Eduardo Chillida
(Eduardo Chillida Juantegui; San Sebastián, 1924 -
2002) Escultor español, considerado uno de los más importantes del siglo XX.
Nacido en el seno de una familia tradicional y de fuertes convicciones
católicas, fue el tercer hijo de Pedro Chillida, militar que alcanzaría el
grado de teniente coronel, y Carmen Juantegui, un ama de casa aficionada al
canto que compatibilizaba sus tareas domésticas con la práctica de conciertos
corales en el seno del Orfeón Donostiarra.
Eduardo Chillida
Eduardo Chillida realizó los estudios de primaria y
secundaria en el Colegio de los Maristas de su ciudad natal y en 1943 se
trasladó a Madrid para comenzar la carrera de arquitectura. Aunque nunca acabaría
dichos estudios (en 1947 abandonó la facultad para dedicarse exclusivamente al
dibujo y la escultura), algunos de los preceptos ahí aprendidos, tales como la
relación entre volúmenes y espacio, tendrían, a la postre, una importancia
decisiva en la ideación conceptual de sus posteriores trabajos escultóricos.
Asimismo, en esos años, Chillida adquirió una buena reputación como portero de
fútbol, llegando incluso a ser titular de la Real Sociedad.
Primeras exploraciones creativas
En 1948, buscando un ambiente creativo más propicio al
que se vivía en la España franquista, se trasladó a París. Allí entabló amistad
con el pintor Pablo Palazuelo y, además de conocer de primera mano la obra de
artistas como Picasso, Julio González o Constantin Brancusi, sintió una
especial fascinación por la escultura arcaica griega del Louvre. En esa primera
y efímera etapa realizó en yeso y terracota una serie de esculturas aún
influidas por la tradición figurativa. Con todo, aquellos sondeos artísticos no
satisficieron a Chillida.
Agotado y frustrado, decidió abandonar la capital
francesa para volver a su tierra natal. Tiempo después, rememorando aquellos
años, diría: «Me di cuenta de que París, así como mis frecuentes visitas al
Louvre, me llevaban hacia la blanca luz de Grecia, del Mediterráneo. Comprendí
que aquél no era mi lugar y le dije a Pili: “Volvamos a casa, estoy acabado”.
Al llegar comprendí por qué me sentía acabado: mi país tiene una luz negra, el
Atlántico es oscuro».
En 1951 se instaló en el País Vasco con su esposa,
Pilar Belzunce, con la que había contraído matrimonio un año antes. En la
localidad guipuzcoana de Hernani comenzó a trabajar en la fragua de Manuel
Illarramendi, quien le enseñó los seculares secretos del arte de la forja.
Aquel mismo año, Chillida alumbró su primera escultura
abstracta, Ilarik: una austera y «primitiva» estela en la que el hierro y la
madera (materiales con fuertes connotaciones míticas dentro de la tradición y
la cultura vascas) se integraban desmintiendo la vieja jerarquía entre
«estatua» y «peana». Esta obra supuso un antes y un después en su trayectoria
artística, no sólo por la elección de los materiales mencionados, sino, sobre
todo, porque en ella se asentaban, aunque de modo todavía incipiente, conceptos
constitutivos de su obra posterior como el espacio, la materia, el vacío o la
escala.
Yunque de sueño X (1962)
Las exploraciones creativas iniciadas con Ilarik se
irían redefiniendo y concretando en los años siguientes con piezas como Elogio
del aire, Música callada, Rumor de límites o El peine del viento. Esta última
obra (una de las más conocidas del artista) la estuvo trabajando, en sus
distintas versiones, durante más de quince años y no la culminó hasta 1977,
cuando las tres piezas de acero de la instalación fueron definitivamente
engarzadas frente a aquel mar, atávico y oscuro, que lo había visto nacer.
El reconocimiento internacional le vino también en los
años cincuenta al exponer en galerías y museos de ciudades como París, Londres,
Milán, Madrid, Nueva York o Chicago, entre otras, y participar en certámenes
tan importantes como la Bienal de Venecia de 1958, en la que ganó el Gran
Premio Internacional de Escultura, o la Documenta de Kassel de 1959.
Materiales y soportes nuevos
A fines de la década empezó a experimentar con nuevos
materiales y soportes. En 1959 realizó Abesti Gogora, su primera escultura en
madera. Ese mismo año, ejecutó también su primera obra en acero, Rumor de
límites IV, y sus primeros aguafuertes. En 1963, junto con el historiador y
crítico de arte Jacques Dupin, viajó a Grecia. Nuevamente entraba en contacto
con el mundo y la cultura egea, pero en esta ocasión (sin la mediación, quizá,
de las ampulosas salas del Louvre) la luz cegadora y, para él, distante del
Mediterráneo, se le reveló con nuevos esplendores.
Los peines del viento
De aquel periplo por tierra griegas nacerían, dos años
después, sus primeros alabastros, como los de la serie Elogio de la luz.
Utilizando la técnica del vaciado, la misma que ya emplearon los grandes
escultores de la Grecia clásica y el Renacimiento, Chillida horadó y modeló el
bloque para que el espacio y la luz entraran en sus pétreas entrañas. Esta
concepción prometeica del hecho escultórico, llevada, eso sí, a una escala
titánica, sería la que iluminaría su inconcluso proyecto para la montaña de
Tindaya, en Fuerteventura.
En 1971 realizó su primer trabajo en hormigón. En los
años subsiguientes, coincidiendo con los grandes encargos de escultura pública,
este material sería empleado en un gran número de obras, como Lugar de
encuentros III (Madrid, 1971), La casa de Goethe (Frankfurt, 1986), Elogio del
agua (Barcelona, 1987), Elogio del horizonte (Gijón, 1990) o Monumento a la
tolerancia (Sevilla, 1992).
Berlín, de Eduardo Chillida
Asimismo, también utilizó el acero (uno de los
materiales en los que trabajaba más a gusto) en la concreción de muchas de sus
esculturas de los años ochenta y noventa, como el Monumento a los Fueros
(Vitoria, 1980), Homenaje a Jorge Guillén (Valladolid, 1982), Helsinki
(Helsinki, 1991), Homenaje a Rodríguez Sahagún (Madrid, 1993), Jaula de la
libertad (Trier, 1997), Diálogo-Tolerancia (Münster, 1997) o Berlín (con esta
obra, situada frente a la nueva Cancillería de la capital alemana e inaugurada
póstumamente en 2002, Chillida quiso simbolizar el espíritu conciliador de la
nueva Alemania unificada).
En el año 1999, el Museo Guggenheim Bilbao -ampliando
la muestra que un año antes había ofrecido el Museo Nacional Centro de Arte
Reina Sofía (MNCARS)- celebró el 75º aniversario del escultor con una
interesante retrospectiva en la que se presentaron más de doscientas obras.
Esta exposición ha sido, hasta el momento, la más importante que se le haya
dedicado al artista.
En septiembre de 2000, Chillida vio realizado uno de
sus grandes sueños. Aquel día, en Hernani, abrió sus puertas el centro que él
mismo había bautizado como Chillida-Leku (Casa de Chillida). Este proyecto
empezó a gestarse en 1984, cuando él y su esposa adquirieron un viejo caserío
del siglo XVI, rodeado de prados y bosques, con la idea de crear un espacio que
contribuyese a la divulgación de su obra y albergase de forma permanente una
muestra representativa de la misma. El Museo Chillida-Leku no sólo fue el
último legado de este artista universal que sin olvidar sus raíces supo
reinventar la escultura para llenarla de nuevos significados, sino que en poco
tiempo se ha convertido en uno de los nuevos referentes culturales del País
Vasco.
Un legado esencial
Desde que se diera a conocer en la escena
internacional allá por los años cincuenta, la obra de Chillida ha quedado
representada en los principales museos y colecciones de arte de Europa y
Estados Unidos. Asimismo, sus trabajos han sido comentados y analizados tanto
por parte de los historiadores y críticos de arte como por poetas de la talla
de Octavio Paz, Gabriel Celaya y José Ángel Valente, entre otros, y filósofos
tan importantes como Martin Heidegger o Gaston Bachelard. Galardonada en
innumerables ocasiones y expuesta en numerosos museos y retrospectivas, su obra
constituye un legado de referencia ineludible en el panorama artístico
contemporáneo. Para muchos fue el mejor escultor español de la segunda mitad
del siglo XX.
A lo largo de sus más de cincuenta años de trayectoria
creativa, Chillida exploró conceptos (opuestos para algunos, complementarios
para él) como los de vacío y volumen, luz y sombra, límite e infinitud. El
material del que estaban hechos sus trabajos (aun indagando en componentes tan
diversos como el hierro, la piedra, el alabastro, el acero o el hormigón) no
fue para él un fin en sí mismo, como tampoco lo fueron esas formas austeras y
arcanas tan definitorias de su trabajo. Más allá de la materia y la forma, lo
que quiso expresar Chillida a través de sus obras fue una concepción ética,
mística y trascendental de la existencia.
Cómo citar este artículo:
Tomás Fernández y Elena Tamaro. «Biografia de Eduardo
Chillida» [Internet]. Barcelona, España: Editorial Biografías y Vidas, 2004. Disponible
en https://www.biografiasyvidas.com/biografia/c/chillida.htm [página consultada
el 3 de octubre de 2025].