domingo, 16 de agosto de 2020

12 latidos de mi sombra 2

 

12 latidos de mi sombra 2



poemas de Sebastián Salazar Bondy

Vallejo & Co. presenta, en exclusiva, algunos poemas del escritor y periodista peruano Sebastián Salazar Bondy, quien este 2014 hubiera cumplido 90 años de vida. Pese a que su vida fue relativamente corta, murió a los 41 años, Salazar Bondy nos legó 9 poemarios en vida y 4 publicados tras su muerte, en 1965.

Además de su labor como poeta, fue uno de los más importantes críticos literarios de su tiempo, habiendo publicado 4 antologías cardinales de la poesía peruana, las que han alumbrado a los investigadores, estudiosos y poetas nacionales y extranjeros sobre la lírica nacional, incluso desde tiempos precoloniales; estas fueron La poesía contemporánea del Perú (1946, junto con Jorge Eduardo Eielson y Javier Sologuren), Antología general de la poesía peruana (1957, junto con Alejandro Romualdo), Poesía quechua, selección (1964) y Mil años de poesía peruana (1964).

La presente muestra consta de 12 poemas elegidos de sus más importantes poemarios: Cuadernos de la persona oscura (1946), Los ojos del pródigo (1951), Confidencia en alta voz (1960), El tacto de la araña (1965) o Sombras como cosas sólidas y otros poemas (1974).

Vallejo & Co. reproduce los poemas de esta muestra con la necesaria autorización de las herederas de Sebastián Salazar Bondy, Irma Lostaunau y Ximena Salazar Lostaunau, quienes cuentan con todos los derechos reservados sobre la publicación de todas las obras de este insigne escritor.

12 latidos de mi sombra (Segunda parte)

 

Testamento ológrafo

 

Dejo mi sombra,

una afilada aguja que hiere la calle

y con tristes ojos examina los muros,

las ventanas de reja donde hubo incapaces amores,

el cielo sin cielo de mi ciudad.

Dejo mis dedos espectrales

que recorrieron teclas, vientres, aguas, párpados de miel

y por los que descendió la escritura

como una virgen de alma deshilachada.

Dejo mi ovoide cabeza, mis patas de araña,

mi traje quemado por la ceniza de los presagios,

descolorido por el fuego del libro nocturno.

Dejo mis alas a medio batir, mi máquina

que como un pequeño caballo galopó año tras año

en busca de la fuente del orgullo donde la muerte muere.

Dejo varias libretas agusanadas por la pereza,

unas cuantas díscolas imágenes del mundo

y entre grandes relámpagos algún llanto

que tuve como un poco de sucio polvo en los dientes.

 

Acepta esto, recógelo en tu falda como unas migas,

da de comer al olvido con tan frágil manjar.

 

 

 

Patio interior

    A Luis Loayza

 

Viejas, tenaces maderas

que vieron a tantas familias despedirse,

volverse polvo y llovizna,

retornar a las dunas como otra ondulación,

os debo algo,

dinero, melancolía, poemas,

os debo cierta ceniza plateada y claustral.

 

Columnas fermentadas que persisten

soportando la sala, la alcoba, la despensa,

la cocina donde humeó algún sabor frugal,

os debo riquezas sin ira,

grandes palideces pensativas.

 

Patio interior,

cuervo de ociosas neblinas

entre cuyas largas plumas los amantes

se deslíen como una inscripción de pañuelo

os debo ahora mismo mi fosforescente vicio,

y os habito,

os corrijo,

os firmo con mi rápido nombre de cuchillo.

 

 

 

Describo el invierno

 A José Miguel Oviedo

 

Conozco bien estos pesados guantes de albayalde

porque antes vi su rastro

cubrir otros días de lujuria y beatitud,

la rauda pareja de lobos

de cuyo lecho nacen como quejidos o espasmos

humedades, virus, toses.

Sé cómo el tiempo cose sus lentejuelas

en la loca ropa de ayer,

cómo se agrietan sombras de muebles y paredes,

cómo el corazón se encharca y lentamente

trae un recuerdo desde la antigüedad.

Repito mi historia en el duro piano de invierno:

mi sangre es toda blanca

cuando las brumas de junio en los parques

tuercen el cuello al cisne de la fecundación.

 

 

 

Cinco ejercicios tenaces

4. La nada

 

La nada no es espacio,

tampoco tiempo perdido,

sino la confianza

con que retomo la tinta

y combato con su sombra,

y oigo a mi hija llorar,

y siento la dulzura de mi mujer

abrir su cofre de cuentos,

y reconozco a mis vecinos

por sus guitarras borrachas,

y pienso en mis amigos

con odio más nunca sin afecto,

y veo en mis líquidos

que miento en el teléfono

cuando digo: “No hay novedad”,

y todo es nuevo a mi alrededor,

aunque yo acabo de nacer

del vientre de mi sueño.

Pero la nada resiste las olas

en medio de un océano

de cosas y remordimientos.

 

                                                       (de El tacto de la araña)

Sombras del origen

 

Nací en un leve nido

de barro y caña de Guayaquil

(calle del Corazón de Jesús, donde ahora

parece fracasar un taller de mecánica)

cuando aún no se hablaba de comunismo

sino en el secreto de algunas familias obreras

y la palabra sonaba muy lejos

y entre muros de niebla

se arrastraba por los largos silencios del invierno.

Un leve nido oculto

en las húmedas ramas de Lima,

un temerario desafío, en verdad,

de aves mutiladas a los cielos.

En torno al nido, paciencias enmohecidas,

patios ralos, rincones de prohibida belleza,

relojes en penumbra,

alcobas muelles y miradas de loco,

y aunque la pequeñez del mundo era infinita

la pobreza del pobre se extasiaba en los entorchados,

bajo la pálida garúa de los oficiales,

al paso de la sigilosa extremaunción,

mientras el tatachín dominical

vestía los barrios con sus harapos bailables.

Claro que a veces breves gritos humanos

pregonaban frutas o mieles,

                                               piedras de afilar,

                                                                               tamales!,

y los vecinos los invitaban a acercarse a sus ventanas

de celosías intimidadas por la ola gripal.

El mar, a distancia, divulgaba su química monótona

de aires yodados,

lívidas aguas lentas,

turbiedades viajeras sin rumbo ni peligro.

Llanto y risa fui entonces

y otras cosas enemigas entre sí,

                                                      suaves,

                                                                   solares,

                                                                                     negras también,

mas siempre mi vida buscó la dulce habitación arbórea,

el ovillo de barro y caña,

la cavidad suspendida en la sombra original,

donde cierto día hubo una irrepetible reunión de calores.

Nací en un leve nido

y su pérdida agobia como un terror mi sueño infantil.

 

                                                       (De Sombras como cosas sólidas)

el ovillo de barro y caña,

la cavidad suspendida en la sombra original,

donde cierto día hubo una irrepetible reunión de calores.

Nací en un leve nido

y su pérdida agobia como un terror mi sueño infantil.

 

                                                       (De Sombras como cosas sólidas)

Con afecto,

Ruben

 

 

 

 

 

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