viernes, 19 de abril de 2019

Versos de José María Eguren

Versos del alma de José María Eguren

 
 
José María Eguren nació el Lima (Perú) en 1882 y falleció en 1942. Fue un poeta y pintor que, en lo que a poesía se refiere, trabajó incansablemente por depurar su estilo pero no se mezcló con los círculos públicos. Sin embargo, gracias a su amistad con hombres como González Prada y Mariátegui que lo animaron a publicar sus poesías, consiguió marcar un hito en la lírica de su tierra.
Eguren era un amante de la naturaleza; se dice que le gustaba mucho caminar por el campo y observar las aves, las plantas y los insectos. En dichos paseos tomaba apuntes acerca de lo que veía, que después los utilizaba para trabajar en sus pinturas al óleo o acuarelas.
Como poeta es un representante del simbolismo en Perú, que dejó atrás los moldes del modernismo para encontrar una lírica más depurada; de este modo se convirtió en uno de los poetas peruanos más esenciales del siglo 20 siendo puesto a la altura de nombres de relevante envergadura, como César Vallejo.

1. La niña de la lámpara azul
En el pasadizo nebuloso
cual mágico sueño de Estambul,
su perfil presenta destelloso
la niña de la lámpara azul.

Ágil y risueña se insinúa,
y su llama seductora brilla,
tiembla en su caballo la garúa
de la playa de la maravilla.

Con voz infantil y melodiosa
con fresco aroma de abedul,
habla de una vida milagrosa
la niña de la lámpara azul.

2. Lied 1

Era el alba,
cuando las gotas de sangre en el olmo
exhalaban tristísima luz.

Los amores
de la chinesca tarde fenecieron
nublados en la música azul.

Vagas rosas
ocultan en ensueño blanquecino,
señales de muriente dolor.

Y tus ojos
el fantasma de la noche olvidaron,
abiertos a la joven canción.

Es el alba;
hay una sangre bermeja en el olmo
y un rencor doliente en el jardín.

Gime el bosque,
y en la bruma hay rostros desconocidos
que contemplan el árbol morir.
3. La canción del regreso
Mañana violeta.

Voy por la pista alegre
Con el suave perfume

Del retamal distante.
En el cielo hay una
Guirnalda triste.

Lejana duerme
La ciudad encantada
Con amarillo sol.

Todavía cantan los grillos
Trovadores del campo
Tristes y dulces
Señales de la noche pasada;

Mariposas oscuras
Muertas junto a los faroles;

En la reja amable
Una cinta celeste;
Tal vez caída
En el flirteo de la noche.

Las tórtolas despiertan,
Tienden sus alas;
Las que entonaron en la tarde
La canción del regreso.

Pasó la velada alegre
Con sus danzas

Y el campo se despierta
Con el candor; un nuevo día.

Los aviones errantes,
Las libélulas locas
La esperanza destellan.

Por la quinta amanece
Dulce rondó de anhelos.

Voy por la senda blanca
Y como el ave entono,

Por mi tarde que viene
La canción del regreso.
4. Nocturno
De Occidente la luz matizada
Se borra, se borra;
En el fondo del valle se inclina
La pálida sombra.

Los insectos que pasan la bruma
se mecen y flotan,
y en su largo mareo golpean
las húmedas hojas.

Por el tronco ya sube, ya sube
La nítida tropa
De las larvas que, en ramas desnudas,
Se acuestan medrosas.

En las ramas de fusca alameda
Que ciñen las rocas,
Bengalíes se mecen dormidos,
Soñando sus trovas.

Ya descansan los rubios silvanos
Que en punas y costas,
Con sus besos las blancas mejillas
Abrazan y doran.

En el lecho mullido la inquieta
Fanciulla reposa,
y muy grave su dulce, risueño
semblante se torna.

Que así viene la noche trayendo
Sus causas ignotas;
Así envuelve con mística niebla
Las ánimas todas.

Y las cosas, los hombres domina
La parda señora,
De brumosos cabellos flotantes
Y negra corona.
5. La luz de Varsovia
Y en la racha que sube a los techos
Se pierden, al punto, las mudas señales,
Y al compás alegre de enanos deshechos
Se elevan divinos los cantos nupciales.

Y en la bruma de la pesadilla
Se ahogan luceros azules y raros,
Y, al punto, se extiende como nubecilla
El mago misterio de los ojos claros.

6. De los Reyes rojos

Desde la aurora
Combaten los reyes rojos,
Con lanza de oro.

Por verde bosque
Y en los purpurinos cerros
Vibra su ceño.

Falcones reyes
Batallan en lejanías
De oro azulinas.

Por la luz cadmio,
Airadas se ven pequeñas
Sus formas negras.

Viene la noche
Y firmes combaten foscos
Los reyes rojos.

7. Las torres

Brunas lejanías...
batallan las torres
presentando
siluetas enormes.

Áureas lejanas...
las torres monarcas
se confunden
en sus iras llamas.

Rojas lejanías...
se hieren las torres;
purpurados
se oyen sus clamores.

Negras lejanías...
horas cenicientas
se oscurecen,
¡ay!, las torres muertas.
8. Los muertos
Los nevados muertos,
bajo triste cielo,
van por la avenida
doliente que nunca termina.

Van con mustias formas
entre las auras silenciosas,
y de la muerte dan el frío
a sauces y lirios.

Lentos brillan blancos
por el camino desolado.
y añoran las fiestas del día
y los amores de la vida.

Al caminar los muertos una
esperanza buscan:
y miran sólo la guadaña,
la triste sombra ensimismada.

En yerma noche de las brumas
y en el penar y la pavura,
van los lejanos caminantes
por la avenida interminable.

9. LIED III 

En la costa brava
Suena la campana,
Llamando a los antiguos
Bajales sumergidos.

Y como tamiz celeste
Y el luminar de hielo,
Pasan tristemente
Los bajales muertos.

Carcomidos, flavos,
Se acercan bajando...
Y por las luces dejan
Oscuras estelas.

Con su lenguaje incierto,
Parece que sollozan,
A la voz de invierno,
Preterida historia.

En la costa brava
Suena la campana
Y se vuelven las naves
Al panteón de los mares.

10. El clarín de la noche

El oscuro andarín de la noche,
detiene el paso junto a la torre,
y al centinela
le anuncia roja, cercana guerra.

Le dice al viejo de la cabaña
que hay batidores en la sabana;
sordas linternas
en los juncales y oscuras sendas.

A las ciudades capitolinas
va el pregonero de la desdicha
y, en la tiniebla
del extramuro, tardo se aleja.

En la batalla cayó la torre;
siguieron ruinas, desolaciones;
canes sombríos
buscan los muertos en los caminos.

Suenan los bombos y las trompetas
y las picotas y las cadenas;
y nadie ha visto, por el confín;
nadie recuerda
al andarín.

Con afecto,
Rubén




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