los Andes

Entretanto los pasajeros del Fairchild 571, comenzaban a vivir la situación que más tarde sería conocida como La tragedia de los Andes, luego de que a los pocos minutos de “volar sobre Curicó” (como les había ratificado la tripulación), el avión se había estrellado contra la montaña, partiéndose en dos y provocando la tragedia total de sus ocupantes.

 

La tripulación del avión que viajaba en la parte delantera falleció entre el primer y segundo día, quedando los jóvenes estudiantes y pasajeros de entre 18 y 37 años en una situación desesperada. Virtualmente sin alimentos, con pocas ropas de abrigo, semienterrados en la nieve, bajo un clima hostil, muchos de ellos heridos, sin medios de comunicación y creyendo que estaban en algún lugar cercano a Curicó.



 

Para sobrevivir usaron su ingenio con lo que tenían a mano. Los asientos, las paredes, los cables, el aluminio, todo sirvió para alguna función especial, aparte de dar un precario abrigo a los sobrevivientes.

La Tragedia de los Andes, sobreviviendo en el fuselaje del avión de los uruguayos caídos en los Andes

Cuando se enteraron por una pequeña radio que habían encontrado al interior de una maleta, que la búsqueda se paralizaba, se sintieron desfallecer y fue entonces cuando tomaron la dura determinación de practicar la antropofagia para poder subsistir. Tres de ellos no quisieron hacerlo y sucumbieron por el hambre y el frio.

El sobreviviente Roberto Canessa describió la decisión de comerse a los pilotos y sus amigos y familiares muertos:


Nuestro objetivo común era sobrevivir, pero lo que nos faltaba era comida. Hacía tiempo que nos habíamos quedado sin las escasas cosechas que habíamos encontrado en el avión, y no había vegetación ni vida animal a la vista.


Después de unos pocos días, teníamos la sensación de que nuestros propios cuerpos se consumían solo para seguir vivos. En poco tiempo, nos volveríamos demasiado débiles para recuperarnos del hambre.


Sabíamos la respuesta, pero era demasiado terrible para contemplarla. Los cuerpos de nuestros amigos y compañeros de equipo, preservados afuera en la nieve y el hielo, contenían proteínas vitales que podrían ayudarnos a sobrevivir. Pero, ¿podríamos hacerlo?


Durante mucho tiempo, agonizamos. Salí a la nieve y oré a Dios para que me guiara. Sin Su consentimiento, sentí que estaría violando la memoria de mis amigos; que les estaría robando el alma.


Nos preguntábamos si nos estaríamos volviendo locos incluso al contemplar tal cosa. ¿Nos habíamos convertido en brutos salvajes? ¿O era esto lo único sensato que podía hacer? En verdad, estábamos empujando los límites de nuestro miedo.


El grupo sobrevivió al decidir colectivamente comer carne de los cuerpos de sus camaradas muertos. Esta decisión no se tomó a la ligera, ya que la mayoría de los muertos eran compañeros de clase, amigos cercanos o familiares.


Canessa usó vidrios rotos del parabrisas del avión como herramienta de corte. Dio el ejemplo al tragarse la primera tira de carne congelada del tamaño de una cerilla.


Más tarde, varios otros hicieron lo mismo. Al día siguiente, más sobrevivientes comieron la carne que se les ofreció, pero algunos se negaron o no pudieron contenerla.





En sus memorias, Milagro en los Andes: 72 días en la montaña y mi largo viaje a casa (2006), Nando Parrado escribió sobre esta decisión:


A gran altura, las necesidades calóricas del cuerpo son astronómicas... estábamos hambrientos en serio, sin esperanza de encontrar comida, pero nuestro hambre pronto se volvió tan voraz que buscamos de todos modos... una y otra vez, recorrimos el fuselaje en busca de migas y bocados. .


Intentamos comer tiras de cuero arrancadas de piezas de equipaje, aunque sabíamos que los productos químicos con los que habían sido tratados nos harían más daño que bien.


Abrimos los cojines de los asientos con la esperanza de encontrar paja, pero solo encontramos espuma de tapicería no comestible... Una y otra vez, llegué a la misma conclusión: a menos que quisiéramos comer la ropa que llevábamos puesta, aquí no había nada más que aluminio, plástico, hielo, y roca





Parrado protegió los cadáveres de su hermana y su madre, y nunca se los comieron. Secaban la carne al sol, lo que la hacía más apetecible.


Inicialmente, estaban tan asqueados por la experiencia que solo podían comer piel, músculo y grasa. Cuando el suministro de carne disminuyó, también comieron corazones, pulmones e incluso cerebros.

 

Un par de excursiones por los alrededores les indicaron que estaban muy débiles, pero aun así días más tarde tres de ellos quisieron intentar salir del lugar. Se equiparon lo mejor que pudieron e iniciaron una larga caminata hacia el oeste. Uno se volvería luego de resentirse demasiado con el viaje, pero los otros dos siguieron tratando de buscar algún poblado o algunos campesinos que pudieran ayudarlos.

 

Ya en las primeras jornadas se percataron que lo que creyeron sería un viaje de un par de días se prolongaría bastante más. Las montañas se sucedían unas a otras y en algún momento pensaron que no lo lograrían.

 

Sin embargo, los deseos de ayudar a sus compañeros les llevaron a continuar un trayecto que se alargó por diez duros días, hasta que una tarde cuando ya estaban en el valle, verde, sin nieve, vieron aparecer un baqueno montado a caballo, al otro lado del río por cuya orilla transitaban. Luego de algunos gritos lograron que el personaje, que era el ganadero Sergio Catalán Martínez, entendiera que ellos necesitaban de su ayuda.

Los uruguayos se encuentran con un arriero chileno

Aquella tarde del miércoles 20 de diciembre de 1972 el ganadero Sergio Catalán Martínez transitaba en su caballo por el potrero La Loma, en el bajo El Durazno, sector de la cordillera conocida con el nombre de “El Perejil”, a orillas del río Azufre, afluente del Tinguiririca, cuando de improviso sintió gritos que provenían de la ribera opuesta del río.

 

Dos hombres a los cuales no conocía, gesticulaban y hacían señas, pero sus voces eran distorsionadas por el bravo rumor de la corriente. Más tarde Catalán recordaba que uno de ellos se arrodilló implorando ayuda. A pesar de que estaban al otro lado del río observó que eran jóvenes y que se veían “bastante maltrechos, harapientos”, como diría en algunas entrevistas. A gritos les manifestó que al otro día los iría a ver, que no tenía problemas para regresar, que trataran de dormir esa noche bajo los árboles.



Sergio Catalán, el arriero que se encontró con los uruguayos

Catalán continuó su marcha, pero durante la noche se quedó pensando en que había algo raro en el comportamiento de esos individuos, a pesar de que en un primer momento se imaginó que se trataría de guerrilleros o de una broma; sin embargo, no cualquier persona podía estar en ese sector, muy lejos de la civilización y menos en las condiciones en que ellos parecían encontrarse.

 

Al otro día, alrededor de las nueve de la mañana regresó al lugar. Ahí permanecían los jóvenes, barbudos, melenudos, mal vestidos, quienes le hicieron señas solicitando auxilio. Catalán sacó un lápiz y en papel les escribió lo siguiente:

 

“Ba a venir luego un hombre a verlo que le fui a decir, contésteme que quiere (Fdo.) Sergio C.”    

 

Se acercó al río y atando lápiz y papel con una piedra la lanzó a los desconocidos. Uno de ellos escribió una nota y luego lápiz y papel volaron de regreso al ganadero.

 

A pesar de su formación básica, Catalán comprendió desde el primer momento que estaba ante un formal pedido de socorro por parte de aquellos muchachos que estaban a una veintena de metros más allá. En sus manos curtidas por el frio cordillerano y el continuo bregar con las riendas de su caballo se encontraba ese papel ajado, doblado, casi sucio que había andado en sus bolsillos durante mucho tiempo, tal vez para anotar datos de su ganado, pero que ahora contenía la clave para resolver uno de los accidentes aéreos más enigmáticos acontecidos en ese vasto sector cordillerano. Poco a poco fue leyendo:



El papel que los uruguayos arrojaron al arriero Sergio Catalán en el que pedían ayuda

"Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace diez días estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba.  En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí. No sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos «"

No bien termina de leer la nota, hace señas indicando que va a buscar ayuda y al galope de su caballo se dirige a su casa de Los Negros, en el valle de Los Maitenes, donde dispone lo necesario para que sus hombres concurran a prestar ayuda y llevarlos hasta ese lugar. Entretanto él se dirige a matacaballo hasta El Azufre, por donde pasa la ruta internacional, allí logra que un camión lo lleve al retén de Carabineros de Puente Negro, lugar donde arriba a las 13:30 horas.

 

Cuando el jefe de retén se enteró del contenido de la nota y del relato que le hacía ese nervioso arriero sobre la presencia de los desconocidos en su sector, el papel comenzó virtualmente a quemarle las manos y de inmediato se dirigió en jeep hasta San Fernando, donde se informó oficialmente al Intendente de la situación.

 

Entretanto una patrulla de Carabineros al mando del capitán Leopoldo Vega Courbis iniciaba un rápido desplazamiento montado hasta el lugar en que se encontraban los sobrevivientes de la tragedia aérea del FAU-571, los que resultaron ser Fernando Parrado y Roberto Canessa, quienes habían caminado durante diez días hasta ese lugar para pedir auxilio para sus camaradas en la cordillera.

 

En él, lugar el arriero Juan Farfán, acompañado de dos hombres montados habían logrado ayudar a cruzar el río Azufre a los desfallecidos caminantes y los habían llevado a unos veinte kilómetros más abajo, a la casa de Catalán donde les dieron los primeros alimentos: leche en abundancia, pan y queso fresco, además de un contundente plato de porotos que los hambrientos muchachos comieron con avidez.

 

En las últimas horas del día, pasadas las 22:00 horas, la patrulla de Carabineros llegaba al lugar donde el practicante Vicente Espinoza, asistente médico de esa institución, les efectúa el primer examen auscultando visualmente a ambos jóvenes.

 

Es en esa oportunidad, en que de inmediato el profesional se percata de la entereza física y moral de los dos personajes, quienes habiendo perdido alrededor de veinte kilos de peso debieran presentar un estado anímico muy deteriorado, por lo que empiezan a surgir las interrogantes sobre la forma en que se alimentaron durante esos duros setenta días.

La noticia de los sobrevivientes uruguayos sale al mundo



A las 19:00 horas el Intendente de Colchagua Guillermo Sepúlveda, luego de que Carabineros le diera pruebas de que el ganadero Catalán era una persona en la que se podía confiar y que el mensaje tenía visos de autenticidad, procedió a lanzar al mundo la feliz nueva del hallazgo de los sobrevivientes del Fairchild 571 de la FAU.

 

De inmediato el asedio periodístico no cesó en la Intendencia, Carabineros, el Hospital, el Regimiento, la radio y toda oficina pública que tuviera algo que ver con este delicado asunto. La central telefónica de la ciudad no daba abasto recibiendo llamados desde todas partes del mundo, las radios y la televisión transmitían “flashes” a cada instante con las últimas noticias sobre el tema, tratando de mantener cautiva la audiencia que a su vez a cada instante requería mayor información.



A lomo de caballo Canessa y Parrado son bajados de la montaña

Entre los familiares de los desaparecidos deportistas nunca se terminó por abandonar la búsqueda de sus parientes. Padres, hermanos, esposos y amigos se movían entre Santiago, Buenos Aires y Montevideo buscando la forma de prolongar la búsqueda del desaparecido avión y sus pasajeros y tripulantes.

 

El pintor uruguayo Carlos Páez Vilaró fue uno de los que más energías desplegó en la búsqueda de los jóvenes, entre los cuales se hallaba su hijo Carlos y fue por eso que ese mismo día el coronel Enrique Morel Donoso, comandante del Regimiento de Infantería Nº 12 Colchagua, intentó ubicarlo en los momentos en que Páez se hallaba en el Aeropuerto Pudahuel, a la espera de la salida del vuelo de Aerolíneas Argentinas. De inmediato pidió el desembarque y se fue rumbo al SAR en Cerrillos, siguiendo luego hasta San Fernando en el mismo taxi que lo había traído de Pudahuel.

 

Cuando a él y otros familiares se les mostró la nota de los jóvenes que estaban en lo que más tarde se denominó Campamento Alfa, hubo algunas dudas, las que con el correr de las horas serían disipadas cuando se supo oficialmente que la patrulla de Carabineros había tomado contacto con los muchachos Parrado y Canessa.

 

Entretanto el SAR y la Fuerza Aérea, rápidamente informados también preparaban sus medios para realizar una de las más difíciles labores de salvamento la que como se sabría al momento de arribar al lugar, sería efectuada desde territorio argentino, ya que el avión no alcanzó a cruzar los Andes y se encontraba en territorio argentino, siendo lo más significativo que se hallaban a unos 15 kilómetros de un refugio de montaña de ese país.

 

El Grupo 10 designó al Comandante de Escuadrilla Carlos García Monasterio como jefe de la escuadrilla del SAR que volaría a San Fernando y la que integrarían el Comandante Jorge Massa, el teniente Mario Ávila la teniente enfermera Wilma Kock y los integrantes del Cuerpo de Socorro Andino Sergio Díaz, Osvaldo Villegas y Claudio Lucero.

 

Las malas condiciones atmosféricas atentaron en todo momento para realizar el salvamento, poniendo en riesgo toda la operación que sólo con gran pericia y sangre fría se pudo efectuar en los helicópteros UH-1H a cargo de los  comandantes García y Massa, mientras el teniente Ávila quedaba a la espera de instrucciones para colaborar en caso de algún accidente provocado por el mal tiempo con que se operaría en la cordillera.

 

A pesar del esfuerzo de los pilotos, las malas condiciones impidieron una buena maniobra en los momentos del rescate y sólo seis sobrevivientes pudieron ser sacados desde la cordillera el primer día, más los dos que habían efectuado la caminata. En el lugar quedó personal especializado que debió pernoctar con el grupo que evacuaron al día siguiente, cuando las condiciones ya habían mejorado.

 

La llegada de los primeros rescatados al Regimiento de San Fernando provocó escenas de profundo dramatismo, tanto por los rescatados como de parte de sus familiares. El hecho de sentirse liberados de la terrible cárcel nevada que los había cobijado en los últimos meses fue algo impresionante para ellos y así lo hacían sentir, sin tapujos, con el desinhibimiento propio de su juventud. Y era natural. Nadie podía quedar indiferente de la terrible tragedia de haber tenido que permanecer durante setenta días en la cordillera, sin apoyo de ninguna índole, donde faltaba de todo y donde el frio y la nieve iban cobrando poco a poco nuevas víctimas.


Roberto Canezza Urta


Fernando Parrado Dolgay



Luego de ser revisados en el hospital de San Fernando se resolvió enviarlos a la Posta Central de Santiago, donde en definitiva fueron dados de alta conforme a la situación de cada uno.

 

El asedio periodístico era constante, a pesar de la entrevista de prensa que debieron dar una vez que se hubo bajado al último hombre de la cordillera. La prensa sacó ediciones con reportajes especiales, las radios y la televisión transmitían a todo el mundo, y a cada momento se agregaba la nueva declaración de un rescatado aunque sólo hubiera saludado a los periodistas.

 

A pesar de la crítica situación que vivía el país, sin abastecimiento, con un mercado negro galopante, con un dólar cautivo y con una situación política inestable, las autoridades no escatimaron esfuerzos para efectuar tanto la búsqueda, como el rescate final de los deportistas uruguayos.

 

En San Fernando, Santiago, el aeropuerto, los chilenos demostraron su aprecio por esos jóvenes desconocidos que de un día a otro habían irrumpido tan dramáticamente en su entorno, desatando el interés mundial por su enclaustramiento cordillerano y la forma en que sobrevivieron durante tantos días.

Después de varios días de recuperación los uruguayos vuelven a su patria, siendo despedidos en el Aeropuerto Pudahuel



Con afecto,

Ruben

 

 

viernes, 19 de mayo de 2023

Anónimo: China Cuentos 1

 

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Cuentos

Textos digitales completos




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El asno de Kuichú




[Minicuento - Texto completo.]

Anónimo: China


Nunca se había visto un asno en Kuichú, hasta el día en que un excéntrico, ávido de novedades, se hizo llevar uno por barco. Pero como no supo en qué utilizarlo, lo soltó en las montañas.

Un tigre, al ver a tan extraña criatura, lo tomó por una divinidad. Lo observó escondido en el bosque, hasta que se aventuró a abandonar la selva, manteniendo siempre una prudente distancia.

Un día el asno rebuznó largamente y el tigre echó a correr con miedo. Pero se volvió y pensó que, pese a todo, esa divinidad no debía de ser tan terrible. Ya acostumbrado al rebuzno del asno, se le fue acercando, pero sin arriesgarse más de la cuenta.

Cuando ya le tomó confianza, comenzó a tomarse algunas libertades, rozándolo, dándole algún empujón, molestándolo a cada momento, hasta que el asno, furioso, le propinó una patada. “Así que es esto lo que sabe hacer”, se dijo el tigre. Y saltando sobre el asno lo destrozó y devoró.

¡Pobre asno! Parecía poderoso por su tamaño, y temible por sus rebuznos. Si no hubiese mostrado todo su talento con la coz, el tigre feroz nunca se hubiera atrevido a atacarlo. Pero con su patada el asno firmó su sentencia de muerte.

FIN

El ciervo escondido



[Minicuento - Texto completo.]

Anónimo: China

 

Un leñador de Cheng se encontró en el campo con un ciervo asustado y lo mató. Para evitar que otros lo descubrieran, lo enterró en el bosque y lo tapó con hojas y ramas. Poco después olvidó el sitio donde lo había ocultado y creyó que todo había ocurrido en un sueño. Lo contó, como si fuera un sueño, a toda la gente. Entre los oyentes hubo uno que fue a buscar el ciervo escondido y lo encontró. Lo llevó a su casa y dijo a su mujer:

-Un leñador soñó que había matado un ciervo y olvidó dónde lo había escondido y ahora yo lo he encontrado. Ese hombre sí que es un soñador.

-Tú habrás soñado que viste un leñador que había matado un ciervo. ¿Realmente crees que hubo un leñador? Pero como aquí está el ciervo, tu sueño debe ser verdadero -dijo la mujer.

-Aun suponiendo que encontré el ciervo por un sueño -contestó el marido- ¿a qué preocuparse averiguando cuál de los dos soñó?

Aquella noche el leñador volvió a su casa, pensando todavía en el ciervo, y realmente soñó, y en el sueño soñó el lugar donde había ocultado el ciervo y también soñó quién lo había encontrado. Al alba fue a casa del otro y encontró el ciervo. Ambos discutieron y fueron ante un juez, para que resolviera el asunto. El juez le dijo al leñador:

-Realmente mataste un ciervo y creíste que era un sueño. Después soñaste realmente y creíste que era verdad. El otro encontró el ciervo y ahora te lo disputa, pero su mujer piensa que soñó que había encontrado un ciervo que otro había matado. Luego, nadie mató al ciervo. Pero como aquí está el ciervo, lo mejor es que se lo repartan.

El caso llegó a oídos del rey de Cheng y el rey de Cheng dijo:

-¿Y ese juez no estará soñando que reparte un ciervo?

FIN

El encanto







[Minicuento - Texto completo.]

Anónimo: China


Ch´ienniang era la hija del señor Chang Yi, funcionario de Hunan. Tenía un primo llamado Wang Chu, que era un joven inteligente y apuesto. Habían crecido juntos y, como el señor Chang Yi quería mucho al muchacho, dijo que lo aceptaría de yerno. Ambos escucharon la promesa, y como estaban siempre juntos, el amor aumentó día a día. Ya no eran niños y llegaron a tener relaciones íntimas. Desgraciadamente, el padre no lo advirtió. Un día un joven funcionario le pidió la mano de su hija y el señor Chang Yi , olvidando su antigua promesa, consintió.

Ch´ienniang, debiendo elegir entre el amor y el respeto que le debía a su padre, estuvo a punto de morir de pena, y el joven estaba tan despechado que decidió abandonar el país para no ver a su novia casada con otro. Inventó un pretexto y le comunicó a su tío que debía marchar a la capital. Como el tío no logró disuadirlo, le dio dinero, regalos, y le ofreció una fiesta de despedida. Wang Chu, desesperado, pasó cavilando todo el tiempo de la fiesta, diciéndose que era mejor partir y no empeñarse en un amor imposible.

Wang Chu se embarcó una tarde y había navegado unas millas cuando cayó la noche. Le dijo al marinero que amarrara la embarcación y que descansaran, pero por más que se esforzó no pudo conciliar el sueño. Hacia la medianoche, oyó pasos que se acercaban. Se incorporó y preguntó:

-¿Quién anda ahí a estas horas de la noche?

-Soy yo, soy Ch´ienniang.

Sorprendido y feliz, Wang Chu la hizo entrar a la embarcación. Ella le dijo que el padre había sido injusto con él y que no podía resignarse a la separación. También ella había temido que Wang Chu, en su desesperación, se viera arrastrado al suicidio. Por eso había desafiado la cólera de los padres y la reprobación de la gente y había venido para seguirlo a donde fuera. Ambos, muy dichosos, prosiguieron el viaje a Szechuen.

Pasaron cinco años de felicidad y ella le dio dos hijos. Pero no llegaban noticias de la familia y Ch´ienniang pensaba cada vez más en su padre. Esta era la única nube en su felicidad. Ignoraba si sus padres vivían o no, y una noche le confió a Wang Chu su pena.

-Eres una buena hija -dijo él- ya han pasado cinco años y se les debe de haber pasado el enojo. Volvamos a casa.

Ch´ienniang se regocijó y se aprestaron a regresar con los niños.

Cuando la embarcación llegó a la ciudad natal, Wang Chu le dijo a Ch´ienniang.

-No sabemos cómo encontraremos a tus padres. Déjame ir antes a averiguarlo.

Al divisar la casa, sintió que el corazón le latía. Wang Chu vio a su suegro, se arrodilló, hizo una reverencia y pidió perdón. Chang Yi lo miró asombrado y le dijo:

-¿De qué hablas? Hace cinco años Ch´ienniang está en cama y sin conciencia. No se ha levantado una sola vez.

-No comprendo -dijo Wang Chu- ella está perfectamente sana y nos espera a bordo.

Chang Yi no sabía qué pensar y mandó dos doncellas a ver a Ch´ienniang.

La encontraron sentada en la embarcación bien ataviada y contenta. Maravillada, las doncellas volvieron y aumentó el asombro de Chang Yi.

Entretanto, la enferma había oído las noticias y parecía haberse curado: sus ojos brillaban con una nueva luz. Abandonó el lecho y se vistió ante el espejo. Sonriendo y sin decir una palabra, se dirigió a la embarcación.

La que estaba a bordo iba hacia la casa: se encontraron en la orilla. Se abrazaron y los dos cuerpos se confundieron y solo quedó una Ch´ienniang, joven y bella como siempre. Sus padres se regocijaron, pero ordenaron a los sirvientes que guardaran silencio, para evitar comentarios.

Por más de cuarenta años, Wang Chu y Ch´ienniang vivieron juntos y fueron felices.

FIN

 

 

Nota: Este cuento es de la época de la dinastía Tang: Siglos VII-X

 

El espejo chino











[Minicuento - Texto completo.]

Anónimo: China


Un campesino chino se fue a la ciudad para vender la cosecha de arroz y su mujer le pidió que no se olvidase de traerle un peine.

Después de vender su arroz en la ciudad, el campesino se reunió con unos compañeros, y bebieron y lo celebraron largamente. Después, un poco confuso, en el momento de regresar, se acordó de que su mujer le había pedido algo, pero ¿qué era? No lo podía recordar. Entonces compró en una tienda para mujeres lo primero que le llamó la atención: un espejo. Y regresó al pueblo.

Entregó el regalo a su mujer y se marchó a trabajar sus campos. La mujer se miró en el espejo y comenzó a llorar desconsoladamente. La madre le preguntó la razón de aquellas lágrimas.

La mujer le dio el espejo y le dijo:

-Mi marido ha traído a otra mujer, joven y hermosa.

La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:

-No tienes de qué preocuparte, es una vieja.

FIN

El espejo del cofre



[Minicuento - Texto completo.]

Anónimo: China


A la vuelta de un viaje de negocios, un hombre compró en la ciudad un espejo, objeto que hasta entonces nunca había visto, ni sabía lo que era. Pero precisamente esa ignorancia lo hizo sentir atracción hacia ese espejo, pues creyó reconocer en él la cara de su padre. Maravillado lo compró y, sin decir nada a su mujer, lo guardó en un cofre que tenían en el desván de la casa. De tanto en tanto, cuando se sentía triste y solitario, iba a “ver a su padre”.

Pero su esposa lo encontraba muy afectado cada vez que lo veía volver del desván, así que un día se dedicó a espiarlo y comprobó que había algo en el cofre y que se quedaba mucho tiempo mirando dentro de él.

Cuando el marido se fue a trabajar, la mujer abrió el cofre y vio en él a una mujer cuyos rasgos le resultaban familiares pero no lograba saber de quién se trataba. De ahí surgió una gran pelea matrimonial, pues la esposa decía que dentro del cofre había una mujer, y el marido aseguraba que estaba su padre.

En ese momento pasó por allá un monje muy venerado por la comunidad, y al verlos discutir quiso ayudarlos a poner paz en su hogar. Los esposos le explicaron el dilema y lo invitaron a subir al desván y mirar dentro del cofre. Así lo hizo el monje y, ante la sorpresa del matrimonio, les aseguró que en el fondo del cofre quien realmente reposaba era un monje zen.

FIN

El hombre que toca la flauta celestial



[Cuento - Texto completo.]

Anónimo: China


Hace muchísimos años, al pie de las montañas Cinco Dedos, vivía un hombre que tocaba maravillosamente la flauta de bambú. Tan bien la tocaba que la oropéndola no se atrevía a competir con él, el mirlo no entonaba tan bellas melodías y ni siquiera la alondra trinaba con tan rica sonoridad. Cuando empezaba a tocar la flauta, los pájaros se detenían en pleno vuelo, los campesinos que labraban la tierra, dejaban sus faenas; los ancianos se sentían rejuvenecer y los niños saltaban de alegría… Y tan hermosa era su música que la gente creía que había bajado del cielo, por lo que le apodaron “Hombre que toca la flauta celestial”.

Un día, el Rey-Dragón del Mar del Sur agasajó a las divinidades con un banquete en la playa. Ocho mil genios con ricas ropas exóticas charlaban y gozaban bebiendo en torno del anfitrión, que llevaba un hábito ceñido con un cinturón de jade. Y precisamente aquel mismo día de la fiesta, después de haber andado diez días y diez noches, el “Hombre que toca la flauta celestial” llegó a la playa para pescar. Tendió la red sobre el mar apacible, se sentó sobre una piedra limpia y lisa y comenzó a tocar la flauta. En ese mismo instante, cuando el Rey-Dragón levantaba la copa para brindar con sus huéspedes, oyó un sonido tan maravilloso como nunca había creído oír. Todos y cada uno de los dioses se quedaron en suspenso, incluso se olvidaron de las mesas repletas de manjares y dejaron caer sus copas de jade. El hombre de la flauta no sabía ni podía imaginarse que, en aquel momento, tantas divinidades estuvieran escuchando cómo tocaba su flauta. Y los dioses, por su parte, estaban persuadidos de que quien así la tocaba sin duda debía de haber descendido del cielo superior al mundo humano.

Tanto le gustó al Rey-Dragón el sonido de aquella flauta que quiso encontrar al ejecutante para que enseñara a su hijo a tocar el instrumento. Y, siguiendo la dirección de donde venía el sonido, halló al hombre, el cual recogió su red, metió la flauta en su ancho cinturón y siguió al Rey-Dragón hasta su palacio.

Ya habían pasado tres años y el hijo del Rey había aprendido a tocar la flauta de bambú, por lo que el flautista, que añoraba mucho su familia y su pueblo, le rogó al padre que le dejara volver a casa. El Rey agradecido se lo concedió y le indicó a su hijo que acompañara al maestro para que escogiera dos regalos -los que quisiera- del tesoro real. Había allí piedras preciosas rojas, amarillas, azules…; lingotes de oro resplandecientes, y centenares de miles de valiosísimos objetos. El flautista recorrió detenidamente el salón del tesoro del Rey Dragón y, al ver una cesta cilíndrica hecha de tiras de bambú, pensó: “Este utensilio me puede servir para guardar los camarones y peces que pesque”. Lo tomó y lo sujetó al cinturón. Después, en un armario, descubrió una capa para la lluvia y reflexionó: “Con esta capa puedo ir a la playa a pescar incluso en días de lluvia y viento”. Y éste fue el segundo y último regalo que escogió.

Al salir de la sala del tesoro acompañado del hijo del Rey-Dragón, éste, muy intrigado, le preguntó:

-¿Por qué has escogido estos objetos tan sencillos entre montones de oro y plata, perlas y piedras preciosas?

El maestro le contestó con una sonrisa:

-El oro y las piedras preciosas se gastan y desaparecen. En cambio, con esta cesta de bambú y la capa para la lluvia, puedo ir de pesca todos los días y, con los peces que pesque, nunca pasaré hambre.

Pero cuando regresó a su casa y fue por vez primera a pescar, descubrió que aquellos dos regalos eran realmente dos objetos maravillosos. Al volver de la pesca el cesto de bambú siempre rebosaba de relucientes peces, y la capa, desplegada, lo llevaba volando hasta el Mar del Sur, al lugar de la pesca.

De esta manera, con el cesto de bambú y la capa para la lluvia, llegó volando a las montañas Cinco Dedos y, tan pronto como tocó su flauta, el sonido se extendió por el firmamento y el mundo entero rebosó de júbilo y alegría.

FIN

El monje furioso





[Minicuento - Texto completo.]

Anónimo: China


Dos monjes zen iban cruzando un río. Se encontraron con una mujer muy joven y hermosa que también quería cruzar, pero tenía miedo.

Así que un monje la subió sobre sus hombros y la llevó hasta la otra orilla.

El otro monje estaba furioso. No dijo nada pero hervía por dentro. Eso estaba prohibido. Un monje budista no debía tocar una mujer y este monje no sólo la había tocado, sino que la había llevado sobre los hombros.

Recorrieron varias leguas. Cuando llegaron al monasterio, mientras entraban, el monje que estaba enojado se volvió hacia el otro y le dijo:

-Tendré que decírselo al maestro. Tendré que informar acerca de esto. Está prohibido.

-¿De que estás hablando? ¿Qué está prohibido? -le dijo el otro.

-¿Te has olvidado? Llevaste a esta hermosa mujer sobre tus hombros -dijo el que estaba enojado.

El otro monje se rió y luego dijo:

-Sí, yo la llevé. Pero la dejé en el río, muchas leguas atrás. Tú todavía la estás cargando

 

FIN

El mono blanco



[Cuento - Texto completo.]

Anónimo: China

 

En el año 545, bajo la dinastía de los Liang, el emperador envió al sur una expedición comandada por el general Lin King. Al llegar a Kuelín, el general enfrentó a las fuerzas rebeldes coaligadas de Li Che-ku y de Tchen Tche, mientras que su lugarteniente Euyang Ho penetraba hasta Tchangle, limpiando de enemigos todas las cavernas e internándose en un terreno peligroso.

Resulta que la mujer de Euyang, que tenía el cutis delicado y blanco, era de una belleza arrebatadora.

-General -le dijeron sus hombres-. ¿Por qué has traído hasta aquí a una mujer tan bella? En esta región hay un dios que se jacta de raptar a todas las muchachas, y sobre todo de no perdona a las más bellas. Es preciso redoblar la guardia.

Vivamente alarmado, esa noche Euyang dispuso que sus guardias rodeasen la casa, y escondió a su mujer en una habitación secreta, encerrándola con una docena de sirvientes a quienes encomendó la misión de protegerla.

La noche era muy oscura y soplaba un viento lúgubre; sin embargo, todo permaneció tranquilo hasta el alba. Finalmente, cansados de velar, los guardias comenzaron a dormitar. Repentinamente creyeron percibir la presencia de algo insólito. Sorprendidos, despertaron y saltaron del suelo, pero la mujer ya había desaparecido. La puerta permanecía cerrada y nadie supo cómo ella pudo salir. Se lanzaron afuera, buscando con la mirada en la montaña escarpada que tenían enfrente, pero la noche era tan oscura que nada podía verse a un paso, y resultó imposible continuar la búsqueda. Llegó la luz del día y tampoco se encontró ningún rastro.

Profundamente indignado y afligido, Euyang juró que jamás volvería solo, y que antes encontraría a su mujer. Con el pretexto de que estaba enfermo, hizo acampar allí a su ejército, y cada día se lanzaba a buscar en todas direcciones, hurgando hasta en las quebradas más profundas y peligrosas. Un mes después, a treinta leguas del campamento, en un bosquecillo de bambú encontró uno de los zapatos  bordados de su  mujer, que aunque  empapado por  la  lluvia  resultó  fácil reconocerlo. Más afligido que nunca, Euyang prosiguió su búsqueda. Con una treintena de sus hombres más aguerridos, pasaba la noche durmiendo en las grutas o simplemente al aire libre. Después de marchar diez días más, y alejarse unas sesenta leguas del campamento, descubrió al sur una montaña sinuosa y cubierta de bosques. Llegado a la falda de la montaña, la encontró rodeada por un río profundo. La travesía se hizo sobre una balsa improvisada. A lo lejos, entre precipicios y a través de los bambúes de esmeralda, percibieron el brillo rojizo de vestidos de seda, y escucharon voces y risas femeninas.

Ayudándose con cuerdas, aferrándose a las viñas salvajes, los guerreros treparon los precipicios. Allá arriba se alineaban árboles suntuosos, que se alternaban con cuadros de flores extrañas, y se extendían los prados encantadores. Todo se veía calmo y fresco como un retiro fuera del mundo terrestre. Hacia el este, bajo un portal cavado en la misma roca, decenas de mujeres, vestidas con todo lujo, pasaban y volvían a pasar con gestos de diversión, riendo y cantando de lo mejor. Cuando vieron a los hombres, quedaron como paralizadas. Dejaron que éstos se acercaran, y después las mujeres preguntaron:

-¿Por qué vinieron aquí?

Al escuchar la respuesta de Euyang, las mujeres suspiraron y se miraron entre ellas:

-Tu mujer se encuentra entre nosotras desde hace más de un mes. Ahora está enferma y guarda cama. Ven a verla.

Pasando la reja de madera del portal, Euyang vio tres habitaciones espaciosas arregladas como un gran salón. A lo largo de las paredes se veían hileras de lechos recubiertos de cojines de seda. Allí estaba su mujer, acostada sobre un lecho de mármol, cubierta con mantas lujosas, y frente a ella se exponía toda clase de alimentos exóticos. Al acercarse Euyang, ella se dio vuelta hacia él, lo reconoció, pero vivamente le hizo un gesto para indicarle que se fuese.

-Entre nosotras las hay que están aquí desde hace diez años -le dijeron las mujeres-. Aquí vive un monstruo matador de hombres. Inclusive con una centena de mozos bien armados. No podrán hacer nada. Será mejor que se vuelvan antes de que retorne nuestro amo. Pero tráigannos dos toneladas de buen vino, y diez perros que le servirán de carnada, y algunas decenas de kilos de cáñamo, y entonces nosotras podremos ayudarlos a matarlo. Es preciso que vuelvan dentro de diez días, justo a mediodía, y de ningún modo más temprano.

Las mujeres les rogaron que partieran lo más pronto posible, y Euyang se retiró inmediatamente.

Euyang volvió en el día fijado con un excelente licor, el cáñamo y los perros.

-El monstruo es un gran bebedor -le contaron las mujeres-. A menudo suele beber hasta caer borracho. Una vez ebrio, le gusta medir sus fuerzas. Nos pide que lo atemos de pies y manos a su cama, con telas de seda. Entonces le resulta suficiente dar un salto para romper todas las ataduras. Pero cuando lo atamos con triple vuelta de seda, en vano se esfuerza para liberarse. Esta vez, si lo atamos con el cáñamo escondido en la tela de seda, estamos seguras de que sus esfuerzos resultarán inútiles. Todo su cuerpo es duro como el hierro, pero hemos observado que siempre se protege una sola parte, algunos centímetros debajo del ombligo. Seguramente que allí es vulnerable.

Después, mostrándole una gruta al lado de la casa, le indicaron:

-Ahí está su despensa. Escóndanse adentro y en silencio espíen su llegada. Dejen el vino junto a las flores y suelten los perros en el bosque. Cuando hayamos cumplido con nuestro plan, entonces los llamaremos y saldrán de sus escondites.

Euyang y sus hombres hicieron lo que le recomendaron, y reteniendo la respiración quedaron a la espera. Hacia mediodía, algo parecido a una larga pieza de seda blanca cayó de lo alto de una montaña vecina, y se posó en el suelo, y penetró en la caverna. De allí, un instante después salió un hombre de bella barba, de seis pies de altura, vestido con una túnica blanca. Avanzó con un bastón en la mano, rodeado de sus mujeres. Al ver a los perros, sorprendido, se abalanzó sobre ellos, los despedazó y los devoró hasta la saciedad. Y todas las mujeres compitieron en la forma encantadora y risueña con que le ofrecieron el vino en tazas de jade. Cuando bebió varias pintas de licor, las mujeres lo ayudaron a entrar en su casa. Continuaron escuchando algunas risas femeninas. Momentos después las mujeres salieron para avisar a los guerreros. Entraron con la espada en la mano, y se encontraron con un gran mono blanco, los cuatro miembros atados a la cama. Al ver acercarse a los forasteros, y ante la imposibilidad de desatarse, se encogió e hizo rodar sus ojos fulgurantes. Al unísono, todas las armas se abatieron sobre él, pero sólo encontraron un cuerpo de hierro y piedra. Clavándose finalmente debajo del ombligo las láminas entraron directamente en su cuerpo. Bruscamente comenzó a brotar la sangre. Entonces el mono blanco comenzó a gemir y dijo:

-Si muero es porque así lo quiso el cielo. Ustedes no tienen la suficiente fuerza para matarme. En cuanto a tu mujer, ya está preñada. No mates a su hijo, que con el tiempo servirá a un gran monarca y hará que su familia sea más próspera que nunca.

Apenas pronunció estas palabras, murió.

Los guerreros se dedicaron entonces a buscar los bienes del monstruo. Encontraron montones de objetos preciosos, y sobre las mesas, inmensas cantidades de cosas buenas para comer. Allí estaban todos los tesoros conocidos del mundo, incluyendo varios galones de esencias exóticas y un par de excelentes espadas. Había treinta mujeres, todas eran de una belleza incomparable, y algunas se encontraban allí desde hacía diez años. Contaron que cuando una mujer envejecía o se ajaba, la llevaban no sabían dónde. El mono blanco gozaba solo de sus mujeres y nunca se le conoció un cómplice.

Cada mañana se lavaba, se cubría con su sombrero. Invierno y verano usaba una túnica de seda blanca con un cuello del mismo color. Todo su cuerpo estaba cubierto de pelos blancos, largos de varias pulgadas. Cuando se quedaba en casa, le gustaba leer tablillas de madera, con escrituras que parecían indescifrables jeroglíficos, y cuando terminaba de leerlos los ocultaba en un escondrijo de las rocas. A veces, cuando reinaba el buen tiempo, se ejercitaba con sus dos espadas, haciéndoles trazar círculos fulgurantes, que lo rodeaban con una halo luminoso, como si fuese la luna. Bebía y comía los alimentos más diversos, particularmente fruta, nueces y sobre todo los perros, a quienes gustaba chuparles la sangre. A mediodía se iba volando, desaparecía en el horizonte. En sólo media jornada hacía un viaje de mil leguas. Tenía la costumbre de volver a casa todas las noches.

Todos sus deseos eran inmediatamente colmados. Nunca durmió de noche; la pasaba de cama en cama, gozando de todas las mujeres. Muy erudito, se expresaba con una elocuencia magnífica y penetrante. Sin embargo, en cuanto a su físico, nunca dejó de ser una especie de gorila.

Ese año, en la época en que las hojas comienzan a caer, el mono blanco, triste y apagado, se lamentó:

-Termino de ser acusado por las divinidades de la montaña y seré condenado a muerte. Pero pediré protección a otros espíritus, y quizás logre escapar de la condena.

Justo después de la luna llena, su escondite se incendió y todas sus tablillas fueron destruidas. Entonces se consideró perdido.

-Viví mil años sin progenitores. Ahora voy a tener un hijo. Quiere decir que mi muerte está próxima.

Después, contemplando a todas sus mujeres, lloró largamente.

-Esta montaña es inaccesible. Nunca nadie pudo llegar aquí. Desde su altura jamás pude divisar un solo hachero, ya que abajo está lleno de tigres, lobos, y toda clase de bestias feroces. ¿Cómo los hombres podrán llegar aquí si no es por la voluntad del Cielo?

Euyang volvió a casa llevándose jades, joyas y toda clase de cosas preciosas. También condujo a todas las mujeres, algunas de las cuales aún recordaban a sus familias.

Al cabo de un año, la mujer de Euyang dio a luz una criatura que se parecía en todo a un mono. Más tarde Euyang fue ejecutado por el emperador Wu, bajo la dinastía de los Tchen. Pero su viejo amigo Kiang Tson, que mucho quería al hijo de Euyang por su extraordinaria inteligencia, lo albergó bajo su techo. De tal modo el niño fue salvado de la muerte. Al crecer se convirtió en un buen escritor y un excelente calígrafo. En pocas palabras, fue un personaje famoso en su tiempo.

 

FIN

El muro desmoronado



[Minicuento - Texto completo.]

Anónimo: China


Había una vez un hombre rico en el Reino de Sung. Después de un aguacero el muro de su casa empezó a desmoronarse.

-Si no reparas ese muro -le dijo su hijo- por ahí puede entrar un ladrón.

Un viejo vecino le hizo la misma advertencia.

Aquella misma noche le robaron una gran suma de dinero al hombre rico, quien elogió la inteligencia de su hijo, pero desconfió de su viejo vecino.

FIN

El negador de milagros





[Minicuento - Texto completo.]

Anónimo: China


Chu Fu Tze, negador de milagros, había muerto; lo velaba su yerno.

Al amanecer, el ataúd se elevó y quedó suspendido en el aire, a dos cuartas del suelo. El piadoso yerno se horrorizó.

-Oh, venerado suegro -suplicó- no destruyas mi fe de que son imposibles los milagros.

El ataúd, entonces, descendió lentamente, y el yerno recuperó la fe.

FIN

El paisajista







[Minicuento - Texto completo.]

Anónimo: China

 

Un pintor de mucho talento fue enviado por el emperador a una provincia lejana, desconocida, recién conquistada, con la misión de traer imágenes pintadas. El deseo del emperador era conocer así aquellas provincias.

El pintor viajó mucho, visitó los recodos de los nuevos territorios, pero regresó a la capital sin una sola imagen, sin siquiera un boceto.

El emperador se sorprendió, e incluso se enfadó.

Entonces el pintor pidió que le dejasen un gran lienzo de pared del palacio. Sobre aquella pared representó todo el país que acababa de recorrer. Cuando el trabajo estuvo terminado, el emperador fue a visitar el gran fresco. El pintor, varilla en mano, le explicó todos los rincones del paisaje, de las montañas, de los ríos, de los bosques.

Cuando la descripción finalizó, el pintor se acercó a un estrecho sendero que salía del primer plano del fresco y parecía perderse en el espacio. Los ayudantes tuvieron la sensación de que el cuerpo del pintor se adentraba a poco en el sendero, que avanzaba poco a poco en el paisaje, que se hacia más pequeño. Pronto una curva del sendero lo ocultó a sus ojos. Y al instante desapareció todo el paisaje, dejando el gran muro desnudo.

El emperador y las personas que lo rodeaban volvieron a sus aposentos en silencio.

FIN

El sueño de la mosca horripilante






[Minicuento - Texto completo.]

Anónimo: China


Li Wei soñaba que una mosca horripilante rondaba por su habitación, interrumpiendo inoportunamente una de sus profundas meditaciones. Molesto, comenzó a perseguirla tratando de acallar con un golpe su desagradable zumbido. Portaba en la mano, con tal objetivo, la primera edición de Con la copa de vino en la mano interrogo a la luna, poema épico de su entrañable amigo Li Taibo. Corrió y corrió incansablemente entre el reducido espacio de esas cuatro paredes, sacudiendo sus brazos cual si fuera él mismo una mosca. Dicha empresa le sirvió de poco. La mosca, posada en el marco del retrato de su amada, lo miraba con aburrida indiferencia.

Exhausto por la persecución, Li Wei se despertó agitado. Sobre la mesa de luz estaba posado, distraído, el fastidioso insecto. De un viril manotazo, el filósofo acabó con la corta vida de la triste mosca.

Li Wei jamás sabrá si mató a una mosca o a uno de sus sueños.

FIN

El vendedor de lanzas y escudos



[Minicuento - Texto completo.]

Anónimo: China


En el Reino de Chu vivía un hombre que vendía lanzas y escudos.

-Mis escudos son tan sólidos -se jactaba- que nada puede traspasarlos. Mis lanzas son tan agudas que nada hay que no puedan penetrar.

-¿Qué pasa si una de tus lanzas choca con uno de tus escudos? -preguntó alguien.

El vendedor no supo qué contestar.

FIN

El zorro que aprovechó el poder del tigre



[Minicuento - Texto completo.]

Anónimo: China

 

Un tigre apresó a un zorro.

-A mí no me puedes comer -dijo el zorro-. El Emperador del Cielo me designó rey de todos los animales. Si me comes, el Emperador te castigará por desobedecer sus órdenes. Y si no me crees, ven conmigo. Verás cómo todos los animales huyen apenas me ven y nadie se acerca.

El tigre accedió a acompañarlo y apenas los otros animales los veían llegar, escapaban. El tigre creyó que temían al zorro y no se daba cuenta que escapaban por él.

FIN

Hombre temeroso


[Minicuento - Texto completo.]

Anónimo: China


Al agachar la cabeza, vio su sombra ante él e imaginó que un espíritu maligno estaba tendido a sus pies.

Al levantar los ojos, su mirada tropezó con dos mechones de su pelo y creyó que un demonio se encontraba a sus espaldas.

Retrocediendo y en carrera volvió a casa, cayó al suelo y entregó su alma.




Con afecto,

Ruben