lunes, 5 de diciembre de 2011

Remembranza: Manuel Candamo 727


Remembranza Manuel Candamo 727

Plazuela de Lince
Por Ruben Vernal
El espacio histórico de esta narración ocurrió en los años 1958 y 1959 y el geográfico tiene lugar en el populoso distrito de Lince en Lima. El nombre de la calle es el nombre de una antigua danza, y también de un ilustre personaje. Aquí viví parte de mi infancia y donde se centran los sucesos que voy a narrar.
 Pero empecemos llenando con mis recuerdos las calles circundantes, como una hermosa flor que se abre al impacto de la luz solar, y  yo desde la distancia y el tiempo, camino  otra vez con la imaginación por las polvorientas veredas de sus calles.
 Eran días calurosos de un característico verano limeño, que se le soportaba a punta de Pasteurina y raspadillas.  Ese verano no fuimos a pasar las vacaciones escolares en Chancay  y poder disfrutar del mar del Puerto,  en la casa que se alquilaba por casi  por tres meses. Recuerdo  claramente dos de ellas, una situada en plena Plaza de Armas de Chancay, vecino a un típico hotel. El parque de la plaza tenía grandes árboles, una glorieta donde las bandas de música del lugar ofrecían música alegre por las noches; recuerdo haber escuchado por radio algún partido de fútbol cuando  Perú participo en un  sudamericano. Con un gran equipo.

   La plaza estaba circundada por una  pista pero totalmente empedrada pero no como adoquines, y esto lo recuerdo perfectamente, ya que un día otro niño me empujo de la parte trasera de un camión donde estábamos jugando, y al caer
 Una de las piedras me ocasiono tres dolorosos puntos en la cabeza.
 Las bancas de la plazuela era para sentarnos en las noches donde siempre había alguien contando cuentos de terror, para después irse a la cama, que se suponía era para dormir, pero con lo asustado que uno quedaba, se tenían los ojos como linternas.
 Otros días que no había nada que hacer me subía a un ómnibus que hacía la ruta  Chancay-Huaral y  que mi amigo era cobrador y me la pasaba viajando.
 La otra casa quedaba a una cuadra de la principal avenida donde había un cine; y una noche me llevaron a ver una versión mejicana de Drácula, y mi madre tenía que taparme los ojos con frecuencia para no ver ciertas escenas, porque del miedo era probable que no durmiera una semana


Pero ahora estaba en mi barrio,  sentado en una de las bancas de la plazuela frente a la Iglesia, a tres cuadras de la casa, y avanzando hacia la pista lateral hacia una peluquería que tenía una cortadora de pelo especial para raparte  la “mitra” (cabeza)  al “estilo alemán” que se estilaba por esos tiempos; y llegando a la esquina con la Avenida Militar se encontraba el cine Independencia. Al cual iba con frecuencia.
Y donde vi. La película Tarántula en blanco y negro y también las  del cómico francés Fernandel. Regresando a la plazuela, la Iglesia tenía un colegio parroquial donde te enseñaban el “catecismo” del nunca participe; en cambio si iba a las funciones de cine donde pasaban las “sériales” de Cisco Kid .
 Así mismo había cine al aire libre con películas del Gordo y el Flaco. Antes de llegar a una de las esquinas en dirección a la iglesia había una tiendita que vendía entre otras cosas el “champús” que se serbia caliente en un vaso, y contenía guanábana, mote y huesillos o melocotones secos, era una bebida deliciosa para el frió invierno;  y continuando avanzando  hacia la casa se pasaba por una dependencia de salud, que era donde llegaban las  do donaciones de leche en polvo, luego cruzando la pista había un edificio  con una  agencia bancaria , que creo era de Wisse y más adelante un colegio fiscal que hacia esquina con la  avenida José Gálvez, con sus paredes de adobe pintadas de blanco. Al frente cruzando la pista había una “pulpería” que sus dueños se veía que eran de algún lugar de la “sierra” y es la que daba a la acera de mi casa. Por lo que allí compraba más a menudo que en la otra tienda que estaba al frente en la otra esquina y que era la del “chino” y que tenia dulces y gaseosas. La otra esquina cruzando la pista estaba ocupada por una botica.
Saliendo de mi casa y pasando la pulpería se doblaba la esquina  y se llegaba al “cine Alianza”; con sus rejas frontales y en el lado derecho se encontraban las escaleras que llevaban a la “platea” que tenia asientos de madera y la entrada no costaba 50 centavos; pero la otra reja daba a “popular” como una especie de bacón pero abajo, y solo con bancas fijas en hileras y costaba 25 centavos la entrada.
El cine mejicano estaba en  su apogeo con artistas como Pedro Infante, Jorge Negrete, Miguel Aceves  Mejía, Sara García, Rosita Quintana, Andrés Soler, Mario Moreno “Cantinflas”, Abel Salazar, Arturo de Córdova, Ana Luisa Peluffo, “Resortes”, Libertad  La marque  que era argentina, y muchos otros; las clásicas películas de “catchascán” con el Santo enmascarado, o las de  de terror con la momia y los zombis. Las películas de “Cantinflas”, como ahí está el detalle;  sube y baja; el señor  fotógrafo;  si yo fuera diputado; las películas de “convoyadas “de cowboys, y de los indios sioux  y che yenes, y las peleas de estos contra los soldados y que atacaban el fuerte y las caravanas, pero como siempre ganaban los “blancos”. No podían faltar las películas espaciales, de naves que viajaban a Marte, y encontraban monstruos, y naves estrelladas, las cuales yo creía que eran también los reservorios de agua que había en la ciudad. Con las películas de los tres
 Mosqueteros,  salía del cine a toda prisa para hacerme de cualquier palo mi espada de mosquetero.  Pero afuera del cine se vendía toda clase de cosas y de comer también Había por ejemplo unas mujeres que vendían la “fritanguita”, que tenía una “carne” medio rara, con papas y mote y que lo vendían usando una envoltura de hoja de choclo; también vendían papas rellenas “sin relleno”, estaba el de la carretilla larga con dos ruedas que se jalaba en vez de empujarla y que tenia manzanas acarameladas de color rojo, maní y habas secas, rajas de piña y de coco, nísperos, arrocillo y frutas. El infaltable “raspadillero con sus jarabes rojos y amarillos, también estaba el que vendía “algodón” de color rosado. Así mismo había un personaje, para mi inolvidable. Era un “zambo” alto y delgado, y estoy seguro que sus antepasados fueron traídos de alguna parte del África; y vendía el dulce limeño conocido como “sanguito”. El llevaba el dulce sobre una especie de fuente rectangular de latón, y se veía el dulce como un “cerro  del serbia  con una especie de espátula de madera, aunque  no me sorprendería que solo se trataba de un pedazo de madera. La fuente se apoyaba  sobre un trípode de madera amarrado a los dos extremos, y lo cubría con un mantel a cuadros, para protegerlo del polvo y las moscas. Pero el zambo no solo vendía el dulce, sino que era también un gran jugador con los dados, por lo que podías comprar o probar tu suerte, y los dados corrían por el centro de la bandeja; y cuando era hora de retirarse, retiraba el trípode juntando sus patas, y se colocaba una almohadilla sobre su cabeza para colocar encima la fuente con el dulce sujetándolo con una mano   y luego se marchaba....

En esa avenida Gálvez después del cine quedaban aun unas quintas o corralones con ”un solo caño” al fondo, pero una característica de esa humilde gente era su religiosidad, y era una costumbre o tradición el decorar todo el callejón con las llamadas “cadenas” que se confeccionaban con papel “cometa” de diversos colores empleando el “engrudo” cono pegamento. Y cuando uno se paraba en la entrada se podía apreciar que de ambos techos colgaban como un puente las cadenas y banderitas multicolores que trasmitía un ambiente de fiesta popular, y que el viento contribuía produciendo un sonido peculiar a su paso por las cadenas. Es así que el corralón estaba listo para festejar la adoración a la virgen María en procesión por las calles, las cuales también habían sido decoradas para la ocasión.

Pero regresando ahora a la cuadra siete,  se pasaba la pulpería y dos casas mas y nos encontramos con la casa de adobe ( apropiado material de la época para resistir temblores)  pintada de gris con el numero 727; la casa  tenia techos altos y la sala tenía una mampara de madera y vidrios que permitía iluminación y ventilación, y recuerdo una vez se apareció en la mampara una chica que empezó a hablarme desde ese techo, y le pregunte como se llamaba, y ella contesto, me llamo Luz, y nunca más la volví  a ver. Al fondo de la casa había un patio, lugar de mis juegos infantiles, y una escalera que conducía a una habitación donde estaba el tanque de agua, y al lado que daba al techo estaban las jaulas de mi palomar; pero alguien me dijo que después de alimentarlas por un tiempo se les podía soltar ya que ellas regresarían, y así lo hice y de esta manera se termino mi experiencia con las palomas porque jamás regresaron.
 Ya que  nos encontramos en el techo de la casa, déjenme decirles que el cine Alianza alcanzaba verse desde allí  y sobre todo las dos grandes ventanas de madera abiertas  que daban  ventilación al interior del cine. Pues bien,  si querías ver la función, pues se tenía que llegar a dichas ventanas; y así lo hacía, por lo que se tenía que caminar por sobre los muros divisorios  de adobe  las casas de los vecinos, por un camino de no más de 40 centímetros de ancho y al atardecer, y había que tener mucho cuidado, porque si se daba un mal paso y se perdía el equilibrio,   de ninguna manera se podría contar la aventura.

Afuera los muchachos eran incansables jugando al fútbol en la pista que era la cancha oficial del barrio, aunque los carros irresponsablemente la cruzaban, y con descaro reclamaban que moviéramos las piedras que señalaban los arcos de nuestra cancha.
La pelota oficial era  una “bola de trapo”, la cual se hacía  con telas y trapos  como base para luego envolverlos con las medias nylon de las mujeres, una y otra vez hasta que se lograba la dureza y rebote necesarios. Los partidos eran frecuentemente interrumpidos por los “pesados” de los autos y por los “patutos” que eran los patrulleros negros de marca Ford, e interrumpían el partido con su presencia al cuadrar su carro en nuestra cancha, y el partido se suspendía por falta de jugadores, ya que por arte de magia desaparecíamos del lugar. ¿Y qué era lo único que quedaba? La pelota de trapo, que los “tombos” (policías)  agarraban y la lanzaban a algún techo, pero si era una pelota de verdad la “incautaban”; el partido continuaba su trámite una vez recuperada la pelota de trapo del techo de algún vecino.

En esos barrios habían  bandas de chiquillos de acuerdo a las cuadras en que se vivía, claro que no se parecían en nada a  las bandas  de la película  de West Side Story porque a esa edad no se sabía bailar; pero si uno iba distraído y no se daba cuenta que se estaba caminando por una de las calles “de ellos”, te podía caer una pedrada como “adelanto” y las otras  después para sugerirte que debes de empezar a correr y bien rápido si es que apreciabas tu salud; y yo por experiencia puedo decir, que eso de darse cuenta de estar rodeado de estos “lindos muchachitos” no fue nada grato. Pero pude escapar gracias a mi velocidad, y pude llegar a casa ostentando un par de “chinchones en la cabeza” y no precisamente como un premio a mi valentía.

Cuando no estaba jugando pelota  que era muy raro estaba sobre mis patines de acero marca “Winchester” que aprendí a usarlos y a  patinar con los dos pies luego de caerme tantas veces al suelo y  golpeándome tanto, que parecía que en ese tiempo sufría de una especie de “masoquismo  infantil”
Pero con “aguante” se aprendió, y los chicos del barrio habían preparado una especie ce coche que consistía en una tabla de unos 60 centímetros de largo por 40 centímetros de ancho que serbia de asiento, y a los cuatro costados se les había adaptado cuatro ruedas de billas, de tal manera que uno de nosotros se sentaba o arrodillaba sobre la tabla, y otros dos muchachos empujaban  el carro que “volaba” a gran velocidad por la vereda, y como no contaba con frenos, la única manera de pararlo era salir de la vereda a como dé lugar, y meterse a la tierra con su respectivo “contra suelazo”.

Recuerdo que de la casa del vecino se escuchaba a la Sonora Matancera de Cuba. Mientras que en casa las novelas del medio día como el derecho de nacer y sus comerciales “Ace lavando y yo descansando”, los programas de música criolla con Luis Abanto Morales, Jesús Vásquez, los Embajadores  Criollos, los Trovadores del Perú, el “carreta” Pérez, Irma y Oswaldo, el trío los Dávalos, los Quipos, la polca a la Huaca china y el vals ídolo, Alicia Maguiña y Chabuca Granda entre otros más. 
Las trasmisiones del clásico del fútbol peruano Alianza-U, y mis seriales radiales del oeste con Hapalong Cassidy; se tenía que disfrutar el radio porque la TV no había llegado aún a casa. Pero tenía mi amigo Toby, que vivía solo a unas cuantas casas de la mía que si tenía una TV marca Philips en blanco y negro donde iba porque al frente también había pero cobraban por ver.
 Fue por primera vez que vi. los programas de disneiylandia  y sus dibujos animados, popeye,astroboy, lassy, rin tin tin, Roy Rogers y Gene Autry,el Enmascarado con su caballo plata y su compañero
 Toro con  su caballo pinto, David Crokett, Wayapp Earp y otos mas; unos años posteriores aparecería  Jim de la selva, el hombre del rifle, maverick, bonanza, cheyene, diario de a bordo, yo amo a Lucy,Mike  Mallone,  los tres chiflados y papa lo sabe todo…

A meda cuadra de la casa había una carpintería donde mi hermano Hugo jugaba con un  amiguito, y lo hacían en una especie de galpón del cual desconozco su altura, el cual supongo no era muy bajo, y del  cual el otro niño empujo a mi hermano quien se precipito al suelo sufriendo una conmoción cerebral seria,  , siendo atendido de urgencia por el Doctor Esteban Roca, quien  por cosas del destino, también me atendió  a mi 40 años mas tarde.
Luego por esta misma acera se llegaba a la última y mejor casa del barrio, porque era de material sólido y tenia jardines. Bajando por la otra acera llegábamos hasta la mitad de la cuadra, donde había una quinta, de donde siempre se recuperaba nuestra pelota de trapo de su techo; pero lo que llamaba la atención de este “corralón” era que allí había un perro de nombre “el mocho” que era un perro mediano, de color blanco, chusco   con una mancha negra alrededor de su ojo derecho, sin una oreja que la había perdido en una de las tantas peleas que había tenido con otros perros y que siempre salió airoso y vencedor, y no había perro que se asomara por la cuadra, porque se las tenía que ver con el mocho; y ni siquiera “la perrera” municipal había podido llevárselo por su braveza y escondite en el callejón, en cambio a otros perros  los dos hábiles trabajadores que usaban unos overoles blancos acorralaban y los hacían entrar por una manga o bolsa redonda que le daba la forma un aro y de allí eran arrojados dentro de un compartimiento de la camioneta. Y luego eran llevados a la “perrera” que estaba a unas cuadras del Instituto de Salud.


En esos años la ciudad se veía tan tradicional tratando lentamente de modernizarse pero no obviamente en esta parte de la ciudad; y  a  solo siete cuadras de la casa pasaba el tranvía Lima- Chorrillos y que  con el otro que recorría el centro de Lima con La Punta en el Callao eran dos formas de transporte importantes de dicha época.

Eran tradicionales así mismo los desfiles de carros alegóricos por la plaza San Martín con motivo de los carnavales. Y qué decir cuando Lima fue llena de euforia al tener su primera y única Miss Universo en Gladis Sender y que la hicieron pasear por toda la avenida Arequipa para que reciba el homenaje de la gente; recuerdo que otra oportunidad  que el presidente Manuel Prado hizo lo mismo por esa tan importante y tradicional avenida adornada por esos enormes árboles con sus bases pintadas de blanco, pero que en sus ramas Vivian unos enormes gusanos negros con cabeza de color rojo y que en ciertas estaciones caminaban por la acera.

Ah los años de infancia que para lo único que nos parecía útil entonces era para “matar el tiempo’ jugando, años de ingenuidad, de jugar con la cometa, el trompo de madera el juego del palitroque , las bolas de vidrio con tres agujeros en la tierra para ir y venir, el yoyo de la coca cola que en ese tiempo sabia mejor que ahora, los soldaditos  de plomo y los soldados de plástico de la tropa inglesa que se me compraba de la casa Oeshle en Larco de Miraflores. Dicen que todo tiempo pasado fue mejor, no lo sé,  pero claro que si son diferentes y depende de cada quien vivirlos lo mejor que se pueda; y los recuerdos son una especie de bálsamo, comprendiendo que no se debe vivir de los recuerdos porque la vida continua y hay que participar en los sucesos presentes que originen los “nuevos recuerdos”.

Allí quedo el barrio de Manuel Candamo y lo veo alejarse así  como un lente óptico al cual se le va cerrando el lente hasta desaparecer.

Con afecto,
Ruben