viernes, 6 de marzo de 2015

Cuento: Flojonazo para el dentista



Flojonazo para  el dentista


 
 Cuento: Luis Landriscina.
Corrientes es la provincia que define un poco a cultura regional del Litoral. Es una provincia a la cual es más fácil nombrarla que explicarla. Los correntinos tienen identidad propia porque son el resultado de la mixtura entre el guaraní y el español, sin ninguna otra cultura en el medio. Y es orgullosamente correntino. Y le diría más: es agresivamente orgulloso. Ahora, no tanto, pero treinta años atrás usted le ponía en tela de juicio el honor a un correntino y lo ensartaba como mariposa pa´colección, por las dudas.
Porque además es de manejar muy bien el arma blanca, el cuchillo. Éste era el caso del Moncho Garmendia, de la zona de Santo Tomé, allá recostada sobre la orilla del Uruguay, bien pegada a Misiones.
El Moncho Garmendia, era un símbolo de coraje. Cicatriz que anduviera suelta, la tenía el Moncho. Se había peleado con lo que se le puso delante. Pero no tenía cicatrices de haber peleado solamente, sino que las tenía del trabajo también, porque era un hombre de trabajo. Hombre de arriar hacienda donde lo encuentre la intemperie, con heladas, con granizos.
Pero así como era un símbolo de coraje, el Moncho Garmendia tenía un talón de Aquiles, un costado flaco. Les tenía pánico a los dentistas y a los médicos. Ni vacunao estaba el Moncho.

Y venía mal barajado con un dolor de muelas: cuatro días con sus noches sin dormir.
Y unas ojeras que parecían estribos, tenía el cristiano. Le habían prometido los curanderos curarlo de palabra, y hasta le hablaron de la cura del sapo. La gente que es del campo se debe acordar de esta creencia popular. Es una cura que consiste en agarrar un sapo vivo y con el lado de la panza hacer una cruz del lado de la muela que duele, luego se tira el sapo para atrás, y la creencia popular es que a Usted, se le pasa el dolor de muelas y se lo agarra el sapo; cosa que no es cierto porque el sapo no tiene muelas. Lo que sí creo es que con la impresión de pasarse un sapo por la cara se le pasa hasta el apéndice. Pero al Moncho no lo podían componer, así que lo encaró el patrón, Don Soto, y éste le dijo: -Moncho, vamos a dejarnos de pavear. Mañana vamos, a lo del Doctor García, allá en el pueblo, para que te cure esa muela, así dejás de molestar a tu familia y a todos los que te rodean, porque hay que estar escuchando tus gemidos todo el día eh?!!. El Moncho, acostumbrado al respeto y a la lealtad por su patrón, como todo buen correntino, no le dijo no de entrada, pero entró hacer unos dibujos con la alpargata en la tierra:
- Discúlpeme, patrón, yo no voy a ir . Masculló.
- ¿Cómo?
- No, no voy a ir yo.
- ¡Cómo no va ir ¡ ¿Por qué?
- Me da vergüenza decirle, pero le tengo miedo al dentista.
- ¡Pero que no se diga! ¡va ser un papelón pa´la zona Chamigo!
Mira….. Mañana cuando yo pare la camioneta frente a tu rancho y sientas los bocinazos, más vale que te subas, porque si yo llego a enojar, me va a costar bastante abuenarme, ¿oíste?
Ahí terminó la conversación. Al otro día, temprano, la camioneta paró adelante del rancho del Moncho Garmendia. Un bocinazo y el Moncho subió.
- Buen día – dijo. Sabía que iba al matadero, así que no agregó ni mu.
Llegaron al pueblo y frente al consultorio el patrón le dice al Moncho que se baje, y lo sigue de atrás por las dudas. Juntos esperan. En un momento dado se abre la puerta del consultorio y sale el doctor García, jovial: - ¿Qué tal Don Soto?, ¿Qué tal Moncho?, ¿quién se va a atender?
Y dice Don Soto: - el Moncho anda con problemas de una muela. Atendélo, a ver que tiene. – Pasá Moncho, pasá.
Los que han  ido  alguna vez al consultorio de un dentista van a coincidir conmigo en que se siente un olor que solamente se da en los consultorios de dentistas.

Eso fue lo primero que lo tiró para atrás.
Encima, el doctor le dice: - Cómo, no es él el que se va a sentar- sentáte. Pal´que nunca entró a un consultorio ver de golpe un sillón de dentista, hermano, es impresionante. Es una mezcla rara de camilla con respaldo y silla eléctrica, porque tiene tanto chirimbolo.
Y ahí sí, el coraje del Moncho no dio para más. Pegó una espantada el cristiano. Lo atajaron en la puerta, porque se le enredó la espuela en la alfombra, porque si no…. Y el patrón ahí se enojó: - ¡Bueno Moncho, che! ¡Parece mentira, un hombre grande! ¡Che, haciendo semejante papelón! ¡Pasá pa´dentro!
El Moncho bajó la cabeza, avergonzado de su propio temor y entró. Y por arriba del hombro del Moncho, cuando iba entrando, el patrón le hizo una guiñada de inteligencia al dentista, como diciéndole que le tenga paciencia, que el hombre andaba con miedo. Y el dentista le devolvió la guiñada como diciendo: Quédese tranquilo.
Psicólogo a fin, el dentista le dice:  - Yo sé lo que te pasa, Moncho. Te está faltando un trago para agarrar coraje, como buen correntino, ¿no es cierto Moncho?
- Y sí…… - Dijo el otro, que no sabía qué decir del julepe.
Y el dentista le dice a la enfermera:
- Carmelita, ahí en el armario, en la parte de abajo, hay una botella de caña. ¿Me la alcanza?
- Tomá, Moncho, a ver si agarrás coraje.
Entonces, le destapó la botella y el Moncho le mandó una zambullida…. Como para salir en la otra orilla.
El dentista se hacía el que no veía y acomodaba el instrumental, prendía el mechero de alcohol y se hacía el distraído, y se sentían los gorgoritos nomás…. Ahora cuando vio de reojo que se había bajado tres cuartas partes de la botella pensó que era el momento ideal.
Se da vuelta el dentista, fraternalmente, sin apurar la cosa, y dice:
- ¿Y?, ¿Qué tal, Moncho?, ¿yá agarraste coraje?
- Sí señor.
Después de decir eso, dejó la botella, y en un movimiento sacó el cuchillo y dijo:
¡¡VAMOS A VER QUIÉN ES EL MACHO QUE ME VA A TOCAR LA MUELA AHORA!!


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